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Huellas N.10, Noviembre 2024

PRIMER PLANO

El mayor aventurero de la historia

Javier Andreo

Los bachilleres han empezado este curso mirando a san Francisco Javier, patrón de las misiones. ¿Qué nos puede decir la vida de este hombre del siglo XVI a nosotros, hombres del siglo XXI?

El fin de semana del 20 al 22 de septiembre tuvo lugar el inicio de curso de bachilleres en España. Este año decidimos empezar juntos haciendo una peregrinación a Javier, no solo por el bien que es peregrinar juntos y llevar las peticiones que cada uno tiene en el corazón, sino también para poder mirar a esta figura tan importante en la historia de la Iglesia: san Francisco Javier, patrón de las misiones.
Pero, ¿qué nos puede decir la vida de este hombre del siglo XVI a nosotros, hombres del siglo XXI? Esto es lo que quisimos poner delante de todos esos días.
En primer lugar, podemos ver en él a un hombre de altas aspiraciones, un corazón vivo y peleón. Podríamos relatar la biografía de su corazón, cómo fue buscando intensamente su cumplimiento allí donde el mundo se lo ofrecía: título nobiliario, éxitos deportivos, reconocimiento académico, etc. Con orgullo navarro, siempre apuntando a lo mejor, se instaló en París con 19 años para estudiar en la Sorbona. Allí prosiguió su búsqueda, hasta que un día escuchó una frase inesperada de un personaje inesperado, otro estudiante español con apariencia de mendigo y 15 años mayor que él: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de sí?». Estas palabras de Jesús le llegaron a Javier a través de Ignacio de Loyola, y le traspasaron de arriba abajo. En el encuentro con Ignacio, Javier intuyó una vida mucho más grande y plena que todas las que había soñado. Cuánto podemos aprender de ese corazón inquieto y sencillo de Javier que le permitió reconocer lo verdadera que era esa vida que tenía delante y decidir seguirla con todo su ser. Con su intensidad habitual, apostó todo por esa carta ganadora: Jesucristo.
Renunció a todos los proyectos que tenía para seguir este nuevo Amor. Mejor dicho, en él encontró el verdadero cumplimiento del deseo que latía detrás de todos sus proyectos: una vida grande. Aquí salta una chispa que incendiará el mundo entero…
En segundo lugar, es conmovedor mirar al grupo de amigos que surgió en esos años en torno a Ignacio. Varios compañeros vivieron lo mismo que Javier y se hicieron amigos por un solo motivo: ayudarse a seguir ese Amor. Es el origen de la Compañía de Jesús. En ellos se ve con claridad que la amistad no es solo una “ayuda” para vivir la fe, sino el vehículo por medio del cual les ha llegado Dios hecho carne. Por eso ellos no están solo agradecidos por la compañía (como puedes agradecer a un mensajero la carta entregada antes de despedirlo), ellos comprenden que la fe se juega en la relación entre ellos. Es el encuentro lo que sienta las bases de la compañía cristiana.

Es imponente pensar en Javier, años después, de misión en la otra parte del mundo, escribiéndoles cartas para saber cómo están. Así se lo pide expresamente a Ignacio en una carta escrita desde la India el mismo año de su muerte: «Grande consolación sería para mí si vuestra santa caridad le encargase a alguna persona de casa que me escribiese largamente sobre las novedades de todos los padres que venimos de París». Han pasado casi 20 años desde que hicieron juntos sus votos en París y lleva más de 10 años de misión sin ver a ninguno de ellos… En sus andanzas misioneras Javier llevaba colgada del cuello una bolsita con las firmas de sus amigos que había recortado de sus cartas. No es un recuerdo ñoño. Pensar en sus amigos le hacía volver a pensar en la verdad de su vida.
En otra carta relata el miedo vivido en una imponente tormenta de tres días y tres noches cuando estaban en alta mar. En el momento de mayor fuerza de la tormenta, cuando el resto de tripulantes del barco lloraban por sus vidas, Javier empezó a encomendarse a sus amigos de la Compañía, los que seguían vivos y los que ya habían muerto, y a partir de ellos, a la Iglesia entera. «Finalmente, puesta toda mi esperanza en los infinitísimos merecimientos de la muerte y pasión de Jesucristo nuestro Redentor y Señor, con todos estos favores y ayudas [me hallé grandemente] consolado en esta tormenta, tal vez más de lo que fui después de ser libre de ella. Hallar un grandísimo pecador lágrimas de placer y consolación en tanta tribulación, para mí, cuando me acuerdo, es una muy grande confusión; y así rogaba a Dios nuestro Señor en esta tormenta que, si de esta me librase, no fuese sino para entrar en otras tan grandes o mayores, que fuesen de mayor servicio suyo».
Los años y kilómetros de distancia son superados: la fuerza de esta amistad está en que le devuelve a la relación con el Padre, y por ello sigue siendo compañía y sostén en medio de las grandes dificultades.
Queda por mencionar otro aspecto muy valioso que nos testimonia la vida de Javier: la misión. Siete años después de empezar la Compañía, nuestro santo parte hacia las Indias, y muere tras 11 años llenos de interminables viajes por todas las Indias y las Molucas, habiendo introducido el cristianismo en Japón y preparando el desembarco en China. Sin embargo, no debemos fijarnos solo en los frutos de su misión (realmente excepcionales, como los miles y miles de bautizados o las comunidades fundadas en Japón, tierra donde no había llegado la fe antes de que llegara él), sino en aquello que le movía. No se trataba de un “ímpetu temperamental”.
Estaba todo en el origen: el encuentro vivido en París y la compañía que surgió en torno a él tenían dentro el horizonte del mundo entero. Haber encontrado el Amor más grande de la vida implicaba el deseo de que todos pudieran conocer ese Amor. Y, por lo tanto, ser amigos significaba ser para el mundo. No era una amistad para estar “a gustito” entre ellos, sino para incendiar cada esquina del mundo… allí donde eran llamados. A Ignacio le “tocó” quedarse en Roma, a Javier le “tocó” ir a la otra parte del mundo. Misma llamada, distintos lugares.
Desde esta perspectiva debemos imaginar la última conversación en persona entre los dos santos. El rey de Portugal había pedido urgentemente a Ignacio misioneros para las Indias Orientales. El santo de Loyola piensa en dos de sus compañeros, pero uno enferma y no puede partir. La urgencia de los portugueses le lleva a pedírselo a su compatriota Javier, en una conversación de este tipo: “Hace falta alguien para ir a las Indias. ¿Vas tú? Partís mañana”. Al día siguiente parte Javier, sabiendo que con toda probabilidad no volverá a ver a este amigo que ha sido su padre en la tierra.
Lleno de tristeza por la despedida, pero cierto y alegre por poder servir a la Gloria de Dios.

¿Qué hace posible una amistad así? Otro gran misionero, san Pablo, lo dice así: «El que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Es lo que expresa Javier al final de una carta que envía desde la India a sus compañeros en Roma: «Así ceso rogando a Dios nuestro Señor, que, pues nos juntó en su santa Compañía en esta tan trabajosa vida por su santa misericordia, nos junte en la gloriosa compañía suya del cielo, pues en esta vida tan apartados unos de otros andamos por su amor».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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