Georges Rouault nace en 1871, en París. Su obra se empieza a desarrollar en torno a 1900, iniciando una línea de ruptura con el sistema de representación tradicional. Es la época de los avances tecnológicos y científicos, de las revistas ilustradas, los automóviles y los primeros cines. Este cúmulo de acontecimientos produce en el hombre la pérdida de la familiaridad con la realidad y le lleva a refugiarse en la apariencia, la decoración, el goce, en la estética del arte. Se va así fraguando la disolución de la validez de las actitudes éticas vigentes hasta entonces y, con ello, el desencadenamiento de los instintos.
Dos factores determinan desde el principio la obra de Rouault: el primero es su origen humilde. Procede del arrabal, gracias a lo que conoce profundamente la debilidad humana. El segundo factor es la muerte, en 1898, de su maestro Gustave Moreau, por el que sentía un profundo afecto. Este acontecimiento le provocó una crisis existencial que le llevó a plantearse los interrogantes esenciales y a buscar una respuesta. Como consecuencia de esta situación se propone mostrar, a través de la pintura el espanto, las flaquezas y las debilidades humanas. Son sus cuadros de los maleantes, los fugitivos y los marginados. «Las prostitutas ilustran la profunda degradación de la naturaleza humana y sus payasos encarnan el eterno juego de roles del hombre, haciéndonos ver los antifaces que se ponen y se quitan para ocultar y descubrir la dificultad en mostrar el verdadero semblante» (Catálogo). Son obras que manifiestan una rebeldía contra el desorden, en la que subyace una búsqueda del orden, un afán por la verdad absoluta, una añoranza de una armonía indestructible. Se plantea el problema de la verdadera existencia. Su mirada está centrada en el hombre. Al tratar de penetrar más hondo en sus interrogantes, de descubrir las razones de tanta miseria humana, el pintor francés se encuentra con la realidad del pecado. Mostrando el desgarro de las personas, hace aflorar la necesidad de la redención y de la gracia. El pensamiento de Rouault está influido en este punto por Leon Bloy y por la lectura de los Pensamientos de Pascal.
Los expresionistas alemanes reaccionaron con aparecida sensibilidad ante su entorno; pero no llegaron a las mismas conclusiones. «Cuando no hay transcendencia, cuando el mundo se ha hecho extraño y el artista se siente desprotegido, la creación artística y la condición de artista son la última meta. El salir-de-sí-mismo ya solo se opera entonces en el éxtasis y el olvido del propio yo en la embriaguez» (Católogo). «A partir de los primeros trabajos para el ciclo de aguafuertes Miserere, aparece el orden invulnerable sospechado debajo de tanta perversión» (Catálogo). Ahora intenta representar el interior del hombre, la espiritualidad y dignidad humanas, y en ello se aprecia la influencia de Pascal sobre Rouault: «La grandeza del hombre es magna porque el hombre se sabe miserable» (Pensamientos).
En adelante el pintor intentará llegar a una objetivación formal y de fondo, influido tanto por el apremio y reclamo de su amigo André Suarès - que le pide que se concentre más en lo esencial-, como por el reconocimiento de la Encarnación de Cristo. «Quisiera curarle de la negación, mi querido Rouault. Habría que persuadirle en el sentido de que viva más para sí mismo y para su ideal en lugar de hacerlo contra los demás. El tiempo gastado en negar y combatir es tiempo perdido. Basta con saber que nuestros enemigos están allí.
Quisiera liberar a su pintura de la contradicción. Porque es la contradicción la que inhibe sus dotes de artista» (André Suarès, Correspondence, París, 1960, pág. 28). «En cuanto al contenido, Rouault consigue la buscada objetivación contemplando la Encarnación y Pasión del Hijo del Hombre, que se convierten en puntos cardinales de su pensamiento: solo por el hecho de que el Hijo de Dios compartió de modo real y efectivo todos los ámbitos existenciales del hombre, la vida de éste adquiere, también en su vertiente dolorosa, una dimensión creadora de sentido. La Encarnación se convierte en la principal elucidación de la dignidad del hombre. Impresiona cómo este pensamiento queda reflejado en algunas figuras de la serie de grabados Miserere, donde las figuras de un condenado y de Cristo vienen a ser permutables o se acercan mucho a la apariencia de un obrero encorvado bajo el peso de su existencia. En los años tardíos aparece la dulzura, la tribulación queda superada en las imágenes de Cristo que surgen en esa época» (Catálogo)
Rouault se inspira cada vez más en la pintura tradicional y se acerca a las imágenes medievales, porque se da cuenta de que el arte no se puede renovar a partir de la rebelión ni la destrucción. Igual que los hombres que crearon las catedrales y las vidrieras que tanto admiraba y, sin embargo, permanecieron en el anonimato puesto que crearon con el espíritu del Non nobis Domine, sed nomine tuo da gloriam.
Va más allá en la objetivación formal. La desnudez de las figuras ya solo muestra lo puramente humano desprovisto de cualquier interposición. Su mirada está centrada en el rostro y muestra la faz de Cristo como la verdadera imagen del hombre. EL artista desarrolla una imagen ajustada al hombre, porque es realista, reconoce la realidad de la Creación, a la vez que la degradación y la necesidad de redención. Rouault es un hombre en continua escucha, no se ve como dueño de lo real. Por esto no se reconoce en él un gusto por lo grosero, el mal, lo brutal, como se aprecia en la obra de otros expresionistas. Admite que lo que ve supera sus facultades de expresión. Tropieza con la contingencia del mundo, debiendo cumplir las leyes inmanentes a las cosas creadas, porque de lo contrario sufriría un empobrecimiento. Por eso escribe en 1937, en la revista La Renaissance: «Yo soy uno que obedece». La autonomía del artista es, pues, limitada. La fecundidad sin dependencia es imposible.
Stephan Koya, Catálogo de la exposición organizada por la Fundación Juan March en Madrid, octubre 1995
UN REALISTA
«Rouault es un realista en el sentido más profundo de la palabra. Frente al desgarramiento de la conciencia y a la experiencia de la soledad en el tiempo y de los artistas finiseculares, él se siente resguardado en su condición de criatura. Precisamente por reconocer la realidad de la Creación y conocer la degradación y la necesidad de redención de la existencia humana, está en condiciones de desarrollar una imagen ajustada del hombre. Más allá del entusiasmo que le inspiran su belleza y perfección, nunca puede olvidar su condición de criatura humana y, por otra parte, espantado ante su bajeza y debilidad no puede por menos de ver también la grandeza del destino humano. [...] Nunca el pintor se ve como dueño de lo real, sino mucho más como uno que escucha...» (pág 17)
EL ROSTRO HUMANO
«En las representaciones tardías de Cristo, la severidad y el sosiego de la composición, la inclinación de la cabeza y la mirada baja comunican a esas imágenes una aureola especial. El sufrimiento del Redentor aparece mudo, armonioso y enteramente interiorizado y rodeado de silencio, irradiando, al mismo tiempo, el rostro de Cristo una inexplicable luminosidad interior. [...] En Ecce homo [...] sobre todo la Santa Faz es para Rouault como la respuesta, como la última confirmación en lo concerniente al problema del ser del hombre. Cristo mismo ha dejado su imagen a los hombres. Dios se ha hecho visible entre ellos y se ha hecho visible en el hombre. [...] Y así como especialmente el rostro es el lugar en el que se manifiestan el alma y la interioridad, en el de Cristo se manifiesta su divinidad» (pág 31).
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