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Huellas N.02, Marzo 1996

EDITORIAL

Aprender de la realidad

La reciente polémica surgida en Italia en torno a la posibilidad de modificar el texto del Padrenuestro, más allá de las cuestiones estrictamente teológicas y litúrgicas, ha tocado un aspecto interesante para todos, al traer a escena una gran cuestión: ¿Es realista el hombre que reza? Sobre ello ha hablado el director del diario La Repubblica -hermano ideológico del diario español El País- en un largo editorial. Suyo es, pues, el mérito de haber replanteado una cuestión relevante para millones de personas, creyentes y no creyentes.

El núcleo del problema radica, evidentemente, en el significado que se atribuye al término «realista». Se trata de un problema existencial -antes que de una cuestión de pensamiento- con el cual se han peleado generaciones de filósofos e intelectuales. Pero ahora la modernidad se ha convertido en una época en la cual lo que es evidente para los niños se confunde en la cabeza de los adultos. De hecho sorprende cómo, en nombre de una pública exaltación de la modernidad, se pueden censurar o eliminar algunos factores relevantes del objeto que se presume conocer, en este caso, la experiencia humana. Parece que la época moderna ha realizado, mediante el escepticismo, una violenta amputación de ese deseo de lo verdadero, lo bueno, lo justo y lo infinito que constituye el corazón del hombre, ese deseo que impulsa las más elevadas creaciones artísticas y la investigación científica, además de animar el tejido de una posible moralidad entre los hombres que no esté fundamentada en la mera convivencia o el afán de poseer.
Dicha amputación escéptica contradice la primera forma elemental del realismo: si algo existe, no se puede censurar en nombre de un prejuicio o de un esquema. Gustavo Bontadini, que fue un maestro de filosofía y de vida en la Universidad Católica de Milán, escribía: «Si algo está presente (incluso una sombra), algo real está presente». Si somos dos quienes tenemos sed, el hecho de que yo no encuentre alivio y el otro sí, no me autoriza a negar la posible existencia del agua ni el fenómeno de la sed y sus consecuencias.
Al contrario, debería llevarme a contrastar más apasionadamente lo que me encuentro con la sed que tengo, hacerme descubrir lo que la apaga o lo que señala una posible fuente para apagarla. Además, ¿no es, acaso, el primerísimo indicio de la conciencia humana el percatarse, con estupor, de que uno no se hace sí mismo?

Una vez que se han censurado estos datos fundamentales del realismo, que pertenecen a la experiencia elemental de cada uno, el razonar después sobre la relación con la realidad, la oración o la existencia de Dios es solo un confuso parloteo. Este hablar por hablar, que ya lo invade todo, corrompe en los jóvenes -aunque no solo en ellos- la posibilidad de entablar una relación realista y razonable consigo mismos y con el mundo. Tanto es así que, una vez que se ha echado al Señor-del-tiempo por la puerta, se asoman por la ventana los fantasmas de los ídolos, en nombre de los cuales la modernidad ha justificado, demasiado a menudo, acciones injustas y el totalitarismo político que brota del "dogmatismo cultural": el integrismo de los llamados "anti-integristas". De este modo, el presunto realismo moderno -que pretendía emancipar a los hombres- se anega en el pantano de un nuevo fideísmo carente de razón.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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