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Huellas N.07, Julio/Agosto 2023

PRIMER PLANO

Lo que se salva del fango

Stefano Filippi

De vuelta a la normalidad después de las inundaciones en Italia, surgen preguntas y descubrimientos. Y un camino para no perder la misteriosa belleza vivida en medio de la tragedia

Andrea Mondini (al que todos llaman Mondo) recibió la noticia en Inglaterra, donde estaba por motivos de trabajo. «El primer vuelo disponible para volver a Bolonia hacía escala en Fráncfort pero entre un retraso y una llamada cuando llegué ya habían cerrado el embarque. Estaba desesperado. Al final, los empleados alemanes se apiadaron y me consiguieron un hueco en un avión a Milán. A bordo me encontré con mi querido amigo Marco, que había ido a la feria de Hannover pero regresaba a Italia igual que yo. Había dejado el coche en el aeropuerto, así que me llevó a casa. ¿Increíble coincidencia? Puede ser. Yo prefiero llamarlo milagro. Jesús estaba a mi lado».
Para Giovanna, nonagenaria residente en Lugo, esa cercanía adquirió el rostro de Nicoletta Bocchini, una de las educadoras de Casa Novella. Están cerca de su casa y se habían cruzado varias veces, pero su relación se limitaba a los buenos días o buenas tardes. «La noche del 16 de mayo me la encontré en la puerta –recuerda Nico– agitadísima. Ella vive en el bajo. Me paró y me dijo: “Si entra el agua, ¿dónde voy?”. Tranquila, le dije, puede venir conmigo. Mi casa es diminuta y ya me había llevado allí a dos niñas de 10 y 11 años de Casa Novella con su hámster. Me pasé la noche en duermevela, no sonaba ninguna alarma pero no estaba tranquila. A las seis me desperté por enésima vez y vi las luces de los vigilantes parpadeando bajo la ventana. Desperté a las niñas, bajé corriendo las escaleras y vi que el agua ya estaba entrando por la puerta, así que subí a Giovanna, con las piernas empapadas. La secamos, la vestimos y la tranquilizamos. Las niñas miraban en silencio, hasta que una me susurró al oído: “Dios está feliz porque has acogido a esta abuelita”».
«Sed realistas, pedid lo imposible», hace decir Albert Camus a Calígula. Lo imposible ha asumido aquí muchas formas últimamente. Amigos y desconocidos manos a la obra. Las distancias sociales se han borrado, las relaciones humanas se han reactivado. El deseo unánime de volver a empezar cuanto antes ha acallado todas las quejas. No hay nada obvio en todo esto. Tampoco es obvio que la crecida del agua acreciente también las preguntas. ¿Qué sentido tienen estas cosas? ¿Qué me mantendrá en pie si lo he perdido todo? ¿Y quién se hará cargo de esas preguntas, que no son menos decisivas que todas las tareas urgentes para limpiar el barro?
Lorenzo Bernardi también vive en Lugo. En su casa el agua superó medio metro de altura, provocando en él una sensación de impotencia ante el avance de lo inevitable. «Esos días –dice– era como si cada rostro, cada detalle de la realidad transparentase su destino. El otro, totalmente desconocido, tenía que ver conmigo, su problema era también el mío. Junto al cansancio, también percibía esta belleza evidente. Con todo esto se ha abierto en mí una pregunta apremiante: ¿quién nos permite vivir todos los días de un modo tan intenso y verdadero? Un amigo al que, como a mí, se le inundó la casa, me escribió: “Cuando las certezas se desmoronan, me veo obligado a ir a lo esencial y ahora, a medida que todo se va reordenando, corremos el riesgo de conformarnos con que todo vuelva a su lugar y recuperar una cierta normalidad. ¿Lo que deseo es volver a vivir tranquilo o ser feliz?”».
Esas preguntas no solo apremian a los más afectados. Adriana Pasi también vive en Lugo, aunque se ha librado de los desperfectos. «Pero esa suerte demostró ser mucho más que eso –admite–. Al despertar, estábamos secos y nuestros vecinos inundados, ¿por qué ellos sí y nosotros no? No sabía responder, pero pensé que podía ser una llamada, así que nos pusimos a disposición de todos los afectados». La labor parecía sencilla: ordenar y clasificar las montañas de cosas que la gente, con gran generosidad, iba dejando en la iglesia a granel. Pero a las once de la noche, el párroco le dice que al día siguiente tendría una nueva tarea: recibir a los voluntarios de CL que venían de lejos. «Ahí redescubrí una de las grandes leyes de la existencia: el deseo inmenso de ayudar. No solo a limpiar, sino sencillamente a escuchar, acompañar o echar una mano en la recogida de escombros. Pero ante toda esa oleada de bien también percibí el riesgo de adueñarse de las cosas. “¿Por qué hacemos todo esto?”, me preguntaba mi amiga Fabiola insistentemente. Esos días prácticamente abandoné a mi familia porque me resultaba más gratificante coordinar a los voluntarios que hacer la compra. Como si fuera yo la que respondía a toda esa necesidad. Sin embargo, he aprendido que la gratuidad es algo que nos atrae pero no nos pertenece, no somos sus dueños».
Cuando Mondo pudo volver a abrazar a su mujer y a sus hijos, que estuvieron dos días aislados en la planta de arriba de su casa porque la fuerza de la corriente impedía el acceso hasta a los bomberos, supo que habían sobrevivido con tres paquetes de galletas y una botella de agua. «Otro milagro, igual que la movilización de tanta gente. Mi antiguo jefe, con el que trabajé hasta hace año y medio, vino desde Roma para colaborar. Quería volver en el día, pero al final se quedó una jornada más. Durmió en el coche. “Mañana quiero volver a ver estos rostros”, me dijo. Otro ejemplo. Llegó un momento en que mi hijo se rompió: “Papá, estoy destrozado”. Pietro, este es el momento más verdadero de tu vida porque Dios te pide volver a empezar, le respondí. Él insistía: “Pero Dios no viene a quitar barro”. Mira a tu alrededor, Dios son todos estos amigos que han venido de toda Italia. Un diálogo así con un hijo también es un milagro. No dejan de aparecer preguntas. Un vecino, llorando, me preguntó: “¿Pero todo lo que he visto viene de CL? Eso es más que solidaridad. Creo que debo replantearme lo que pienso de ellos”. Del mismo modo, yo también estoy siendo llamado a volver a tomar conciencia de lo que ha pasado en mi vida».
Milagro. Mondo lo repite con naturalidad. Una Presencia tal vez más cercana y evidente que nunca. «Aunque he conocido de cerca a grandes amigos como don Giussani, Cesana o Piccinini, en mis ojos y en mi corazón aún quedaba una capa de barro difícil de quitar, y más peligrosa –confiesa–. Ahora, ya sin lodo, la vida continúa. Pero la costra más difícil de arrancar se sigue formando todos los días. Y solo esa Presencia, y no mis esfuerzos, podrá retirarla». Una conciencia nueva. «La vida de esos días ha sido una gran sorpresa –confirma Nicoletta–. Podían haber sido jornadas insoportables y llenas de quejas, pero han sido días inolvidables. Era evidente que Jesús necesitaba mis brazos, mis ojos y mi corazón para mirar, acoger y amar a dos niñas y a una anciana. Sin esta conciencia, el pedazo de cielo que han sido mis 50 metros cuadrados se podría haber convertido en un pequeño infierno».
«Para estar delante de las preguntas que emergen con urgencia en un corazón humano despierto no hay recetas que garanticen mantenerlas a tope de revoluciones –dice Lorenzo–. Solo tengo una certeza que me permita vivir a la altura de lo que he visto en estas inundaciones: la presencia de un camino, un lugar donde poder hacer estas preguntas, donde se me ayuda concretamente y se me educa en la verdad de mí mismo. Sin esta pertenencia, sería iluso pensar que esta novedad podría resistir el retorno a las dinámicas de la normalidad. Ahora que mi casa está en orden y he reanudado mi vida, puedo decir que el don más valioso que me han dejado estos días es la conciencia de que para ser yo mismo necesito siempre esa Presencia».



La verdadera naturaleza humana
Lo que más me impactó de las inundaciones fue que, en una situación tan dramática, ha salido a la luz la verdadera naturaleza humana. Es decir, que inevitablemente buscamos algo más allá de la fatiga y el dolor, algo que atraiga de verdad el corazón, y para ello contamos con la ayuda de una compañía que no te deja solo.
Estuve diez días en un centro de acogida para personas desplazadas, lo que fue una verdadera gracia porque no se dejaba nada fuera. Recuerdo a los ancianos que se despertaban llorando por las noches y nosotros llorábamos con ellos, pues lo único que podíamos hacer era compartir su dolor. Por las noches nos juntábamos para cantar y nos provocaba una conmoción increíble porque nos dábamos cuenta de que no todo era solo fatiga.
«Las circunstancias por las que Dios nos hace pasar constituyen un factor esencial de nuestra vocación, de la misión a la que nos llama; no son un factor secundario», nos recordó Davide Prosperi en un encuentro con los bachilleres que se preparaban para la Evau. Eso no significa que no tenga que enfadarme cuando no sucede lo que yo espero sino que, ante esto, se me plantea una alternativa: o la realidad está en mi contra, o bien sigue habiendo algo que aún no entiendo pero que me hace ir más a fondo no solo de la circunstancia que estoy viviendo (las inundaciones, por ejemplo), sino del deseo por el que estoy ahí.
Alice, Lugo

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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