Rescatar al yo significaba abrir la razón a todo, ¿por qué no abrirse al imprevisto?
Hace unas semanas mis amigos y yo colocamos un cartel en la facultad, para manifestar la repulsa ante el asesinato del Catedrático Francisco Tomás y Valiente. Junto a la repulsa, también manifestábamos el criterio que corresponde a nuestra experiencia: «Sólo desde el Acontecimiento cristiano se puede afirmar integralmente la dignidad de la persona».
Esta afirmación ha sido el detonante de un encuentro con varios chicos de la izquierda universitaria.
Al día siguiente de colocar el cartel, dos asociaciones nos respondieron llamándonos fascistas, incultos, etc., y escribiendo: «¡Ni que la dignidad humana fuera patrimonio divino! La dignidad no nos la da Dios, la conquistamos los hombres y mujeres con la lucha diaria. ¡No a los terroristas de la conciencia!
Cuando estaban colocando el cartel, yo estaba allí delante con mi amiga Pitu, a la que acompañaba a clase, y las dos teníamos un miedo terrible en el cuerpo. Dos chicas empezaron a insultarnos y, junto a ellas, estaba también Eduardo, un chico que el año pasado estaba en mi clase. No fui capaz de decir nada, acompañé a mi amiga a clase y me fui.
Ese mismo día, le comenté lo ocurrido a mi amigo Julián, que me propuso hablar con ellos, al menos con este chico. Así lo hice.
No fui sólo porque Julián me lo propusiera, fui por la simpatía que nace hacia unos que no conozco y que todavía no quiero, pero con los que comparto el mismo deseo y la misma pasión. Fui porque me duele que lo más importante y definitivo de mi vida -el acontecimiento cristiano, que conocí hace cinco años a través del encuentro con mi amigo Chalo-, fuera rechazado. No puedo rezar todas las mañanas: «El Verbo se hizo carne y habita entre nosotros» y no ofrecer mi persona, asaltada por el miedo y la incoherencia y, sin embargo, deseosa de que otros conozcan la historia y el pueblo que yo he conocido, su humanidad y Su rostro concreto.
Al día siguiente, después de clase, bajé a la Asociación, pregunté por este chico y no estaba. Me indicaron su clase y fui a esperarle. Mientras esperaba estaba muerta de miedo y sólo rezaba. Cuando salió el profesor entré decididamente, me acerqué hasta Eduardo y le dije: «¡Oye! ¿Nos tomamos un café?». Él aceptó un poco sorprendido y me preguntó de qué quería hablar. «Soy de Atlántida y quería darte las gracias por poner vuestro cartel». La cara "de alucine" lo decía todo.
Añadí: «Es difícil encontrarse con personas vivas en la facultad». Él respondió: «Bueno, vamos a sentarnos».
Seguidamente le pregunté que por qué le había molestado tanto nuestra afirmación y qué otro criterio tenían ellos para sostener la dignidad de la persona. Me dijo que le molestó muchísimo porque imponíamos que Dios era el dueño de la dignidad humana, y eso no era cierto porque él también lucha por la dignidad suya t de todos: «No tengo ningún criterio, mi única arma es mi deseo».
Estuvimos hablando más de dos horas. Según pasaba el tiempo se iban agregando más chicos que me iban preguntando acerca de nuestra afirmación de la dignidad de la persona. Lo que más escándalo les produjo fue cuando me preguntaron por qué era cristiana y yo les dije: «Porque quiero ser una mujer». Se armó un revuelo impresionante. Eduardo y dos más, Pedro y Miguel, se quedaron boquiabiertos, sin pestañear, y me pidieron que se lo explicara. Me preguntaron sobre Atlántida y el Happening. Les expliqué que éramos un grupo de amigos que querían ser personas y que, justamente en esa amistad, por gracia de Otro, ese deseo se cumplía. En el Happening verificábamos esta amistad y la ofrecíamos a todos los que quisieran.
Antes de que me marchase, entre una gran curiosidad y perplejidad, me dieron las gracias por haber ido a hablar con ellos: «Nunca hasta ahora habíamos conocido a una de Atlántida y gracias porque nunca nos habían hablado y tratado así. ¿Podemos volver a tomar café contigo?».
Sólo pido que el Señor haga crecer este encuentro.
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