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Huellas N.10, Noviembre 2024

BREVES

Cartas

Llena de Él
Soy enfermera en cuidados paliativos y hoy, al entrar en la habitación de Emilio a colocar unas cosas en su armario, he encontrado escondido el crucifijo de su habitación. El día del ingreso su hija lo había quitado de la pared. Al verlo dentro del armario me ha dolido el corazón y me parece impresionante que haya nacido en mí este dolor, porque habla de un amor real por Jesús. Es como si aquella hija, quitando el crucifijo, se hubiese convertido en un soldado más que se burlaba de Jesús mientras entregaba su vida por todos. Ahora no era Jesús sino yo la que viendo ahí escondido el crucifijo decía «perdónala porque no sabe lo que hace».
Al rato ha llegado y como su padre está tan malito he tenido que entrar en varias ocasiones a la habitación.
Al final del turno, se ha acercado a mí y con los ojos empañados me ha dicho: «gracias por la forma en la que le estás cuidando». Me ha parecido espectacular porque no me daba las gracias por cuidarle sino por mi forma de hacerlo. Al salir solo pensaba: si esta mujer supiera que esta forma de cuidar a su madre y que tanto le conmueve es gracias al Mismo al que ha escondido en el armario… Porque así era; si yo hoy podía cuidar así a su padre no era por otra cosa que por cómo el pueblo de Dios, a través del movimiento, con sus propuestas y la gente que lo conforma, me ha educado y moldeado.
En ese momento se me han hecho evidente dos cosas:
1. Cómo es el Señor y su misericordia que aun habiendo sido literalmente repudiado por esta mujer le pone a una enfermera llena de Él para acompañarla de esta manera tan correspondiente y que tanto agradece. Es decir, que el amor del Señor por cada uno de nosotros es y no deja de ser nunca. Hagamos lo que hagamos y aunque no nos demos cuenta.
2. Que la realidad habla por sí sola y que a Cristo se le puede repudiar como idea o como teoría, pero cuando se hace carne (como en este caso a través de mi cuidado) –seas o no consciente de Él– es imposible que no emerja un agradecimiento hasta las lágrimas como el de esta mujer. Y esto es un hecho. Que la misma mujer que ante la imagen de Jesús en la cruz se llenaba de desprecio hace unos días, hoy ante su amor encarnado se conmovía por entera.
Ana, Madrid

La gran aventura de vivir
Queridos amigos, os escribo estas reflexiones desde mi habitación, no desde mi celda. Porque el sentimiento de estar encerrado y solo lo he tenido más veces estando fuera que ahora dentro de estas cuatro paredes. Aquí he podido darme cuenta de que el mundo que nos rodea (en el que vivimos) es egoísta, materialista, individualista y corrupto. Sin un ápice de humanidad ni de amor, llegando a no dejarte pensar con claridad y elegir tu verdadero camino hacia la fe. Que, aunque a veces sea bastante tortuoso y lleno de obstáculos, también tiene sus satisfacciones maravillosas.
Estando en la cárcel descubrí a Comunión y Liberación y gracias a ellos encontré esa libertad que tanto añoraba: sentir la paz y amor en mi interior y dejarme guiar por un grupo de maravillosos ángeles, si no me he confundido de ángeles. Os estoy escribiendo mis más sinceros sentimientos, con el corazón en la mano izquierda, el bolígrafo en la derecha y con nuestro Señor en el alma. Os invito a todos vosotros a tener un momento de reflexión y escuchar a vuestro corazón, y valorar cómo queréis vivir: si en una jaula de oro o libres, caminando junto a Jesús, descubriendo lo bella que es la vida, disfrutando de los colores y olores, las sonrisas, el amor y la comprensión que nos han sido regalados. Sé que esta empresa es difícil, os lo digo por experiencia propia, ya que yo estaba muy perdido y creedme cuando os digo que fue una tarea nada fácil, muy meditada y meticulosa, pero con una meta maravillosa. La gran aventura de vivir.
Solo le pido a Dios que llene de fuerza al gran equipo de CL para que siga despertando almas de ese letargo, frío y oscuro. Que Dios os bendiga.
Carta firmada

De ellos es el reino de los cielos
«Los niños son criaturas nuevas. Ellos también, ellos sobre todo, ellos los primeros toman el cielo por la fuerza» (C. Péguy, El misterio de los santos inocentes).
Tengo 59 años y, desde hace siete años, soy abuela. Mi nieto mayor tiene 7 años, le sigue su hermana de 4 años y las gemelas con 11 meses. Además, viene otro nieto especialmente deseado. Cuando tuve a mi nieto por primerísima vez en brazos, en el hospital, al lado de mi hija, grité en silencio al Señor: «¡Dios mío, que nunca se me olvide esto, por favor, que las cosas se nos van olvidando. ¡Esto no!».
Los que sois abuelos lo entendéis: en ese momento lo que no quería olvidar era el asombro, la sorpresa, el ensanche de corazón, ese niño tan real y tan lejos de lo que habían sido nueve meses de mi imaginación, ver a mi hija madre, la alegría, el agradecimiento… Todo en magnitudes poco usuales en mí.
Se parece un poco a ser madre. Cuando nació nuestra primera hija y ya estábamos en casa, recuerdo que de repente dejaba de hacer las cosas que estaba haciendo por la imperiosa necesidad de ir a verla en su cuna.
Es que “no me lo podía creer” y tenía que verla con mis propios ojos. Hasta hoy. Hasta hoy que he leído El misterio de los santos inocentes de Péguy. Y me acabo de dar cuenta de una cosa: que durante siete años he estado pensándome como abuela desde mí, desde mis sentimientos, mis pensamientos, mis observaciones, mis conductas, mi afecto… Y justamente, claro que sí. Hasta hoy. Hasta hoy que he leído a Péguy. Porque hoy me he dado cuenta de que soy abuela porque ellos existen. Parece de Perogrullo, sí, simple, evidente, sabido; pero no. Con Péguy, hoy he comprendido que el punto sobre «qué se siente» no soy yo, el punto son ellos:
«Cuando una palabra infantil
Cae
En el fárrago cotidiano,
En el ruido cotidiano,
En el recogimiento repentino
De la mesa de familia.
Vosotros, hombres y mujeres sentados a esa mesa, de
repente, agachando la cabeza, oís pasar
A vuestra antigua alma».
El ser abuela, ya puedo decir, es un momento vital muy especial porque cuando estoy con ellos mi alma se limpia y me quiero más.
Mercedes, Madrid

Todo es respuesta a Otro que me llama
Desde hace unos meses, me acompañan unas palabras del profeta Jeremías que un gran amigo me envió cuando vine a Uganda: «Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar y cambiaré vuestra suerte». Cuando lo leí por primera vez me sobresalté. «Me encontraréis», porque él no se esconde, al contrario, quiere que lo encuentre todos los días. Lo reconozco sobre todo con mis compañeros.
Gracias a su presencia, me descubro deseada y salvada, y entonces todo consiste en responder a Otro que me llama. Como me pasa con Violah, una de mis compañeras preferidas, que todas las mañanas me espera con una taza de té caliente y con una sonrisa, diciendo: «Buenos días, ¿vienes preparada para descubrir algo bonito y nuevo hoy?». Esta pequeña caricia matutina se ha convertido en una invitación a caminar juntas, descubriendo todo lo que nos tiene reservado cada jornada. Dios me busca sin tregua y veo en mí un deseo ardiente de dejarme hacer y amar incondicionalmente. Me doy cuenta de que no quiero perderme nada cuando tengo la mirada puesta en Alguien que es más grande que nosotros. Soy feliz, aunque la situación aquí es dura y a menudo me deja sin aliento. A veces me descubro sencillamente mirando y escuchando, sin hacer nada, pero veo que justo ahí sucede la gran novedad: dejar entrar la Presencia que llena de sentido y de gusto mis jornadas. Junto a estos rostros que se me ponen al lado, empiezo cada día con curiosidad por entrar en un diálogo constante con Él.
Está sucediendo algo que está cambiando mi corazón. Está naciendo en mí la petición de una disponibilidad infinita para dar la vida.
Chiara, Uganda

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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