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Huellas N.09, Octubre 2023

PRIMER PLANO

La verificación de la fe

Fragmentos de la asamblea con Davide Prosperi en el Equipe de los universitarios de CL. Al acabar las vacaciones, 450 jóvenes se juntaron para pasar unos días en La Thuile, del 30 de agosto al 1 de septiembre


Intervención. Dice orden del día del Equipe: «La verificación de la fe nos hace estar más seguros de que Cristo responde realmente a toda nuestra vida». Lo que pasó en nuestras vacaciones del CLU, sobre todo la última noche, vino a confirmar esto. Fueron días muy bonitos, llenos de cosas, en los que me di cuenta de lo que me dijo el que era el responsable antes que yo, cuando me propuso sustituirle: «El responsable no es el primero al que otros siguen, sino el primero que sigue». La última noche de las vacaciones recibimos la noticia de que un amigo nuestro había muerto y durante una hora me sentí totalmente vacío, no sabía qué hacer. Fue justo antes de la fiesta final. Hasta que de repente me vi en acción y me di cuenta de que lo único que podía hacer en ese momento era seguir a los que tenía delante, que misteriosamente eran los que organizaban los actos de la noche y un adulto que nos acompañaba. No sabía qué hacer, pero con ellos resultaba más fácil reconocer que lo que se me pedía era seguir a los que tenía delante. Me impactaron especialmente los dos primeros que me dijeron: «Estos días hemos vivido algo tan bonito que esta noche sería una pena no hacer nada». Todo lo que proponemos, la fiesta, los juegos, la misa, los encuentros, todo en el fondo nace de un reconocimiento de Cristo en mi vida. Me sorprendió porque lo decían únicamente por lo que habían visto esos días, no porque lo hubieran leído en algún texto… Esa noche decidimos cantar juntos y luego rezar el rosario. Me sorprendió el silencio al entrar y salir del salón, un silencio que nunca había visto antes. No estábamos en silencio por obligación o porque nos lo hubieran dicho. Era un silencio cargado de petición a Alguien para que salve nuestra vida. Al menos para mí, era una petición a Alguien que me salvase la vida en ese momento, que me aferrase y me quisiera. Al acabar el gesto, los otros dos responsables y yo debíamos preparar la síntesis y los de los actos tenían que preparar los frizzi, aunque no tenían muchas ganas. Lo comentamos y decidimos apostar por lo que habíamos visto, pues por el mismo motivo que hacemos una síntesis, hacemos también los frizzi. Fueron los frizzi más bonitos que he visto nunca. Un chico que nos conoció hace poco se me acercó esa noche y me dijo: «Lo que más me sorprende es que vosotros no os limitáis a decir que “Cristo existe”, eso también lo hacemos en la parroquia. Vosotros lo buscáis». Con gran sencillez, centró la cuestión: hacer algo esa noche no era una “respuesta” entre otras, sino el intento más verdadero de buscar a Cristo. Yo necesito juzgar que esa noche, si Cristo no hubiera estado entre nosotros, yo me habría perdido. Lo que ha pasado es lo más grande que me llevo.

Davide Prosperi. Solo quiero destacar algunas cosas que has dicho e intentar profundizar en ellas porque a veces nos contamos cosas que son enormes pero no nos damos cuenta. Es la demostración de que entre nosotros hay algo muy grande que nos pone en camino y nos deja entrever una verdad que el tiempo nos ayudará a comprender la profunda capacidad que tiene para sostener la vida entera.
Lo que nos ha contado muestra algo muy importante. Estaban de vacaciones y sucede algo que da un vuelco a todo (no solo a ellos), pero ese hecho no lleva consigo la respuesta a la pregunta que grita el corazón ni a la confusión que uno puede sentir delante de un amigo que muere. No tiene respuesta para eso. La verificación de la fe comienza mientras estamos viviendo un cierto tipo de experiencia –para él eran las vacaciones, pero en el fondo toda nuestra vida está dentro del acontecimiento que nos ha aferrado– y consiste en el hecho de no poder dejar esa pregunta al margen. No podemos seguir adelante haciendo cosas como si nada hubiera pasado, como si hubiera que acallar el grito de significado que brama en nosotros. Ese grito de significado lo orienta todo. Orienta la necesidad que tenemos de que lo que hacemos tenga aún más sentido, y no solo que tenga más sentido, sino que tenga un significado, es decir, un nexo con eso para lo que nuestro corazón no encuentra justificación, que no le deja descansar, no le deja en paz. Por eso es tan bonito lo que decía: «Lo único que podía hacer en ese momento era seguir a los que tenía delante». Luego ha usado una palabra que creo que centra totalmente la verificación de la fe, hablaba de «apostar por lo que hemos visto», porque seguir significa apostar. ¡Exactamente! Cuando te fías de alguien, estás apostando. Todavía no lo sabes, no estás seguro de lo que te va a dar, hay un nivel de riesgo que es indispensable para que la fe crezca. ¿Acaso no es así, por ejemplo, en las relaciones afectivas? Se trata de arriesgar fiándose de alguien que no puedes controlar, que no eres tú. De hecho, muchas veces crecen las dificultades en una relación cuando uno empieza a sentir la necesidad de controlar al otro en todo, cuando empieza a dominarlo. Por el contrario, apostar, poner la propia vida detrás de otro, es el comienzo de una aventura diferente por lo que, incluso dentro del dolor y a veces dentro de un aparente sinsentido, uno empieza a experimentar un significado, una dirección, la vida tiene un rumbo. Y entonces empieza a pedir. La vida se llena de petición y eso nos libera.

Francesco Ferrari. Yo también quería señalar una cosa. En lo que él cuenta se percibe la belleza y la victoria de entrar en la realidad a la luz del encuentro que hemos tenido. Esa noche podía haber sido de muchas maneras. Normalmente, ante la muerte de un amigo, uno reacciona huyendo, no quiere pensar, casi le sale una blasfemia. ¡Así es como solemos responder al drama de la realidad! Sin embargo, esa noche el encuentro que habéis tenido no era un “nombre pegado” a la realidad. De hecho, era lo que os permitía entrar en la realidad. Vivir a la luz del encuentro que hemos tenido no significa huir de la realidad, sino vivirla de un modo distinto. Debemos reconocer cuáles son los rasgos de esa diferencia. Por ejemplo, enfrentarse a la muerte juntos, cantando…

Prosperi. Sí, pero añado algo importante que tiene que ver con la cuestión de la fe. Solemos pensar que la fe es el punto de llegada de una serie de deducciones a las que llegamos por las cosas que suceden, de modo que llega un momento en que adquirimos certeza. Pero no funciona así. No hay una ecuación matemática o un algoritmo que resolver. Debe suceder otra cosa. Algo que no podemos producir nosotros. Debe acontecer una gracia, y por eso la libertad se nota al pedir, ¡pues tenemos que pedir esa gracia! ¿Qué consuelo puede suponer una velada de cantos y demás si no es para afirmar la unidad de la vida y que la vida sigue teniendo un sentido? Sí, puede aliviar un poco, ¿pero qué consuelo sería si todo lo que hacemos no fuera la afirmación de que existe la vida eterna? Es decir, que lo que ha comenzado no acaba aquí. Que nuestro amigo muerto sigue presente y vivo en mi vida, que sigue estando conmigo. Esto es algo que empecé a aprender de niño porque me lo decía mi madre cuando perdí a mi padre. La fe empieza así. Solo por alguien que te dice: «La vida eterna existe», eso sí que es un consuelo. ¿Pero cómo vas a alcanzar esa verdad con tus propias fuerzas? No puedes porque supera tus capacidades. Tienes que apostar por ello –«la vida eterna existe»– y la verificación de esta afirmación, lo que hace crecer la fe con el tiempo, es decir, la certeza de que es ciertamente así, que la vida no acaba aquí (Gandalf diría las «blancas orillas»; J.R.R. Tolkien, «El retorno del rey», en El Señor de los anillos), es que dentro del camino de esta compañía experimentamos que esta respuesta llena la vida, la hace plena, tanto que no deja nada fuera. Y si nada queda fuera, ni siquiera la muerte puede dejar nada fuera. Pero tengo que experimentar esa plenitud de vida, que la eternidad es algo real. Entonces la pregunta que dirigimos al Misterio que hace todas las cosas debe ser también la pregunta que nos hacemos nosotros. Cuanto más dramática se vuelve la vida, más debemos pretender que nuestra compañía sea verdadera en todo, sin descuentos.

Intervención. Yo he apostado por una persona que me ha traicionado profundamente y la pregunta que me surge es: «¿por qué puedo seguir diciendo sí al movimiento, a estar aquí, a la responsabilidad que se me pide en mi comunidad?». Si fuera por el encuentro que tuve con esa persona, hoy no estaría aquí. Porque es una traición que no puedo dejar pasar, no puedo hacer como si nada. Cuanto más miro ese dolor, menos puedo negar que los pasos que he dado, gracias incluso a esa persona, me han hecho ser quien soy, no puedo negar lo que ha pasado estos años, que me ha hecho ser más yo misma. Hay algo más allá de esa persona y más allá de mis amigos. Necesito amigos para caminar pero ellos no son la respuesta. Yo he venido aquí diciendo sí al movimiento, a mi comunidad, a lo que se me pide, porque necesito ver ese “más” al que estoy llamada. No puedo dejar fuera esta cuestión y en este Equipe he vuelto a verlo de manera evidente.

Prosperi. Gracias. Lo que dices es muy verdadero, pero debemos ver hasta qué punto. Lo que has contado, lo que –como tú dices– te hace permanecer aquí aunque te hayas sentido traicionada (de hecho te has sentido traicionada y gravemente), dice dos cosas: primero, que lo que has encontrado gracias a esa persona es verdadero. Y es más verdadero que sus límites y los nuestros. Es más verdadero que nuestra mezquindad. Es más verdadero que nuestras traiciones. Mirad lo que dice don Giussani –en un texto que sé que habéis leído–: «Creo que algunos de vosotros ya me han oído insistir en que no se sigue a una persona sino una experiencia de vida que, siendo fiel a la educación de la Iglesia, es una experiencia del Señor», no solo de esa persona. A través de esa persona dio comienzo para ti la aventura de seguir una experiencia: la experiencia del Señor. A través de un punto efímero, que incluso puede traicionarte y hacerte daño (es una paradoja absurda, si lo pensamos), se ha introducido en tu vida algo que te ha hecho vislumbrar el rostro del Señor. Sigue diciendo don Giussani: «Puede ser una persona quien lo propone, pero si esa persona desaparece (de las diversas formas en que un hombre puede desaparecer: no solo la muerte sino también un defecto suyo, su mal, su error), la experiencia, si comprende todos sus factores de valor, permanece» (Un avvenimento di vita cioè una storia, Edit-Il Sabato, Roma 1993, p. 335).
Con mayor razón, precisamente por lo que dices, crece en ti una certeza siguiendo a esa persona y también a otras. Esa persona puede haber sido el inicio de todo para ti. Pero en ese punto estamos todos, llenos de límites, uno puede hacer o no algo mal, o bien, ¡y a veces lo hacemos afortunadamente! De hecho, solemos hacer más bien que mal. Con todo eso puedes seguir verificando esa experiencia inicial. ¿Por qué esto es tan decisivo en la vida? Porque, como todos, pondremos en duda la verdad de lo que nos ha pasado por la decepción que esos límites conllevan. De tal modo que pondremos en duda a Dios. Pero Dios ha elegido misteriosamente este método: fiarse de una presencia humana, aun sabiendo, aun conociendo el corazón humano. Aun conociendo nuestra mezquindad, nuestra miseria, nuestra debilidad –digamos– porque a menudo nuestra mezquindad es fruto de una debilidad que no se deja educar, que no se deja corregir, que no se deja interferir por cómo el Señor nos sigue acompañando, poniéndonos dentro de una compañía. Ha elegido este método como posibilidad de salvación para todos nosotros. Fíjate, si no tuviéramos la certeza de que el Señor es quien guía nuestra compañía, con todos los límites que tiene, ¡el perdón sería imposible! Sin embargo, uno puede llegar incluso a perdonar, dramáticamente, justamente porque reconoce que el límite del otro, por doloroso que sea, no vence sobre el rostro de Cristo que sigue dominando mi vida. El daño que me han hecho no es más fuerte que la plenitud de vida que Cristo introduce en mi vida, ¡no vence sobre Cristo! Claro que debemos volver a apostar por ello. ¿Por qué sigo usando esta palabra? Porque nos encantaría tener enseguida las respuestas que hagan encajar las cosas y nos permitan avanzar más seguros. Pero ciertas heridas pueden durar, de hecho perduran. Ciertas cosas no llegan a encontrar una respuesta que lo aclare todo, que lo ordene todo. Nuestro camino hacia la certeza no es un camino psicológico, no tenemos que ordenar nuestra psicología para no estar ansiosos. ¡Cristo no es un ansiolítico! La nuestra es una certeza afectiva, es decir, es el apego a una Presencia que, aun con todas nuestras heridas, sigue arrastrando nuestra vida, sigue siendo fuente de fascinación, de atractivo, de bien, de esperanza, día tras día. Gracias.

Intervención. Para mí, la verificación de la fe se corresponde con la promesa de la victoria sobre la muerte que he reconocido al conocer el movimiento, pues mi padre murió hace ocho años. En el Meeting, con un amigo de mi padre que está enfermo y que yo conocía poco, he redescubierto a mi padre y se ha reabierto mi herida. Pero todo eso pasa por el drama de mi libertad porque, durante ocho años, he esquivado completamente esa herida y ahora es como si la realidad (desde las vacaciones hasta hoy) me hubiera postrado. En realidad es algo precioso porque salí del Meeting llorando, no de tristeza por la ausencia de mi padre, sino de conmoción por lo que me había pasado. ¿Pero cómo podemos acompañarnos entre nosotros? Tengo amigos cuyos padres están mal y no soy capaz de estar con ellos, pues ni siquiera soy capaz de estar conmigo mismo.

Intervención. Ante el título del Equipe (“La verificación de la fe”), pienso en mi vida y en cómo ha cambiado por el encuentro que he tenido. Todavía no ha cambiado del todo, pero sí en muchas cosas. Pienso en los estudios (en cuarto quería dejar el instituto y ahora estoy en la universidad), pienso en la relación con mis padres, que en los últimos meses está siendo increíble porque les he presentado a mis amigos y mi madre decía: «Ya no me apetecen esos aperitivos de los que vuelvo a casa vacía. Necesito lo que veo cenando con tus amigos». Pienso en mi relación con las chicas: hoy puedo decir que vivo una relación preciosa que nunca había tenido, pues siempre me he portado de la peor manera posible. Esas son las cosas que veo florecer y es algo que no podía ni imaginar. Todo eso ha supuesto un camino lleno de intentos donde también he metido la pata, pero el problema no es equivocarse sino la posibilidad de poder gritar aún más fuerte. Con mi madre (no tenía una gran relación, aunque lo deseaba) me he equivocado mucho, pero también han pasado cosas estupendas. Igual que con los estudios y las chicas… Veo que todo es así y no sé qué tiene esto que ver con el hecho de que tantos jóvenes se quiten la vida, que me causa mucho dolor, me hace daño, pero ya no puedo rebajar mi apuesta, solo puedo apostar por unos hechos que para mí son como pilares. Deseo descubrir qué tiene esto que ver con todo: el deseo de «totalidad» del que hablábamos estos días.

Prosperi. Decía nuestro amigo que ha hablado antes que tú: «me he pasado ocho años esquivando esto por completo». ¡Pues ha sido bastante rápido! De hecho, a veces puede pasar mucho más tiempo. Pero tarde o temprano la vida aprieta, no solo por los errores que cometemos sino también por las cosas que nos pasan sin que tengamos ninguna culpa. ¿Entonces? Tú decías: «¿Cómo podemos acompañarnos entre nosotros?». Podemos acompañarnos si no reducimos nuestro yo, si no hacemos como si nada. Nuestros amigos no pueden sustituir a aquello que responde al grito de mi corazón –¡eso no!– pues solo puede venir del Misterio. Pero deben y pueden ayudarme a ser fiel al grito de mi corazón, sobre todo cuando ese grito no se lanza al vacío, sino que es una pregunta dirigida a Alguien. Estos amigos también pueden ayudarme a vivir mi herida como pregunta, dirigida a Alguien, es decir, como camino. Camino de conocimiento, camino de afecto, camino de verdad. De modo que podamos decir: «Cristo ha perturbado mi vida», como decía una de vosotras. ¿Por qué siento ternura ante estas cosas? ¡Siento escalofríos al oíros decir estas cosas! ¿Por qué puedes decir «Cristo»? ¿Por qué «Cristo» y no otra cosa? ¿Qué sabes de Él? Lo que ha perturbado tu vida ha sido el encuentro con personas, con un adulto, con unos amigos, con un chico, con tus padres; ha sido el encuentro con un hecho lo que te ha perturbado. Lo que ha perturbado tu vida ha sido un hecho, hechos y personas concretas. Pero ante ellos tú te atreves a decir: «Cristo». Algunos te colgarían por eso, podrían lapidarte por blasfemia. ¿Y por qué no es una blasfemia? Porque es lo mismo que les pasó hace dos mil años a aquellos dos –Juan y Andrés– que conocieron a ese hombre llamado Jesús. Tenían delante a un hombre que hacía cosas, decía cosas, algunas de las cuales ni siquiera comprendían. Excepcional, era una presencia excepcional. Su razón podía llegar a decir: «Es una presencia excepcional, es extraordinario. Este habla de mí como nadie había hablado nunca de mí. Este ha abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Ha puesto en pie a un paralítico». Luego, en un momento dado, también empezó a hacer y decir cosas extrañas, como por ejemplo que perdonaba los pecados. Hasta que le preguntaron: «¿Pero tú quién eres?». Llegó un momento en que, ante ese hombre excepcional llamado Jesús, empezaron a decir: «Cristo». ¿Veis el salto que hay al pasar de decir «Jesús» a reconocer: «Tú eres el Cristo, el Mesías», es decir, aquel que ha esperado siempre la humanidad de todos los tiempos? Tú ves una presencia excepcional que te corresponde, que corresponde profundamente a las exigencias de tu corazón, pero al mismo tiempo que te corresponde, es como si no te correspondiera del todo. ¿Por qué? Porque rompe la imagen que tenías de cómo debía ser el Mesías. El Mesías debía venir a liberar al pueblo de Israel de los opresores, de los romanos, de los demás pueblos, de las amenazas del enemigo. Pero aquel hombre caminaba entre la gente, hacía cosas por las calles, hasta que en un momento dado empezó a decir: «Yo te libero de tu mal». Entonces empezaron a darse cuenta de que eso no correspondía a su imagen inicial, pero al mismo tiempo correspondía a lo que su corazón deseaba de verdad. Entonces sí, el criterio del corazón empezaba a emerger en toda su amplitud, más de lo que ellos pensaban inicialmente. En el fondo, el corazón sale a relucir delante de una presencia, mejor dicho, por el vínculo que empieza a establecerse con una presencia. Porque el corazón no es absoluto. En realidad lo es, pero yo experimento su incidencia en la vida cuando empieza a vincularse con una presencia que aclara la realidad y las cosas.
Decía una de vosotras: «Pero todo esto convive con el miedo a no tener algo mío». Tal como le sucedió a Pedro, que dijo que sí a Jesús y Jesús le pidió algo mucho más grande que él. Y tengo que decir que es bueno que se lo pidiera justo a él porque –sí, también porque– lo traicionó. Nosotros también somos así. No solo traicionamos, sino que entendemos y no entendemos. La única vez que Pedro dice algo que Jesús valora es cuando le dice: «Tú eres el Cristo», y Jesús le contesta: «Bienaventurado seas porque has dicho lo correcto [a veces nos gustaría ser así, intervenimos queriendo decir lo correcto]. Bienaventurado porque has creído lo que otro te ha dicho, es decir, lo que yo te he dicho». El Espíritu es quien revela la verdad, la verdad profunda de Cristo. «Es el Espíritu quien te lo ha sugerido. Bienaventurado seas por esto, porque has creído esto, has dado crédito a esto, te has fiado. No ha nacido de ti». Todas las demás veces que Pedro interviene, Jesús lo corrige (al menos las que narra el evangelio). Pero Pedro sigue diciendo sí porque esa Presencia domina sobre todo lo demás, incluso sobre su mal. Pedro ha sido humillado y esa humillación –por el hecho de que Jesús le pregunte hasta tres veces si lo ama, rebajándose incluso a su nivel la tercera vez para elevarlo al Suyo– se convierte en la fuente de su humildad, que es la condición necesaria para guiar la Iglesia, para seguir a Cristo: «Sin ti no puedo hacer nada». Cristo le confía su Iglesia precisamente por ese reconocimiento: «Sin ti no puedo hacer nada».
Permitidme una observación. Creo que hay una última tentación, en relación también con las preguntas que habéis hecho, y es pensar que todo lo que hemos dicho es una especie de ímpetu inicial pero tarde o temprano podremos avanzar solos, por nosotros mismos. ¡Ese momento nunca llegará! Porque siempre necesito, siempre necesitaré esta compañía, siempre necesitaré esta presencia que sostiene la vida. Pero eso no es un menos, no redimensiona mi grandeza. Es más, ¡es condición para mi grandeza!
Digo dos cosas más, rápidamente. Siguiendo lo que decía antes nuestro amigo, sin un padre no se puede vivir –esto es algo que yo siempre he vivido–. Porque el padre es quien te introduce en la realidad. Nosotros nos introducimos en el significado de la realidad, y por tanto en una relación positiva con la realidad, no porque alguien nos la explique, sino por identificación, gracias a la relación con alguien que nos genera continuamente. Todos necesitamos un padre para vivir. Es interesante el método que elige el propio Jesús para que la forma de esta relación pueda permanecer en la historia de la humanidad hasta el final de los tiempos, que indica también cuál es nuestra tarea, es decir, nuestra misión: darlo a conocer a todos los hombres. Jesús no dijo: «Siempre os daré líderes excepcionales, personas que por su genialidad puedan educaros como se debe». Si el método hubiera sido ese, se habría quedado Él. ¿Quién mejor que Él? Siendo Dios, puede hacer lo que quiera, así que podía quedarse físicamente en vez de subir al Cielo. Pero eligió otra vía y dijo: «Es a través de la unidad entre vosotros, a través de vuestra comunión, de vosotros que estáis juntos por mí, porque yo estoy presente entre vosotros y vosotros me reconocéis presente entre vosotros, y es a través de eso como el mismo acontecimiento que habéis podido experimentar gracias a mi presencia física podrá continuar en la historia». Solo a través de una realidad humana en la que Él sigue presente, esta paternidad hacia nuestra vida nunca se distanciará de nosotros, siempre será posible y generará continuamente nuestra vida.


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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