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Huellas N.02, Marzo 1996

PORTADA

Retorno a la realidad. Emilio Komar

Alver Metalli y Martín Sisto

Encuentro con una de las personalidades más penetrantes de la filosofía contemporánea. El redescubrimiento de un gran hombre, olvidado por el integrismo de todos los «antiintegristas». El idealismo y su pérdida de respeto por la realidad: un desenlace nihilista que anula el yo humano. El realismo en santo Tomás.

Antepone que el verdadero conocimiento es comunicación entre un corazón que habla y un corazón que escucha. Emilio Komar, 74 años, emigrado desde Lubiana hasta la Argentina de Perón en 1947, recuerda con viveza y lucidez los "corazones" que le han hablado. Nombres desconocidos para muchos -Eugenio Spectorky, Esteban Swiezaski- y nombres más conocidos -Carlo Mazzantini, Giuseppe Gemmelaro- hasta Del Noche («con él he tenido coincidencias sorprendentes»), cuya muerte interrumpió una correspondencia a la que Komar atribuye gran importancia. Pero esta cuestión, como dice él mismo, es un ars longa de la que será necesario hablar en otra ocasión.
Huye de las entrevistas como de la peste. Y además no tiene nunca tiempo. A nuestra petición, aunque sería más apropiado decir gracias a un asedio que duró meses, opone una selva de «noes» diversamente motivados. Al final, de modo imprevisto, acepta, por un motivo bien preciso: «Acepto por monseñor Giussani y la inmerecida consideración que tiene de mí». Ocho horas de preguntas y respuestas distribuidas en dos cafeterías de Buenos Aires, entre el rumor de las tazas de café, el calor implacable del verano argentino y la verbosidad polémica, pulida con fatiga una vez concluida la entrevista, de este tomista "realista" que ha asistido a la degradación del obsequio que el pensamiento debe a la verdad.

Usted se define «realista cristiano». ¿Por qué siente la necesidad de juntar estos dos términos?
Porque toda la filosofía cristiana es realista. El realismo no es sólo una postura de adhesión a las cosas: nosotros no somos "cosistas", es más, para nosotros todas las cosas son criaturas de Dios, directa o indirectamente; las mismas creaciones humanas no se realizan ex nihilo: nosotros no las recreamos sino que las concreamos, porque las cosas han sido ya pensadas. En alemán se traduce con una expresión todavía más eficaz (de Erhard Weigel): «Der Mensch denkt nach», donde "nach" significa sin duda después, pero también secundum. Nosotros, de hecho, pensamos las cosas después de Dios, y siguiendo el pensamiento que Dios ha tenido. Ésta es una aproximación a la realidad que los idealistas no pueden soportar.

¿Considera el idealismo como el adversario principal del cristianismo?
Es su enemigo radical, porque el pensamiento idealista es la absoluta falta de respeto por lo dado, concibe todo casi como si fuese creado ex nihilo; pero este partir de la nada hace que los idealistas se encuentren al final en y con la nada.

¿Dónde ve Vd. la influencia del idealismo hoy?
Toda la filosofía contemporánea, sobre todo tras la segunda guerra mundial, está dominada por lo que preferiría denominar como "criptoidealismo". De cuatro siglos a esta parte la lucha ha sido siempre la misma: ya en el 1513 el V Concilio Lateranense proclamaba que Dios había creado al hombre singulariter, no de una manera típica (alma generica). A veces los programas educativos, incluso católicos, ostentan la idea de querer crear un nuevo tipo de jóvenes. ¡Pero qué nuevo tipo! Es preciso formar a la persona singular, haciendo crecer lo que Dios ha puesto ya dentro de nosotros, como decía San Bernardo, «sibi similis, Deo similis»; pero a la fórmula se le puede dar la vuelta, «Deo similis, sibi similis». Al hombre estandarizado le cuesta trabajo asemejarse a Dios, mientras que el hombre que se somete a la ley de Dios trabaja para construir su propio "yo" auténtico. Por el contrario, todos los idealismos sólo pueden tender al ser genérico y no alcanzan a concebir la relación "yo-tú".

Nos da la impresión de que su respuesta revela un cierto pesimismo hacia la filosofía católica contemporánea...
No tiene fuerza y, en la práctica, tampoco tiene la capacidad de obligar a las demás posiciones a desvelar su propia parcialidad. Por una parte, existe una filosofía pésima, de algunos laicos y también clérigos que quieren comprimir las grandes visiones de San Agustín y de Santo Tomás en el agujero estrecho de Gadamer, de Heidegger, pensando que hacen algo "moderno"; por otra parte, precisamente, un "criptoidealismo"... Es necesario liberar a la filosofía de este servilismo de turno que está de moda.

¿En dónde ve que se ceda al "criptoidealismo" en el campo católico?
En el culturalismo de muchos pensadores católicos; y en el culturalismo está el idealismo. No penetran verdaderamente en la realidad, sino que han cedido a las exigencias de Kant.

Hace poco ha dicho que el pensamiento idealista termina en la nada. ¿Por qué este final nihilista?
«Deus eduxit res ex nihilo», dice santo Tomás, Dios ha creado el mundo de la nada. Si no existiese una fuerza, un bien, un ser pleno, que existe desde siempre y para siempre, la única alternativa sería que las cosas se hubieran creado ellas solas. El ser sería el tránsito en un viaje que va de la nada a la nada. El nihilismo moderno es la necesaria consecuencia de esta posición que se encuentra en la raíz del propio idealismo. Pero nosotros no podemos hacer nada con la nada, nosotros somos sólo colaboradores de Dios en la creación del mundo. Chesterton ha sido uno de los pocos que han subrayado la gran importancia del concepto de la creación en el pensamiento de Santo Tomás.
Incluso en la Iglesia el tema de la creación no ha sido tratado con mucha frecuencia; se ha perdido el propio sentimiento de ser criaturas. El cardenal Ratzinger, cuando era arzobispo de Munich, dedicó sus primeras predicaciones de Cuaresma a este tema, explicando cómo la idea de creación es fundamental para la comprensión del orden de las cosas.

En una reciente conferencia. Vd. ha señalado una distinción entre dos tipos de idealismo: uno "más inocente" que se resuelve en panteísmo; y un segundo, "más insidioso", que ha comparado con el marxismo materialista.
No, no es exacto, no se habla de materia en el marxismo. Se habla de materiales, de materia prima que plasmar, deformar, usar. No respeta, este marxismo, el orden intrínseco del objeto. Yo diría que una característica que sorprende leyendo los libros de los marxistas es que en ellos, aun tratándose de libros materialistas, no haya ningún capítulo que hable de la materia; se encuentra sólo activismo, cuyo único objetivo es transformar, y que delante de cualquier cosa uno sólo se puede preguntar: «¿qué hacer con ella?». Imaginaos una persona a la que regalan una estatua de madera preciosa y que dice: «Qué estatua más bella, se podrían hacer con ella dos mil palillos de dientes». Esto es un ejemplo de cómo la materia no es hoy comprendida ni conocida, y cómo sucede que todo el ser sea privado de su impronta original.

Peor el marxismo, ¿no estaba ya acabado?
El marxismo está acabado como sistema, pero no han desaparecido los elementos que lo componen. El así llamado pensamiento dialéctico, por ejemplo: dialéctico significa antidiálogo y, por eso, postula una ausencia de sujeto. La dialéctica niega la existencia de entes particulares, los reduce a momentos de un proceso. En este sentido el marxismo se ha disuelto diseminándose. Ha conquistado el mundo de una forma impura, a través del positivismo.

Cuando Vd. habla de la realidad, de la creación, es como si éstas fuesen una revelación continua...
Lo son. La realidad, las cosas, no pueden ser tomadas como simples hechos; hay en ellos una profundidad irreductible. De la misma manera que detrás de una obra de arte hay una artista, alguien que las ha sentido, amado y realizado, también las cosas han sido ya pensadas. Pensadas, queridas y amadas.

Esta última alusión suya introduce la gran cuestión de la educación del hombre contemporáneo en ver la realidad por lo que ella es verdaderamente.
La educación es una cuestión de primer orden, porque el verdadero conocimiento es siempre una comunicación entre un corazón que habla y un corazón que escucha. El error que está en la raíz del intelectualismo es una concepción del hombre dividido entre razón y sensibilidad, entre sentido y valor. El verdadero espíritu intelectual tiene una mirada a la vez penetrante, aguda y plena de amor, como escribía Edith Stein. La voluntad es primariamente afectiva, sostenía justamente Rosmini: es ella la que permite al sabio gustar el sabor de la cosa, no estar aburrido nunca. Esto es razonable, porque la primera percepción del valor la registra la voluntad y la voluntad es por su propia naturaleza exclusivamente afectiva: el corazón habla al corazón de un modo unívoco. Entonces, volviendo al tema de la educación, es necesario aprender de Dios más que de los hombres. Las grandes virtudes cognoscitivas son para el hombre la atención y la docilidad y no la creación ex nihilo y la interpretación; de hecho, si no hay una mirada y una atención a las cosas el razonamiento es vano. El método en sí, separado de lo real, no existe, sino que siempre es impuesto, cada vez, por el objeto.

Cuando dice que hay programas educativos, incluso católicos, que desilusionan, ¿a qué se refiere? ¿Dónde ve esto?
Precisamente en el hecho de que no hay una educación en la atención. Prima la praxis. Incluso en teología. Mientras que el verdadero conocimiento se debe ocupar de la verdad que está en las cosas, que es la presencia real de Otro. Y era precisamente este concepto de conocimiento el que, al menos inicialmente, Husserl quería: un verdadero retorno a las cosas. También un pensador de otra cultura como Ortega y Gasset expresa la exigencia de volver a la realidad. Así, un trozo de ser puede abrirnos el camino hacia el ser pleno, como también puede cerrarlo. Es necesario tener claro este punto de vista para que una educación pueda ser considerada verdadera educación.

Las universidades públicas, estatales están dominadas por el pensamiento positivista, en algunos casos por un positivismo de la peor especie. ¿Vale la pena, para un católico, pelear estos espacios o intentar llevar a cabo algo distinto?
Siempre es justo aprender antes lo que se enseña y hacer los exámenes... aunque no creyéndonoslo. De esta forma uno conoce este positivismo, a veces vulgar. También hay que decir que no todos son positivistas, es más, la mayoría son culturistas. Se estudia filosofía como se estudia historia de la literatura, se almacenan informaciones pero no se habla de las "cosas". El pathos filosófico, por lo demás, sólo lo puede comunicar quien lo tiene. En Turín iba a clase de un salesiano, Giuseppe Gemellaro, siciliano, que por entonces era el joven decano de la facultad de filosofía de la Universidad Pontificia Salesiana. Este hombre me cargaba las pilas cada semana, porque cuando abría la boca verdaderamente "filosofaba". Lo mismo hacían Gentile y Sciacca. La suya era una filosofía fuerte. También Mazzantini filosofaba; lo hacía de una manera tímida. En sus conferencias hablaba de un modo casi monótono, por cómo sonaba; pero el pensamiento no era monótono. En un momento de su exposición era capaz de alzar la voz y exclamar: «Pero en esto, señor, ¡todos somos griegos!», y permanecer en silencio algunos segundos. Y todos nos dábamos cuenta fácilmente de que lo habíamos pensado de manera equivocada. O bien decía : «para ser benévolamente críticos, es preciso ser antes críticamente benévolos». Así llegaba a nosotros...

Sabemos que Vd. se dedica desde hace años a un trabajo de "reperiodización de la modernidad". Generalmente la modernidad ha sido tratada como contrapuesta al catolicismo...
Es una cuestión larga, un pco el trabajo de toda mi vida. De todos modos, debo recordar una coincidencia importante para mí, el descubrimiento de un pensador polaco, Stefan Swiezaski, que escribió, entre otras cosas, una historia de la filosofía del siglo XV en siete volúmenes, desgraciadamente en polaco. He tenido con él un contacto absolutamente casual. Vino a un congreso de filosofía cristiana en Córdoba, en el que no pude participar porque era relator de otro congreso. Fueron algunos de mis alumnos, que, al escucharlo, se miraron entre ellos sonriendo. Esto lo fastidió y ellos le explicaron la razón. «Las mismas cosas -le dijeron- nos las había enseñado ya el mes pasado el profesor Komar». El quiso saber quién era. Lo mismo se repitió en el trascurso de un seminario en la ciudad de San Isidro, donde lo había invitado a hablar de Pico della Mirandola, sobre el que yo había dado lecciones. La misma escena que sucedió en Córdoba. Pensó que tenía que encontrase conmigo; pero el encuentro, por diversos motivos, no pudo ser. Me envió una nota invitándome a escribirle a Varsovia. Lo hice, me envió sus libros, y comenzamos una entusiasta correspondencia. Cuando su obra sea publicada en una lengua más accesible, se dará la vuelta a muchos asuntos.
Todos nosotros hemos sido deudores de la historiografía liberal, que fue inspirada en parte en Leibniz y en parte en Hegel y sus discípulos, y nosotros la repetíamos con alguna referencia católica, con una rociada de agua bendita y algunas estampitas de don Bosco. Ésta era la historia católica de la filosofía moderna. Pero dentro llevaba una tremenda tesis de origen liberal...

Este núcleo "liberal", ¿no ha sido todavía contestado a fondo por parte católica?
No, ha sido contestado sólo parcialmente. La reacción a la Revolución Francesca, el tradicionalismo, se ha opuesto a esta visión de la modernidad generando un esquema de pensamiento antimoderno. Este esquema ha dominado el tradicionalismo católico del siglo pasado hasta Maritain. Maritain reflexionó sobre ello en su último libro, Lo antimoderno, del que después renegará, ero es una postura profundamente enraizada en el mundo francófono. Entre una modernidad no verdadera y una antimodernidad reaccionaria, existe una base común de la que se generan progresismo e integrismo. Ambos dependen de una falsa visión del pensamiento moderno, son gemelos siameses que no pueden ser separados. Tan así es, que muchos autores parten de posiciones integristas y después se convierten en progresistas, como el mismo Maritain, o aquella misteriosa figura italiana que es Gioberti, y muchos otros que desde lo antimoderno se hicieron modernos. Y detrás de esto no hay tanto un error teórico-filosófico, cuanto un error histórico-cultural-político. Ésta es la tesis de Augusto Del Noce.

¿Puede precisar este punto, que ha atribuido a Del Noce, de que tras esta concepción de moderno/antimoderno existe un error histórico-cultural-político?
Para Del Noce el tema central es el de la interpretación histórica del fascismo. Para él el fascismo no es integrista sino revolucionario, es una forma occidental del marxismo, del idealismo que afirma la supremacía de la praxis. En este sentido la polémica italiana es una polémica de importancia universal. Gentile es el primer autor que toma en serio las tesis de Feuerbach. La última tesis, la undécima, afirma que hasta entonces la filosofía había interpretado el mundo, pero que desde entonces lo crearía. La filosofía que crea y trasforma el mundo hace inútil la contemplación del ser.

¿Qué le ha servid a Vd. del pensamiento de Del Noce?
Casi todo. He tenido con él coincidencias sorprendentes, con un lenguaje, obviamente, diferente. Yo estaba muy interesado en la política italiana independientemente de Del Noce. Un mentor mío, un abogado de Gorizia, el doctor Kraly, fue encerrado en Lipari, donde se encontraba casi toda la creme de la oposición italiana: algunos grandes masones, algunos grandes socialistas, comunistas, populares... Del Noce interpreta el fascismo como movimiento revolucionario y moderno, al contrario que los antifascistas, que lo presentan como un movimiento esencialmente reaccionario. Del Noce comienza con el fascismo y camina hacia atrás... a través de Gentile que quería continuar el Risorgimento italiano, pero liberando las ideas de la filosofía cristiana del Risorgimento del platonismo y el marxismo del materialismo... a través de Gioberti, Rosmini, a través de la filosofía agustiniana francesa, Malebranche, gran resistente a la Ilustración y cuyas obras son totalmente desconocidas, después la línea francesa de pensamiento oratoriano, que se inspira en san Felipe Neri. Es todo un recorrido que he hecho con él y qe me hubiera gustado continuar con él.

(Traducido por Enrique Bicand)

 
 

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