Al acabar la cuarentena comencé cuarto de Secundaria sin ninguna motivación para los estudios. El colegio suponía un gran peso para mí y me costaba levantarme cada día para acudir a un sitio que no me hacía feliz. No tenía un verdadero motivo por el que ir, lo que hacía que mi vida no tuviera un sentido.
A pesar de ello siempre he sido muy autoexigente en los estudios, haciendo que mi vida dependiera exclusivamente de los resultados de los exámenes, y ni siquiera me hacían feliz, lo que acabó convirtiéndose en un círculo de frustración y tristeza.
A medida que fue avanzando el curso empecé a salir los fines de semana con gente de mi clase. Las quedadas solían ser bastante simples y, aunque desde fuera parecía que era un planazo y que éramos buenísimos amigos, la realidad era que volvía a casa más vacía de lo que salía. Además la compañía de estos amigos hacía que pudiese pasármelo bien ese momento, pero volver a comenzar la semana se me hacía un mundo. En el fondo no eran amigos que me acompañaran, sino que solo querían pasar el tiempo y estar entretenidos.
Como hombres que somos, queremos vivir de verdad para ser felices, pero caemos en la tentación de vivir superficialmente como forma de sobrellevar nuestra propia realidad. Siempre que me encuentro viviendo de esta forma, sin caer en la cuenta de mi realidad, tengo la ocasión de volverme a encontrar con aquello que me hace vivir intensamente, como un recordatorio de que merece la pena vivir así. Ese recordatorio han sido mis amigos, quienes hacen que mi corazón se sienta más cálido.
Los primeros años en Bachilleres escuchaba cómo todos hablaban de la amistad de una forma que hacía que les envidiara, pues mi relación con mis amigos de aquella época era banal e individualista. Estar con ellos no me hacía crecer, sino quedarme estancada en una vida que no valoraba.
Sin embargo, esto empezó a cambiar en segundo de Bachillerato, pues se me dio una amistad diferente a las que había tenido. Con estos nuevos amigos comencé a compartir mi vida; el estudio, mis miedos, mis inquietudes… En definitiva, empecé a vivir los diferentes aspectos de mi vida acompañada por ellos. Esto hizo que incluso los estudios, con los que no tenía una buena relación, se convirtieran en algo que disfrutaba. Conseguí encontrar un espacio en mi vida para los estudios, sin que ocuparan la totalidad de esta. De la misma forma, aspectos de mi vida que antes no tenían su lugar, como la familia o los amigos, obtuvieron un puesto mucho más importante. Esto hizo que mi realidad cambiara y se engrandeciera, cuidando cada parte sin desatender ninguna a causa de otra, tal y como me ocurría antes. Identifiqué en esta nueva compañía algo que la diferenciaba de mis anteriores amigos. Me querían, y no solo para pasar el rato, sino que verdaderamente se interesaban por mí y me cuidaban. Como vi que ellos eran un bien para mí empecé a fiarme de todo lo que me proponían. Normalmente yo no me involucraba mucho en lo que pasaba a mi alrededor, porque prefería verlas en la sombra. Sin embargo empecé a apuntarme a todo con mis amigos; a la caritativa, a meriendas solidarias, a la obra de teatro del cole. Al principio les decía sí a ellos porque me fiaba y disfrutaba de su compañía, pero vi que suponía algo tan positivo para mí que cada vez fui involucrándome más en todo. Esto hizo que cambiara por completo mi forma de afrontar la vida, pues ya no solo sobrevivía, sino que me metí de lleno en la realidad. Muchas veces esto ha hecho que ciertas situaciones me causen fatiga, pues ya no me son indiferentes las cosas, sino que todo lo hago mío, todo me provoca mucho más. A pesar de que haya momentos en que los sentimientos sean tristes o duros, he comprobado que merece la pena vivir así antes que impasible ante la realidad.
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