Cada viernes, todo comienza en el almacén de Bocatas, en la parroquia de Santo Tomás Apóstol de Madrid, lo que ellos llaman “el garaje de la ternura”. Los bajos de esta parroquia son un ir y venir de personas de acentos, condición y religiones diferentes, llegadas de todo el mundo. Lo que allí se vivió durante la pandemia con la movilización de cientos de voluntarios hizo multiplicar la actividad de Bocatas, cuando se puso en marcha la campaña “El Amor vence siempre”, expresión de san Juan Pablo II en un encuentro con jóvenes. «Se levantó de la nada un programa de ayuda alimentaria a familias que habían perdido sus trabajos y que con la crisis necesitaban apoyo. Llegamos en tiempo récord a ayudar a 1.300 familias, cerca de 4.000 personas, y aún continuamos atendiendo a 300», señala Jesús de Alba, Chules.
Una perfecta armonía de voluntarios y necesitados, no se sabe dónde empiezan unos y terminan otros, movidos todos por un rato de conversación, unas risas, un lugar donde siempre hay un espacio para la amistad. Lugar de encuentro para ayudar o para hablar de sus vidas, migrantes, jubilados, voluntarios, parados, menas, personas con enfermedades mentales, con problemas familiares, personas sin hogar, amigos todos. Es el caso de una joven argentina que pronto marchará como misionera a Cuba y una voluntaria italiana, que hace unos años acudieron a solicitar ayuda para cubrir lo más necesario y hoy son dos buenas amigas que van a echar una mano o simplemente encontrarse con la gente de Bocatas. «Es un sitio donde estar, hablar, colaborar y sentirse integrados en una comunidad humana de pura amistad y ternura, sostenida por un pequeño grupo de amigos agradecidos por ser testigos de este espectáculo para la vida», afirma Chules.
Para Ignacio Rodríguez, Nachito, «el garaje es un lugar donde se viene a estar, donde no pedimos nada a nadie, cada uno es libre de ayudar o pedir ayuda, de venir todos los días o de vez en cuando». Un lugar donde Aldo, un venezolano que en pandemia fue en busca de comida, ahora que tiene trabajo dedica sus tardes a la organización del almacén de alimentos y productos de primera necesidad. O donde Rafa, un jubilado que, en un improvisado despacho junto a la entrada, se encuentra al frente de la logística del reparto de alimentos.
Junto al almacén hay una montonera de muebles y otros enseres que unos donan y otros se llevan cuando los necesitan y al fondo del pasillo se encuentra la cocina de Bocatas. Allí Hachim, acompañado por varios voluntarios, prepara un guiso de un olor increíble que en unas horas será la cena caliente para al menos un centenar de personas en la Cañada Real.
«Somos testigos de lo que pasa aquí y no hemos hecho nada para que esto suceda», señala Nacho. «Comenzamos esta historia pero no somos fundadores de nada. Hace ya 27 años, el sacerdote Jorge de Dompablo nos lo propuso y secundamos una propuesta. Y mi experiencia es que cuando vengo estoy contento, en el servicio al otro es donde uno crece porque se te llena la vida, cuando pones al otro en el centro y no a ti mismo. En el servicio a los demás, la alegría se multiplica y esto es algo real, no es una teoría ni un discurso».
«Cuando se sirve a Dios, se es feliz en cualquier parte», expresaba san Damián de Molokai, misionero y patrón de leprosos, enfermos de sida y marginados. Se hace evidente que esta alegría viaja en furgoneta con la olla de estofado, los bocadillos y los yogures hasta la Cañada y se transforma en un rato de amistad, cantos, risas y oración final que los bocateros ofrecen a los toxicómanos y ahora también a los niños gitanos que se han ido asomando a esta historia.
En palabras de Nacho, «Bocatas es un don que Dios nos ha dado para presenciar milagros todos los días, un lugar que nació de ir a entregar unos bocadillos a las personas que dormían en la calle que hoy se sigue presentado como la necesidad de responder a lo que Dios día a día nos plantea. En la fidelidad de un gesto sencillo pasan muchas cosas, nosotros no hacemos planes, las cosas suceden. El gesto de los inicios cuando llevábamos 20 bocadillos es exactamente igual al de hoy que, además de ir a la Cañada y del reparto semanal de comida a 300 familias, se suma una nueva ruta con comida y compañía los lunes por la zona de Ópera en Madrid, la denominada “ruta H&H” en honor a Hassan y Hashim, dos ex drogadictos que tras muchos años en el infierno de las drogas y la cárcel han sabido salir, rehabilitarse y ahora colaboran ayudando a otros que lo necesitan». Al terminar la jornada Paloma, 25 años y profesional del marketing digital, comenta: «La Cañada es un lugar horrible, pero ir allí me permite poder abrazar al mundo entero. Da igual quién seas, aquí no se distingue quién es el voluntario y el necesitado. La necesitada también soy yo».
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