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Huellas N.11, Diciembre 1998

PELÍCULAS

Ver a través de los testigos

Emma Neri

Jesús de Nazareth de Zeffirelli y El Evangelio según San Mateo de Pasolini.
Algunas sugerencias para disfrutar de todo su valor.
Se trata de un documento lleno de estupor por un Acontecimiento, que se relata mediante «la observación atenta, insistente y apasionada» de sus testigos


Durante las Navidades, las pantallas de televisión se llenan de las denominadas "películas religiosas". Si en el gran caldero conviven feliz­mente comedias bonachonas a lo Capra, películas de autor y grandes producciones a punto de caducar, también es posible encontrarse con ver­daderas joyas, que el abuso o el prejuicio han ocultado du­rante largo tiempo. Ahora bien, si podemos definir el Jesús de Nazareth de Zeffire­lli como "oleo gráfico", El Evangelio según San Mateo de Pasolini como "humano, demasiado humano", El Me­sías de Rossellini como "di­dáctico" (y el juego se podría prolongar hasta el infinito con Espartaco, Rey de reyes, La túnica sagrada o con la última producción de los es­tudios Lux, Fátima), resulta mucho más interesante dete­nerse en alguna de ellas y mirarlas como memoria de nuestra propia experiencia, desde el punto de vista de un Acontecimiento que tiene que ver con la historia colec­tiva y con la experiencia de quienes lo representan.

Los rostros de Zeffirelli...
Tomemos como ejemplo Jesús de Nazareth de Zeffire­lli: ridícula, enfática, confor­mista son los adjetivos que se le achacan, cuya escasez ya sugiere una censura programada. No obstante, como espectadores, nuestro imagi­nario está en deuda con ella. Algunos de sus personajes, como Pedro de James Faran­tino o el centurión de Ernest Borgine, Magdalena de Anne Bancroft o Nicodemo de Laurence Olivier, están mar­cados a fuego en nuestra me­moria, y ellos mismos a su vez son deudores de la gran tradición figurativa italiana, desde Miguel Ángel a Cara­vaggio. Tomémonos en serio, por tanto, Jesús de Nazareth, empezando por considerar su significativa selección de los episodios del Evangelio. Por ejemplo, la opción de incluir la visitación de María a Isa­bel - un pasaje que casi siem­pre se descuida - es, sin em­bargo, importante para entender el cambio radical en las relaciones más obvias y rutinarias suscitado por la disponibilidad de María. En la película, son muchas las intuiciones que se ganan un espacio en medio de recursos narrativos más burdos. La primera parte, por ejemplo, traza el camino cruzado de José y María, de los Magos y de los pastores, que se diri­gen hacia el portal. Vemos las mismas piedras pisada por huellas distintas, el mismo panorama árido y be­llísimo entre el desierto y la montaña. El montaje alter­nado obtiene una tensión que hace transparente la razón por la que se han puesto en camino: una evidencia que desde lo primeros planos de los rostros se comunica a los planos largo de las carava­nas en marcha y se ensancha a la totalidad del paisaje en espera. Los personajes más logrado son Pedro, Mateo y Judas. Sobre todo, Pedro y su afecto a Cristo. Pedro, que odia a lo recaudadores de impuesto como lo es Mateo, ofendido por la atención que Jesús demuestra por quien él considera un enemigo, voci­fera, se enrrabieta. Ayudado por extraordinarios intérpre­tes y por un tiempo de acción perfecto, Zeffirelli retrata su ira, su gesto humillado y el abrazo, entre lágrimas y paz, en nombre de una razón aún incomprensible, pero que Pe­dro no pretende plegar a su medida o a su propia cohe­rencia. Es exactamente lo contrario de Judas, que iden­tifica el bien del pueblo al que pertenece, su propia feli­cidad, con la forma que él ha imaginado para la "revolución".
La tentación agiográfica de Zeffirelli parece concen­trarse en Jesús/Robert Po­well y María/Olivia Hussey. Hábil en relatar el drama­tismo del pecado, ante la paradoja de lo divino que se hace humano Zeffirelli no sabe y no puede.
Con gesto a la vez humilde y astuto (Jesús de Nazaret es, en efecto, una producción italo-inglesa que costó cerca de 7,5 millones de dólares, destinada a la audiencia de todo el mundo), elige dos ac­tores que reclamasen en todo y para todo la iconografía popular - las estampitas, de hecho - y les deja a ellos la papeleta de gesticular, con caras inexpresivas, la inevita­ble inadecuación para testi­moniar el misterio.

... y aquellos de Pasolini
Tampoco hay que fiarse demasiado de la fama de "maldita" que rodea a El Evangelio según San Mateo de Pasolini. Más que las po­lémicas suscitadas en su tiempo, parece oportuno es­cuchar las palabras que el mismo autor empleó para explicarnos su sentido. En el año 64 en el festival de Venecia la película recibió la mayoría de los premios. El Evangelio según San Mateo fue muy amada por los católicos y aborrecida por gran parte de la iz­quierda que después, para rehabilitarlo, acuñó la insig­nificante definición de "Cristo laico". Por lo que se refiere a él, Pasolini escribe a los frailes de la Ciudadela de Asís, a los que pide ayuda para realizar El Evan­gelio: «En palabras muy simples y claras: yo no creo que Cristo sea hijo de Dios, porque no soy creyente, al menos como conciencia». Luego explica la aparente paradoja que le llevó a ele­gir un testigo como Mateo: «He tenido que narrar el Evangelio a través de los ojos de otro que no soy yo... He realizado un dis­curso libre, pero indirecto». No son sutilezas retóricas: «He podido hacer el Evangelio que he hecho, porque me siento libre y no tengo miedo de escandalizar a na­die». De este modo la pelí­cula se convierte en la cró­nica rigurosa de la vida de Cristo según Mateo y, a la vez, en un viaje de Pasolini al descubrimiento de sí mismo. A través de los per­sonajes el director recom­pone a su propia "familia", recurriendo a su madre, Su­sana, pare representar a Ma­ría adulta y los rostros de sus amigos para los de Je­sús: Ninetto Davoli, Natalia Ginzburg, Enzo Siciliano, el poeta Gatto y Leonetti, el hermano de Elsa Morante, Marcello. El resultado es una sacra representación po­pular que echa mano de todo con gran libertad: la pintura de El Greco y el Quattrocento italiano, la música étnica y la desola­dora belleza del sur de Italia. Se trata de una película donde cada cosa, desde los postes que se entrevén en una Jerusalén reinventada en Matera, hasta los panes y los peces que se multiplican entre moscas y polvo, nos devuelve continuamente a la historia de Cristo entre los hombres, un Cristo «manso de corazón pero nunca manso en la razón».
¿Cómo puede relatar la virginidad de María y la Resurrección, los milagros y la tentación del diablo, un autor que no cree? Por ana­logía - dice él mismo -. Por ejemplo, aquel pequeño e inmenso sí de María, ya ha sido pronunciado cuando comienza El Evangelio. Su mirada mansa y firme es­pera en silencio mirando a los ojos ansiosos de José.
No hay ni una sola palabra entre ellos, sólo la calle blanca y pedregosa que lleva a Viterbo y que los pasos del hombre recorren fatigosamente al encuentro con el ángel que le revela el designio de Dios. José cree en el ángel, como Mateo cree en Cristo. Y Pasolini se fía de Mateo, hasta el punto de hacerse él mismo testigo para nosotros, espectadores. Es la "técnica" adoptada por Dreyer en Ordet, donde asistimos al milagro de una resurrección a través de la mirada de una niña que re­conoce algo evidente. Así, en la película de Pasolini, Juan y Andrés ven a Jesús a través de la mirada que Juan el Bautista le dirige, y Le siguen.
En El Evangelio, la figura más bella e intensa es la de la Virgen. La mirada con la cual María acompaña a Jesús mientras habla a la gente; su boca abierta en un grito mudo delante del hijo que muere en la cruz, entra­ñan una conciencia pro­funda y vibrante como la de quien espera, porque sabe las consecuencias infinitas que nacerán de su pequeño sí. Cuando los apóstoles ad­vierten a Jesús de la llegada de su madre y sus herma­nos, responde sin girarse que madre y hermanos son los que hacen la voluntad del Padre, y María sonríe humildemente a la espalda de su hijo, girando apenas la cabeza, como para escuchar mejor. No sorprende, al fi­nal de la película, el clamor del Gloria tras el anuncio de la Resurrección, ni lo que escribe Pasolini después: «En definitiva me encuentro tan poco liberado mediante la obra artística, que esos malignos, insistentes e ina­ferrables elementos religio­sos siguen allí intactos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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