Este mes la revista está dedicada la Jornada de apertura de curso de Comunión y Liberación, cuyo texto ocupa las páginas centrales. El Primer Plano incluye algunos testimonios que han acompañado por todo el mundo el lema propuesto: “La fe, cumplimiento de la razón”.
El 7 de octubre, durante el ataque de Hamás, también estaba celebrando esta jornada la pequeña comunidad de CL que vive repartida por esos territorios donde la cifra de muertos ya es incontable. Estaban juntos, árabes e israelíes, cuando el ruido de las sirenas ensordeció la mañana. A partir de ahí todo se precipitó. Había que ir hasta el fondo de la pregunta de quiénes somos, a quién pertenecemos, ¿queda algún vínculo esencial cuando todo se desintegra? ¿De qué sirve ganar el mundo y perderse uno mismo? Las palabras, los análisis y la avalancha de consideraciones penúltimas son incapaces de resistir el embate de las imágenes que hemos visto estas semanas. Pero ha habido un hecho diferente del resto. El patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, se ha ofrecido para intercambiarse por los niños israelíes que han sido secuestrados. «Estoy dispuesto a cualquier cosa. Si esto puede darles la libertad y llevarlos a casa, por mi parte hay disponibilidad absoluta». ¿De qué experiencia nace un gesto que es más radical que todo el mal y la injusticia? Un gesto que hace aún más urgente la pregunta planteada en la Jornada de apertura de curso: cómo se puede conocer a Cristo de tal modo que podamos apoyar en él la vida entera.
Pocos días antes, frente a la pregunta de dónde está Dios con todo lo que está pasando, de nuevo Pizzaballa respondía: «La pregunta es dónde está el hombre. ¿Qué hemos hecho de nuestra humanidad?». Y añadía: «Para recuperar nuestra humanidad debemos mirar a Cristo, que es el hombre concreto. De lo contrario nos quedaremos en vaguedades y abstracciones. Jesús como presencia real que cambia, que toca nuestra vida». Tal como ha tocado la vida de las personas que cuentan su vida en estas páginas, desde Ucrania hasta la Amazonia, cada uno en la “guerra” que le toca afrontar. Como Souzy Hazin, palestina de Belén: «Antes de conocer el movimiento vivía preocupada por mi futuro y el de mis hijos. Me sentía sola y abrumada». No entendía por qué había tenido que nacer justo allí. Pero tuvo un encuentro que le abrió los ojos y el corazón, «con personas que me trataban como un ser humano y eso me cambió la vida. En sus ojos reconozco a Jesús». Dice que ahora se alegra de haber nacido en Belén. «Me han enseñado que podemos cambiar el mundo si antes cambiamos nosotros».
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