Conocí el movimiento cuando era pequeño y no por iniciativa mía. Es algo con lo que me he encontrado. Vengo de una familia de tradición cristiana pero no practicante. Cuando cumplí cinco años, cerca de mi casa abrieron el colegio Newman. La manera en la que se hablaba de la razón, de la verdad y del compromiso con la realidad… hizo que mis padres decidieran cambiarme a ese colegio. Mi madre se implicó como voluntaria, ya que se necesitaba mucha ayuda al principio y finalmente decidieron contratarla. Allí conoció a muchos profesores que eran del movimiento y se hizo amiga de Bernabé, uno de los capellanes. Bernabé nos invitó a la parroquia que estaba construyendo justamente en nuestro barrio. Fue sobre todo en la parroquia donde conocí verdaderamente y comencé a caminar en el movimiento. En los campamentos de Peguerinos empecé a ver que había una forma de relacionarse que yo no había visto hasta el momento. Cómo nos servían los pinches de cocina (que eran voluntarios), la forma en la que los adultos eran amigos y las relaciones que yo empezaba a hacer con gente que tenía historias distintas a la mía, que vivían en otras partes de Madrid o de España… Me sorprendía que a pesar de las diferencias surgiera la amistad.
El paso a Bachilleres fue la ocasión de verificar estas relaciones y comprobar que, a pesar de vernos pocas veces al año, las amistades crecían y no dependían de nuestro esfuerzo: de escribirnos todos los días, de llamarnos mucho…
Era algo que, misteriosamente, estaba sostenido por Otro. Después de mi primer campamento en Picos de Europa, recuerdo una desproporción enorme. Llevaba todo el año viendo cómo cada vez era más amigo de estos amigos que estaba conociendo: de Parla, Barcelona, Villanueva… Y después de Picos veía que había hecho todavía más amigos. ¿Cómo es esto posible? No es humanamente posible hacer más amigos, cuidarles, prestarles atención, preocuparme por su destino. Puse estas preocupaciones delante de una profesora y me invitó a vivir lo que tenía delante en cada momento, y a disfrutar de la compañía que el Señor me ponía en cada circunstancia. A pesar de que nuestra capacidad es limitada, en esta compañía es posible seguir haciendo nuevos amigos. No terminaba de entender cómo se podría cumplir el deseo de cuidar a todas las personas que se cruzaban en mi camino, pero veía que ella vivía lo que decía. Aunque no entendía lo que decía, debía ser verdad.
Pero hasta el verano de primero de bachillerato, no entendí que esta vida nueva alcanzaba realmente todas las cosas. Pensaba: sí, se puede vivir así, pero con mi familia no.
Los veranos con mi familia siempre eran un paréntesis en esta forma de vivir. A mí me costaba contarles a mis padres los pasos que iba dando. Nuestra relación no era mala, pero no era capaz de vivir esta intensidad de vida con ellos. Ese verano una discusión fue ocasión de hacer las paces como lo haría con mis amigos, poniendo la vida delante, siendo sinceros, compartiendo las preocupaciones. Ese verano entendí que, haciendo memoria de lo que nos ha pasado (retomándolo en el presente) se puede ser libres en cualquier circunstancia, aunque uno no esté físicamente con esta compañía. En la universidad pude comprobar que lo que había encontrado sucedía también en esta nueva etapa, con gente que no conocía al principio pero con la que me veía misteriosamente libre. Después llegó el Covid, cortando de golpe esa cotidianidad que tanto estaba disfrutando. Además, mi padre fue de los primeros en enfermar, con todo el colapso del sistema sanitario, y llegó a estar en una situación muy complicada. Recuerdo cómo me acompañaron mis amigos en ese momento, cuando no podía verlos ni estar con ellos. Fue increíble cómo, sin tenerlos al lado, ellos me sostenían con su oración todos los días. Algo que en otro momento me hubiera parecido abstracto se volvió más concreto que el abrazo de mis amigos. Además, esta difícil situación sirvió también para crecer en la relación con el Padre. Rezaba todas las noches, discutiendo con Él, preguntándole por qué pasaba esto. Rezaba sin entender, pero con la certeza de que en esa situación tan dolorosa había algo para mí, para mi familia e incluso para mi padre. Ahora que empiezo una nueva etapa dejo la universidad con un poco de nostalgia, pero cierto de que, como hasta ahora, la vida siempre va a más.
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