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Huellas N.11, Diciembre 2024

PRIMER PLANO

Sábados en el desierto

Maria Acqua Simi

Caritativa en un campamento beduino en las dunas de Judea. Las mil preguntas de los niños y una respuesta inesperada

Desierto de Judea, tierra árida y hostil por excelencia. La falta de agua, la dureza de las rocas y las tormentas de arena hacen difícil vivir allí. Más aún de manera estable. Sin embargo, aquí se encuentra una población seminómada, los beduinos Jahalin, que considera esta parte desconocida del mundo como su casa. Antes del nacimiento del Estado de Israel, se ubicó a estos pastores musulmanes en el Negueb. Luego tuvieron que trasladarse a Cisjordania, a un espacio comprendido entre Ramala, Wadi Qelt y Jerusalén, una zona que resultará estratégica tras la guerra de los seis días, con la construcción del gran asentamiento israelí de Maale Adumim. Con el tiempo aumentaría la presión sobre los Jahalin. La ley israelí les prohíbe construir viviendas estables y han sido expulsados de todas sus grandes infraestructuras.
«Viven en poblados formados por chabolas de chapa. Las pocas veces que han construido alguna casa o escuela sobre fundamentos de cemento se las han destruido. Su existencia es precaria y muy sencilla, dedicada al pastoreo y a pequeños cultivos. El acceso al agua es limitado, igual que a la corriente eléctrica y a la educación. Antes del 7 de octubre de 2023, los hombres trabajaban en la gran colonia israelí, pero ahora se han quedado sin trabajo y las cosas se han puesto feas». Quien describe esta situación es sor Cecilia Sierra Salcido, comboniana residente en Betania. Las discípulas de san Daniele Comboni –primer obispo católico de África central, considerado uno de los grandes misioneros de la Iglesia– mantienen desde hace tiempo una gran amistad con los beduinos. Los acompañan y apoyan en la educación de mujeres y niños y con microproyectos agrícolas.
Estas religiosas están presentes tanto en Israel como en los territorios palestinos. Hace un año, durante la procesión dedicada a la Virgen de Palestina, presidida por el patriarca Pierbattista Pizzaballa, sor Cecilia conoció a Daniela Massara, una Memor Domini que vive en Jerusalén, trabajando para el Museo Terra Sancta. Hace unos meses, ella y otras tres amigas del movimiento empezaron a acompañar a las hermanas combonianas haciendo caritativa en los poblados Jahalin. ¿Y eso? La primera en responder es Daniela. «Desde el 7 de octubre de 2023 y con la guerra en Gaza, el clima en Jerusalén es asfixiante, lleno de odio y violencia. Para mí, ir a la caritativa ha sido como volver a respirar aire fresco, como apoyar la cabeza en el hombro de un amigo y sentirme abrazada. La imagen de Juan apoyando la cabeza en el pecho de Jesús sería la más apropiada. Ver cómo se mueven las hermanas, cómo los escuchan, cómo los quieren, me despierta el deseo de estar con ellos y seguir esa caridad que veo. Lo que sucede esos sábados en el desierto es que Cristo se hace presente con su gratuidad. Y lo único que me pide es que esté ahí, estar con él».
Todo pasa a través de una cercanía muy concreta. El sábado, Daniela, Clara, Maria y Alessandra se levantan a las 5:30h para ir desde Jerusalén hasta Betania, donde se encuentra la parroquia franciscana dedicada a Lázaro, Marta y María. «Allí rezamos laudes y participamos en la misa. Después del desayuno preparamos las actividades que haremos con los pequeños y luego nos ponemos en marcha para visitar cuatro o cinco poblados beduinos». Los primeros que corren a su encuentro son los niños. Van descalzos, pero no parece importarles demasiado. Reciben felices a estas mujeres que vienen de lejos, a las que a veces llaman afectuosamente mamá o tía. Los hombres las saludan con respeto, las mujeres cocinan para ellas platos sencillos de carne o arroz como muestra de hospitalidad. Y así pasa la jornada, entre juegos y clases de inglés.

«Yo los admiro –confiesa Daniela– porque tienen una profunda conexión con el misterio. El sentido religioso es algo verdaderamente arraigado en el hombre, como decía don Giussani. Los beduinos nunca podrían vivir en la ciudad por el nexo que tienen con la naturaleza, con el cielo estrellado… al que no pueden renunciar. Tienen los ojos abiertos de par en par al misterio. Y no están locos. Sus chabolas, aunque sean de chapa, están construidas de la mejor manera posible. Tratan de hacerlas acogedoras para resguardarse del frío en invierno y protegerse de la arena y el sol en verano. Pero esta gente tiene una capacidad brutal de adaptación y una disponibilidad total ante lo que la realidad les ponga delante».
Las injusticias que han sufrido son muchas, pero compartir sus jornadas supone una riqueza impagable para Daniela. «Hace tiempo nacieron varios bebés en los poblados y las hermanas –que son estupendas y dominan el árabe– llevaron regalos para celebrarlo. ¡Fue muy emocionante! Esos momentos especiales muestran su gratitud por poder compartir la vida en su significado más radical». También nos habla de una niña que lleva grabada en su corazón. Se llama Amal, que en árabe significa “esperanza”. Es la menor de nueve hermanos, nació con síndrome de Down y la han operado siete u ocho veces del corazón. «Con qué atención la cuidan todos. La miman de la mañana a la noche. Y pasa lo mismo con otro niño que nació con espina bífida. Son frágiles, ¡pero nunca los dejan al margen! Al contrario, se les pone en el centro y los miran con amor. Ser testigo de todo esto es una auténtica gracia. Esta caritativa es realmente la respuesta del Señor a mis preguntas. Le pedí a Dios un lugar donde poder sentirme útil y donde poder seguir encontrándome con él. Y la respuesta llegó en medio de una guerra».
La hermana Cecilia nos explica lo que significa para las hermanas combonianas esta misión en el desierto. «Todo empezó en 2011 gracias a una hermana enfermera que empezó a hacer expediciones por el desierto para atender a los beduinos que estaban enfermos, entablando así una relación con ellos. No debemos olvidar que Jesús invitaba a ir a buscar a todas las ovejas, también a las que se salían del redil… Nació entonces una amistad que aún perdura. Con el tiempo fue creciendo el afecto y entonces nos pidieron ayuda en la educación de los niños». Con los años abrieron guarderías y escuelas, aunque no hay que imaginarlas de cemento, ya que está prohibido. Las maestras de las guarderías son beduinas. «Lo decidimos así porque queríamos que las mujeres también aprendieran un oficio. Ahora se dedican a dar clase o a bordar chales y bolsos, y hacen unas tarjetas de felicitación preciosas que venden a los peregrinos. De vez en cuando sale alguna corriendo a recibirnos para enseñarnos alguna de sus obras, y yo sonrío pensando en lo que verdaderamente colma el corazón, el nuestro y el suyo».

«Nos conmueve –dice la religiosa comboniana– ese deseo continuo de aprender de estas mujeres y de sus hijos. Mientras las enseñábamos a bordar nos bombardeaban con preguntas: “¿por qué vosotras no os casáis? Queremos ser tan felices como vosotras. Pero, ¿cómo rezáis?”. Nosotras vamos allí para mostrarles que si estamos así con ellos es solo por amor a Quien nos ha conquistado». Para explicar a los beduinos cómo rezan los cristianos, se pusieron a rezar delante de ellos el Padre nuestro en árabe. «Es una oración preciosa, ¡lo contiene todo! Rezadla otra vez», les pidió un día un pastor del poblado. «Nos piden constantemente razones de nuestra fe y eso es un desafío. Pero no hay que tener miedo a testimoniar a Cristo, nunca nos quitamos la cruz del pecho».
Cuando habla, sor Cecilia tiene ese aire combativo de quien ha visto muchas cosas. Efectivamente, esta mujer mexicana que entró en la congregación hace 34 años, vivió primero en Estados Unidos –dedicada a los migrantes mexicanos– y luego en Italia, Egipto, Sudán y Guatemala, y también en Sudán del Sur, donde abrió la primera radio católica del país. Volvió a EE.UU. después de colaborar en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes en Richmond y hace tres años comenzó su misión en Betania. Y en el desierto. Animadas por el espíritu del padre Comboni, estas hermanas han logrado la aceptación de todos. «Él decía que el método de la misión era “salvar África por medio de África”. Hacemos la caritativa con la esperanza de madurar nosotras en primer lugar, no de cambiarlos a ellos. Porque estamos seguras de que lo que cambia nuestro corazón cambia el corazón de todos», concluye Daniela, que bromea diciendo que ya es una experta en el mundo comboniano, mientras que las hermanas empiezan a conocer cada vez más el movimiento y a don Giussani. Antes de ir a los poblados beduinos, leen juntas El sentido de la caritativa. «¿No funciona así la unidad y la comunión de la Iglesia? ¿Y qué es la misión si no la transmisión continua de la alegría que hemos recibido?».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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