de Christopher Nolan
con Cillian Murphy, Emily Blunt, Matt Damon
Robert Oppenheimer ha pasado a la historia no solo por sus dotes como científico, sino sobre todo por haber coordinado, por encargo del gobierno americano, la realización de la bomba atómica. Movido sinceramente por el deseo de que la guerra acabara lo antes posible y temeroso, como tantos, de que los nazis lograran armas aún más devastadoras de las que caían sobre Londres, dirigió el “Proyecto Manhattan” y a las mentes más agudas de la ciencia occidental para llegar allí donde solo se habían asomado ciertos cálculos teóricos (y con terribles dudas sobre los riesgos que se estaban corriendo).
El director se deleita en su pasión por una estructura no lineal en la trama, un enfoque que beneficia especialmente a la historia. Renunciando al ritmo de una simple biografía, Nolan evita una marcha lenta y constante en el desarrollo de la bomba atómica, centrándose en los dos momentos más importantes en la vida del científico: la creación de la bomba y la audiencia de seguridad a la que se sometió en 1950, con su renuncia pública a las armas nucleares.
El film salta adelante y atrás, del color al blanco y negro, de los estudios teóricos a la puesta en práctica. También muestra las relaciones juveniles del protagonista con la izquierda, incluso comunista, y cómo esas visiones del mundo vuelven a atormentarlo después de la guerra. El tormento de alguien que, con buena intención, pensaba que la bomba debía ser un unicum y quedarse en advertencia. Para descubrir después que se convertiría en la base de una escalada imparable y devastadora.
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