Los viernes por la noche, la luz de Cristo se enciende en uno de los barrios marginales más pobres de Madrid, la Cañada Real. Este acontecimiento no deja impasible a nadie que haya ido a repartir comida y amistad con los amigos de Bocatas. Conmovida por su experiencia, la artista Belén Benavent retrata en su obra “Una noche en el infierno” los rostros de toxicómanos, abandonados por sí mismos y por una sociedad tantas veces indolente
Salir de la carretera para adentrarte en los caminos que conducen a la Cañada Real Galiana te introduce en un escenario de película de terror, pero también de humanidad descarnada, pobreza y soledad. Un barrio de Madrid donde se encuentra el mayor asentamiento de chabolas de Europa, en el que conviven o, más bien, coexisten toxicómanos, narcotraficantes, prostitutas, personas sin hogar, familias gitanas e inmigrantes de toda procedencia.
Chamizos construidos con maderas superpuestas, ladrillos y chapa que, a izquierda y derecha del camino, hacen la función de hogares; siluetas de adultos y niños en la calle alrededor del calor de las fogatas, personas encorvadas deambulando en la penumbra, coches que entran y salen de este lugar, unos en busca de ese veneno que les consume la vida, otros llenando sus bolsillos con el negocio del narcotráfico. Nos encontramos en uno de los poblados chabolistas más conflictivos de Madrid y uno de los lugares más conocidos de la capital por ser mercado de droga. Podría decirse que estamos a las puertas del infierno.
Pero en medio de esta miseria y de la cruda realidad de hombres y mujeres que habitan este lugar con su soledad y su vergüenza a cuestas, hay una luz que se hace presente cada viernes a través de un grupo de amigos, la tribu Bocatas. «Si creyéramos que esto es verdaderamente el infierno, estaríamos afirmando que el mal tiene la última palabra sobre la vida y tenemos la certeza de que no es así, nosotros creemos en la redención, Cristo resucitó y nos salvó», afirma Jorge Catalá, uno de los tres amigos que en 1997 comenzó esta historia junto a Jesús de Alba, Chules, e Ignacio Rodríguez, Nachito.
Durante los 27 años de historia de la tribu Bocatas, muchas personas se han sumado a esta propuesta y han podido ser testigos de lo que sucede los viernes por la noche llevando comida y compañía a los toxicómanos de la Cañada Real. Belén Benavent Cortés, una joven artista de 23 años, ha querido relatar esta historia a través de su pintura expresionista, acrílico sobre lienzo y color, mucho color, para hablar de esas otras vidas. «Cuando vas a la Cañada –señala Belén– siempre pasan cosas, pero también tú tienes que tener cierta apertura para que esa realidad te toque y, de ese modo, poder contársela al mundo. Yo había vivido experiencias que consideraba muy potentes y decidí que tenía que hablar de ellas».
Todo comenzó a raíz de su último año de Bellas Artes y Diseño cuando tuvo que elegir una línea de investigación para su Trabajo de Fin de Grado. Ahí nació el proyecto artístico Una noche en el infierno. «Tenía claro que no quería ser una artista sin más, no quería hablar de cualquier cosa, sino de temas que me hubiesen tocado, quería hablar de la vida, de experiencias cercanas. Uno de los temas que pensé mostrar era el dolor y lo vivido con la enfermedad de mi madre, el amor, la familia y las relaciones. Otro tema que surgió fue el de la experiencia de Bocatas, donde empecé a ir con quince años junto a mi hermana María. Elegí mostrar lo que había visto en la Cañada porque no solo suponía visibilizar una parte escondida de la sociedad, sino presentar un lugar que, aunque esté apartado del mundo y parezca un infierno, en él también suceden cosas buenas, y esas cosas buenas las he podido encontrar con Bocatas».
El proyecto Una noche en el infierno se compone de seis obras. Todas ellas muestran vivencias reales, como la que aconteció un viernes al encontrarse allí a una conocida suya «drogadísima» que, junto a otros chicos, sus nuevos colegas, estaba en la fila que se forma junto a la furgoneta pidiendo ropa y comida. Esta obra es Blancanieves. «Me impactó mucho, pues la conocía bien, mis hermanas y yo habíamos pasado un verano con ella, habíamos jugado, reído y disfrutado un montón. Y pensé: esta persona que lo tiene todo y una familia estupenda, ¿en qué momento decide no solo drogarse sino irse a este lugar horrible?». Para quien no conozca la historia que hay detrás de la mujer que protagoniza el cuadro, podría interpretarse que es una versión moderna de la princesa de los cuentos de los hermanos Grimm, pero se trata de una joven, al igual que la amiga de la artista, arrastrada por su dependencia a vivir en un mundo que no era el suyo.
Otra de las experiencias que le produjo un gran impacto fue ver a un hombre drogarse. Se trata del cuadro Quién soy. «Fue la primera vez que vi a un hombre pincharse. Estaba allí, a la vista de todo el mundo, sentado al lado de la hoguera y estaba tan mal que estuvo a punto de caerse sobre el fuego y quemarse. Pensé entonces: yo también he sufrido, por lo que si conociera a esta persona, ¿qué conversación tendríamos?, ¿por qué él?, ¿en qué momento a uno se le tuercen las cosas?, ¿en qué momento uno deja de controlar y se abandona?, ¿en qué momento de la vida uno se siente tan solo que no es capaz de lidiar con ella?».
El arte puede ayudarnos a mirar esa realidad que cuesta mirar, la pobreza, la tristeza, la soledad o el dolor. Belén Benavent está convencida de ello. «Si no fuera así, me dedicaría a otra cosa. El arte presenta de una manera diferente ciertos aspectos de lo humano, pero traspasados por la mirada y la mano del artista que te plantea esa realidad desde sus ojos, desde esa perspectiva. Quiero hablar con mis trabajos de cosas que muchas veces pasan desapercibidas. El arte es una forma de reflejar y de subrayar la realidad para decir “esto pasa”, al igual que otras profesiones, como el periodismo, que son altavoz de lo que sucede en el mundo».
A estas dos obras las acompañan otras como Ignominia, el momento de la vergüenza, que trata de establecer un diálogo entre un hombre que se siente indigno de ser mirado y el espectador, representando a través de ese rostro que no se deja ver, un sentimiento de vergüenza y culpabilidad que puede sufrir una persona cuando ha elegido el mal. «Podría ser cualquiera de nosotros, ¿y si no fuera un drogadicto? ¿Quién no se ha equivocado hasta el fondo alguna vez?». La artista ha querido con ello hacer apología de la debilidad humana, de la fragilidad, del dolor que una persona que se siente excluida de la sociedad puede llegar a experimentar.
Sometida a las críticas del tribunal que valoró su trabajo por el aterrador título, Una noche en el infierno, sostiene que el sitio lo merece aunque sea evidente que en ese lugar hay una grieta hacia la esperanza. «Solo lo entiendes cuando has ido allí y has experimentado algo realmente doloroso y dramático. El proyecto era una llamada de atención, una crítica social, pero también una provocación a que la gente fuera y lo viera. Y creo que quienes han ido allí o quienes han sufrido mucho y experimentado cosas muy dramáticas pueden entender que, incluso en el peor de los infiernos, hay esperanza».
Sector 6 es el nombre que recibe la obra en la que dos toxicómanos fuman bajo la pintada “Olvidados por la sociedad” y hace alusión a esa soledad más profunda. Por sus ropas, no se sabe si son pobres o ricos, pues la adicción no hace distinciones. «En ese lugar, como espacio, no hay belleza, ninguna. Es para llegar y dar marcha atrás. La belleza está en las personas, y no solo en los de Bocatas, también en los niños, en la gente que vive allí, en los que van drogados, que pasan de ser drogadictos a ser personas con un nombre y una historia. Allí viven personas maravillosas. En mis obras hay un respeto muy grande a las personas que he retratado: no son drogadictos, ante todo son personas. Cuando pinto, están inscritas en ese contexto de las adicciones, pero hay un respeto muy grande por ellos al plasmarlos en el lienzo».
El desarrollo de esta propuesta le ha llevado meses, un exhaustivo trabajo de campo, por un lado colaborando como voluntaria para vivir de nuevo la experiencia desde dentro y, por otro, investigando artistas y corrientes que le ayudaran a contar bien la historia. Según explica, «quería reflejar el tema con un estilo muy concreto, que se adecuara muy bien a la temática y al aspecto insalubre del humo de las hogueras, de la mugre, la basura y las agujas. Pensé entonces en un movimiento y fue el expresionismo. El movimiento de las vanguardias me encanta porque, frente a todo o que estaba sucediendo en el periodo entreguerras, hubo artistas que frente a las circunstancias dramáticas que sucedían, se levantaron, reivindicaron e hicieron un arte diferente».
El color de las obras es otro de los elementos que llama poderosamente la atención, elegido con cuidado con el fin de no dejar impasible al espectador, pues considera que no siempre el drama humano tiene que reflejarse en blanco y el negro. «Cuando vas allí, todo es oscuro, pero me pregunté si se podría expresar el drama con color, ¿el color es sinónimo de diversión, bienestar y alegría o con el color también se puede expresar todo este dolor que yo había visto? Y la respuesta fue que sí. El color no aporta infantilismo, sino que también consigue expresar un punto de esperanza, incluso en la situación más dramática hay esperanza, que es lo que yo he visto estando allí».
Nunca le agradó especialmente ir a la Cañada, pero reconoce que le ha aportado mucho a nivel personal. «Veo un nexo común con mi vida porque he encontrado allí lo mismo que he visto en mi casa. He encontrado amor, acompañamiento, que en la dificultad uno puede, que el drama de la vida no son los problemas sino con quién vives ese drama, quién te acompaña. He visto mi vida desde otro foco, pero con un nexo común, claro, una familia, un afecto. He visto el sufrimiento que ya había experimentado y he visto que el problema no es el sufrimiento sino con quién lo compartes».
Su trabajo siempre ha girado en torno a los grandes interrogantes de la vida y las cuestiones trascendentales. Belén está dispuesta a cambiar el mundo con su trabajo artístico, «no todo el mundo porque es mucho mundo –dice sonriendo– pero yo creo que sí, por eso me levanto cada mañana y voy al estudio, porque creo en lo que hago. Los artistas realmente estamos un poco locos porque creemos en algo en lo que en principio nadie cree y tienes que luchar cada día para que los demás vean lo que tú has visto».
¿Qué sería de los toxicómanos de la Cañada sin la visita de los de Bocatas? Belén asiente: «Un infierno sin una hoguera, sin una luz. Serían los olvidados completamente de la sociedad, que ya en parte lo son, pero ese olvido se salva porque aún hay alguien que se acuerda de ellos».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón