En 1977, el entonces obispo de Piacenza -más tarde arzobispo de Bolonia- Enrico Manfredini fue entrevistado por nuestra revista.
Proponemos de nuevo aquel testimonio por su relación con algunas cuestiones actuales. Don Giussani recordó el 16 de diciembre de 1993 en Bolonia, pasados diez años de la muerte repentina de su compañero de seminario: «Monseñor Manfredini puso su temperamento al servicio del anuncio de un acontecimiento y de sus consecuencias y no de un sistema doctrinal o de una teoría»
Dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo contemporáneo, adquiere cada vez mayor importancia la necesidad de una cultura cristiana, no como un «sistema», sino como tentativa histórica y por tanto relativa, pero en cualquier caso necesaria. También Usted ha apuntado recientemente en esta dirección. ¿A qué se debe esta insistencia sobre la necesidad de una cultura cristiana y cuáles son las condiciones necesarias para que se vuelva a dar?
Para nosotros, cristianos, el mensaje del Evangelio es la propuesta de liberación integral (del hombre completo y de todos los hombres) que Dios hace a la humanidad entera en la persona de Jesucristo. No se puede acoger esta propuesta si no se comprende. Pero no se puede comprender si no muestra de forma concreta su valor esencial para resolver las contradicciones de la sociedad contemporánea.
Hacer ver de qué forma resuelve el Evangelio los problemas actuales no es una tarea reservada sólo a los intelectuales cristianos.
Una cultura cristiana nace de la experiencia de la fe vivida en una Iglesia que se compromete con las contradicciones de la historia, que camina con la humanidad y comparte su suerte, para llevar la vitalidad del amor, para renovarla en Cristo, para convertirla, hasta donde sea posible, en familia de Dios. La función de los intelectuales cristianos es muy importante. A ellos corresponde la elaboración meditada de los contenidos de valor que la comunidad eclesial pone en evidencia de una forma concreta, viviéndoles en su experiencia de fe en la situación histórica en la que está implicada.
pero donde no hay una comunidad eclesial capaz de traducir fervientemente en obras concretas su adhesión a Dios y su fidelidad al hombre, la mediación cultural de los intelectuales cristianos no puede tener consistencia. Se convierte fatalmente en una elaboración abstracta de palabras vacías, puro nominalismo destinado a producir desconcierto y confusión.
Nos gustaría que este último punto retomase la necesidad de un sujeto eclesial fuerte como condición para que no se dé una mediación cultural abstracta, y nos hiciese algunas sugerencias prácticas.
Hoy día, el primer paso para construir una cultura cristiana estriba en dar de nuevo una mayor consistencia práctica a la unidad de la Iglesia. Y para alcanzar este objetivo es necesario reavivar la fe, la esperanza y el amor a Cristo en la conciencia de los fieles.
Hay que vivir en una unidad la tensión real hacia la santidad, es decir, hacia la perfección en la caridad, que el Concilio ha afirmado ser la vocación de todos los miembros del Pueblo de Dios y la fuente de humanización del mundo.
Si el «sujeto» eclesial no recupera con vigor esta consistencia esencial es una ilusión esperar que florezca de nuevo una cultura cristiana.
El episcopado italiano insiste desde hace algunos años en la necesidad de la evangelización, ya sea poniéndola en relación con la vida sacramental ya sea con la promoción integral del hombre. A pesar de que los obispos han puesto en guardia a los fieles ante cualquier tipo de dualismo que separe el Evangelio de la vida, a muchos les gusta centrar la atención en los aspectos litúrgicos o sociales de la profesión de la fe, dejando en segundo plano la necesidad de garantizar previamente que el Evangelio sea interiorizado de forma verdadera y vivido plenamente por el sujeto eclesial.
El árbol da el fruto que puede. Si nuestra comunidad eclesial no vive el Evangelio, no puede expresar con claridad un testimonio evangélico vigoroso. Y tampoco puede construir una cultura cristiana que interprete las situaciones concretas a la luz del Evangelio, sugiriendo proyectos geniales para una sociedad nueva y realizando experiencias de reforma que muestren de manera precisa la inagotable fecundidad del Evangelio para inspirar soluciones a los problemas contingentes de la historia.
Hoy día se encuentran en la comunidad eclesial por una parte, grupos que tienden hacia fórmulas desencarnadas de la liturgia o hacia un espiritualismo abstracto; y por la otra, grupos orientados hacia las opciones materialistas del socialismo o del consumismo debido precisamente a la carencia de una vida profunda de fe.
De esta división del sujeto eclesial -el cual es el ámbito en el que conviven y se encuentran las concepciones más heterogéneas y las praxis más dispares de vida que pretenden, todas ellas, ser evangélicas- surge una cultura cristiana extremadamente confusa e incierta, sin unidad ni vigor, definida falsamente como pluralista y que es incapaz de afrontar de manera precisa los problemas sociales más urgentes.
Hace poco días, la Sagrada Congregación para la Educación Católica ha hecho público un importante documento que insiste en la importancia que la escuela católica tiene para la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo de hoy y para una auténtica democracia. ¿Cómo debe entenderse esto?
El documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica sobre la «escuela católica» está dirigido a toda la Iglesia en el mundo. El núcleo del documento es la afirmación de que la escuela católica «forma parte de la misión salvífica de la Iglesia y especialmente de la exigencia de la educación en la fe».
En la realidad histórica actual, «como respuesta al pluralismo cultural, la Iglesia sostiene el principio del pluralismo escolar» y considera las escuelas católicas como un medio especialmente idóneo para garantizar la libertad de conciencia, tanto de los cristianos como de los no cristianos. El documento no niega los defectos y los límites que puedan tener muchas escuelas católica, sino que alienta a que sean corregidos, aportando las líneas de un proyecto que actualice una profunda renovación educativa.
El documento subraya con un énfasis particular la dimensión comunitaria de la educación cristiana. «Las escuelas católicas -se lee en el documento- deben presentarse como lugares de encuentro de los que quieren dar testimonio de los valores cristianos en todo el ámbito de la educación... La dimensión comunitaria de la escuela es una exigencia no sólo de la naturaleza del hombre y de la naturaleza del proceso educativo, sea cual sea, sino de la naturaleza misma de la fe». Algunos, incluso entre los católicos, definen como «integristas» este modo de concebir la educación. ¿Cuál es su opinión?
Me pregunto cómo es posible que todavía se hable de libertad, de democracia y de pluralismo en un estado moderno que no reconoce a las personas y a los grupos de diferente matriz ideológica el derecho de educar de acuerdo a la propia concepción de la vida.
¿Quién puede, por ejemplo, a través de la acción, garantizar al «sujeto eclesial» la capacidad de expresar, en favor de toda la sociedad civil, los valores de los que es portador? ¿Tal vez la escuela «neutra» del estado?
Acertadamente el documento dice: «No se puede eludir al educar la referencia implícita o explícita a una concepción determinada de la vida»
La escuela pública italiana no es la escuela en la que todos gozan de una verdadera libertad educativa. A veces me pregunto si existe realmente un ámbito educativo. Algunas fuerzas políticas han fabricado un instrumento para conquistar su hegemonía sobre la sociedad imponiendo a todos su concepción de la vida. Por tanto, el pluralismo escolar es la mejor garantía del pluralismo cultural.
(Traducido por Belén Cabello)
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