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Huellas N.22, Febrero 1991

CULTURA

La razón abre al Misterio

Josef Zverina

El más importante teólogo checoslovaco y promotor principal de Carta 77, el movimiento que está en el origen de la «revolución de terciopelo» del año pasado, tenía que participar en el Meeting de Rímini el pasado mes de agosto. Murió repentinamente, cerca de Roma, pocos días antes. Publicamos aquí algunos pasajes de la intervención que había preparado para esta ocasión y de su «Carta a los cristianos de Occidente», un documento fundamental, que en su día, como tantos otros testimonios vivos de la fe cristiana en le Europa oriental, pasó totalmente desapercibido en nuestro país.

Ante todo, debo aclarar el sentido de cada una de las tres palabras que forman el título: razón, abrir, misterio. Empecemos por la razón. La palabra razón es rica en significados, pero a nosotros nos interesa sobre todo su semántica bíblica y teológica. El término griego nous es uno de los más apreciados por S. Pablo, que lo usa 14 veces, en el sentido de capacidad de entender y de juzgar, de persuadir y mentalizar. En su significado más profundo se acerca a la sofia, la sabiduría. Y en uno aún más profundo al logos...
Abrir la ventana significa dejar que la luz nos permita ver los objetos de una habitación. Abrir la puerta significa a su vez invitar a alguien a entrar para que comparta nuestra intimidad, acoger una presencia, hacer posible la confrontación y el diálogo.
Abrir no significa crear o producir un objeto, sino aceptar al otro como don, como signo de caridad. Quien entra como invitado se convierte en una persona real, en un ser abierto a compartir.
Nace así la comunicación y la comunión. Las palabras alcanzan su verdadero objetivo, la verdad halla un nuevo espacio, la caridad se abre a la alegría. He aquí por qué se dice que Dios «las manos abiertas»; y he aquí por qué se pide al hombre que tenga «el corazón abierto». De este modo la razón se abre, funciona como mente, se convierte en sabiduría, en logos.
El último paso hacia el misterio ya se puede ver. «La verdadera razón es una ventana que se abre de par en par al ancho mundo», ha escrito don Giussani.
El misterio no es un problema a resolver ni un enigma insoluble.
Más que una palabra, es misterio toda la realidad. La palabra no es capaz de interpretarlo; se acerca al misterio sin poder alcanzarlo, sin poder nunca definirlo, sin poder agotar jamás su contenido. La plenitud de la verdad que encierra el misterio es tan grande que únicamente puede ser revelada.
Por eso el misterio, a su vez, se abre a la razón. Sin la razón, el misterio no tendría ninguna razón, ni en sí ni para nosotros. El misterio contiene en sí mismo realidades inefables. La raíz griega de la palabra mystérion es myo, que significa «estar cerrado». Sin embargo, el misterio cristiano difiere en muchos aspectos del misterio de los misterios religiosos naturales de la antigüedad, sobre todo de la griega. Quisiera subrayar esto con toda la fuerza posible.
¡Para nosotros la cuestión es el misterio de Dios y el misterio de Cristo!
En el Nuevo Testamento son visibles dos tradiciones importantes para nuestra fe. La primera es la tradición del judaísmo apocalíptico que se articula en los términos oculto/revelado. Su contenido cristiano en tres aspectos muy importantes para nosotros, que somos testigos y herederos de este misterio:
1) Primer aspecto: la salvación, escondida desde la eternidad y ahora revelada a todos los hombres (cfr. Mc 4,11; Col 1,26 ss; Rm 16,25 ss).
2) Esta revelación tiene carácter escatológico y nos toca fuertemente (cfr. Hb 1,1; Ap 15,1).
3) En Tim 3,13.16, mystérion significa doctrina de la Iglesia; es decir, el misterio de Cristo en cuanto nos ha sido confiado a nosotros.
La otra tradición, en cambio, expresa el misterio cristiano en términos que oponen vida y muerte (cfr. 1 Cor 2, 15,36,51). Se trata de la muerte y resurrección de Cristo y también de nuestra muerte y resurrección mística en el Bautismo (Jn 11,24 ss; Rm 6,5; Pe 1,3; 13,21; Ap 10,7; 20,5ss).
En su sentido cristiano, misterio también significa la inescrutable sabiduría de Dios (v. 1 Cor 2,7; Rm 11,33). Pero, a diferencia de los misterios de las religiones naturales, el misterio cristiano debe ser anunciado y predicado; primero por los apóstoles, después por los profetas y finalmente, por todos los «santos» (1 Cor 13,2; 15,51; 2 Cor 1,19; Ef 1,8), es decir, por todos nosotros (Col 1,26). Esta es nuestra vocación y nuestra misión: ¡ser los servidores del misterio de Cristo!
Finalmente hay otro misterio, que no es el de Cristo, sino el del Anticristo, el mysterium iniquitatis, la obra escondida del Demonio (cfr. Ts 2,7; 1 Jn 2,18; 2,22; 4,3).
El maligno opera contra la verdad como padre de la mentira (Jn 8,22; Ap 2,27; 22,15). Parece que a este misterio no se le ha dado lugar en este Meeting, porque contradice la razón y excluye la admiración. Pero, aún así, es una realidad, y os invito a que os opongáis a ella - «cui resistere fortes in fide» (1 Pe 5,8 ss) - en nombre de Einstein, con la fuerza de la verdad; y en nombre de Becket, con la fuerza del martirio...
La literatura sobre este tema es vastísima. Pero actualmente lo más importante para nosotros es que prestemos atención a dos corrientes opuestas. Una intenta que el misterio se alce contra el racionalismo que lo invade todo, desde la ilustración al positivismo y el marxismo. Por otro lado se están poniendo de actualidad varias formas de irracionalismo, como el misticismo oriental y occidental, la nueva gnosis de mil colores y formas. El misterio cristiano no a mitad de camino entre estas corrientes, sino por encima de todas ellas, aunque reconozcamos y aceptemos críticamente algunos aspectos de ellas. En la Fe cristiana tenemos tesoros comparables absolutamente inagotables.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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