Tierra Santa. La guerra entre Hamás e Israel estalló mientras la comunidad de CL estaba reunida en la Jornada de apertura de curso. Diálogos, testimonios, tensión… y un descubrimiento
El 7 de octubre estaba prevista la Jornada de apertura de curso de la comunidad de CL en Tierra Santa, que fue también la jornada de inicio de la guerra entre Hamás e Israel. Iba a ser un encuentro especial, la primera convivencia que reunía a las Escuelas de comunidad de Haifa, Jerusalén y Belén. Árabes cristianos palestinos, italianos, españoles e israelíes. Una veintena en total. Tres días juntos, alojados en un convento de Abu Gosh, a pocos kilómetros de Jerusalén, de viernes a domingo, para conocerse mejor. Fue ocasión de eso y mucho más. La nube de misiles de Hamás lanzados desde Gaza, la matanza en la rave party, el secuestro de rehenes, la implacable represalia del ejército israelí, la huida de cientos de miles de palestinos, las bombas en el hospital… La lógica de la guerra machacando esas horas y los días siguientes, sumiendo de nuevo a Tierra Santa en la pesadilla de la violencia. “La fe, cumplimiento de la razón”, el título propuesto para la Jornada de apertura de curso 2023, se mezclaba misteriosamente con los titulares de prensa: “Golpe al corazón de Israel”, “Oriente Medio en llamas”, “Israel, baño de sangre”.
La decisión de juntarse en Abu Gosh, localidad que los cruzados identificaban con Emaús, se debía a razones objetivas vinculadas a la situación política. Los israelíes no tenían acceso al territorio palestino, mientras que las mujeres de la comunidad de Belén obtuvieron un permiso para entrar en Jerusalén. Karen es judía convertida al mesianismo, una iglesia protestante que reconoce a Jesús como mesías. Lleva un año participando en la Escuela de comunidad de Jerusalén. «He intentado ir a muchos grupos –les decía– pero ninguno es como el vuestro. Vosotros sois cristianos que no han dejado de buscar la felicidad». Ella, por ejemplo, no habría podido ir a Jericó, donde se pensaba ir inicialmente.
Lina, en cambio, es árabe cristiana de Belén. Su permiso no le dejaba salir de territorio palestino el viernes, así que llegó a Jerusalén un día antes. Hacía más de un año que no iba a rezar al Santo Sepulcro, a pesar de que vive a pocos kilómetros. «Ese primer día juntos fue precioso. Después de la breve introducción de Hussam, el responsable de CL en Tierra Santa, hicimos unos juegos juntos. Nos divertimos y reímos mucho. Me acosté muy contenta. Me reía sola recordando esos momentos. Me sentía muy querida». No sabía que, pocas horas después, se iba a despertar en un país en guerra.
«El primer mensaje fue el de Karen», recuerda Daniela, arqueóloga italiana encargada del Terra Sancta Museum en Jerusalén. «Al principio no entendíamos lo que estaba pasando. A veces hay bombardeos desde Gaza, pero suelen ser casos aislados. Pronto lo vimos claro. Hamás había atacado por tierra. Sonó la sirena y fuimos al refugio. Cuando salimos, la colina enfrente de nosotros estaba en llamas». Nadie sabía qué hacer. Salir por carretera era peligroso. Los que viven en Belén no estaban seguros de poder regresar. Algunos habían llevado a sus hijos a la Jornada de apertura de curso. Karen se encerró en su habitación aterrorizada. Temía que alguien fuera a secuestrarla por ser judía. «Bastaba mirarse para captar la tensión», cuenta Hussam, médico de Haifa. «En medio de tanta agitación, nos decíamos que lo único que podíamos hacer era rezar. Solo podíamos ofrecer. La situación era muy incierta, pero veíamos que estábamos llamados a permanecer allí y seguir con lo que estábamos haciendo». Dice Lina: «No sabía qué decir. Mi familia se había quedado en casa, pero algunos habían venido con los niños. Fue duro, pero estar juntos hacía las cosas un poco menos difíciles».
Rezar laudes en Tierra Santa en plena guerra no es algo que suceda todos los días. Ciertas palabras resuenan más y llegan más hondo. «El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma», dice el Salmo 120. Y la antífona recita: «Cambiaré vuestro luto en alegría, os consolaré y os haré felices».
La Jornada comenzó con una breve lección del padre Giampaolo Pinto Ostuni, franciscano de Tierra Santa. Luego el testimonio de Jone Echarri y después el de Souzy Hazin, palestina de Belén que cuenta las dificultades que vive en territorios de la Autoridad nacional palestina. «Antes de conocer el movimiento vivía siempre ansiosa y preocupada por mi futuro y el de mis hijos. Sentía que me faltaba algo. Me sentía sola y abrumada por las responsabilidades de la vida. Rezaba, pero sentía que nadie me escuchaba. Siempre le preguntaba a Jesús: ¿por qué me has hecho nacer aquí? Pero él no respondía».
Luego conoció a un grupo de italianos que le mostraron la vida del movimiento, una forma distinta de vivir que la atrajo como un imán. «Nuestra amistad me ayudó a ensanchar la mirada para ver a Jesús, escuchar su voz y abrir mi corazón. Me trataban como un ser humano y eso me cambió la vida. En sus ojos reconozco a Jesús». A Souzy le interrumpe el sonido de las alarmas que anuncian la llegada de un nuevo misil. Todos se levantan para ir al refugio. Con los oídos atentos y el corazón en un puño, esperan en silencio la explosión. Pero no llega. Al cabo de unos minutos para la sirena y el testimonio continúa. «Gracias a nuestra amistad me he descubierto a mí misma y ahora me alegro infinito de haber nacido en Belén y vivir aquí, la ciudad donde nació Jesús. He aprendido a aceptar mi vida tal como es y a intentar mejorarla, por mí, por mi familia y también por mi ciudad. Estos nuevos amigos me han enseñado que podemos cambiar el mundo si antes cambiamos nosotros».
Daniela había preparado unos cantos, entre ellos Se tu sapessi, de Antonio Anastasio. «Fue conmovedor cantarla esa mañana. Ayudaba a expresar la pregunta que llevábamos dentro. Cristo le dice a la samaritana: Si tú supieras cuánto te he esperado, / cuánto he pensado en ti, cuánto te he querido. Entonces me di cuenta de Quién me estaba abrazando en ese momento. Y esa es una lógica que va mucho más allá del enfrentamiento entre las partes que reivindican sus propias razones. Fue como sentir una caricia».
Por la tarde, para intentar relajar un poco la tensión, volvieron a proponer juegos para grandes y pequeños. El clima no era tan desenfadado como la noche anterior pero se vivía con más intensidad. Son varios los que hablan de “unidad”. Sigue diciendo Daniela: «Llegué a Abu Gosh con el deseo de que esos días pudieran ayudarnos a estar más unidos, porque a veces discutimos. Además, entre las tres comunidades no hay demasiados vínculos». Según Lina, «en los momentos de mayor tensión, todos estábamos atentos los unos de los otros, pendientes de los niños cuando había que ir al refugio. Somos de pueblos distintos y hablamos lenguas distintas, pero en ese momento usábamos el lenguaje de la unidad».
A media tarde llegó la noticia de que las fronteras con Cisjordania se cerraban indefinidamente. Los de Belén tenían que volver a casa, pues de lo contrario corrían el riesgo de no poder regresar. Hacen las maletas corriendo y se celebra una misa rápida. Antes de partir, Lina mira a Hussam con lágrimas en los ojos y le dice: «Esto no acaba aquí. We are one (Somos uno, ndt.)». El padre Giampaolo arranca su furgoneta y se dirige hacia el check-point. A bordo se reza el rosario. «Él no tenía permiso para entrar, así que nos dejó en la frontera y se quedó esperando a que le dijéramos que habíamos podido cruzar –recuerda Lina–. Fue un gesto precioso, y hacía falta valor, pues la situación era realmente peligrosa».
Los que quedaban en Abu Gosh no podían dejar de hablar de lo que estaba pasando. Se enciende el debate y Karen en un momento dado amenaza con marcharse. Luego lo piensa. La diferencia de opiniones no solo se da entre judíos y palestinos, los italianos también defienden posturas distintas. «¿Llegar a un acuerdo? ¿Pero cómo? –apunta Hussam– Ya era un milagro poder discutir sentados todos en una mesa como si fuéramos una familia. Alguien nos ha puesto juntos y eso es lo que nos une, lo que nos permite discutir aunque no estemos de acuerdo». Después de cenar estaba prevista una velada de cantos del movimiento que habían preparado unos amigos italianos. Música y letra arrojan luz sobre una jornada que ha sido tremenda. Karen confiesa a la amiga que la ha invitado: «Ahora te quiero más que antes porque estamos juntas por algo más grande». Ya en Belén, Lina recibe el video de algunos cantos y responde: «A pesar de todo lo que está pasando, os agradezco profundamente y de corazón el tiempo tan bueno que hemos pasado juntos».
Al día siguiente cada uno vuelve a su casa, a la vida diaria en países en guerra. Pero las llamadas y los mensajes entre Haifa y Jerusalén se hacen cada vez más frecuentes para ponerse al día, para saber si todo va bien. Al norte temen un ataque de Hezbolá. En Jerusalén, los misiles de Hamás. Desde Belén se divisa el cráter en el que se ha convertido Gaza. Es como una película que ya han visto, pero esta vez el volumen es más alto y el dolor más agudo. Se siente más la impotencia, la sensación de estar ante algo inevitable. Un poco aturdidos por tanto dolor, nos aferramos a las palabras del cardenal Pierbattista Pizzaballa: «La pregunta en estos casos no es “¿dónde está Dios?”, sino “¿dónde está el hombre?”. Dios está aquí, está presente. Ha llegado la hora de dirigirnos a Él. ¿Qué hemos hecho de nuestra humanidad, qué hemos hecho de nuestra vocación a respetar los derechos y las personas? Esas son las preguntas que nos debemos plantear. En este momento, los cristianos deben ante todo mirar a Cristo, que es el hombre concreto, todo lo demás son vaguedades. Jesús como presencia real que cambia la vida».
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