Una novela del famoso ilustrador Peridis recupera la tradición popular que rodea el Lignum Crucis, el mayor fragmento que se conserva de la cruz de Cristo
Liébana es una hermosa comarca situada en Cantabria, un valle recóndito al sur de los Picos de Europa y rodeado de montañas, a tan solo 45 kilómetros de la costa. En el corazón de Liébana está situado el Monasterio de Santo Toribio, muy cerca de Potes, uno de los pueblos más bellos de la montaña cántabra. Seguramente, muchos habrán oído hablar del Año Santo Lebaniego, que se celebra este 2023, pero es muy probable que desconozcamos su historia. Vamos a intentar desentrañarla en unas pocas líneas.
Los orígenes del monasterio y de sus reliquias sagradas se pierden históricamente en los convulsos años de la Alta Edad Media. Se fundó probablemente en el siglo VI con otro nombre, denominándose San Martín de Turieno. La tradición atribuye a un monje de Palencia llamado Toribio su fundación, monje a quien a veces se confunde con otro Toribio que será quien dé nombre al monasterio andando los años. Nos referimos al santo obispo de Astorga que vivió en el siglo V, célebre por haber traído a Hispania desde Tierra Santa el mayor fragmento que se conserva de la Cruz en la que murió Cristo, el Lignum Crucis que se venera en este monasterio desde el siglo IX, junto con los restos del santo. Probablemente, el traslado de los restos de santo Toribio y de la reliquia de la Cruz al monasterio de San Martín de Turieno en el siglo VIII tuvo que ver con la invasión musulmana de la península ibérica (711), buscando en el valle lebaniego, rodeado de altas montañas, un refugio seguro. De hecho, ya en los comienzos de la Reconquista, los duques de Cantabria convirtieron el condado de Liébana en su bastión y se sabe que Alfonso I, rey de Asturias, pobló este territorio con cristianos provenientes de la meseta para hacer de frontera con los árabes.
Aunque los datos referentes a la vida de santo Toribio son escasos, como es habitual en aquellos años, sabemos con certeza que nació en el convulso siglo V, en plena caída del Imperio romano de Occidente, cuando Hispania estaba ocupada por visigodos, suevos y otros pueblos bárbaros. Siendo joven, peregrinó a Tierra Santa, donde fue ordenado sacerdote y designado custodio de las santas reliquias, muchas de las cuales trajo a Hispania a su regreso, entre ellas, como hemos dicho, un trozo del brazo izquierdo de la Santa Cruz. Nombrado obispo de Astorga, centró su labor en enfrentar la herejía priscilianista, que aquejó a la Iglesia hispana de aquellos turbulentos años.
En cuanto a la reliquia de la Cruz, según el P. Sandoval, cronista de la orden benedictina, corresponde al «brazo izquierdo de la Santa Cruz, que la Reyna Elena (madre del emperador Constantino) dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones. Está aserrado y puesto en modo de Cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo».
Desde mediados del siglo IX, el monasterio vivió una gran expansión a causa de las donaciones realizadas por familias nobles de la comarca y durante el siglo XI cambió de advocación, denominándose desde entonces Santo Toribio de Liébana. Este cambio tuvo que ver con el creciente culto al santo y a las reliquias de la Cruz, creándose la Cofradía de Santo Toribio por iniciativa de los obispos de León, Oviedo, Palencia y Burgos. Esta cofradía, denominada de la Santísima Cruz, pervive hoy en día y favorece diversas celebraciones en torno al culto a esta reliquia, como la procesión con la misma del día de Pentecostés hasta la localidad de Potes. Asimismo, diversas tradiciones de época medieval han llegado hasta nuestros días, como la costumbre de «la vez», por la que dos hombres de cada pueblo van a venerar la Cruz, según la vez. Existía también entre las gentes del valle la tradición de salir de casa en ayunas y peregrinar al monasterio durante toda la noche. La piedad popular le atribuye a santo Toribio numerosos milagros y sanaciones, algunos ya en vida, muchos vinculados a los beneficios para las labores del campo, en concreto para traer la lluvia en tiempos de sequía.
Además de ambos Toribios, sobre los cuales existe cierta confusión en las diferentes fuentes de la época, hay otro nombre propio fuertemente vinculado a este monasterio. En la segunda mitad del siglo VIII vivió en san Martín de Turieno, un monje llamado Beato que en el año 776 escribió un libro titulado Comentarios al Apocalipsis en el que trataba de explicar el último libro del Nuevo Testamento, atribuido a san Juan, basándose en comentarios de los Santos Padres. El libro de Beato se hizo muy célebre entre los cristianos de la Hispania del siglo VIII, pues en él subrayaba la victoria final del Cordero, esto es, de Cristo resucitado, frente a la Bestia, el mal. Dada la situación marginal y de persecución de la Iglesia hispana tras la invasión musulmana, esta se identificaba con este mensaje de esperanza escatológica. En Comentarios al Apocalipsis, Beato trató de hacer frente, además, a la herejía adopcionista que señalaba que Jesús era hijo adoptivo de Dios, propugnada por Elipando, el entonces arzobispo de Toledo (ciudad que se hallaba por aquellas fechas bajo dominio musulmán).
Pero, más que por su contenido, el libro se hizo famoso por lo siguiente. Para facilitar la comprensión de quienes leían y de quienes no sabían leer, Beato ilustró su libro con imágenes llenas de creatividad y expresividad, que constituyeron uno de los orígenes de la rica iconografía románica y una gran fuente para conocer la mozárabe. El original ilustrado por Beato no se conserva, pero sí hay numerosos “beatos”, esto es, copias del libro en las que diversos ilustradores –muchos de ellos anónimos– dieron rienda suelta a su creatividad. Concretamente, se conservan 24 beatos realizados entre los siglos IX y XIII, que han adoptado el nombre de su primer creador. Las copias del Comentarios al Apocalipsis fueron siempre acompañadas de hermosas ilustraciones que se hicieron más célebres que el propio contenido del libro. Estas miniaturas –así llamadas debido al minio que se empleaba en la fijación de los pigmentos al pergamino donde se dibujaba– constituyen uno de los tesoros artísticos más valiosos de la Edad Media por la belleza de sus colores, la riqueza simbólica y la fuerte expresividad.
Además, Beato compuso el himno O Dei Verbum para la festividad de Santiago en la liturgia mozárabe y su alabanza del apóstol supuso el inicio del culto al mismo como patrón de España, antes aún del hallazgo de su sepulcro en Compostela.
El monasterio vivió épocas de decadencia, especialmente tras las desamortizaciones del siglo XIX, pero ha vuelto a recuperar la vida monástica desde que lo ocuparon monjes franciscanos en 1960.
Repasada la historia, vayamos ahora a la celebración del Año Santo Lebaniego. En la Edad Media, la veneración de las reliquias de los santos y la consecuente peregrinación a los lugares santos era una práctica muy habitual, fomentada por la Iglesia, en concreto por la orden religiosa benedictina, para fortalecer la fe de las gentes. El santuario hispano más famoso fue y es, sin duda, el de la tumba del apóstol Santiago, en Compostela, pero en la Edad Media era inconcebible peregrinar a Santiago sin pasar por el monasterio de Santo Toribio, tanto por la veneración del fragmento de la Vera Cruz como por los poderes curativos y milagrosos atribuidos a santo Toribio y al propio Lignum Crucis. De hecho, existían rutas establecidas para quienes se desviaban al monasterio lebaniego y deseaban continuar hasta Santiago. Fue a principios del siglo XVI cuando los papas Julio II –el famoso mecenas de Miguel Ángel– y León X ratifican definitivamente el jubileo, con indulgencia plenaria. Dado que santo Toribio falleció el 16 de abril del año 460, el jubileo en su honor se celebra los años en los que el 16 de abril cae en domingo, como sucede este 2023. Por ello, aunque el monasterio actual es casi todo gótico, del estilo monástico vinculado a los monjes cistercienses, la Puerta del Perdón, que se abre cada año jubilar para acceder a la iglesia, se construyó en el siglo XVI en estilo renacentista. La puerta simboliza al mismo Jesús, quien es la puerta para acceder al corazón misericordioso del Padre. En 1967, el papa Pablo VI amplió el privilegio de ganar el jubileo a todo el año, dada la creciente afluencia de peregrinos. Las condiciones que se pide a los fieles para participar activamente del jubileo son las siguientes: rezar (un Padrenuestro, como signo de que volvemos al Padre; un Credo, como renovación de nuestra fe; y una oración por el Papa, el siervo de los siervos del pueblo de Dios) y celebrar el sacramento de la Reconciliación y participar en la Eucaristía en la visita al monasterio o en torno a las fechas de la peregrinación.
En suma, el monasterio de Santo Toribio de Liébana es un lugar que merece una visita, tanto por la belleza del paraje natural y del edificio monástico como por la rica historia que posee, o una peregrinación a sus reliquias santas, cuya devoción nos llega desde los orígenes de la Edad Media.
El primer “cómic” de la historia
José Mª Pérez González, conocido como Peridis, es arquitecto, dibujante (son famosas sus viñetas en El País), periodista y escritor. Gran divulgador de la cultura y el arte medievales y originario de la zona de Liébana –nació en Cabezón de Liébana–, acaba de publicar una novela titulada El cantar de Liébana. En ella, Peridis recrea con indisimulado entusiasmo el mundo del más célebre de sus paisanos, Beato de Liébana, homenajeando de paso la belleza de su tierra natal. La novela narra la historia de una mujer recién enviudada, Eulalia, que tras la muerte de su marido se inscribe en la Universidad de Valladolid en un seminario sobre los beatos. En este seminario conoce a Tiqui, una joven alternativa de la que se hace amiga, y a don Crisógono, su excéntrico profesor que les abre al mundo de Beato y les lanza un reto apasionante: encontrar el primer beato. En paralelo y entrelazándose con la historia de Eulalia, que renace a una apertura ilusionada hacia las nuevas circunstancias de su vida, nos cuenta también la peripecia de Beato y Eterio (obispo de Osma y fiel amigo y compañero de Beato), en la España del lejano siglo VIII y la historia de algunos de los beatos y de las extraordinarias ilustraciones que acompañan los diferentes ejemplares de Comentarios al Apocalipsis. La propia novela, con una edición muy cuidada, va acompañada de imágenes y viñetas realizadas por Peridis que recuerdan a las de los códices medievales, ejemplificando en ello por qué el autor admira la obra de Beato: fue un adelantado, que realizó en su libro un auténtico cómic medieval, acaso el primero de la historia.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón