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Huellas N.11, Diciembre 2024

PRIMER PLANO

Lo esencial entre las ruinas

Luca Fiore

La Jornada de apertura de curso de la comunidad ucraniana en Kiev, para redescubrir dónde está la llamada de Dios en medio de tanta desolación

«Se comprende el dolor como experiencia personal y se puede vivir con una esperanza cierta de salvación. Lo que es incomprensible es el mal total que perdura en el tiempo y acaba matando la esperanza. El horror de una guerra que no acaba te lleva a decir: “ya no entiendo nada”. ¿Qué significa que la comunión es el lugar de la salvación? ¿Qué “espera” Dios de nosotros? ¿Cómo se puede vivir así? ¿Es justo decir que en medio de todo esto hay una llamada de Dios?».
Estas son algunas de las preguntas que varios amigos ucranianos enviaron a Paolo Prosperi durante los Ejercicios de los adultos y jóvenes trabajadores de CL el pasado mes de abril. La guerra no acaba. Las bombas siguen cayendo en las casas y en los mercados. Mucha gente de la comunidad sigue viviendo a salvo en Italia, pero en Ucrania siguen sus maridos, sus hijos, sus padres, sus seres queridos que todos los días se despiertan con las sirenas. Algunos de la comunidad siguen aún allí, en un país en guerra donde la población sufre una especie de esquizofrenia, tratando de llevar una vida normal que incluye la posibilidad de tener que salir corriendo a los refugios antiaéreos. Resulta difícil, si no imposible, hacerse a la idea cuando en el resto de Europa ponemos la televisión y apenas se oye hablar ya de esta guerra.
«Antes de intentar responder a estas preguntas –dijo Paolo en los Ejercicios– tengo que quitarme las sandalias. Todo lo que puedo decir no es más que balbuceos porque, ante el abismo de lo que está pasando, no se puede pretender buscar palabras capaces de dar respuestas exhaustivas. Solo podría ofrecer algunos puntos de reflexión sobre lo que sería bueno seguir dialogando en el futuro…». Lo que sigue puede leerse (en italiano) en el cuaderno que recoge las lecciones de aquellos días pero la cuestión es que esa invitación a continuar el diálogo no cayó en saco roto. Gracias a que Paolo todavía domina bastante bien el ruso, por sus tiempos de misión en Moscú, entre él y la comunidad ucraniana ha nacido una amistad que llevó al sacerdote a participar en la Jornada de apertura de curso en Kiev.
Pero primero merece la pena contar lo que había pasado en Milán diez días antes, en la Jornada de apertura de curso que se organizó con los refugiados ucranianos que viven en Italia y con Franco Nembrini. El punto de partida era el manifiesto de CL publicado tras el caso de un joven que había matado a su familia, titulado “El mal y un amor que salva”. «No sé si algún día seré capaz de perdonar como esos abuelos han perdonado a su nieto después de matar a su familia –decía Nembrini–. No sé si sería capaz de decir “perdónalos” cuando me están clavando en una cruz. Sé que hacia eso camino, y que para eso vino Cristo». A un oído cualquiera, esto le puede sonar un poco a retórica, pero para quien ha perdido a sus seres queridos o vive con miedo a que los maten, estas palabras son como echar alcohol en una herida. Pero Nembrini continúa y alza la apuesta. «La naturaleza del cristianismo es misericordia: recibida y, por tanto, dada. El amor consiste en ejercer la misericordia. Es afirmar el valor del otro, que vale hasta sacrificar la vida. Independientemente de que el otro cambie o se haga bueno». Luego añade otra observación: hace diez años, nunca se habría imaginado reuniéndose con un grupo de ucranianos, ortodoxos y refugiados. Pero lo que prevalece es el asombro por una unidad tan difícil de imaginar. «Hemos sido convocados desde extremos opuestos de la tierra, llamados a ser el cuerpo de Cristo. Jesús dice: “lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Entonces, si pides la paz, la obtienes. Implica pedir misericordia, para compartirla en las circunstancias a las que estamos llamados». Esto se lo estaba diciendo a refugiados, huérfanos, personas con discapacidad. «Las circunstancias no son una maldición, al contrario: son lo que nos habilita para ser misioneros».

Por la provocación de estas palabras, un grupo de amigos quiso acompañar a Paolo Prosperi para visitar a la gente de CL que se ha quedado en Ucrania. Entre ellos estaba Elena Mazzola, responsable de la ONG ucraniana Emaús; Natasha Davtyan, ucraniana refugiada en Milán; Marco Bernardi, visitor de Polonia; y dos universitarios. Salieron rumbo a Kiev, más alejada de la zona de guerra aunque “visitada” de vez en cuando por drones kamikazes del ejército ruso. El viaje duró dos días enteros: fueron en avión hasta Suceava, en Rumanía, y luego en autobús hasta la ciudad del Dniéper. Si no fuera por lo que había en juego, afirmar el valor de cada persona, una aventura así tendría poco sentido.
Tras visitar Kiev, les acompañaron a Bucha, localidad situada a 20 kilómetros de la capital que los rusos ocuparon en el primer mes de guerra, donde se cometieron muchos crímenes de guerra. Hablaron con varios supervivientes. Estos hechos sucedieron hace casi tres años, en el resto de Europa casi se han olvidado. La noche anterior conocieron en una cena a Vasia, un amigo de Jarkov. Le acompañaban su mujer y sus hijos pequeños. Les habló de su hermano, que vivía en el Donbás y se había enrolado como voluntario en el ejército ucraniano. «Por primera vez se le veía feliz, había encontrado su lugar en el mundo». Pero luego llegó la noticia de su desaparición. Removió cielo y tierra para encontrarlo, estaba convencido de que lo conseguiría. Pero el cuerpo de su hermano apareció hecho pedazos en una fosa común. Tuvo que someterse a unas pruebas de ADN para poder reconocer el cadáver. Y tuvo que darle la noticia a sus padres. Cuando lo cuenta es incapaz de contener las lágrimas. «Mi hermano ha dado la vida por nuestro país y yo me pregunto por qué puedo dar la mía». Sus hijos lo miran y Paolo esboza una respuesta: «Para reconstruirlo». Después de una pausa, Marco pregunta: «Para ti, ¿qué diferencia hay entre un patriota y un cristiano?». Vasia responde: «Yo soy patriota y cristiano. Creo que la tarea de los cristianos consiste en enseñar a sus hijos a vivir de otra manera. Debemos enseñarles a perdonar, de lo contrario nunca habrá paz».

Al día siguiente van a visitar a monseñor Visvaldas Kulbokas, nuncio apostólico en Kiev, para agradecerle su participación de este verano en el Meeting de Rímini y dar continuidad a la amistad que ha comenzado. La cita para la Jornada de apertura de curso es en un convento greco-católico en la periferia de la capital. Al llegar, hay una decena de personas esperando, algunas vienen desde Cherkasy o Zolotonosha, otras se conectan desde Jarkov o Jersón. Son católicos, greco-católicos, ortodoxos y hay una chica protestante. Conocieron el movimiento en tiempos de paz y ahora se enfrentan al problema de vivir la fe dentro de una guerra. Liuda se convirtió “gracias” a la guerra. Trabaja en Emaús y descubrió la excepcionalidad de la fe cuando llegó a Italia como refugiada. Cuando volvió a su país para estar con su marido, quiso ahondar en lo que había conocido.
Nada más empezar la asamblea, Paolo reconoce su inquietud. «Viniendo hacia aquí me preguntaba: ¿con qué valor puedo decir lo poco que os diga a alguien que está viviendo algo tan abismal y dramático? Ciertamente, no me puedo imaginar lo que supone ver morir a vuestros seres queridos, ver vuestras casas, vuestras vidas, devastadas por la guerra. ¿Qué puedo decir?». Y añadió: «Pero si no tengo nada que comunicaros, si mi experiencia del cristianismo no tiene nada que deciros, entonces quizá lo que vivo no sea verdadero».
Lo primero que le llamó la atención fue que, escuchando las intervenciones de Ricardo, Natasha, Lali o Liuda, lo que ponían de manifiesto era sobre todo las ocasiones o dificultades que vivían dentro de la vida de la Iglesia. «¿Cómo es posible que algunos de vosotros lloren por lo que les cuesta vivir dentro de la Iglesia más que por la destrucción que está sufriendo su país? La única respuesta razonable que se me ocurre es que para ellos no hay nada más esencial en su vida que la experiencia de Cristo, que solo se puede vivir dentro de la comunión de la Iglesia». Vuelve a su conversación con Vasia, cuando le dijo que lo que más necesita Ucrania, más aún que ganar la guerra, es tomar conciencia del valor de la persona. «Don Giussani siempre nos lo repetía. Si tuviéramos que resumir en una frase qué es lo que Cristo ha traído al mundo es, ante todo y sobre todo, esto: la revelación de la dignidad de todo ser humano». ¿Y qué método usaba para afirmar este valor? «Dios responde al drama humano, al dolor humano, no resolviendo su problema, no sacándole de su desolación, sino haciéndose presencia. Compartiendo este drama en su propia carne: haciéndose hombre. Muriendo en la cruz por mí, me desvela el amor del Padre. En cierto sentido, es mucho más que una solución “mágica”». Y añade: «La Iglesia, la compañía cristiana, es el lugar donde experimentamos esta Presencia amante. Es el signo de este amor que nos libera, porque nos desvela la dignidad de nuestra persona. Por eso la Iglesia es tan querida para nosotros, porque si Dios nos ha desvelado nuestra dignidad haciéndose hombre, a través de la carne, solo podemos crecer en la conciencia de quiénes somos gracias a esta Presencia carnal. Porque Cristo sigue estando presente a través de la carne de los suyos, de la comunión de los suyos».
El tiempo disponible no es infinito y la asamblea llega a su fin. Cada uno vuelve a su casa. Uno de los estudiantes italianos comenta: «El mayor regalo es poder estar delante de lo que podrían ser despojos de humanidad que desvelan toda su nobleza en medio de un dolor tan grande. Una humanidad así solo es posible por una compañía que se acompaña ante la pregunta: en medio de esta guerra, ¿por qué vale la pena vivir?». Elena confiesa: «Ha sido más difícil marcharse y dejar a los amigos allí que afrontar todas las dificultades necesarias para ir a verlos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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