Podría haber sido el momento adecuado para cambiar el curso de la historia canadiense en los umbrales del año 2000. Sin embargo, no ha sido así. En el referéndum por la independencia de Quebec, la población ha dicho una vez más no.
La de finales de octubre pasado ha sido una victoria pírrica -50% se inclinaron por el no, mientras que el 49% lo hacía por el sí-, pero significativa para la provincia canadiense, en la que el 85% de la población es francófona.
La llamada «cuestión francófona» es el punto más conflictivo de todo el país. Se trata de un problema que ha permanecido sin resolver durante decenios, y que ha sido la causa, por ejemplo, en los primeros años de la década de los 70, del secuestro de un diplomático inglés, del asesinato del Ministro de Trabajo y también de un clima de debate muy acalorado en el anterior referéndum de 1980. Hoy la confrontación parece más tranquila, considerando también la elevada abstención de voto en el bando francófono. «Quienes votan sí y quienes votan no conviven diariamente en las oficinas, en los comercios, en los bares; pero nadie saca el tema nunca», ha comentado Josh Freed, conocido escritor de Montreal. Es el país de las «dos grandes soledades», donde la vida social está organizada mediante una división rígida entre quien habla francés y quien habla inglés. Desde luego, ésta es una barrera difícilmente superable, como demuestra el proyecto de partido de los separatistas, entre cuyos líderes figura el actual Primer Ministro, Jacques Parizaeu. Un proyecto que, centrado en la defensa y en la promoción de la lengua francesa, propone una visión del Estado como «salvador» del pueblo. Tal visión, en nombre de una presunta libertad, no puede más que conducir a la lesión efectiva de la creatividad del individuo.
La parte del no, sostenida por los que poseen el poder económico real, buscaba mantener el status quo: a pesar de los pobres contenidos programáticos, el partido del business al menos no ha pasado por alto las inevitables estrecheces económicas que ocasionaría la separación.
Arriesgar en primera persona un juicio favorable al partido del no por los amigos del movimiento en Quebec, no ha significado aliarse con el poder, sino arriesgar por la libertad. No hay esquemas cuando se aprende a afrontar la realidad a partir de la experiencia y desde una pertenencia, sin barreras.
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