¡Gracias, Santidad!
Carta enviada por su santidad Juan Pablo II a monseñor Luigi Giussani
Ciudad del Vaticano,
17 de enero de 1996
Querido Monseñor:
La solemnidad de la Santa Navidad me ha brindado la ocasión de poner de manifiesto, una vez más, su fiel adhesión a Cristo y a la Iglesia, acompañada de expresiones de devoción hacia el Sucesor de Pedro.
Le estoy muy agradecido por estos sentimientos y, en particular, por Su disponibilidad y la de todo Comunión y Liberación para contribuir a difundir el anuncio de la Buena Noticia, con el deseo de que el nuevo milenio sea iluminado por la luz de Cristo.
Que el Señor, por la intercesión de la Virgen, haga eficaces estos propósitos; yo le acompaño con mi bendición.
Juan Pablo II
Rev.do Signore
Mons, Luigi Giussani
Via Porpora, 127
20131 Milano
Pesaro. Tú debes «hacer conmigo»
Queridos amigos: hace quince días mi mujer y yo tuvimos un encuentro con Don Giussani y, en momento dado, recorrimos con él las etapas de nuestra vida. He recordado, entre otros, un episodio que tuvo lugar en nuestra familia. Se trataba de relevar a mi padre, hombre de fuerte personalidad y carisma, en una empresa de construcción que había montado él solo al terminar los estudios. Yo nunca me había interesado por su actividad; me licencié y casé lejos de casa. Pero un día, convencido de que el trabajo de mi padre sería un buen trabajo, me presenté a él para trabajar. Debo confesar que él ya me estaba insistiendo en este sentido. Comenzamos entonces un camino juntos, marcado inicialmente por una disponibilidad para escuchar y aprender. Después, a medida que iba tomando posesión del "oficio" y adquiriendo capacidad de decisión e iniciativa, las cosas empezaron a empeorar. A pesar de que hacía todo como quería mi padre, iba creciendo entre nosotros una oposición y las relaciones se hacían cada vez más tensas. Un día que mi padre estaba enmendando mi enésima iniciativa de trabajo, ya no aguanté más y me defendí diciendo: "No entiendo por qué te opones; en el fondo estoy obrando como tú me dices...". Me interrumpió secamente: «Tú no debes hacer como yo te digo, ¡Tú debes "hacer conmigo"!». Aun haciendo lo que me decía, me reservaba un espacio de total autonomía. Por esa razón se oponía.
Marco
Crema. Querido profesor...
Querido Don Giussani: Después de veinticinco años he tenido la ocasión de encontrarle de nuevo. Usted fue mi profesor de moral en la Universidad Católica de Milán. ¡Cuántas cosas debe perdonarme! La más grave de todas ha sido la de no haber comprendido entonces el mensaje que nos transmitía a los estudiantes. ¡Cuántas cosas podría haber hecho con su ayuda, con su enseñanza! Y aquí me tiene, mi querido profesor, expresando mi pena y pidiendo con la mano extendida su ayuda para poder seguir el camino de la esperanza. A los cincuenta años me doy cuenta de que entre Cristo y yo ha habido siempre un velo, algo que me ha impedido mirar claramente qué es la verdad. Este velo ha sido como una distancia marginal, pero inalcanzable, incolmable. Más de una vez he intentado, con todas mis fuerzas colmar este vacío, pero sólo con la razón y, sobre todo, solo, jamás lo he conseguido, porque me asaltaba un sentimiento de miedo, casi la conciencia de que era imposible. La ocasión de intentarlo de nuevo me vino a través de un episodio, de un milagro que sucedió hace dos años. Mi hija, que entonces tenía dieciséis años, había entrado a formar parte del movimiento de GS. Veía en ella un gran entusiasmo. Cada día había un motivo nuevo que le hacía retomar una jornada de estudio sin más agobios ni obsesiones. Sus ojos ya no estaban opacos, tristes, sino llenos de vida y de alegría. De esto no pocas veces hablaba con mi mujer; pero ninguno de los dos lograba dar una explicación a aquel repentino cambio. Un día, mientras comíamos todos juntos, pedí a mi hija que me hablara de su movimiento, de su grupo de GS. Me respondió más o menos así: "Papá, si quieres conocer verdaderamente el significado del movimiento al que pertenezco, no tienes más que participar en uno de nuestros encuentros". Su respuesta, en un primer momento, me entristeció y no poco. Después, tomando conciencia de lo que me había dicho y armándome de coraje comencé a frecuentar, junto con mi mujer, la Escuela de Comunidad. Había sucedido un milagro. Estaba aturdido por la alegría de un suceso así. Me había cambiado la vida. Juan, Andrés, Simón, Cristo, se volvían de repente figuras familiares, cercanas, no distantes ni encerradas en el tiempo de la historia. Aquel día entendí de improviso que la distancia que existía entre Cristo y yo podía ser colmada: podía llegar a Cristo. He iniciado, y conmigo también mi mujer, un nuevo camino. Ahora sé adónde quiero llegar. No sé si lo lograré: tengo el deber de intentarlo, a través de la ayuda de alguien que ya ha hecho el mismo camino. Quién soy, dónde estoy, adónde voy, son las tres preguntas que me han tenido clavado durante muchos años. Ahora intentaré alcanzar las respuestas. Lo más bello ha sido haber aprendido a rezar. Le saludo con afecto y estima.
Antonio
Nueva York. GS en los EEUU
Querido Don Giussani: Te escribo como un hijo que está muy lejos físicamente, pero cercano en el corazón. Quiero contarte algo de lo que está sucediendo aquí por la gracia de Cristo.
EL año pasado conocí a un par de chavales en mi instituto. Les invité a hacer Escuela de Comunidad y aceptaron; el año pasado éramos tres; durante el verano hicimos las cosas juntos, y cuando volvimos, éstos invitaron a sus amigos. Este año hemos comenzado cinco. Poco a poco invitaron a más amigos y en la última Escuela de Comunidad éramos diecinueve: tres profesores y dieciséis estudiantes. Te señalo dos acontecimientos de estos últimos días. El primero se refiere a la Escuela de Comunidad (estamos trabajando sobre El Sentido Religioso en su primera versión), un alumno mío me dijo al final del encuentro: «Mire, Mr Bacich, nosotros estamos aquí para hablar del sentido religioso, pero muchos de estos temas que están dentro de nosotros coinciden con los de la poesía; ¿por qué no invitamos un día a todo el instituto a un encuentro en el que, bien nosotros o cualquier otro, podamos leer nuestras poesías o las de los demás?». Yo era un poco escéptico, porque hasta aquel momento no habíamos hecho nada público en el instituto. Pero pensé que, dado que no venía de mí esta idea, debía obedecer al Espíritu. Un día hicimos este gesto después de clase; vinieron cerca de cuarenta estudiantes y siete profesores. Comencé yo con algunas poesías de Leopardi, después los estudiantes leyeron las que quisieron. Ha sido algo increíble para el instituto, porque jamás había sucedido que alguien quisiese expresar en un gesto una pasión por algo bello sin que estuviese previsto en el programa escolar o estuviera remunerado. Los profesores no paraban de decirme que les parecía increíble que a un gesto así vinieran tantos estudiantes. El director del instituto me ha escrito una carta de agradecimiento; incluso los estudiantes han pedido tener otros encuentros así. Más tarde, por el fin del año, organizamos una fiesta en casa de un matrimonio italiano de Pesaro, Riro y Doni, a la que invité a algunos de mis alumnos. Todos los de mi casa ayudaron a preparar un juego divertidísimo y después cantamos juntos. Justo después de medianoche consagramos el nuevo año a la Virgen rezando un Ave María. Todos los estudiantes estaban contentísimos, me agradecieron la invitación y me pidieron que fuera a Italia con ellos este verano (¡Veremos...!).
De toda esta historia yo he comprendido un par de cosas. En primer lugar, que debemos simplemente ofrecernos y después de obedecer a lo que el Señor permite que suceda. Porque estos estudiantes son, desde un cierto punto de vista, los más pobres, no se les da bien el estudio y a veces me resulta embarazoso cuando los otros profesores me ven con ellos. Sin embargo, he comprendido que el Señor me los ha ha confiado y así estoy con ellos. Además he entendido que todo, en esta sociedad está contra nuestra experiencia: antes de hacer aquella fiesta tuve que hablar con los padres de cuatro alumnos para convencerles de que no era ni un homosexual ni un pedófilo. También aquí he comprendido que debía confiarme totalmente a la Virgen. Después de este encuentro me atormentaba una única idea: si todo el mundo fuera como tú (es decir, si todo el mundo tuviese la mirada fija en Cristo como la tienes tú), el mundo sería ya el paraíso, todo el mundo sería como una gran casa de los Memores Domini, el lugar de la memoria. Entonces no dejé de rezar a la Virgen para que hiciera crecer tu carisma en torno a mí. Y ahora ha sucedido. Cuando veo a estos estudiantes en el instituto, estoy obligado a acordarme de Él y, como nos has enseñado, esto es un milagro.
Lo otro que he aprendido es un poco difícil de explicar porque aún no me resulta claro del todo, pero es una intuición: el amor a mí mismo es el amor al otro. Es decir, si me amo a mí mismo sólo quiero una cosa, el unum necesarium: que Él se revele. Pero Él se revela más claramente a través de los santos. Por lo tanto, ayudando a los otros a mirarLo, a amarLo, se me hace más fácil reconocerLo. Y entonces amar el destino del otro es amar mi destino y ahora yo espero que mis alumnos me superen. Espero que lleguen a ser como tú y que yo pueda seguirles casi como si te tuviera más cercano. Sea como sea, gracias por todo el ofrecimiento de tu vida, porque a través de él yo he sido salvado. Reza de vez en cuando por mí y por todos nosotros. Yo rezo mucho para ser cada vez más hijo tuyo. Un abrazo "gigante". Espero verte este verano.
Chris
Milán. La cuestión más seria y sugestiva de la existencia
No sé si mi carta es una de esas que pueden ser publicadas, porque en realidad no habla expresamente de experiencia cristiana. No. Lo mío son preguntas. Eso que dice don Giussani: «Es como cuando se aborda una cosa verdadera: si uno se mancha un poco con su pegamento ya no es capaz de irse, ya no puede irse, el pegamento lo tiene atrapado». Sí, estoy impregnada por completo. A mi casa llega regularmente Tracce. Y yo también, regularmente, acabo por leerla -eso sí, diciendo previamente: «Pero, ¿a ti qué te importa? Es lo de siempre, Cristo por aquí y por allá, la compasión, los misioneros de todo tipo, bachilleres iluminados y noticias varias»-, quiero verla, aunque solo sea porque son cosas de mis padres, y yo los estimo. Selecciono las cartas, casi por instinto, y quedo fascinada de las que leo. Y me digo: «Dios mío, ¿cómo es posible? Y después voy a la parte central, donde está el verdadero maestro, porque quiero oírle. Lo juro, jamás he oído hablar a nadie de esta manera. ¡¡Menudo cura!! «Cristo es el liberador del hombre y de toda la historia del hombre». Sí, pero, ¿dónde está este Cristo?, ¿cuándo me liberará?, yo, que estudio, que me enamoro, que odio, que experimento mil sentimientos en un mismo día, que me divierto y me deprimo, ¿entonces? ¿Existe la mano de otro que me protege? Bueno, para vosotros es fácil decir cosas así, es cómodo quizá hablar de Providencia. Incluso la muerte parece algo natural, algo a lo que están destinados todos los hombres. Y esa bendita compañía de la que habláis a todas horas, ¿dónde veis a Cristo en ella?, ¿qué pinta? ¿Qué significan todos esos "cielinos" abarrotados delante del aula San Giovanni de la Universidad Católica? En resumen, lo que quiero decir es que comprendo que vuestra revista sea para «vosotros»; aún así estoy segura de que llega a las manos de otros como yo, que se quedan en parte impactados, sin llegar a comprender, quizá, ni el setenta por ciento de vuestra experiencia, y, sin embargo, desearían mucho poderla compartir. Puesto que no sois banales, sino serios, y queréis verdaderamente comprender lo humano (lo cual es realmente bello), y dado que yo también soy así, os he escrito, porque no logro entender y quiero entender o, al menos, intentarlo. No puedo seguir haciendo "mis cosas", porque ¡yo quiero llegar a entender un poco esta VIDA!
Carta firmada
Francia. Una abuela «jovencísima»
Una señora septuagenaria, que se encuentra en Francia para atender a sus dos nietos, ha escrito esta carta a un amigo de la Fraternidad
Releyendo los apuntes de la jornada de inicio de curso, me llama, sobre todo, la atención el hecho de que, siendo como era tan contestataria hace veinte años, ahora me encuentro, por gracia de Dios, dentro de la maravillosa historia de este pueblo.
Digo maravillosa porque hoy más que nunca el haberme adherido al movimiento ha significado para mí no sólo tener claro el sentido de mi vida, sino vivir los problemas y las circunstancias con un corazón distinto. El otro día por la tarde Allen, mi yerno (que se declara ateo) me dijo que era excepcional. Se asombra de verme siempre dispuesta y serena, a pesar de la fatiga de cuidar a los niños y la lejanía de casa y de mis costumbres. «Es -me decía- como si al venirte te hubieses traído tu compañía contigo». Le respondí que tenía toda la razón: me he traído la Escuela de Comunidad, que es la compañía más querida que tengo, porque me ayuda a conocer qué es la Iglesia y cuál es su función; me corrige, me indica el camino; me hace darme cuenta de la presencia de Cristo, que no está únicamente en el cielo, con los coros de los ángeles, sino -como dice Don Giussani- aquí e inviste y da forma a todas mis acciones. Se trata de ser conscientes de su Presencia y ofrecer cada momento de la jornada, lo cual estoy haciendo, sin pretender nada, pidiendo únicamente que mi disponibilidad sea total. Mi yerno me lo ha agradecido diciéndome que es todo muy bello, sin embargo, después añadió el habitual «Pero... paciencia». Entiendo que mi tarea no es la de imponer, sino la de proponer que es posible vivir así, demostrándolo con la propia vida. Ésta es la grandeza que el movimiento me ha regalado.
Giuseppina
Milán. Fondo común
Después de recibir una orden de desalojo me he visto obligado a comprar una casa. En esta situación, y con una mujer cuidando de los niños, me he encontrado con que debía apartar noventa mil pesetas para los plazos de la letra. Con gran pena y después de haber pasado mucho tiempo viendo si el sueldo me permitía mantener la misma aportación al fondo común del año pasado, no he tenido más remedio que reducirla. Sé que lo que importa no es la cantidad sino el gesto; pero también es verdad que este dinero permite la vida de la Fraternidad. Fue entonces cuando me di cuenta, pensando en estas cosas y en la forma de poderlas mantener, de que todavía una parte de mis ingresos me pertenecía totalmente. Mi trabajo, de hecho, me obliga de vez en cuando a desplazamientos que, aunque pagados míseramente, suponen ingresos por dietas de comida y alojamiento. ¡Estos ingresos no los contemplaba en mis cálculos previos a las letras del piso! He decidido, por lo tanto, desviar estos ingresos hacia la obra de la Fraternidad. No será mucho, pero estoy seguro que serán de ayuda en la espera de que, pasados los dos o tres años de apuros, podré volver a la aportación habitual.
Carta firmada
Tailandia. También en Tailandia
En este momento la comunidad de CL en Tailandia está constituida nada más -y nada menos- que por dos personas, quizá tres, debería decir, con el padre Raffaele. Yo llegué hace un mes y durante este tiempo crece en mí todos los días la alegría porque experimento cómo el reclamarnos a lo esencial, que es la memoria de Cristo presente entre nosotros, llega a ser para mí el criterio para afrontar cada situación. El padre Mauro viene regularmente al monasterio (hemos decidido hacer Escuela de Comunidad para trabajar sobre nuestra vida y dar un juicio que nos haga crecer en humanidad, poniendo la mirada en la persona de Cristo) y esto es un don grandísimo que reaviva la pertenencia al movimiento y la responsabilidad por la Iglesia que nace de esta pertenencia, lo cual se concreta en la unidad con los miembros de nuestras comunidades. Estoy segura de que nuestro carisma, capaz de aprovechar y valorar cualquier aspecto distinto, hace también más inteligente y razonable nuestro ser hijos de San Francisco y de Santa Clara, simplemente permaneciendo y mendigando al Señor la conversión del corazón y la obediencia al camino que nos viene indicado. Estamos unidos en el Señor.
Sor Esperanza
Inveruno. Solo un milagro
Hace cuatro años la enfermedad de nuestro hijo nos había sumido en la total desesperación. Andrea tenía tres años y medio cuando le fue diagnosticado un «autismo en segundo grado». Había perdido la posibilidad y la voluntad de hablar, parecía que ya no nos escuchaba. Se había cerrado completamente en su mundo. El Señor, en nuestro dolor, quiso concedernos su gracia haciendo que nos encontráramos a una queridísima amiga del movimiento, experiencia que no conocíamos. Nos dijo que nos confiáramos a la Virgen y que en aquellos días -estando en Lourdes con motivo del décimo aniversario de la Fraternidad- rezaría por Andrea y por nosotros. El once de febrero Andrea dijo «mamá»; después de aquel largo y penoso silencio fue para nosotros un acontecimiento grandioso. A medida que el tiempo pasaba constatábamos que cada pequeño progreso coincidía con una fiesta mariana. Con una gran esperanza mi marido y yo nos hemos confiado a la Virgen y nos hemos sentido acompañados por ella, día tras días, hacia Cristo. A pesar de vivir en el sufrimiento, hemos encontrado una gran paz, porque a través de la enfermedad de Andrea el rostro de Cristo ha entrado en nuestra vida por medio de la experiencia del movimiento que nos ha hecho cambiar. Hoy Andrea tiene ocho años y ha hecho muchos progresos que lo están sacando del túnel de esta enfermedad. A nuestros ojos, todo esto es un milagro.
Mamá y Papá de Andrea
Madrid. Los planes de Dios
Hija o hijo nuestro: te quiero.
Casi no sé nada de ti,
únicamente el tiempo que has vivido
y los milímetros que mides;
pero sé que mi cuerpo era tu casa
y se preparaba cada día para recibirte.
te quiero como nunca antes había
querido y tenía montañas de cosas
para descubrir contigo, con tu padre
y con todos los que están con nosotros;
pero todas ellas con el único objetivo
de conocer el amor de Dios.
Tú eres nuestro o nuestra, carne de
nuestra carne; pero no nos perteneces.
Ni siquiera hemos podido prolongar un
segundo tu vida, no era necesario.
En sólo dos meses dentro de tu
madre has hecho todo lo que para
ti estaba preparado en este mundo
y ahora ya gozas con Dios, ¡pídele
por nosotros!
Hubiera dado la vuelta al mundo,
renunciando a todo lo que tengo, incluso
a mi vida con tal de no separarme
de ti. Sin embargo se me pide que
viva, que acoja lo que el Señor desea
para mí, que esté aquí en este mundo
que me pareció una tumba helada
el primer día que amaneció sin ti
y mis ojos aún no han podido dejar de llorar.
Ahora deseo vivir con alegría
todo lo que el Señor nos da
y así estar cerca de ti y de todos
los que nunca dejan acompañarnos.
Cuando muera lo primero que pediré
será que vengas a buscarme para
besar tu frente y después ir de
tu manita a ver la gloria de Dios.
Entonces sabré si te gustaron
los cuentos que te conté y las caricias
que te hicimos a través de la
pared de mi vientre.
Tus padres te necesitan,
no podemos dejar de buscarte
entre la niebla; pero sabemos
que algún día veremos tu
rostro, y en él la gloria
de Dios, de la que ya participamos.
Serás para siempre nuestro primer hijo.
¡Ruego por este mundo y ayúdanos!
Papá y mamá, 11 de Enero de 1996
Querido mío, ahora siento la mirada
y el abrazo del Señor de forma
más intensa, casi continuamente.
Me alegro porque Él te tiene en
sus manos. Ya casi he dejado de llorar,
aunque ahora te quiero más. La alegría
crece en mí con rapidez
a través de las dificultades del camino.
¡No abandones nunca tu oración por
nosotros y todos los que están aquí
22 de Enero de 1996
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón