Empezando a hacerse adultos
El esperado fin de semana llegó, dando lugar a eventos acerca de temas culturales, políticos y sociales que invitan a la apertura, a la reflexión y al diálogo. Este año el EncuentroMadrid traía consigo una multitud de propuestas atendiendo a distintas inquietudes y, para los más jóvenes, ha sido una ocasión para participar de la vida del movimiento. Muchos bachilleres, al fiarse de la invitación de sus responsables, han dado un paso adelante a través del voluntariado, volviéndose por primera vez protagonistas.
Hablando con ellos, descubrimos que la experiencia no les ha dejado indiferentes, sino que, de hecho, han empezado a intuir que están hechos para darse al otro. Para algunos ha sido especialmente llamativo sentirse llamados personalmente, viendo que no eran mirados como meros trabajadores que cumplen una función, sino como personas con nombres y apellidos. Reconocidos por el otro con afecto, sabiéndose parte de un entorno casi familiar que les permite crecer.
Otros se han sorprendido queriendo devolver todo lo que se les ha dado hasta el momento, así como servir y agradecer a quienes les habían servido anteriormente. Desde pequeños, el EncuentroMadrid ha sido un espacio donde coincidir con amigos y descubrir testimonios de fe, siendo en todo momento cuidados por los adultos. Poder prestarse es la forma más concreta de expresar su gratitud.
Asimismo, los bachilleres han disfrutado desempeñando una función concreta en el voluntariado. Poder sentirse útiles y formar parte del gran rompecabezas que es el Encuentro nos ha empujado a involucrarnos activamente en todos los aspectos del evento. Hemos comenzado a entender que la vida se engrandece cuando se camina en familia, aprendiendo a entregar la vida. A través del trabajo voluntario y guiados por los mayores, los jóvenes empiezan a hacerse adultos, adoptando un horizonte de vida más grande.
Ana y Hanna, Madrid
El lugar
Este último año, a raíz de una cena, ha nacido nuestra amistad. Lo que hemos ido descubriendo en estos meses ha sido que lo que sostiene nuestras vidas, con sus heridas y sus alegrías, es vivir intensamente el instante presente. Solo se puede vivir el instante presente si te dejas provocar por la realidad tal como se da. Concretamente, el lugar que nos educa a tener esta postura delante de la vida es la Escuela de comunidad, porque reconocemos que ahí podemos compartir nuestra mirada sobre las cosas y ver qué hay para nosotros en la de los demás, esto nos hace estar más atentos. También porque hay una propuesta en la que compararse con el texto significa compararse con un juicio que es más verdadero que el nuestro. Hay una obediencia razonable a una propuesta.
Nos damos cuenta de que una hora a la semana no nos basta, y por esa razón ha surgido una iniciativa sobre la realidad misma, porque «a partir de este momento el instante deja de ser banal» y la vida empieza así a florecer: con cenas, caritativa, trabajo, convivencias, encontrando gente nueva y descubriendo así que todo el mundo está esperando lo mismo que esperamos nosotros.
Uno de los frutos de este descubrimiento ha sido el deseo de compartir lo que vivimos, que se ha traducido en el comienzo de un podcast llamado “El lugar”. Aquí lo que nos proponemos es, simplemente, una pregunta que surge entre nosotros para poder dialogar juntos y contar cómo lo que vivimos sostiene estas preguntas que surgen. Por ejemplo, en el primero, la pregunta era: ¿qué buscas? Esto nos ha permitido reconocer que nuestra amistad es verdadera y que la propuesta que se nos ha hecho a través del movimiento es para nosotros.
Ilaria, Paula, Daniele y David, Barcelona
Lo que ahora sé
Vengo de Perú, de una ciudad llamada Arequipa, y llevo en Madrid poco más de un año. Al inicio de mi estadía estuve muy tranquila, vivía cómodamente y sin preocupación alguna. Sin embargo, de un momento a otro tuve que dejar el piso que compartía con mi compañera, salí con mis maletas en la mano, algunas cosas que había adquirido, y con la cabeza llena de dudas e incertidumbre acerca del futuro que me esperaba en esta ciudad, lejos de mi país, de mi familia, sin conocer a nadie más que a mi compañera que momentos antes me venía invitando a dejar libre su piso.
Recordé que me habían presentado a una señora muy amable que vivía a solo tres cuadras; sin tener a quién más acudir decidí visitarla, contarle mi situación y muy amablemente me permitió quedarme en una habitación en su hogar. Me sentí aliviada, ya tenía un lugar donde dormir, agradecí a Dios en ese momento.
Cabe mencionar que ya conocía a Dios, pertenezco a un hogar católico y en Perú asistí al grupo de la parroquia, pero a pesar de asistir y creer que existe un ser supremo, pienso que mi fe en ese momento no era grande.
Una vez resuelto lo de la vivienda, trataba de encontrar soluciones, tenía que pensar en cómo poder continuar viviendo. En esos momentos no solo te aqueja el hambre o el frío, sino sobre todo la soledad, sentir ese vacío y dolor en el corazón de no poder contar a nadie, de necesitar un abrazo o una palabra de aliento y saber que tu familia y amigos están en otro continente.
Salí de casa a caminar para aclarar, me sentía perdida, sola, hambrienta, triste, y quizás tentada a encontrar “soluciones” más simples como desaparecer de este mundo. Con todo eso en mi cabeza llegué frente a una iglesia, decidí entrar y encomendarme a Dios. Sentada en un banco comencé a llorar, me sentía desesperada. Debí estar mucho rato ahí pues en un momento se me acercó un sacerdote, en ese momento desconocido para mí que luego sería una luz en mi camino, y me preguntó si me sentía bien. Era tan bonito recibir esa pregunta, sentir que alguien se interesaba por cómo podía yo sentirme. Le conté lo que me pasaba y él, con una sonrisa y emanando toda esa paz que transmite, me invitó a almorzar con las señoras de la parroquia y compartimos el más bonito almuerzo que en mucho tiempo no tenía. Al terminar, el padre Pablo me invitó a pasar el domingo de migas solidarias en la parroquia.
Ese domingo (18 de diciembre de 2022), indico la fecha porque es un día crucial en mi camino, me indicó el padre Pablo que apoyaría cuidando la puerta de los salones parroquiales, y yo feliz y contenta de poder ayudar en una buena causa me dispuse a cumplir la labor encomendada. Entonces se acerca una chica y me dice que también debía estar en la puerta conmigo: esa chica es el angelito que Dios me envío para invitarme a la Escuela de comunidad. En ese momento no sabía la gran bendición a la que estaba invitada a participar.
Así comencé a asistir, al principio con curiosidad, con algo de temor a los demás al recibir a alguien ajeno, pero cada vez que los escuchaba compartir sus vivencias, escuchar las explicaciones de los textos de Luigi Giussani al concluir cada reunión, sentía que mi vida iba mejorando. Hoy puedo decir que a través de estos amigos Dios me ha mostrado el verdadero camino, puedo decir con certeza que mi fe ahora sí es verdadera y grande, que estoy acogiendo la palabra de Dios con disponibilidad, que no tengo temor, aunque mi situación sea muy complicada ya no me siento sola, sé que puedo abrazarme a Dios, que aun si sintiera dudas me elige, gracias a lo que compartimos en la Escuela de comunidad tengo la certeza de que el Espíritu Santo no nos abandona, que la presencia de Cristo es hasta el fin del mundo y que la fe es tener confianza en Cristo.
He aprendido que puedo vivir tranquila porque es Cristo quien vive en mí. A pedir en oración que crezca mi fe, a tener la certeza de que para poder avanzar en el camino es necesario hacerlo juntos en comunidad, como siempre dice un amigo citando a Mateo 18:20, porque «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Johanna, Móstoles (Madrid)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón