Thomton Wilder
El puente de San Luis Rey
Edhasa
pp.144 - €15
Sabe Dios desde cuándo estaba ahí el puente. Una pasarela de tablones tejida con mimbres como las que salen en las películas de Indiana Jones. Un día el puente se rompe mientras cinco personas lo están cruzando. Un fraile, el hermano Junípero, es testigo casual de la tragedia y una pregunta atraviesa su mente ingenua: ¿por qué les ha sucedido esto precisamente a esos cinco? O la vida humana se desarrolla por azar o bien, si existe un designio divino, podríamos rastrearlo en la vida de esas cinco personas.
Así es como da comienzo para el hermano Junípero una interminable recolección de documentos en busca de los detalles más insignificantes para hallar un sentido completo. Esa es la idea fulminante de un Thornton Wilder treintañero que en 1927 se transformará en una de las novelas más vivas, frescas y originales del siglo XX, El puente de San Luis Rey. El proyecto del hermano Junípero fracasará, como era previsible. «El arte de la biografía –observará Wilder no sin ironía– es más complicado de lo que se suele pensar». Pero su fracaso tiene un sentido más profundo, como sucede con el libro.
Tiene una estructura genial que otros imitarán después, como Jonathan Franzen en Las correcciones. Cada uno de los capítulos siguen a uno o dos de los personajes implicados en la caída del puente, más un capítulo final. No son vidas aisladas, sus biografías se entrelazan, se enriquecen, se desmienten mutuamente. No hay signos de coherencia, la realidad se sale de los modelos teológicos, la vida emerge con más vitalidad que nunca de esa búsqueda. Pero las preguntas de Junípero no caen en el vacío, como tampoco caerán en el vacío las vidas de esas pobres víctimas. La conclusión es genial aunque no explícita. Wilder no “dice”, no declara, sino más bien “manda decir”. Hace falta la libertad del lector.
Hay un solo indicio. En estos días trágicos, la muerte acompaña continuamente nuestras vidas, puede incluso tocarla en primera persona pero en todo caso nos acompaña en las noticias de cada día desde que encendemos la radio por la mañana en el coche. Se multiplica así esa experiencia de ruptura, con un accidente casi absurdo: la muerte es como una frase interrumpida a medias y contar una vida implica el intento de adivinar el trozo que le falta a esa frase. Se trata pues de decidir si ese trozo existe o no. En otras palabras, ¿hemos nacido para morir, como dicen ciertos filósofos, o hemos nacido para nacer, hasta tal punto que algo empieza a vivir, incluso mientras morimos?
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