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Huellas N.03, Mayo 1996

CULTURA

La música no ha terminado

Pippo Molino

Escuchando la sinfonía de los salmos de Stravinsky

Igor Stravinsky (proximidades de San Petroburgo, 1882-Nueva York, 1971) es, sin duda alguna, una presencia imponente, cuyas obras se pueden escuchar incluso sin ser especialistas. Decía en su Poética de la música: «Estoy convencido de que el público, con su espontaneidad, se muestra siempre más sincero que aquellos que se erigen profesionalmente en jueces de las obras de arte», confirmando así la necesaria correspondencia entre la música verdadera y la comunicación con el público. Estas reflexiones han surgido al volver a escuchar una de las obras maestras del compositor ruso, la Sinfonía de los salmos, compuesta en 1930 y revisada en 1948. A la grandeza y también a la comprensibilidad de esta obra contribuye, indudablemente, el tipo de inspiración que la anima, ligada a una fuerte experiencia existencial. A su modo -podríamos decir-, estos es, de manera tal vez algo personalista pero ciertamente sincera, Stravinsky se había convertido poco antes al cristianismo, haciéndose ortodoxo practicante en 1926.
La composición, para coro y orquesta, se articula en tres partes que utilizan diversos fragmentos de salmos, de tal manera que se crea una forma de oración personal y muy actual. En el primer movimiento, el introductorio, solemne y especialmente sugerente, se pone música a las palabras del salmo 39 en los versos 13 y 14: «Escucha mi súplica, Señor, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas, pues soy un forastero, un extranjero como todos mis padres...». En el segundo movimiento, en tempo lento, un tema construido sobre una breve melodía quebrada que pasa de unos vientos a otros (flautas y oboes) con una modulación de fuga, introduce otro texto que cantan primero sólo las sopranos y después, poco a poco, las otras voces del coro: «Esperé en el Señor y Él se inclinó hacia mí, escuchó mi clamor...» (salmo 40, vv. 2-4). El tercer movimiento, laudatorio sin triunfalismos, pero sumamente alegre por su entonación profunda, pone música a todo el último salmo, el 150: «Aleluya. Alabad a Dios en su santuario, alabadlo en el firmamento de su fuerza...». Los tres temas elegidos, el del grito a Dios en la angustia, el de la esperanza en Él y el de la alabanza agradecida, coinciden con los temas más importantes de los salmos de David. Stravinsky los asume, sin embargo, de un modo tan personal que se convierten en palabras suyas, incluso autobiográficas (¿cómo no pensar, tras aquella referencia inicial a ser "forastero" en su vida de exiliado?). El canto y la música de Stravinsky son personales y grandes, y ello se aprecia en diversos aspectos. Hablábamos antes de la fuerza comunicativa de su música: dicha fuerza se alcanza sin tener que repetir acríticamente fórmulas del pasado; la orquesta que elige, por ejemplo, sin violines (como instrumentos de cuerda sólo violonchelos y contrabajos), concede una gran relevancia al timbre de los instrumentos de viento, que aportan un carácter solemne, pero en ningún momento rimbombante, a la orquestación. Cada aspecto de las fórmulas rítmicas elegidas, de la armonía, pero sobre todo de la orquestación, da la impresión de un nexo con la tradición, pero nunca de una repetición servil. La apresurada etiqueta de neoclasicismo que los críticos à la page de entonces y los no muy bien informados de ahora han impuesto a este período de la producción de Stravinsky, no ayuda a captar toda la novedad e invención real contenida en la composición.
Esta novedad nace de una relación que el compositor ruso vive lúcida y libremente con la música del pasado, lo cual se puede comprobar, desde luego, en lo que escuchamos, pero también en su pensamiento, expresado una vez más de modo admirable en su Poética de la música: «Una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado acabado, sino una fuerza que anima e impregna el presente. En este sentido resulta verdadera la paradoja con la que se afirma bromeando que todo lo que no es tradición es plagio...»
(traducido por Manuel Oriol)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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