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Huellas N.01, Enero 2024

RUTAS

Un ángel con el banjo

Luca Fiore

Sus canciones citan a Flannery O’Connor, es creyente pero no quiere «imponer un contenido religioso en todo» porque lo importante es una «fe viva». Retrato de un gran cantautor norteamericano inclasificable


Sufjan Stevens es uno de los cantautores estadounidenses más famosos del momento. No tiene un gran sello sino que publica sus discos con su propia casa discográfica, llamada Asthmatic Kitty. Técnicamente es un cantante indie pero eso no le ha impedido alcanzar fama internacional. De hecho, ya ha pasado por el Late Show de Jimmy Fallon y cantó en la nonagésima edición de los Oscar la canción Mystery of Love, por la que estaba nominado. Todo ello muy mediático, justo lo contrario de lo que se supone que es ser indie.
Otro motivo por el que sorprende el interés de los medios y del gran público es que Stevens no esconde su fe cristiana, que suele aparecer en las letras de sus canciones. En su último trabajo, Javellin, encontramos un título que remite a un cuento de Flannery O’Connor, que a su vez hace referencia a Teilhard de Chardin: Everything that rises must converge (Todo lo que asciende tiene que converger). Dice en una estrofa: «Jesús, súbeme a un nivel más alto / ¿Puedes venir antes de que me vuelva loco? / No me arrojes al infierno cuando mis demonios se enfurecen / Date la vuelta para ver lo que puedo decir». Versos explícitos pero, como veremos, su obra no tiene nada que ver con la música cristiana americana, compuesta a base de estribillos pegadizos con trasfondo bíblico.
Stevens es un autor muy prolífico, en casi 25 años de carrera (nació en 1975) ha publicado 18 álbumes. Nueve grabados en estudio, uno en vivo, dos recopilaciones de villancicos y seis trabajos instrumentales o en colaboración con otros artistas. Su primer gran éxito llegó en 2003 con Greeting From Michigan, The Great Lake State, un álbum dedicado al estado americano donde nació. Dos años después llega Sufjan Stevens Invites You To: Come On Feel The Illinoise (con un juego de palabras entre Illinois y noise, ruido). Corrió la voz de que el cantante quería escribir un LP para cada uno de los 52 estados norteamericanos, pero eso no sucedió. Aquí sus canciones hablan de lugares, personajes históricos (como el asesino en serie John Wayne Gacy Jr), recuerdos de la infancia o avistamiento de ovnis. En Chicago canta: «Me fui a Nueva York / en furgoneta, con mi amigo / Dormíamos en parques, daba igual, daba igual, / estaba enamorado de ese lugar / en mi cabeza, en mi cabeza / cometí muchos errores».

El estilo de Stevens se caracteriza por su inconfundible voz en falsete que, en vez de resultar fría (como pasa por ejemplo con los Bee Gees), suena cálida y melosa. Sus melodías suelen ser cristalinas, con arpegios de guitarras acústicas, el sonido metálico del banjo, coros de fondo, líneas de viento, la aparición de un piano. Creando atmósferas dulces, a veces lánguidas. Con letras íntimas, poéticas, en muchos casos crípticas. Los estribillos se repiten de forma obsesiva como mantras. Con el tiempo se introduce también la música electrónica, como en The Age of Az, un álbum precioso que termina con una locura de 25 minutos titulada Impossible Soul: cinco canciones fundidas en una sola composición, a veces dulce, a veces obsesivamente hipnótica. Aunque su pieza más personal y sensible es Vesuvius: «Sufjan / Sigue tu corazón / Sigue la llama o cae a tierra / Sufjan / El pánico dentro / El fantasma asesino que no puedes ignorar».
Pero la cumbre, al menos de momento, llega con el disco de 2015, Carrie & Lowell, dedicado a su madre –que había muerto recientemente– y a la relación entre Stevens y el segundo marido de ella, que se convirtió en uno de los fundadores de Asthmatic Kitty. Stevens se crio con su padre, Rasjid, y su madrastra, Pat, con la posibilidad de visitar solo ocasionalmente a su madre Carrie, que luchó toda su vida contra la depresión y el alcoholismo. En Death With Dignity canta: «Te perdono, mamá, puedo oírte / Y anhelo estar cerca de ti / Pero todos los caminos llegan a su fin / Tu aparición pasa a través de mí entre los sauces». Y en la dulcísima y desgarradora Fourth of July dice: «El mal se extiende como una fiebre que avanza / Era de noche cuando moriste, mi luciérnaga / ¿Qué podría haber dicho para resucitarte de entre los muertos? / Oh, ¿podría ser el cielo del 4 de julio?». Luego llega esa canción tan misteriosa como conmovedora titulada My Beloved John (referida al apóstol que Jesús amaba, sí), cuyos versos merece la pena reproducir en su inglés original: «So can we pretend, sweetly / Before the mystery ends? / I am a man with a heart that offends / With its lonely and greedy demands / There’s only a shadow of me; in a matter of speaking, I’m dead» (¿Podemos fingir como si nada / antes de que el misterio acabe? / Soy un hombre con un corazón que ofende / con sus peticiones solitarias y ambiciosas / Solo queda una sombra de mí; / digamos que es como si estuviera muerto).
Su último disco, Javelin, se lo dedica Stevens a un compañero suyo que murió hace unos meses. De hecho, el hilo conductor es un viaje dentro de la experiencia de un amor complicado, nada más lejos de un idilio romántico. Con todo el peso del trabajo, la carga y la fatiga cotidiana, se confronta con el otro. El amor que acaba, el amor que dura. En Will Anybody Ever Love Me? canta: «Arráncame el corazón y la angustia / Atropéllame, tírame, expúlsame / Encuentra un río que corra hacia el viento del oeste / Justo encima de la costa verás una nube». El coro le responde: «En cada estación / Jura fidelidad a mi corazón / Mi corazón ardiente / Mi corazón ardiente / Mi corazón ardiente». Genuflecting Gost, en cambio, empieza así: «Me ofrezco en sacrificio / Fantasma genuflexo, beso el suelo / Levántate, amor mío, muéstrame el paraíso / Ya nada parece tan simple».

Decíamos al principio que Stevens es cristiano y así lo muestra en muchas de sus letras. Más concretamente es miembro de la Iglesia episcopal anglo-católica (como T.S. Eliot). Sin embargo, escuchando sus canciones, hay algo que no cuadra. O al menos no se corresponde con lo que uno esperaría normalmente de un “cantante cristiano”. A un periodista que le preguntó si, «siendo un artista de cierta fama», le resultaba incómodo tener que difundir «la Buena Nueva», le respondió: «No necesariamente, creo que la Buena Nueva se refiere a la gracia, la esperanza, el amor y la renuncia a uno mismo por Dios. Creo que la Buena Nueva de la salvación es algo relevante para todos y en todo». El cronista lo miró incrédulo y salió con una serie de preguntas sobre la corrupción en la Iglesia y su impostación dogmática. Stevens rebatió: «¿Cuál es el fundamento del cristianismo? Una cena, la comunión, ¿no? La Eucaristía. Ahí está todo, se trata de compartir una cena con tus vecinos. ¿Y qué cena? El cuerpo y la sangre de Cristo. En la práctica, Dios se nos ofrece como alimento. Es bastante raro, si lo piensas. Pero esa es la base de la fe. Dios ofrece una especie de restauración, es el alimento de una cena. Todo lo demás son solo accesorios, que son vitales naturalmente: el bautismo, el matrimonio, la oración, el Espíritu Santo y todas esas cosas. Pero fundamentalmente se trata solo de una cena».
Stevens sabe lo que hace y se nota que no ha olvidado del todo el catecismo, pero rechaza la etiqueta de artista “cristiano”. Su relación con la fe –dice– no es una cuestión ajena a su arte, sino la linfa que lo nutre y vivifica. «Creo que, desde el punto de vista técnico, mi proceso artístico no se guía tanto por las abstracciones de la fe o la política como por la teoría práctica: composición, equilibrio y color».

En otras palabras, lo que le preocupa es hacer buena música, que funcione sobre todo musicalmente. «No es que la fe tenga que influir en lo que hacemos, sino que ya vive dentro de nosotros. En cualquier circunstancia (dar un discurso o atarme las botas) yo vivo, me muevo, existo. Eso me exime de hacer el incómodo esfuerzo de agradar a Dios (y a la Iglesia) imponiendo un contenido religioso a cualquier cosa que haga».
De ahí la dificultad para “bautizar” las canciones de Stevens que, efectivamente, incluso cuando citan la Biblia o el evangelio, nunca lo hacen por contribuir a lo que algunos llaman la “estética anestésica” cuando se refieren a la cultura cristiana contemporánea. Su letra te mantiene en tensión. En él se percibe una confianza en el poder persuasivo y cognoscitivo del arte, que le permite ofrecer una contribución al alma de un creyente y también al alma humana por naturaleza, que a menudo también es inconscientemente religiosa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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