Relatos de personas sencillas que viven marcadas por su anhelo de libertad. Una historia donde la realidad supera a la ficción y que marca el impulso original de la construcción europea
Salamandra publicó el año pasado El Túnel 29, traducción del original en inglés Tunnel 29 de Helena Merriman editado por la BBC en cuya radio trabaja la propia autora como periodista. El libro –escrito en un actual estilo a caballo entre novela, ensayo y guion cinematográfico– se articula en torno a una fuga en el Berlín oriental de 1962 a través de un túnel que se excava entre las calles Bernauer Strasse y Schönholzer Strasse. Este intrépido y verídico episodio de la Guerra Fría, que en aquel momento se convirtió en uno de los mayores hitos de la historia de los reportajes de la televisión, había perdido popularidad hasta que Merriman lo rescatara en 2019 para un formidable podcast.
El volumen parece presentarse como una nueva e innecesaria crónica de los años de la postguerra y el Telón de Acero que resultan cada vez más lejanos y ajenos a nuestro mundo postmoderno. Sin embargo, las páginas van seduciendo poco a poco al lector: resulta novedosa y cálida la descripción de los primeros años de vida del Berlín soviético en el que sus vecinos –a pesar del régimen al que están sometidos– visitan con cierta normalidad la mitad occidental: los tediosos controles y habituales sobresaltos a causa del pequeño contrabando no impiden que Joachim Rudolph y sus amigos frecuenten la isla del oeste y disfruten de sus tiendas, bares y hasta de un concierto de Ella Fitzgerald. El relato histórico ha ahondado tanto en la división que creó el muro que ganan interés las crónicas que narran la vida alrededor de los cuatro sectores berlineses antes de su construcción. Como es bien sabido, todo se precipita durante el verano de 1961 cuando Walter Ulbricht –presidente de la República Democrática Alemana– ordena instalar una alambrada de espinos que se transformaría más tarde en el famoso Muro de la Vergüenza.
A partir de entonces, Herriman novela numerosas salidas e intentos fallidos de fuga con la lealtad de referir siempre nombres reales e invitar a consultar las fotografías y documentos que ilustran lo que nos cuenta. El Túnel 29 vertebra esta obra en la que se alternan los relatos cortos con varias historias de fondo, transmitiendo una certera descripción de los hechos y una profunda cercanía con los muchos personajes que se convierten, sin excepción, en protagonistas: Frieda Schulze escapando a través de la ventana de un edifico de viviendas en lo alto de la frontera, el salto sobre la alambrada del soldado Schumann, los disparos que mataron al niño Fechter en la franja de la muerte, etc. En la narrativa de fondo, las escapadas estratégicas van y vienen entretejiéndose con los vértices más relevantes de la historia política, en particular con el permanente enfrentamiento entre Kennedy y Kruschev; no se ahorra una dura crítica a la tibieza del primero durante los días de agosto que alzaron la frontera aunque posteriormente se redimiría entre los berlineses gracias al incidente de los tanques en el Checkpoint Charlie y la crisis de los misiles en Cuba.
Herriman consigue crear un ritmo épico en la construcción del Túnel 29 a la que contribuyera en secreto la NBC americana a cambio de filmar una fuga real. Lo inician un grupo de estudiantes y se van uniendo ayudantes de todo pelaje que quieren cavar a cambio de que los suyos puedan escapar del este. No se trata, ni mucho menos, de un cuento de aventuras: hay detenciones, torturas, espionaje, traiciones e –incluso una vez alcanzado el mundo libre– fracasan los proyectos familiares, dominan el vacío y la añoranza de la casa propia que se ha dejado atrás para siempre, no se apaga la sed de venganza contra los delatores. Y entre trazo y trazo, se van configurando ante el lector Joan Glenn, Peter y Evi, Uli Pfeifer, Ellen, Luigi y Mimmo, Renate y Wolfdieter, Claus e Inge y tantos otros que se desvelan como personas sencillas que, en su candor, se entregan a su deseo de libertad, de mejor vida, de ayudar a los demás y de reencontrarse con los amigos y familiares que quedaron al otro lado de un muro que se izó apresuradamente. La acción casi cinematográfica se alterna con episodios que obligan a detenerse sobre lo leído para no perder nada; y así, los novios detenidos se escriben cartas en su aislamiento que reciben con meses de retraso pero les dan el ánimo suficiente para seguir vivos; el padre que –separado de su mujer embarazada cuando intentaban cruzar el muro en familia– se reencuentra con ella y, en un entrañable juego de palabras en la versión original del libro, hace una entrega “delivery” a través del túnel de su propio hijo de cinco meses en cuyo alumbramiento “delivery” no pudo participar; la elegante alemana que aterriza en Berlín occidental y espera una cena romántica con su novio que no pierde tiempo en pedirle que arriesgue su vida entrando en Berlín oriental como mensajera de la señal que pone en marcha una fuga, Ellen –tras sensatamente negarse a hacerlo– acepta porque «si no lo hago yo, nadie lo hará y no quiero ser yo la persona que les abandone».
Entre los párrafos, asoman unas discretas pero poderosas líneas en las que la periodista de la BBC cuenta cómo un recluso arrestado en una fuga fallida habla a través de las cañerías de saneamiento con el compañero de la celda de al lado, un sacerdote católico que le susurra misa por las tuberías. El preso sería liberado antes de que se cumpliera su condena y sospecha que se trata de una trampa política, pero le asignan un abogado y lo alejan de Berlín ya que no se puede saber que Alemania occidental ha pagado a su enemigo oriental por ochenta y siete prisioneros. Había doce mil presos políticos en la RDA y los abogados de la Alemania Federal no querían que la Stasi, la policía política, eligiera los nombres de aquellos cuya libertad compraban; querían favorecer a los que habían pasado más tiempo en aislamiento, a los que perderían la cordura si seguían encerrados, a los que no se convirtieron en informadores de la policía comunista. La lista definitiva la confeccionó el grupo de resistencia de la prisión de Brandeburgo y la filtró un cura que la escondió dentro de una vela. Aquel recluso se hiela de agradecimiento al saber el riesgo de tortura que ha asumido su vecino de celda al que le escuchaba la misa por los desagües fecales.
El prólogo de Túnel 29 avisa de que todos los diálogos reproducidos en esta novela-reportaje provienen directamente de entrevistas, fuentes periodísticas y archivos de la Stasi, la CIA y el Departamento de Estado americano. Helena Merriman tiene, sin duda, el mérito de dotar a esa investigación de voz humana, de sencillas historias personales que –en sus clandestinos deseos de justicia, libertad y amor– se convirtieron en decisivos constructores de la historia de Europa.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón