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Huellas N.01, Enero 2024

PRIMER PLANO

Ese deseo infinito que no son capaces de ver

Maria Acqua Simi

Los expertos describen una sociedad sumida en el sueño, asustada y paralizada. Pero la realidad no es así, como atestigua Silvio Cattarina que lleva más de treinta años acompañando a jóvenes en su paso a la vida adulta

Sonámbulos aquejados de “hipertrofia emotiva”. Un pueblo inerte y embobado, aturdido. Energía vital: cero. Miedos: miles. Así describen los expertos en sociología a la población europea. Una descripción donde no parece haber espacio para las familias que siguen apostando por sus hijos, pues a fin de cuentas todo indica que en 2040 solo una pareja de cada cuatro decidirá tenerlos. Ante una realidad tan obtusa y complicada, el hombre de hoy prefiere optar por un sueño profundo. ¿Pero de verdad no hay espacio para que entre una mirada distinta? Se lo preguntamos a Silvio Cattarina, psicólogo y sociólogo que desde hace más de treinta años dirige la cooperativa social El Imprevisto, con comunidades terapéuticas para jóvenes con dificultades.

Parece que vivimos como zombis, avestruces con la cabeza bajo tierra, apáticos, sin desear nada. ¿Eso es lo que ves en los jóvenes con los que trabajas?
Por supuesto que no. ¡Al contrario! El deseo es cada vez más explosivo, sobre todo en los jóvenes. Solo que está muy camuflado, cubierto, porque el deseo les da mido. Me refiero a los jóvenes, pero también les pasa a los adultos, que vagan en la oscuridad, sumidos en mil distracciones con tal de no pensar porque tienen la sensación de estar viviendo en un mundo cada vez más malvado, pues el mal avasalla. ¡Pero no! El bien es más grande que cualquier mal, por grande que sea, pero hace falta ayuda para verlo. Como perciben que el mundo está enfermo, no se sienten amados, esperados ni queridos por algo verdaderamente grande. ¡Ese es el problema! La gente vive sonámbula porque nadie dice ya que existe Alguien verdaderamente grande que siempre ha amado y esperado la llegada de mi persona, incluso cuando todo va mal. Ya no hay ese coraje entre los adultos, ni en la educación, para gritar con fuerza que existe un amor así. Pero yo puedo decir por experiencia que cada persona que viene al mundo lo hace por una gran promesa. Ahora bien, si no encuentras a nadie que te ayude a entender esto, a poner nombre a esa promesa que te llama para vivir una aventura juntos, estás perdido y te dispersas. No es que se viva como sonámbulos, se vive perdidos y dispersos frente a la vida.

¿A qué se debe ese miedo ante la realidad? ¿Qué es lo que nos paraliza?
No es verdad eso que se dice tantas veces: «Los jóvenes tienen miedo a la fragilidad». No es verdad porque el joven, desde que el mundo es mundo, es el omnipotente por excelencia. Más bien, lo que teme es el bien y el amor que lleva dentro. Por eso digo que el deseo siempre es grande y explosivo. Los jóvenes con los que me encuentro, y son muchos, no se consideran dignos de ser amados, a pesar de que lo desean muchísimo. El bien da miedo, pero existe de todas formas. Yo le doy el nombre de Dios, un padre que nos ha querido desde nuestro primer hálito de vida. Me impresiona, por poner un ejemplo, cuando los jóvenes que viven en nuestras comunidades repiten que solo aquí se han sentido queridos. Yo les insisto en que son amados desde siempre, desde su primer instante de vida. «Si yo fuera vosotros, no me bastaría con ser amado solo aquí», les digo. Una chica nos dijo un día: «Qué estúpida he sido hasta hoy, siempre había pensado y dicho que era una chica vacía, que dentro de mí solo había un gran vacío. Pero siempre he estado llena de miles de cosas, deseos, proyectos, sueños… Ese vacío está, pero no dentro de mí sino fuera». ¡Fíjate qué mirada!

¿Qué puede vencer ese vacío?
Tienes que perdonarme porque siempre vuelvo al mismo punto, a los jóvenes que pasan por nuestra comunidad, pero al fin y al cabo esa es la historia de mi vida. Para responder no puedo hacer otra cosa que hablar de ellos. Nunca me dedico a diseccionar los errores y equivocaciones de un pasado turbulento. Más bien les desafío en tres puntos. Primero, el valor de la persona. Es habitual que pare a un chico o una chica que va dando vueltas por la comunidad para preguntarle, un poco a contrapelo: «Para ti, ¿qué es lo más bonito, grande y admirable del mundo?». Nadie dice nunca “yo”. ¡Pero todos deberían responder eso! Por eso partimos de ahí, de redescubrir ese “yo”. ¿Cómo? Aprendiendo juntos que no se puede despreciar la realidad entera. Ellos creen que la realidad es inútil, te dicen que la vida es un asco. Y yo me enfado porque es cierto que en la realidad hay mucho mal, pero el bien es más grande. La realidad está llena de ocasiones, oportunidades, llamadas. Dentro de la realidad hay una llamada. Más aún, como decían los curas cuando yo era pequeño: en la realidad hay un rostro.

Por tanto, los desafías sobre el valor de su persona y sobre el sentido de la realidad, ¿y el tercer desafío?
Descubrir el motivo por el que estoy en el mundo. ¡Vamos a descubrirlo juntos! Hay un gran objetivo por el que estamos en el mundo, no puede dejar de haberlo. Pero a veces les da miedo descubrirlo. Sin embargo, yo lo he visto y después de tantos años nadie puede quitarme esta certeza: en el fondo del corazón de cada uno de estos chavales está Dios, existe Dios, vive Dios. Y ellos, aunque les dé miedo, ven a Dios en el fondo de su corazón mucho mejor que tú y que yo. Sobre estos tres puntos es importante realizar un trabajo de comprensión, de juicio y de análisis. En los jóvenes nunca falta el deseo ni las ganas de vivir, lo que falta es el pensamiento, la capacidad de reflexionar e ir hasta el fondo. Por eso todos los santos días, sábados y domingos incluidos, Navidad, Semana Santa y verano, tenemos un encuentro por la mañana y otro por la tarde, para saber. Sí, saber para entender, entender para amar, amar para perdonar, perdonar para abrazar.

Estás muy seguro de lo que dices, ¿nunca dudas?
Parto sencillamente de lo que he visto hasta hoy. Tengo casi setenta años y puedo decir que sí, los expertos pueden fotografiar y analizar todo lo que quieran las miserias y la oscuridad de nuestra existencia, pero la vida nunca será derrotada. Si pudierais mirar a los ojos a todos los que pasan por El Imprevisto veríais los rostros de gente que ha luchado por cambiar, ha empezado a quererse, a descubrir el gusto de vivir. Si pudierais ver sus ojos no tendríais dudas. Dios nunca se traiciona a sí mismo. Por tanto, lo que vemos aquí muestra una gran esperanza. Lo que nos sostiene es una gran esperanza incluso a pesar de las guerras y pandemias. Tenemos ante nosotros una luz inmensa. Voy a contarte algo que he aprendido hace poco. Una de las frases más recurrentes de los que pasan por nuestras comunidades es: «he cambiado cuando he tocado fondo». Yo siempre había pensado que ese fondo era algo malo y oscuro pero ahora, justo ahora, me doy cuenta de que ese fondo está lleno de luz y por eso remontan. En ese fondo aparece alguien (una frase de la madre, del padre, del cura, de un amigo) que te llama por tu nombre. Ese fondo te abre de par en par. Eso es algo extraordinario y nunca lo había entendido.

¿Lo dices porque un joven decide entrar en la comunidad cuando ha tocado el punto más bajo de la existencia?
Durante estos años muchos periodistas me han preguntado cómo se entra en la comunidad. Siempre he respondido que uno entra aquí por sus problemas: drogas, autolesiones, la incapacidad de los padres para gestionarlo, depresión, adicción al juego, etcétera. Pero hace tres años, mientras escuchaba otra vez la misma pregunta, me sorprendí respondiendo de pronto: «¡Por amor!». Lo dije gritando. Uno entra aquí por amor. Entra por su madre, por su padre, por un trabajador social, por un psicólogo que le ha querido. Uno no da un paso por algo malo sino por amor. Esta obra se llama El Imprevisto, como recitaba un precioso poema de Eugenio Montale que muchos han aprendido a valorar gracias a don Giussani (muchos jóvenes aquí creen que esa poesía es del Gius). Tenemos dos comunidades (masculina y femenina) y luego una experiencia post-comunidad, un taller de carpintería que se llama “Más allá” (citando siempre a Montale). Tal vez sea ese deseo infinito, ese “más allá”, lo que los expertos en sociología no son capaces de ver.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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