Dos encuentros en el origen de CL en Canadá: John, Mark y Anna Lydia. El continuo retomar una presencia. Un juicio nuevo sobre la realidad
¡Quién no ha soñado alguna vez con un viaje al país de los lagos más espectaculares y famosos del mundo! Sin embargo, Canadá no es ningún sueño para el número, siempre creciente, de emigrantes que cruza sus fronteras en busca de tranquilidad y bienestar. Me parece que es un poco diferente la condición de los veintidós millones de canadienses, que pueden presumir de un nivel de vida muy elevado y de un sistema económico y social que hace de Canadá uno de los siete «grandes» del mundo. En realidad en el país de la gran negación, donde la identidad nacional se define más por el rechazo a ser americanos -antes ingleses, británicos o franceses- que por la afirmación positiva de su identidad como pueblo. Se trata de un país que ha superado las contradicciones de su difícil historia, consolándose con la ilusión de una falsa autonomía, dominado por la inseguridad y la incomunicabilidad. Un clamoroso ejemplo de estas actitudes es la provincia del Quebec, una zona en la que conviven una mayoría francófona de tradición católica -85% de la población- y una minoría anglófona de tradición protestante.
El número de católicos ha disminuido drásticamente y el porcentaje de divorcios es el más alto de toda América del Norte. En Quebec estos dos mundos viven paralelamente y parecen destinados a no encontrarse jamás, incapaces de superar las barreras levantadas por la historia. Pero alguien ha intentado superar esta situación, y parece que con éxito.
La historia de John Zucchi es el producto de muchos encuentros providenciales. Es oriundo de Toronto y desde hace diez años enseña historia canadiense en la Universidad Mc Gill de Montreal. Tuvo que ir a Cambrigde, en Inglaterra, a la tierra de los antiguos conquistadores, para encontrar alguien que le enseñase a amar, y no solo a estudiar, su tierra. Allí encontró a Anna Lydia, una estudiante brasileña, tan diferente de los demás que despertó en él curiosidad. Vencida la resistencia inicial por lo que Anna Lydia llamaba "comunidad" -palabra de lo que le habían enseñado a desconfiar en el colegio-, John regresó a su tierra completamente cambiado. Por fin había dicho una experiencia verdadera de amistad, de pertenencia a un pueblo que no tiene fronteras: la Iglesia. John empezó a comunicar a sus viejos amigos de Montreal la razón de su alegría: aquel primer año nace la Escuela de Comunidad. De estos cinco amigos no encontró a ninguno a su regreso de un viaje a Italia, donde había ido para casarse con Cecilia y para conocer más a fondo la experiencia que había encontrado. Poco tiempo después de su retorno, recibió una llamada de teléfono inesperada: se trataba de un tal Mark Basic, un médico de Montreal, que acababa de regresar de un stage en Brasil, donde había encontrado a Anna Lydia.
Han pasado diez años desde aquel inicio. John y Mark todavía son amigos, uno se ha convertido en responsable del Departamento de historia Canadiense; el otro es médico en Búfalo, la ciudad estadounidense que limita con Canadá. Siendo fieles a la historia que han encontrado y siguiendo los instrumentos que el carisma les indicaba, han conocido a muchos otros amigos, no solo en Montreal, sino también Ottawa, Toronto y Alberta, personas que han sido atraídas por la novedad de unos hombres comprometidos en responde a los verdaderos deseos y necesidades del corazón. La mayor parte de ellos no eran cristianos, o si lo eran estaban alejados de la Iglesia desde su infancia.
Las batallas de estos años han sido difíciles, dada la gravedad de lo que estaba en juego: la educación, la desconfesionalización de la Escuela o la dramática situación política y eclesial. Pero lo que ha vencido inevitables divisiones y abandonos ha sido la decisión que algunos han tomado de seguir y vivir sencillamente la Escuela de Comunidad y tomar iniciativa. Así ha nacido, por ejemplo, la "Petite École", una pequeña escuela para niños de tres a nueve años. La llevan Cecilia, Nicoletta y Martine, tres madres movidas por el deseo de educar de un modo diferente no solo a sus hijos, sino también a los de los demás. Enseñan a los niños a cantar, recitar y jugar y, aprendiendo de su sencillez, han comenzado a encontrarse con sus padres, que inicialmente se habían limitado a poner a su "disposición" a sus hijos. Un amor a la misión no previsto es el que también ha nacido por la llegada a Montreal de tres sacerdotes de la Fraternidad de San Carlos Borromeo. «El primero que llegó fue Chalo -cuentan los amigos de Canadá-. Su pasión por el carisma de Comunión y Liberación y la consiguiente atención a cada uno de la comunidad ha sido una gran provocación. Ahora que los tres están aquí podemos ver la unidad que hay entre ellos y su dimensión misionera, que nace, de forma evidente, de la obediencia al origen de nuestro movimiento. Su presencia aquí nos indica claramente la dirección en la que tiene moverse nuestra experiencia: que Cristo, a través del carisma, sea encontrado por todos».
El afecto al origen nos abre a toda provocación. Así le ha sucedido a Mark. Cuando regresó a Búfalo del Meeting de Rímini, profundamente impactado por la claridad y el coraje a la hora de dar y proponer un juicio nuevo sobre la realidad, comenzó a implicarse más con los médicos y con los científicos con quienes pasaba cada jornada. Una noche invitó al teatro a algunos amigos y, entre ellos, a una compañera. Al finalizar la obra, la situación era un poco embarazosa porque Mark no sabía cómo hacer frente a lo que más le interesaba. Fue ella misma quien le sacó del aprieto preguntándole sin rodeos: «¿Quiénes sois? No he encontrado nunca gente tan feliz, hay algo extraño en vuestra felicidad. Decidme, ¿de qué se trata?»
La provocación que comenzó hace 2000 años continúa a los pies de las cataratas del Niágara.
(Traducido por Alfonso Lozano)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón