Del 8 al 10 de noviembre, un grupo de universitarios viajaron desde Madrid y Barcelona hasta Valencia para colaborar como voluntarios en la limpieza de la zona afectada por la DANA
Con esta invitación lanzada al grupo de WhatsApp de los Universitarios de Comunión y Liberación (CLU) empezamos a preparar el viaje a Valencia: «Conmocionados por las consecuencias de la Dana, muchos de nosotros “nos sentimos empujados a ayudarles con algo nuestro” como dice Giussani en el librito El Sentido de la Caritativa refiriéndose a ello como una exigencia original y natural en el hombre. La ayuda que se pueda prestar es poca. En cambio, en la carta que ha escrito el recién estrenado CLU de Valencia, hay algo todavía más grande y necesario. Dando paladas de barro se preguntan “¿dónde hay esperanza?, ¿dónde podemos ver a Cristo?” Y relatan cómo la amistad entre ellos les sostiene y cómo Dios está utilizándola para acariciar a los que lo han perdido todo, para acompañar a los hombres como hace Cristo en la cruz. La comunidad de Valencia nos ofrece la oportunidad de que un grupo del CLU vaya a ayudar físicamente, pero sobre todo a verificar que en medio de la destrucción lo que realmente se necesitan son hombres y mujeres que vengan “del Cielo”. Por ahora solo pueden acoger a 35 personas. Interesados enviad un mensaje a Raba».
Pasada una hora, el teléfono de Raba para apuntarse estaba colapsado y tuvimos que mandar otro mensaje pidiendo que dejasen de escribir. Rápidamente se forma un grupo de 35 personas, integrado por los primeros que habían escrito. Un grupo tan dispar que, en la quedada para salir desde la Complutense hacia Valencia, tuvimos que presentarnos. Muchos de ellos son del primer curso de universidad, de distintas procedencias y carreras; una se lo dice a su hermano; otro llena el coche con sus amigos de clase; se unen dos jóvenes trabajadores, etc.
La odisea de conseguir el material. Los del CLU de Valencia nos mandan una lista del material que teníamos que llevar para limpiar y para protegernos (palas, escobones, haraganes, cubos, guantes, botas…). Comienza una carrera desenfrenada por conseguir todo y nos encontramos con que las típicas grandes tiendas están esquilmadas. Cuando llegamos a las zonas afectadas por la DANA entendemos por qué no queda un par de botas de agua en todo Madrid: las donaciones de tanta gente es uno de los aspectos que nos ha sobrecogido.
La acogida. Todo está organizado para nosotros en Valencia. Nos acogen las familias del movimiento en sus casas, nos esperan con la cena y las camas hechas, hacen bocadillos para el día siguiente, compran pizzas para la cena conjunta del sábado. Y el domingo más de lo mismo. Esta experiencia de reconocerse como en casa con personas del movimiento que no conoces ya la había experimentado antes viajando a otros países por trabajo. Es impresionante reconocerse parte los unos de los otros sin tener apenas trato porque Cristo ha hecho de nosotros una sola cosa, poniéndonos en el mismo camino.
Sábado por la mañana: quedada a las 8.30h en la parroquia Nuestra Señora de Gracia, al inicio de la zona afectada en La Torre, una pedanía de Valencia, para empezar juntos. Lo primero que llama la atención es que el cauce del río separa literalmente la normalidad de la devastación. Al cruzar el puente desde la ciudad de Valencia todo cambia. Al pisar el barrio de La Torre entras en la primera zona arrasada: todo está lleno de barro, coches destrozados, electrodomésticos y toda clase de utensilios domésticos convertidos en chatarra. ¿Cómo es posible un daño tan brutal por un cauce que se desborda? Pau nos lo explica (ver box aquí abajo).
En la plaza delante de la parroquia nos esperaban los del CLU de Valencia. Lalo nos lee una cita de Luigi Giussani: «El verdadero protagonista de la historia es el mendigo: Cristo, mendigo del corazón del hombre, y el corazón del hombre, mendigo de Cristo». Nos provoca a que cuidemos la postura de mendigo para poder reconocer al Señor sin saber a priori dónde se nos va a mostrar, a que ofrezcamos nuestro trabajo sin tener la preocupación de resolver todos los problemas, y a que dejemos que sea Él el que actúe en nosotros. Rezamos y nos ponemos en marcha caminando con nuestras botas de agua 45 minutos hacia nuestro destino de trabajo en Alfafar.
Las donaciones. Las calles están llenas de puestos de material de limpieza, ropa, comida, muchísima agua embotellada... Ha llegado un torrente de generosidad de todas las ciudades de España. Cada 200 metros hay puestos. Puedes cruzar el puente vestido de domingo y según vas andando, te ofrecen EPIS, guantes, gel, mascarilla, botas… Las donaciones son infinitas. Entendemos el desabastecimiento de Madrid. Es especialmente llamativo ver todas las parroquias abiertas convertidas en lugares de almacenamiento de donaciones. No es evidente disponer de este cauce universal donde llega la ayuda que luego uno puede entregar.
Los vecinos afectados. Ya por las calles nos paramos a hablar con los vecinos mayores que miran todo el bullicio desde sus portales o balcones. Los jóvenes y personas de mediana edad están ayudando a limpiar. Impacta muchísimo encontrar a personas que lo han perdido casi todo pero que no están desesperadas, contrariamente a lo que cabría esperar. Se ayudan entre ellos y facilitan la tarea de los voluntarios. Lo primero que uno se pregunta es cómo es posible que tengan esperanza. Por la noche Paola comenta que le ha impresionado la alegría y la serenidad de las personas del barrio, habiendo perdido muchos de ellos su casa. Cree que es la compañía y la ayuda de vecinos y voluntarios lo que permite esa serenidad. Se sienten muy abandonados por los políticos, pero están muy agradecidos a los voluntarios. Hay carteles de agradecimiento pegados en las ventanas. Una abuela llora conmocionada al vernos pasar, no le salen las palabras, solo gestos de cariño y agradecimiento. Otro abuelo nos habla de la asistencia ininterrumpida que le ha ofrecido la gente joven; una señora nos enseña fotos de los destrozos en su portal mientras nos cuenta que había dado cobijo a cinco personas desconocidas en su casa la noche de las inundaciones. Nos aplauden por las calles. Hablan maravillas de “la juventud de España”.
Los voluntarios. Por las calles te cruzas con hordas de voluntarios. En algunas calles, entre la cantidad de gente y los vehículos de bomberos, policía, poceros y militares, es imposible caminar bien. A Juan le impresiona la comunión que se percibe, tanto entre nosotros como con los otros voluntarios y vecinos. Hemos podido comprobar que “la vida es para darla”, como aprendemos en la caritativa. Esta es nuestra exigencia y la de todos, y por ello nos reconocemos unidos.
La tentación de la eficiencia. Nos asignan tareas de limpieza en dos sitios distintos de Alfafar: un grupo se va a un colegio y otro a un taller, cedido por unos vecinos como almacén para proveer a las personas del barrio de las cosas básicas. Después de dos horas, los del segundo grupo habíamos terminado de limpiar el taller y nos dimos cuenta de que, en la misma manzana, todos los garajes y portales estaban igualmente arrasados. En un portal, conocimos a cuatro señoras de mediana edad y una quinta de otro barrio, que querían limpiar su acera de lodo y no sabían por dónde empezar. Entonces los del taller nos dejaron su Kärcher, máquina de agua a alta presión, la joya de la corona en una situación como esta. Estuvimos 30 minutos intentando conseguir las piezas necesarias para conectarla con el grifo del portal.
Mientras tanto, tirábamos cubos de agua para deshacer el lodo, y lo empujábamos con los escobones hasta las alcantarillas atascadas, o bien lo quitábamos a paladas y vaciábamos los capazos de lodo en el montón más cercano de escombros, a 50 metros. A los cinco minutos de tener la máquina en funcionamiento, y en el colmo del entusiasmo por la eficacia que estábamos consiguiendo, Gema nos avisa de que nos teníamos que ir porque habíamos quedado a comer con todo el grupo en el colegio donde el resto estaba limpiando. Algunos universitarios se querían quedar. Decían: «nos necesitan». Pero Gema insistía en que teníamos que ir juntos y que otros ya acabarían lo que habíamos empezado nosotros en ese portal. Entonces Fer pregunta si no nos estamos saltando algo, al dejar a estas señoras sin ayuda para favorecer nuestro estar juntos. Una y otra vez volvíamos a recuperar la razón por la que habíamos venido. El horizonte de nuestro trabajo era que el Señor mismo pudiera acompañar a esta gente a través de nosotros. Nuestro objetivo no era la eficiencia, acabar el trabajo. Ni siquiera era nuestro el trabajo que realizamos. Habíamos venido a ofrecernos, para que el Señor se hiciera presente en medio de nosotros y acompañe a todos, y para eso teníamos que estar juntos.
Cuando volvíamos, agotados después de todo el día de trabajo, Cinta, antes de cruzar el puente hacia la zona limpia, se gira para hacer una foto del atardecer rojizo. En realidad, la belleza no nos ha abandonado durante todo el día; basta con hablar con algún valenciano afectado, ver la disposición de los voluntarios o mirar el verde de las copas de los árboles. A nuestros pies, sin embargo, absolutamente todo está lleno de barro.
Qué es una DANA y por qué no afectó a Valencia ciudad y sí a los pueblos de la huerta sur
El pasado 29 de octubre la provincia de Valencia quedó asolada por las inundaciones causadas por la DANA, generando una gran dicotomía entre la ciudad de Valencia y los pueblos que la rodean desde el sur (huerta sur). Mientras que estos pueblos habían quedado devastados por el paso del agua, Valencia ciudad no se había visto en absoluto afectada a pesar de estar unida a esta zona. ¿Qué es exactamente este fenómeno meteorológico y qué condiciones han permitido que la ciudad no se vea afectada? Una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) es un fenómeno meteorológico caracterizado por una masa de aire frío que se separa de la corriente en chorro en niveles altos de la atmósfera. Al quedar aislada, esta masa de aire frío interactúa con aire más cálido y húmedo en capas bajas, generando una fuerte inestabilidad atmosférica. Esta situación puede provocar lluvias intensas, tormentas eléctricas, granizo y, en algunos casos, inundaciones, especialmente en regiones mediterráneas. Aunque es un fenómeno natural, sus efectos pueden ser exacerbados por el cambio climático y la urbanización descontrolada, lo que aumenta su impacto en las áreas afectadas. Por otro lado, para comprender por qué la ciudad de Valencia no se ha visto afectada en este desastre debemos remontarnos a la historia.
Debido a su situación geográfica, siendo una ciudad muy llana, y al estar atravesada por el cauce del río Turia, Valencia se convierte en una zona con un riesgo alto de inundaciones. Hace 70 años, en 1957, después de un episodio de lluvias intensas, se desbordó el río Turia en su desembocadura con el mar, es decir, en la ciudad de Valencia. Este suceso se conoce como la Gran Riada de 1957. La gran cantidad de pérdidas humanas (81 fallecidos) y materiales fue motivo suficiente para poner en marcha el “plan sur”. Este consistía en construir un nuevo cauce que rodease la ciudad en vez de atravesarla para evitar que futuras inundaciones la afectasen (ver mapa).
Que hayan sufrido inundaciones los pueblos afectados no se debe al desbordamiento del nuevo cauce, construido en 1969, sino al desbordamiento del Barranco del Poyo que pasa por el centro de Aldaia, Picanya, Paiporta, Catarroja, Massanassa, y desemboca en la Albufera. Este barranco también se desbordó en 1957, pero en ese momento no había tantas fincas como ahora y solo se mejoró una pequeña zona en Catarroja. De esta forma, el nuevo cauce ha evitado que las inundaciones se extiendan a la ciudad de Valencia, pero no a lo largo de la zona donde están los pueblos afectados por los que pasa el barranco. En la imagen se puede observar cómo la rambla atraviesa la zona geográfica de la huerta sur, mientras que el cauce al sur de la ciudad de Valencia funciona a modo de barrera geográfica evitando el paso del agua y aislando a la urbe.
Pau, Valencia
Un horizonte a la altura del deseo
El fin de semana del 8 al 10 de noviembre vinieron a Valencia más de 30 universitarios, de Madrid –la mayor parte– y de Barcelona, para ayudar a los afectados por la DANA. Los acompañaron Juan Guerrero, visitor de Valencia, y Elena Navarro, profesora de Físicas en la Universidad Complutense de Madrid. Desde que supimos al inicio de la semana por nuestro grupo de universitarios que muchos amigos querían venir a ayudar, entendimos que la propuesta no podía ser solo “quitar barro”, sino que debía tener un horizonte a la altura del deseo de cada uno, de los que venían y del nuestro. Y el horizonte era verificar que Cristo está, en primer lugar, en esta compañía. Y si está en esta compañía, entonces abres tu casa a estos amigos que aún no conoces, pero que sabes que van a ser un bien para ti. Y eso es lo que pasó. De la noche a la mañana aparecieron 35 camas para que ninguno de los que venían tuviera que dormir en el suelo. Les preparamos los bocatas del sábado, y además pensamos dónde podíamos cenar el sábado los 60 que éramos en total, para contarnos cómo había ido el día y acabar juntos cantando. Todo porque estos amigos que no conocíamos tenían el deseo de verificar que la vida se gana cuando la das por Otro.
El sábado me impresionaron dos cosas. Ya era la segunda vez que iba y el paisaje de la devastación no era una novedad. La primera es ver que la necesidad de dar, de ayudar, está inscrita en el corazón de todos, pero que los cristianos tenemos un cauce para que esta necesidad se exprese, que es la Iglesia y, para nosotros, el movimiento. Somos realmente un pueblo que se mueve. También me ha impresionado que el grupo de chavales que ha venido era muy heterogéneo, muchos no se conocían entre ellos y varios no estaban en el CLU, pero justamente estos últimos eran los que más agradecían poder venir a Valencia con esta compañía. Un pueblo que va, hace, ayuda juntos pero donde caben todos.
La segunda ha sido aprender que nosotros no salvamos a nadie, que no está a la altura de la dignidad de esas personas el pensar “aquí estamos nosotros, los chicos buenos que venimos a ayudaros”, sino que lo único que podemos hacer es acercarnos a ellos con la actitud que describían los chicos del CLU en su carta: «nos puede parecer que nuestra ayuda es poca, pero eso cambia cuando uno se da cuenta de que el gesto es mucho más grande que barrer una calle o sacar muebles de una casa. (…) Ahí descubrimos que uno es instrumento en manos de Otro y todo lo que tiene que hacer es entregarlo todo y Dios construirá con eso».
Gema, Valencia
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Raba. Iba a Valencia con una gran provocación que partía de la carta que enviaban los amigos del CLU de allí, ¿dónde hay esperanza?, ¿dónde podemos ver a Cristo? Y con ganas de ver con mis propios ojos y experimentar en primera persona si lo que decían en la carta era cierto.
A la vuelta puedo asegurar que todo lo que he visto allí ha sido esperanza, la he visto en la unidad de los voluntarios, en los aplausos de la gente de Alfafar cuando pasábamos en grupo llenos de barro, en la generosidad de la gente que lo ha perdido todo. Nos decía un señor: «lo hemos perdido todo, pero cerveza no», y nos la daba. Lo único que tenía nos lo regalaba a nosotros con lágrimas en los ojos. He visto esta esperanza en el abrazo que me daba la hija de unos amigos míos de Alfafar. Al verme entrar por la puerta rompía a llorar y me abrazaba, ahí es donde más he sentido que ayudaba, no quitando barro, ni limpiando el colegio, sino llevando el abrazo del Señor a estos amigos que tanto han perdido. Veía esta esperanza en la avalancha de mensajes pidiendo ir con nosotros a Valencia a ayudar, en la generosidad de la comunidad de Valencia, en los adultos y los amigos del CLU al acogernos en sus familias y abrirnos sus casas. He visto esta esperanza en unos voluntarios de Senegal que ayudaban cantando y alegrando a toda la gente. Y he visto esta esperanza en el precioso atardecer que se nos regalaba cuando volvíamos después de ayudar todo el día y de andar una hora de ida y otra de vuelta a Alfafar. Con los pies reventados por las botas, las manos magulladas por la escoba, y llenos de barro hasta el pelo, solo he sido capaz de ver esperanza. Mientras andábamos por las calles, me encontré una nevera llena de barro con unos cuantos imanes y una estampa de un Cristo que tenía escrito debajo: «Tu corazón roto por mí, Señor, es una puerta abierta hacia la eternidad». Dios sufre con nosotros, con la gente de Valencia, pero he sido capaz de ver entre tantos corazones rotos una puerta abierta hacia la eternidad, hacia ti, Señor.
Nada de este fin de semana ha sido en vano, puede que nuestro trabajo allí no haya sido una gran ayuda, no sabemos si el colegio en el que estuvimos toda la mañana limpiando acabarán derruyéndolo por el estado de los cimientos, pero vuelvo a Madrid cierto de que es algo más grande lo que está moviendo el corazón de los miles de voluntarios en Valencia y que puedo gritar más fuerte, como decía la carta de mis amigos del CLU de Valencia, que Cristo es la única respuesta.
Gracias a toda la gente que me ha ayudado este fin de semana a planificar, a todos los que os habéis apuntado, y sobre todo a la comunidad de Valencia por acogernos, y a los amigos del CLU, estoy encantado de acompañar a una comunidad donde cada vez que voy se me da todo, y allí donde se te da todo uno vuelve y se pega, y gracias a que se me ha dado todo, soy capaz de darlo todo.
Pedro. Me cuesta plasmar en palabras cómo me siento tras haber pasado un fin de semana inolvidable. Desde el comienzo de la tragedia, he estado perturbado e impotente viendo cómo una riada era capaz de destrozar en cuestión de segundos la vida, las familias y las casas de cientos de personas. Esta perturbación, esos rostros de miedo, ese dolor es algo que me ha acompañado estos días y que me ha planteado muchas preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué ante la catástrofe quedamos indefensos? ¿Por qué la injusticia? Y lo más importante, ¿dónde está Dios? Dios, el Señor, nuestro Creador, parece ausente ante el mal más cruel. «¿Padre, por qué me has abandonado?», clamaba Jesús en la cruz. Una pregunta que podemos hacer ahora presente. ¿Padre, por qué los has abandonado?
Ante esta ausencia de respuesta por este gran misterio no sentía paz en mí, había una oscuridad que lo invadía todo y que parecía eterna ante la ausencia de auxilio a estas personas, el Bien estaba ausente y no quedaba espacio para la esperanza. Esa semana yo no podía vivir mis días con normalidad, por alguna extraña razón me sentía atado a estas personas totalmente desconocidas para mí. Mi corazón me impulsaba a hacer algo, a ponerme en acción. Primero doné y luego quise ayudar a cargar vehículos rumbo a Valencia, pero nada parecía suficiente. Quería más y nada parecía suficiente.
De pronto, llegó la oportunidad de ir a Valencia gracias a un grupo de jóvenes del CLU que salían de Madrid para embarcarse de forma inesperada hacia una tierra golpeada. Fue un auténtico regalo, teniendo en cuenta que yo no formaba parte de ese grupo y no conocía a prácticamente nadie de aquellas personas con las que me embarcaba en este viaje. Sin embargo, desde un primer momento noté algo que nos unía firmemente a todos los que íbamos: un corazón inquieto en busca de respuestas y de ser uno con el otro, el pueblo golpeado, el pueblo valenciano.
Esta experiencia ha sido ante todo una experiencia de amor y una oda a la esperanza. Prueba de ello es el intenso cariño con que nos recibieron las familias del movimiento. Acoger en tu casa y dar un trato de amistad a completos desconocidos no es normal, es algo que solo se explica por una Presencia común a todos nosotros y que se exterioriza en acciones extraordinarias como estas. Pude ver el amor y la esperanza incluso al llegar allí, a Alfafar. Debo decir que esperaba encontrarme perturbado e impactado ante lo que allí había de ver, sin embargo, desde el primer momento en que llegué sentí una extraña serenidad, una serenidad no ajena o impasible ante lo que veía, era más bien una conciencia en calma. Creo firmemente que Dios era esa calma y que ha estado, está y estará presente siempre en Alfafar y el resto de los municipios afectados por esta tragedia. Dios estaba encarnado en un ejército venido de toda España, en miles de bomberos, en cientos de policías que venían desde las más pequeñas localidades a las más grandes ciudades, y en voluntarios, personas de toda condición venidas de toda España que, creyentes o no, venían movidas por un corazón inquieto, el espíritu de Dios.
Creo que Valencia es el ejemplo de que Dios es discreto, pero a la vez excepcional. Es discreto porque no es estridente, no necesita fuegos artificiales para manifestarse, pero a la vez está muy lejos de actuar de forma ordinaria. No es normal que todos los que estuviéramos allí sintiéramos amor por unas personas que lo habían perdido todo, como también por el resto de personas que siendo desconocidas trabajábamos y nos tratábamos con una complicidad y una familiaridad extraordinarias.
Allí, en medio del barro, entendí que no estaba ahí solo para quitar barro con palas y escobas, sino para dar y recibir el amor de Dios en cada movimiento que hacía con mi pala y con mi escoba. Lo importante no era terminar las tareas porque eso era realmente inabarcable, incluso para los cientos de personas allí congregadas desde primera hora de la mañana. Lo importante, lo verdaderamente trascendental era poner nuestro corazón en ese esfuerzo físico. El ser humano no es un ser mecánico o un robot que ejecuta por inercia sus acciones, todo está dotado de un significado. Para los afortunados que lo hemos descubierto, ese significado es Dios. Todos estábamos allí por esa razón, para responder a la pregunta: ¿dónde está Dios en Valencia? Y la respuesta no podía ser más clara: soy Yo en vosotros, soy Yo en cada barro quitado de las casas y colegios, soy Yo el que conduce las grúas que despejan el camino, soy Yo el que da la esperanza en medio de la desesperanza, soy Yo quien vence al mal. Escribiendo estas líneas me doy cuenta de que en Valencia he visto a Dios y he sido testigo de algo excepcional. Por eso puedo decir con rotundidad que vuelvo con un corazón que se ha liberado de esa inquietud inicial, un corazón esperanzado y agradecido. Ahora sé que el mal no ha triunfado en Valencia. El Señor está en Valencia, el Señor está en nosotros.
Cinta. Sin tener la inquietud gigante por ayudar que tienen otros amigos, un amigo me propuso ir a Valencia y fui. No tenía ni idea de la magnitud del desastre. Era cruzar el puente y todo destrucción, suciedad y caos. Cada rincón con montones de escombros. Tantos que te acostumbras a ver pilas de coches llenos de barro. Hay mucho trabajo, para meses o años.
De la mano de nuestros amigos de allí fuimos el sábado a quitar barro en Alfafar. Nos pusimos a limpiar un colegio, que podría haber sido el colegio donde yo trabajo. Mientras limpiábamos la cocina, pensaba: me han educado para esto. Me alegraba ser fuerte, resistente, saber limpiar, aguantar lo que sea para poder ayudar más ahora. Tenía miedo de no ser útil y me alegraba.
Por la tarde fuimos a otra parte del pueblo y nos pusimos a limpiar un gran almacén. Allí el trabajo fue mucho menos útil y pensaba: ¿pero quién va a notar lo que he hecho? Esa falta de eficacia y de conciencia me dejó triste.
Hablando con Elena me contó su motivo para venir, que no era principalmente limpiar barro, sino acompañar a la gente y llevarles a Cristo, verificar que no estaban desesperados. Me dijo que no era cuestión de eficacia, pues todo lo que hacíamos no era nuestro. Nosotros no podíamos solucionar la vida de esta gente. Otro vendría y acabaría lo que habíamos empezado. Entonces me di cuenta de que me estaba mirando más a mí que a la gente o su necesidad. Por eso, cuando vi a un hombre limpiando las botas de los voluntarios, me paré a hablar con él. Tenía cinco voluntarios durmiendo en su casa y ¡le urgía más limpiar mis botas que un trozo más de calle!
Me voy de Valencia con ganas de volver, no para acabar la tarea sino para seguir aprendiendo de la humanidad, unidad y solidaridad que se respira al otro lado del puente. Curiosamente me voy agradecida de tener amigos que me llevan a la realidad, me corrigen y me recuerdan lo importante. Ha sido necesario ir allí, ver la magnitud de las inundaciones, ver esos rostros para empatizar de verdad y hacer mío su dolor.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón