Va al contenido

Huellas N.06, Junio 2023

PRIMER PLANO

«El sentido religioso: el hecho más imponente de la historia del hombre»

Javier Prades

El diálogo con el teólogo Javier Prades sobre el libro de don Giussani ha sido el inicio del nuevo camino de Escuela de comunidad. Algunos fragmentos de la presentación de El sentido religioso

¿Cuál es el contexto actual? Lo digo con una fórmula muy acertada que ha popularizado el papa Francisco: estamos en un «cambio de época» (Discurso en el encuentro con los representantes del V Congreso nacional de la Iglesia italiana, Florencia, 10 de noviembre de 2015). Podría quedarse en un eslogan que se cita para luego pasar a otra cosa, pero, si lo tomamos en serio nos pone ante un horizonte de cambios muy profundos en nuestras sociedades, que algunos autores consideran incluso como una revolución antropológica. El momento que estamos viviendo, por lo que se vuelve a proponer este libro, es un momento en que el alcance de esos cambios y transformaciones afecta verdaderamente a lo humano, a la identidad humana.
Si quisiéramos describir los fenómenos que influyen en este diagnóstico, tendríamos que hacer un gran trabajo cultural. Esta noche solo menciono algunos aspectos. Pensemos en el ámbito tecnológico. Dicho brevemente se trata de la famosa convergencia NBIC (nanotecnología, biotecnología, tecnología de la información y tecnología cognitiva), que resume todo un mundo que podemos evocar sin grandes dificultades como una de las dimensiones del horizonte en el que nos encontramos.
Pero hay otro polo muy significativo respecto a este cambio de época, que afecta más directamente a lo humano: es la creciente autoafirmación del individuo, aislándose de sus relaciones. Es una autodeterminación entendida cada vez más en clave sentimental. Pensemos en el tema del narcisismo en nuestras sociedades. En este nivel se podría abrir (se puede y se debe abrir) otro horizonte de cuestiones culturales. Para resumir podemos citar al papa Benedicto XVI cuando hablaba de un «desequilibrio entre posibilidades técnicas», enormes y de por sí muy útiles para el bienestar de nuestras sociedades, «y energía moral». Y añadía algo muy interesante: «La seguridad que necesitamos como presupuesto de nuestra libertad y de nuestra dignidad no puede venir, en resumidas cuentas, de sistemas técnicos de control [no serán los sistemas los que nos hagan estar seguros], sino que solo puede brotar de la fuerza moral del hombre; donde esta falte, o no sea suficiente, el poder que tiene el hombre se transformará cada vez más [inevitablemente y cada día más] en un poder de destrucción» (L’Europa di Benedetto nella crisi delle culture, LEV-Cantagalli, Roma-Siena 2005, p. 32). No está dicho que así será, puede ser.
En todo caso, lo que Benedicto XVI llama «energía moral» –la estatura humana entendida en sentido integral, podríamos decir– conecta muy bien con la preocupación de don Giussani cuando propuso este libro y su camino educativo. Con una fórmula muy conocida para algunos de nosotros, denunciaba la pérdida del “sentido del yo”, es decir la pérdida de esa energía moral de la que hablaba Benedicto, una comprensión íntegra y viva de lo humano, que puede usar adecuadamente el poder o que puede quedar aplastada por él. Decía don Gius: «Sobre la palabra “yo” existe […] una gran confusión, y sin embargo es de primordial interés comprender qué es mi sujeto [es decir, quién soy yo]. Porque mi sujeto, de hecho, está en el centro, en la raíz de todos mis actos […]. Si descuido mi yo, es imposible que sean mías las relaciones con la vida, que la vida misma (el cielo, la mujer, el amigo, la música) sea mía. […] Existe [lo decía ya entonces, hace unos cuantos años] una fortísima presión del mundo que nos rodea (a través de los medios de comunicación de masas, la escuela o la política) que […] acaba por impedir […] cualquier intento de tomar conciencia de nuestro propio yo. […] Si es nuestra personalidad, nuestro yo, lo que resulta aplastado, literalmente suprimido o tan amedrentado que se queda como alelado, esto lo soportamos tranquilamente todos los días» (El rostro del hombre, Encuentro, Madrid 1996, pp. 7-9).
Giussani no quiere dejarnos tranquilos en este punto. Yo soy uno de esos que sufren sin pestañear ese aplastamiento de su personalidad y don Gius me empuja por atrás, por delante, por todas partes, como diciéndome: «¡Despierta! Porque si tú no estás, nada de lo que dices, haces, propones, deseas, sueñas o sufres será tuyo». (…) Rescatar lo humano es el camino para reabrir humanamente la pregunta sobre Dios. Si no hay pregunta ni respuesta sobre Dios, todos los riesgos que decíamos antes avanzarán muy probablemente hacia esa forma de usar el poder de los hombres en contra de los hombres.

La categoría de la «experiencia» es decisiva para una afirmación completa de la postura humana y cristiana de don Giussani. En el libro indica lo que él entiende por la palabra «experiencia», por muchas razones (también teológicas). Él sabía muy bien hasta qué punto esta categoría había quedado en suspenso durante los primeros 30-40 años del siglo XX por parte de la autoridad de la Iglesia. En este punto no bromeaba, sobre todo porque estaba en juego la piel de los jóvenes y de todos los hombres. Por eso quiso precisar enseguida lo que entiende por la expresión «hacer experiencia». Intentaré decirlo así: hoy «hacer experiencia» significa probar, pero sin un criterio de juicio no hay experiencia, el «probar algo» no puede llamarse «experiencia» en un sentido plenamente humano, sin parangonarse con los criterios de juicio –dice Giussani– que permiten iluminar los factores en juego hasta captar la plenitud de las propias exigencias y la verificación de las evidencias que constituyen el corazón de la experiencia misma. La experiencia –entendida en un sentido integral, con estos criterios que nos capacitan para juzgar– permite afrontar todas las cuestiones de la vida dándose cuenta de que uno crece. Me parece que esto es el ciento por uno […]
Quiero detenerme un momento en esta primera dimensión de los criterios (sin los cuales no se hace experiencia, no se crece) en relación con la vida, con el sentido de la vida. Son objetivos, iguales para todos, están dentro de nosotros pero nos son dados. Son inmanentes a nuestra estructura humana pero no están a nuestra disposición, en un sentido profundo, no los podemos manipular. Pero no hay que dar crédito a Giussani porque lo diga él, mucho menos a mí porque lo diga yo, ¡esto hay que verlo! Hay que verlo como lo ve el niño que puede confirmar la verdad sobre su madre. Intento explicar cómo lo veo yo.
Hace un par de años, leyendo a un poeta español contemporáneo, Karmelo C. Iribarren, me impresionó una poesía de dos líneas (¡dos líneas!) titulada Madrid, metro, noche: «Gente exhausta con la vista clavada en el suelo, / preguntándose por la vida, la de verdad… / porque no puede ser que sea solo eso…». La vista clavada en el suelo, preguntándose por la vida, la de verdad, porque no puede ser que sea solo eso. Gente normal, que trabaja como loca, que vuelve a casa agotada en el metro, apagada, mirando al suelo y pensando: «¿Pero qué es la vida?». El poeta tiene razón al captar y leer así el deseo de esa gente. Lo más imponente, lo que más me llama la atención es: ¿cómo puede saber esa gente que la vida no puede ser solo eso? ¿Quién se lo ha dicho? ¡No se lo ha dicho nadie! ¿O sí? No es que hayan tenido una vida anterior en la abundancia y lo hayan perdido todo, y por eso ahora vuelven a casa de noche en metro y dicen: «Vaya, si yo siguiera teniendo mi coche con chófer, echo de menos esa vida…», ¡no! Pueden no haber vivido nunca así, no conocer otra vida. Pero saben que la vida no puede ser solo eso. Entonces, ¿de dónde viene esa certeza? ¿Qué es lo que grita en mí? ¿Qué voz grita en mí esa exigencia de verdadera vida? Podemos decirlo en positivo: «Vale, la vida no puede ser solo eso. Ahí estás, exhausto, destrozado, en el metro. Dime entonces qué es la vida de verdad». Si intentáis hacerlo como uno de esos que van en el metro, cualquiera de nosotros (¡yo también voy en metro!), y empezáis a preguntaros: «Entonces, ¿qué es la vida?», la vida-vida, como diría Agustín. ¿Qué es la vida-vida? Empezad a enumerar los ingredientes e intentad mostrar dónde lo veis, dónde podríais decir: «¡La vida es esto!». Interesantísimo. Cuando uno ve esto se pregunta: «¿Pero habrá alguien en el mundo que se conciba como un esclavo, que trabaje como un esclavo sin percibir esta brecha con una vida que no puede ser solo la del esclavo?». Son cosas que tenemos que sorprender.

Dejemos abierta la pregunta: «¿Qué quiere decir vivir intensamente lo real?». ¿De quién puedo decir, con nombre y apellidos, que corresponde a esas palabras del texto, es decir, que vive intensamente lo real? Recordemos lo que dice Charles Taylor: «Esta es la época de la autenticidad» (C. Taylor, The Ethics of Authenticity). De hecho, escuchando no pocas canciones, por ejemplo I Want it All, parece que vivir es intensísimo, algo muy auténtico. ¿O no? And I Want It now (Queen, «I Want it All», de The Miracle). ¿Esa es la manera de vivir intensamente lo real? ¿Es acaso un «hay que hacer»? Es mucho más bonito encontrarse con alguien cuya vida despierte en mí la experiencia de una correspondencia, la intensidad de la realidad como itinerario hacia el significado último. Porque esta es la segunda parte de la frase, que no tiene desperdicio. «Vivir intensamente» se puede entender de muchas maneras. Don Giussani dice que es para alcanzar el «significado último». Tengo curiosidad por ver, en las próximas semanas, indicaciones de personas, lugares, gestos donde se vive lo real intensamente, de tal manera que sea un camino hacia el destino.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página