Entrevista con Irene Villa, autora del prólogo del libro de Gemma Calabresi. A los doce años perdió las piernas en un atentado terrorista y hoy es campeona de esquí
Cuando tenía doce años, el coche en el que la madre de Irene Villa la llevaba al colegio sufrió un atentado terrorista en el que la pequeña perdió las dos piernas y tres dedos de una mano. Desde entonces se convirtió en símbolo de lucha y de superación. Ha llegado a ser campeona de esquí alpino adaptado y sobre todo ha dedicado su vida a pregonar el perdón, testimoniando de manera incansable que «la vida es amor y dolor. Y no pasa nada por sentirte triste y derrotado, lo que no está permitido es quedarnos para siempre en el victimismo». Periodista y escritora, ha publicado varios libros, el último de ellos titulado Saber que se puede. Perdona. Agradece. Confía, y también ha escrito el prólogo de La grieta y la luz. Un camino de perdón, el relato de la viuda Gemma Calabresi.
¿Qué ha supuesto para ti leer la historia de Calabresi?
Me encantó ver cómo el ser humano es resiliente por naturaleza y somos capaces de salir de cualquier situación por dramática que sea y, sobre todo, lo que para mí es la clave de todo lo bueno que nos pasa: es capaz de perdonar.
Dices en el prólogo de este libro que perdonar supone un «salto cualitativo, una decisión consciente y voluntaria que no permite medias tintas» y que hasta que no tomas esa decisión «es muy difícil tener una vida plena».
Así es. De hecho tengo suerte de haber tomado esa decisión casi al instante, así no dejé que me invadiera el resentimiento. Tuve una gran maestra, mi madre, como la de Gemma, también me dijo: «perdónales, no saben lo que hacen». A Calabresi también se las sugirió su madre y no le decían lo mismo el primer día que ahora. En mi caso, al ser una niña, crecí con ese sentimiento y efectivamente, quien hace daño no suele ser consciente de ello y tiene que ver más consigo mismo que con la persona contra la que atenta.
Gemma identifica la necesidad de perdonar no solo como una necesidad personal suya, sino como una necesidad histórica, de su país. Tú también lo refieres diciendo: «El denominador común de quienes vivimos la violencia en carne propia es el profundo deseo de poner fin al horror, que nadie tenga que sufrir tal barbarie. Nuestro mayor deseo es ser las últimas víctimas».
Personalmente me siento muy agradecida por los Congresos Internacionales de Víctimas del Terrorismo, porque nos dieron mucha fuerza y sentimos el calor de toda la sociedad. Fueron esperanzadores congresos en los que ese apoyo y el cariño que recibimos en los encuentros internacionales son las herramientas que nos han permitido no desfallecer ante injusticias o equivocaciones que se han podido cometer en el largo y espinoso camino de la lucha contra el terrorismo.
«El poder de la oración te eriza la piel», dices en el prólogo. ¿Es posible un perdón pleno para quien no tiene fe?
Nunca relacioné perdón con fe. De hecho he tenido diferentes etapas en relación a la fe, hasta llegué a perderla, como San Manuel Bueno Mártir y, aunque he sentido la fuerza de la fe en muchos momentos y es lo que me ha llenado de fuerza, sigo haciéndome muchas preguntas. Sin embargo, respecto al perdón no tengo dudas: o perdonas, o vives en cierta manera atado a ese acontecimiento que te causó tanto dolor.
Siempre has valorado mucho el poder «tremendamente sanador» del apoyo y el cariño de la gente. Lo dices en el prólogo y es casi tu lema, como dices en tu web: «Volví a nacer gracias al amor de miles de personas». Gemma relata en su libro un episodio concreto del abrazo de un desconocido que se casó el mismo día que ella se quedó viuda.
He sentido la fuerza de esos abrazos muchas veces y el apoyo determinante cuando sientes malestar en tu soledad. La sociabilidad es la que nos salva, sin duda, por eso ahora, que estoy viviendo uno de mis mejores momentos, soy yo quien ofrece ese poder sanador tras cada conferencia, me dicen: ¿puedes transmitirme un poco de tu fuerza? Y les abrazo. ¡Funciona!
Pero las víctimas del terrorismo también tenéis que enfrentaros al escarnio de los que justifican esta «ideología asesina».
Por suerte nunca me afectó lo que el entorno terrorista opine o lo que tengan que aportar quienes extienden el odio; al revés, me compadezco, ¡lo que tendrán que tener en su interior para apoyar o justificar la violencia!
El libro aborda también el tema de las conversaciones con los terroristas arrepentidos.
Quiero creer en la justicia, que es la que sabe lo que tiene que hacer, mi misión fue contribuir de la forma que fuera a que no hubiera más víctimas, ahora es que todas esas personas que creen que su vida no tiene sentido o viven apagadas encuentren motivos para caminar por la vida con una sonrisa.
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