Va al contenido

Huellas N.07, Julio/Agosto 2023

PRIMER PLANO

La terapia del grano

Maria Acqua Simi

El sufrimiento de los jóvenes y sus intentos por anestesiar su dolor. ¿Pero qué pasa cuando alguien se toma en serio sus preguntas? Giovanna Moretto, psicóloga del desarrollo, cuenta cómo es su trabajo. «Una educación continua para mí»


Giovanna Moretto vive en Chester (Reino Unido) con su marido y dos hijas. Responsable del movimiento de CL en el noroeste de Inglaterra, trabaja como psicóloga del desarrollo en el Departamento de Salud Mental de Adolescentes en Liverpool. Cada año se enfrenta a chicos y chicas con graves dificultades: autolesiones, intentos de suicidio, violencia, trastornos psicológicos. Pero el tiempo que pasa con ellos, según explica, supone una educación continua para ella pues le obliga a rastrear el bien que se oculta hasta en los rincones más escondidos y en los gestos aparentemente más insignificantes. «Mi primera necesidad –cuenta– es una vida unida. Soy madre, mujer, psicóloga y cristiana. ¿Cómo juntar todas estas cosas? En el mundo laboral inglés resulta imposible hablar de fe porque cualquiera podría sentirse ofendido y abrir una investigación. Pero hay cosas ante las que no puedes retirarte».

¿Ante qué cosas no puedes retirarte?
En noviembre del año pasado me asignaron un nuevo departamento y enseguida me dieron un caso complicado. Una chica de 14 años con frecuentes episodios de autolesiones muy graves y con una historia familiar muy dura, con varios intentos de suicidio. Tal era la gravedad de la situación que todos los que estaban con ella tenían miedo y se ponían a la defensiva. Nadie quería este caso y me enfadé. Sabía que me la habían “endosado” sabiendo que, siendo la última en llegar, no podía rechazarlo ni quejarme. Sin embargo, empezar a trabajar con ella –y con el equipo que la lleva– fue lo más bonito que me podía pasar.

¿Por qué?
Porque ella, con su dolor, nos obligaba a mirar nuestra propia necesidad. Cuando la conocí, me encontré delante de una adolescente que vivía en un espacio protegido, una especie de “casa-clínica” totalmente aséptica y sin muebles para evitar que pudiera hacerse daño. Una veintena de trabajadores se hacían cargo de ella las 24 horas del día, siete días a la semana, tomando mil precauciones, procedimientos y protocolos de prevención. Pero el problema persistía, ella seguía haciéndose daño y el equipo que la cuidaba vivía con miedo a fracasar. Todos pretendían que hiciera con ella una terapia rápida, pero yo no tengo una varita mágica. Pregunté entonces si podía trabajar en equipo con los que la acompañaban día y noche y la quisieran. Había que ser creativos, empezar a mirar el bien que había en esa chica y no solo lo que no iba bien.

¿Qué significa “mirar el bien”?
El mal que ella se inflige es un lenguaje, la única forma que conoce de expresarse. Hasta ese momento estábamos intentando “eliminarlo” completamente, sin darle una alternativa. Fue entonces cuando, hablando con el resto del equipo, se me ocurrió espontáneamente contarles, a unas personas totalmente ateas y desinteresadas en Dios, la parábola del evangelio de la cizaña. Porque esa chica era exactamente igual que un campo en el que ha crecido muchísima cizaña por todo el mal que ha sufrido, pero también había semilla buena. Y ese lugar donde estaba ingresada podía ser una ocasión para cuidar esa semilla y ayudarla a germinar. Sin embargo, si nos empeñábamos en arrancar la cizaña, acabaríamos con todo, también con el bien que había. Les dije: tenemos que hacer que la semilla crezca, para que un día llegue a ser tan hermosa y brillante que la cizaña, aunque nunca desaparezca del todo, no pueda quitarle la luz.

Eso es muy bonito, incluso poético, ¿pero cómo se concreta?
Empezamos a establecer con ella una relación a base de pequeños gestos, diálogos y también silencios. Pero cada paso, mío y de mis colegas, venía dictado por lo que iba sucediendo y no solo por los protocolos. A los cuatro meses dejó de cortarse. Eso no significa que no vaya a recaer, sucederá, pero por primera vez ha empezado a mirarse con ojos nuevos. Y mis colegas y yo también nos miramos con ojos nuevos. Todo esto me ha cambiado.

¿Por qué?
Mi último recurso, ya contra las cuerdas, era poner sobre la mesa lo más querido que tengo, es decir, mi experiencia de fe, de una manera que nunca me había pasado en el trabajo. Y la mejor sorpresa fue ver que a mis colegas les impactó tanto que quisieron dar un vuelco a todos los procedimientos y empezar de cero con esta adolescente. Empezamos a trabajar juntos de verdad.

De la experiencia cristiana, un método…
Sí. Entre la trabajadora social, la responsable de la institución y yo ha surgido una unidad que se ha convertido en un método de trabajo. Compartimos los pasos a dar, nos confrontamos y no trabajamos como autónomos solitarios o, peor aún, siguiendo rígidamente los manuales y protocolos. Hasta el padre de la chavala, que había permanecido al margen hasta ese momento, se sorprendió por nuestra nueva forma de proceder y empezó a hablar con nosotras para entender cuál era la mejor manera de estar con su hija. Una colega me dijo: «Nunca habría imaginado que trabajar en este caso podría suponer una experiencia tan bonita». He aprendido que no tengo que tener miedo a nada. Lo que he encontrado en el cristianismo es verdaderamente para todos, hasta en la circunstancia más difícil.

¿Qué es lo que te ha permitido dar ese paso?
Algo que estamos aprendiendo ahora en la Escuela de comunidad con El sentido religioso: empezar a mirar mi experiencia elemental. Yo quiero ir a trabajar para descubrir una belleza, una justicia, una esperanza. Necesito reconocerme querida, amada, y eso es posible dentro de una compañía de amigos, en la relación con mi marido y mis hijas, siguiendo al movimiento. Todos estos deseos y preguntas también los tienen los jóvenes con los que me encuentro en mi trabajo, y mis compañeros. ¿Cómo no me los voy a tomar en serio?

¿Por qué hoy tantos jóvenes se hacen daño?
En Inglaterra tenemos un porcentaje altísimo de casos: tres de cada diez se hacen daño voluntariamente. Las autolesiones son la expresión de un malestar emocional, una dificultad para aceptar las propias emociones, una falta de sentido. Podríamos definirlo como un lenguaje “exasperado y desesperado”, el único que estos jóvenes logran usar cuando ya no hay palabras que tengan sentido. Pero es un lenguaje que hay que escuchar porque sigue siendo un intento de comunicarse. Las autolesiones tienen varias funciones. La más común es la de sentir algo. Si una persona está deprimida o traumatizada, es como si su cuerpo “apagara” su percepción sensorial, porque el dolor es demasiado insoportable. Al hacerse daño, el cuerpo libera endorfinas que, por unos momentos, te hacen sentir vivo y por eso muchos jóvenes lo hacen. Adoptan una solución biológica para afrontar un dolor psicológico.

Tú estás con ellos todos los días, ¿qué preguntas tienen?
En todos sus gestos hay una búsqueda de sentido. ¿Por qué todo este dolor? ¿Para qué todo este esfuerzo? ¿Por qué esta ansia? ¿Por qué yo? Algunos llegan a explicitarlo: «¿Qué sentido tiene mi vida si no tengo amigos, si en clase me toman el pelo y en casa siempre estamos de pelea?». Por ejemplo, he conocido a muchas adolescentes que empezaron a hacerse daño después de sentirse usadas y tiradas por su primer gran amor. Los adultos, en vez de escandalizarnos, debemos mirar esta necesidad de sentido que es tan profunda que llega a marcar el cuerpo de nuestros jóvenes.

Parece que ya no sienten nada, pero los jóvenes de hoy reciben más estímulos que nunca: pornografía desde pequeños, libre acceso a redes sociales, internet. ¿Estamos dejando que vean todo sin darles herramientas para entender lo que ven?
Todo nace de una soledad. Están sobre-expuestos, pero están solos. Viven desde pequeños una especie de “omnipotencia” que les permite acceder a todo, pero no tienen a nadie que les guíe y les proteja. De modo que puedes pasar de un video de cocina a otro de lo más vulgar como si todo fuera igual. Pero no es igual. Se trata, sobre todo, de recuperar una relación y un diálogo con ellos que aborde el sentido. Pensando en la adolescente de la que hablaba antes, para mí lo más importante no es señalarle sus errores sino entender quiénes son los adultos que hay en su vida, quién la sostiene de verdad en su camino de crecimiento.

¿Y si te dice que no tiene a nadie?
Me ha pasado. Entonces le digo: yo estoy contigo. Ella hará todo lo posible por librarse de mí, pero ahí sigo yo igualmente. Y mis compañeros, que antes solo tenían miedo, ahora siguen ahí. Igual que hace el Señor con nosotros. Podemos alejarlo mil veces al día, pero Él no se marcha. Se queda.


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página