Las acuarelas de Adolfo Serra llenan de luminosidad y de tierra la poesía de Miguel Hernández en la antología ilustrada del poeta que acaba de publicar la editorial Lunweg, con «esa autenticidad de verso nacido de la experiencia viva»
A 81 años de su muerte, en el Reformatorio de Adultos de Alicante, a 51 años de la publicación del disco Miguel Hernández de Joan Manuel Serrat, a 21 de la publicación de su biografía Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, de José Luis Ferris, revisada y aumentada en 2016, el poeta Miguel Hernández está de nuevo vivo y presente en la reciente publicación del libro ilustrado Para la libertad, de Adolfo Serra.
Se trata de una antología del poeta alicantino con 30 poemas ilustrados de sus obras El rayo que no cesa, Viento del pueblo, El hombre acecha, Cancionero y romancero de ausencias y Poemas sueltos. Afirma Adolfo Serra en el prólogo que «sus versos están impregnados de cruda pasión y captan la belleza y la tragedia de la vida. Quizá por eso elegí esta técnica: tintas aguadas, manchas, salpicaduras. Colores ocres y azules. Al leer a Miguel Hernández sentía tierra, polvo, tinta, sangre, barro. Sus versos suelen transmitir emociones contrapuestas, como el amor y el dolor, la belleza y la tristeza».
Y es que la poesía de Miguel Hernández tiene esa autenticidad de verso nacido de la experiencia viva, de humanidad pegada a la tierra, a la naturaleza, a la pasión por la vida que brota en los árboles, a la compasión por el sufrimiento que nace de quien ha pasado hambre, persecución, soledad, privaciones materiales y ausencia de seres queridos. Miguel Hernández escribía como vivía y por eso vida y obra van profundamente unidas y llegan a plasmarse en tres palabras que fueron en él carne y sangre:
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
La vida está en la naturaleza, en la fecundidad y en la vida palpitante. El poeta, que por ser cabrero, pasó en su juventud interminables horas en el campo y en la sierra, es un «perito en lunas», es un incansable observador de la transmisión de la vida, de la fecundidad, de la fertilidad en las plantas, en los animales y en los seres humanos. Todos los seres viven, aman y mueren para dar más vida. Hay innumerables poemas escritos por el poeta oriolano cuyo tema es el estallido de la vida en la naturaleza, como en el Romancillo de mayo:
Por fin trajo el verde mayo
correhuelas y albahacas
a la entrada de la aldea
y al umbral de las ventanas…
En los templados establos
donde el amor huele a paja,
a honrado estiércol y a leche,
hay un estruendo de vacas…
Esta fecundidad y la vida palpitante se encuentran también en poemas posteriores donde el poeta, siendo esposo y padre, habla de la maternidad, unas veces teñida de dolor, otras de felicidad y muchas de esperanza.
En la vida y en la obra de Miguel Hernández el amor lo traspasa todo, como en este poema donde el autor plasma su intuición de que en cada ser humano se encuentran los besos de amor de los padres que lo engendraron hasta la primera generación y que, por tanto, el amor por su mujer se perpetuará en su hijo como en Hijo de la luz y de la sombra:
Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.
La muerte acompaña también al poeta durante toda su vida y exalta más si cabe su ansia de libertad. Ni siquiera la cárcel y la tortura pueden doblegarla.
Primero fue la muerte de Marín Gutiérrez en 1935, conocido con el seudónimo de Ramón Sijé y a quien Hernández dedica su universal Elegía. Después fue la muerte del padre de su novia Josefina Manresa, guardia civil, veterano de la guerra de África, asesinado junto a cinco compañeros el 13 de agosto del 36 en Elda por milicianos de la CNT y la FAI.
Su amigo y también poeta García Lorca murió asesinado el 19 de agosto del mismo año, a quien le dedicó su Elegía primera:
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría…
La muerte de su primer hijo Manuel Ramón, ocurrida a los diez meses de su nacimiento por una infección intestinal, le inspiró el poema A mi hijo:
Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al más leve signo de fiereza.
Vida como una hoja de labios incipientes,
hoja que se desliza cuando a sonar empieza.
Y después llegó su propia muerte, acaecida en plena juventud.
El poeta intentó en dos ocasiones viajar a Madrid para triunfar en la poesía y en el teatro. El primer intento fue un fracaso pero en el segundo contactó con personas tan importantes en su biografía como José María de Cossío, quien le proporcionó trabajo, Vicente Aleixandre, que le ayudó en sus libros de poesía, y Pablo Neruda, determinante en que el poeta alicantino abrazase la causa comunista. Cuando en febrero del 36, Miguel dice a Josefina Manresa que le dedica El rayo que no cesa, ella sabe que Miguel ha tenido en la capital relación con otras mujeres como la pintora Maruja Mallo o la poetisa murciana María Cegarra.
Al comienzo de la guerra civil, Hernández, ingresa en el Partido Comunista de España y desde principios de 1937 es comisario político militar, hecho que por sí solo ya le supuso la pena capital al término de la contienda. Consigue alejarse unos días del frente y contrae matrimonio civil con Josefina Manresa en Orihuela el 9 de marzo del mismo año 37.
Viajó a Rusia para participar en el V Festival de Teatro Soviético donde permanece más de un mes. En diciembre del 37 nace su primer hijo, Manuel Ramón, que no llegaría al primer año de vida. El 4 de enero del 39 nace su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó las Nanas de la Cebolla.
Al término de la guerra, comenzó para el poeta el calvario que lo condujo a la muerte: primero su amigo Cossío lo intenta salvar ofreciéndole llevarlo a Tudanca (Cantabria) pero él lo rechaza. Vicente Aleixandre le regala un reloj de oro para que consiga escapar a Portugal pero, tras un viaje penosísimo en el que el poeta consigue pasar al país vecino ilegalmente por Huelva, al intentar vender el reloj, lo denuncia un joyero portugués y las autoridades lo devuelven a España.
Hay quienes dicen que fue en la prisión de Huelva donde leyó la carta de su mujer en la que le dice que solo come pan y cebolla y que fue allí donde escribió las Nanas, pero otras fuentes señalan que fue en la prisión de Torrijos en Madrid, en la actual calle de Conde de Peñalver, adonde fue trasladado posteriormente.
Gracias a las gestiones realizadas por Cossío y Neruda, consiguió ser liberado y regresó a Orihuela. Un vecino lo denunció y de nuevo fue trasladado y conducido esta vez a la prisión del Conde de Toreno, donde coincide con Bueno Vallejo, quien le hizo el célebre retrato a lápiz que luego se convirtió en un icono del poeta.
Hernández fue sometido a un consejo de guerra y condenado a muerte pero de nuevo José María de Cossío, los falangistas Carlos Sentís y Rafael Sánchez Mazas y el vicario general de Orihuela y antiguo amigo de juventud Luis Almarcha, consiguen que se le conmute la pena capital por treinta años de cárcel.
Después de pasar por varias cárceles –Palencia, Yeserías y Ocaña– fue conducido al Reformatorio de Adultos de Alicante donde fue torturado para que confesara lo que sabía sobre la muerte de José Antonio Primo de Rivera.
Allí enfermó de bronquitis y tifus que acabó complicándose en tuberculosis. Según Ana Mínguez, antigua compañera de trabajo y amiga mía, nieta del que fuera director del Dispensario Antituberculoso de Alicante, Antonio Barbero Carnicero, el pintor y amigo del poeta Miguel Abad Miró hizo las gestiones para que el doctor Barbero tratase convenientemente a Miguel Hernández –le realizó dos intervenciones– y recomendase encarecidamente su traslado al Hospital Antituberculoso Moliner Porta Coeli de Valencia.
Mientras llegaba el permiso, de nuevo intervino su antiguo amigo el vicario Luis Almarcha para convencerle de que se retractara de sus ideas y de ese modo poder salvarlo, hecho que no sucedió.
Miguel Hernández solo accedió a contraer matrimonio católico –único considerado válido por el régimen franquista– con Josefina para facilitarle la situación legal a su familia.
Me voy, me voy, me voy pero me quedo
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.
Por algún motivo, seguramente intencionado, el permiso no llegó a tiempo y el poeta falleció el 28 marzo de 1942.
Parece ser que, por su mal estado, no pudieron cerrarle los ojos tras su fallecimiento y por este motivo Vicente Aleixandre escribió:
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.
Hay una cosa clara en medio de todos estos hechos y fue que Miguel siempre se mantuvo firme en la lucha y en uno de sus últimos poemas escribió:
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde ver tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón