Una vorágine de preguntas y deseos sin respuesta atenazaban su corazón hasta que un día se encontró con alguien que le mostró que aquellas exigencias no eran síntomas de ninguna enfermedad, sino que mostraban su humanidad
La muerte de mi padre cuando tengo 13 años despierta en mí un deseo persistente, brutal –diría insoportable–, de sentido y unidad, de ser preferida y de que las cosas y personas que amaba no se perdieran. Este deseo me llevó incluso a tomar caminos equivocados… Hacía de todo para encontrar respuesta a este deseo, pero la tristeza y la nostalgia dominaban cada vez más mi día a día. Nada me bastaba, ni siquiera la vida religiosa que había recibido de mis padres. En los últimos años de bachillerato, gracias a una discreta invitación de mi hermana y sus amigos, conozco el movimiento, encuentro a Giussani, una persona que no solo no tiene miedo de mi deseo, sino que me explica todo su sentido: estamos hechos para la felicidad plena, la verdad, la justicia, y la exigencia que había marcado toda mi adolescencia no es fruto de una enfermedad.
Durante años pensé que estaba mal hecha, que algo en mí no funcionaba, porque veía a la gente de mi edad contenta y yo no podía disfrutar de nada si no encontraba respuesta. El encuentro con esta mirada única, profunda, infinita hacia mi persona
coincide y tiene lugar dentro de esta compañía. No pude no seguir esa mirada imposible que me había encontrado y que había interceptado mi profunda necesidad y toda mi espera. De lo contrario, me habría perdido por completo. Recuerdo decir: «Yo de esta mirada no me separo en la vida».
¿Que significó para mi este encuentro? ¿Cómo sabía que era Cristo y no una panda de flipados que me había lavado el cerebro? En realidad, gracias a los años anteriores, yo tenía un sensor finísimo para todos los sucedáneos que nos ofrece
el mundo. Llegué a la universidad y me encontré con un motón de gente que había tenido la misma experiencia que yo, cada uno a su manera, dentro de su historia peculiar, y me lancé de lleno a vivir la vida con ellos, todo, el estudio, la vida universitaria, el tiempo libre de vacaciones, todo.
¿Por qué me lancé así? Porque desde el encuentro que tuve me sorprendía haciendo una experiencia imposible para mí, vivía algo que, aunque presentido, no había obtenido en mi relación con los chicos, en las fiestas, en mis momentos de soledad en medio de la belleza y el silencio, en la montaña. La experiencia en esta compañía tenía rasgos únicos y novedosos: una alegría inconfundible que yo no era capaz de darme; la experiencia de la unidad en mi vida, hasta el abrazo –incluso agradecimiento– de todo mi pasado; el saberme amada y acompañada desde la eternidad; y un sí que nacía de mí sin condiciones. Me sorprendía diciendo un sí total.
Vivíamos una ingenuidad fascinante en el deseo de comunicar lo que nos había sucedido.
Empecé a vivir un gusto de vida increíble, comidas en la universidad, cenas, la implicación en la vida universitaria, el inicio del Happening que nos permitía comunicar delante del mundo lo que habíamos encontrado... Recuerdo que al incido estábamos prácticamente nosotros solos en el Happening, en una carpa enorme en mitad del Paraninfo de la Universidad
Complutense. Pero cómo decorábamos la carpa cuidando hasta el último detalle, cómo preparábamos las exposiciones o los actos... Era desproporcionado y absurdo, a menos que tuviéramos entre manos el tesoro de la vida y lo quisiéramos para el mundo entero.
Pero llegó un periodo donde de pronto era como si empezara a perderme. Me sentía llamada por todas partes, haciendo un montón de cosas. Tomando el ejemplo que escuché de un amigo, es como si en esta habitación te empezaran a llamar de un lado y del otro, de todas partes. Hablando con uno de mis mejores amigos en aquellos años me di cuenta de que la única tarea es servir la obra de Aquel que había dado origen a esa alegría y esa fiebre de vida. Me decía en aquella conversación: «Si te olvidas y no reconoces al verdadero protagonista de esta compañía y de todas nuestras obras, te ahogarás y te perderás. Si sois amigos, pero no tenéis clara la razón que os une vuestra vida será estéril».
Efectivamente me había visto arrastrada por las obras olvidando lo único necesario. Como nos decía el padre Mauro Lepori en los Ejercicios del año pasado, «Marta, Marta, tú te afanas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola cosa es necesaria». No era, obviamente, un multiplicarse de iniciativas y de cosas que hacer lo que llenaba mi vida. Conocer y amar al protagonista de esta amistad era la única razón e interés para hacer el Happening, estudiar juntos, etc. De hecho, ahí nació en mí, cada vez más fuerte, un fuego y un deseo enorme de conocer a Cristo.
En esta atención y tensión, empiezo a descubrir un gusto enorme por el estudio, el estudio como parte del conocimiento
de lo que soy y de lo que es la realidad. Cuando hacía cuarto de carrera un profesor me invitó a entrar en el departamento y ese año supuso una llamada a quedarme en la universidad. Además, en estos años, vivo la forma de preferencia más radial de Dios hacia mi vida: «Mónica, yo te elijo y te doy una compañía vocacional para toda la vida: el Grupo Adulto, el movimiento y la Iglesia». Siempre he reconocido la frase de Jeremías como la verdad de mi vida: «Con amor eterno te amé, por eso te atraje hacia mí, sintiendo piedad de tu nada». Esta es la certeza que empecé a vivir aquellos años, pegándome a esta vida que se me proponía, y es la única certeza que hoy me sostiene.
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