Se acaba de cumplir un año de la publicación de un libro que avivó el debate que ha llevado a la aprobación de la ley trans en España. Hablamos con sus autores, José Errasti y Marino Pérez Álvarez
02/02/2022. «Mucha gente pensaba que habíamos elegido adrede una fecha binaria», recuerda con una sonrisa José Errasti, profesor de Psicología en la Universidad de Oviedo y autor junto a su colega y “maestro” Marino Pérez de un libro que se publicó aquel día y que en un año se ha convertido en un fenómeno social, provocando un gran impacto y abriendo un interesante debate sobre una cuestión que hasta entonces se consideraba tabú. Aquel libro se titulaba Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género y ha acompañado a lo largo del último año el debate social que ha llevado a la aprobación de la ley trans en España.
«Lo cierto es que el libro ha tenido una gran acogida en la mayor parte de la población, sobre todo en ámbitos educativos, sanitarios y familiares. Aunque hubo una minoría que reaccionó en contra de forma muy bulliciosa y a veces amenazante, dando lugar a que hubiera que cancelar alguna que otra presentación, lo cual no hizo sino suscitar más interés por el libro, en el que muchos padres vieron una salida al agobio en que se encontraban», apunta Marino Pérez Álvarez, catedrático de Psicología Clínica en la Universidad de Oviedo.
Tras el título, nada más abrir el libro, te encuentras con una curiosa dedicatoria: «A los estudiantes universitarios, con la esperanza de que encuentren en estas páginas un espacio inseguro para sus ideas». A lo largo de su trayectoria docente, denuncian que la universidad ha caído en una especie de espiral clientelar donde los profesores tratan de agradar a los alumnos para que estos no les califiquen de manera negativa en sus evaluaciones. «Bajo la bonita expresión que propone que la universidad sea un lugar “seguro”, lo que se está diciendo es que no debe retar ninguna de las ideas con las que llega el alumno, y eso no tiene ni pies ni cabeza. Si hay un sitio caracterizado por poner en cuestión las propias ideas, porque te hace cambiar tu manera de ver las cosas, porque prima la objetividad y el diálogo por encima de la subjetividad, es la Academia», apunta Errasti.
«En los últimos años nos encontramos con un conformismo que mira a los estudiantes como clientes que deben ser halagados y nunca ofendidos. Eso es lo más anti-universitario que hay y solo fomenta ese conformismo bobalicón de una sociedad como la nuestra –continúa Pérez Álvarez–. Tanto la universidad como otros niveles de formación deben ser sitios “inseguros” para las opiniones y los lugares comunes recibidos que tú traes de casa, eso es lo que era la universidad cuando nosotros estudiábamos y también hace unas décadas, siendo ya profesores, cuando la universidad era un lugar crítico, donde los estudiantes se cuestionaban las cosas y estaban interesados por saber más, por ir más allá de los aspectos convencionales. Este contexto universitario está en la base de que hayamos dado el paso en un tema casi tabú donde parecía que hay un estado de opinión ya asumido y que ciertamente era muy retrógrado, donde ni siquiera los profesores querían salirse del molde».
¿Pero cómo se ha llegado a esto? «Frente a la filosofía clásica moderna, que defiende la existencia de un mundo real, objetivo, dado fuera de nosotros, la filosofía posmoderna comienza diciendo, y nos parece muy bien, que las cosas no son tan sencillas, que muchas veces lo que llamamos realidad objetiva es una construcción del poder, que a veces es el poder el que construye ciertas cosas y las presenta como hechos objetivos naturales, que también el lenguaje construye en cierta medida algunos aspectos de la realidad que no son de suyo así, sino que tienen mucho que ver con el papel que tiene el lenguaje a la hora de construir la realidad. Pero esta crítica a una visión ingenua de la realidad, que al principio estaría muy bien intencionada, termina dando lugar a una postura todavía peor que la que pretende criticar porque al final, cuando se populariza en las revistas de divulgación o llega a la política, lo que se acaba entendiendo es que la realidad no existe, que todo es lenguaje, que el lenguaje construye el mundo y que la única certeza auténtica es lo que yo siento, de tal forma que si yo digo que siento lo que sea, esa es la única afirmación verdadera y no se puede discutir. Si Descartes era el “pienso, luego existo”, ahora es el “siento, luego existo”. Además, esto confluye con una sociedad neoliberal donde todo se mercantiliza, todo se vende, donde la herramienta fundamental para las grandes marcas es alabar el yo del consumidor. Los productos ya no son buenos sino que son “como tú”. La cerveza es especial como tú, divertida como tú, el perfume es sofisticado como tú, el coche es ágil como tú… Todo esto nos lleva al punto delirante en que nos encontramos», explica Errasti.
Pero no solo es halagadora la publicidad, dando crédito a mis sentimientos hasta el punto de erigirlos en criterio de verdad, sino que la educación también se ha ido deslizando en los últimos años hacia una educación en el mimo, atendiendo más a los deseos del niño que a sus necesidades más objetivas. Según Marino, «la educación de los niños hoy día, empezando por la familia y continuando por la escuela, se caracteriza por el consentimiento y por el temor que tienen los educadores a decir no, a no satisfacer los gustos o deseos de los niños. Es una educación que impide que los niños aprendan realidades de la vida con las que en algún momento se van a tropezar. Pareciera que están educados en el principio del placer, del deseo, en vez del principio de la realidad, y un aspecto muy problemático de esta educación es la cultura de la autoestima, que genera niños con egos inflados de una autoestima que no es resultado de ningún mérito ni esfuerzo, sino que está garantizada por los parabienes, frases y alabanzas que todos les repiten. Otro aspecto muy problemático es el miedo, algo nuevo de los últimos tiempos, que tienen los padres respecto de los hijos. Hasta hace poco los niños eran temerosos de que los padres los riñeran, los castigaran, no estuvieran contentos por algo que hicieran o dejaran de hacer, pero ahora se han invertido los papeles; ahora son los padres los que tienen miedo de los hijos, de frustrarlos, de generarles algún trauma si les dicen que no, de ser rechazados por los niños si no les consienten todo».
Resulta que el origen del problema está en un eslogan que durante los últimos años se ha convertido en una especie de mantra publicitario y también educativo: “Tú eres alguien especial”. Una frase tan cariñosa a primera vista ha acabado generando una mentalidad que lo justifica todo en virtud de la propia identidad. «Antes el criterio de verdad era el argumento que tú presentases en favor de la idea que estuvieras defendiendo, pero ahora el criterio de verdad se ha ido deslizando hacia la identidad del que habla, de tal forma que hay personas que, por su condición de pertenencia a grupos históricamente marginados, se cree que sus opiniones ya no pueden ser discutidas. No por lo que digan, sino por quién lo dice. Esto que toda la vida se ha considerado una falacia ad hominem porque quién sea quien dice algo no implica que eso sea verdadero o falso, ahora por el contrario se considera que es la forma correcta de proceder y de dialogar, y entonces el diálogo son choques de egos. Gana la opinión de aquel que tenga en su carnet más confluencias de pertenencias oprimidas», explica Errasti. «Estamos ante un yo todopoderoso capaz de autodeterminarse en todos los aspectos y la realidad siempre será discutible, pero lo que nunca será discutible es el yo».
Generación cero. La base de esta ideología, también llamada queer o woke, pasa por romper cualquier vínculo, su lema es «estar libre de toda atadura, incluso de la atadura de la lógica. Lo importante es mostrar que la lógica es opresiva y colonial. Se ha revestido de un lenguaje posmoderno que es intencionadamente oscurísimo, incomprensible, todas las cosas se dicen de las formas más crípticas y retorcidas que podamos imaginar. La retórica es muy interesante porque están convencidos de que son la vanguardia del pensamiento, las víctimas de la mayor opresión, son la generación cero de la historia de la humanidad, todo lo anterior a ellos ha sido prehistoria, mientras por cierto la banca se frota las manos porque este es el movimiento más inofensivo para el poder económico. Permanentemente los medios bombardean con la idea de que tú tienes que ser el tema de tu vida, tu vida debe tratar de ti mismo, y se trata de cómo tú puedes llegar a ser lo que ya eres. Tienes que dedicar tu vida a construir un proceso que te lleve a ser lo que ya eres, ¡y a nadie le chirría esta contradicción! Si ya lo soy, ¿por qué tengo que convertirme en ello? Y si tengo que convertirme en ello, ¡es que no lo soy! Pues tengo que iniciar un proceso que me lleve a convertirme en quien yo soy. Y esto es tan cierto para las identidades colectivas nacionalistas –sea el pueblo que sea, deben iniciar un proceso que les lleve a convertirse en lo que ya son– como para los sujetos individuales: voy a iniciar una transición y al cabo de ella llegaré a ser lo que ya soy, porque soy un chico y quiero convertirme en un chico. Es muy interesante cómo se pervierte así la idea de la identidad, incluyendo esta contradicción que todo el mundo respira en el aire sin que a nadie le despierte ya ninguna alarma», advierte Errasti. «La idea de que mi yo interno debe ser igual que mi yo externo es una idea claramente individualista, en psicología lo llamaríamos reaccionario porque no existe ese yo interno, y mucho menos es autogenerado. Es la publicidad, es la sociedad neoliberal, es el mercado quien te ha convencido de que tú tienes una esencia interna que además coincide con el producto que te están intentando vender. Es la idea de que el ser humano son dos: el interior y el exterior. El interior es la esencia verdadera y el exterior es pura apariencia descartable».
«Es la primacía del sentimiento sobre la razón. La posverdad alcanza así a todos los ámbitos, también a la identidad sexual. No se trata de una verdad posterior a lo que se conocía, sino de tomar como verdad lo que se siente», añade Pérez Álvarez, quien advierte que esta ideología también se disfraza de romanticismo. «Analizando la propaganda a lo largo del siglo XX, efectivamente los eslóganes y productos que querían vender siempre se asociaban a la felicidad que aportaban, a la confirmación de tu identidad, a ser tú mismo, pero ser tú mismo de la manera en que la sociedad te decía que debías ser tú mismo. Sin embargo, el consumidor no percibe esa contradicción sino al contrario, se siente muy halagado por ella. Entre otras cosas porque no necesita razonar, pues además el razonamiento está muy desacreditado. En las escuelas la filosofía y la lógica están desaparecidas, de modo que los niños, adolescentes y estudiantes, por inteligentes que sean –que lo siguen siendo–, han perdido capacidad para ver una tautología o una contradicción: sé tú mismo de esta manera. Eso ya debiera chocarte, ¿cómo voy a ser yo mismo como tú me digas?».
Dando pábulo a los sentimientos más recónditos, da comienzo un viaje iniciático, el de la transición en este caso, donde el sexo no viene determinado por los genitales, el cuerpo no tiene nada que decir, porque «el sexo ya no es algo que se hace sino algo que se es. El sexo solía hacerse y estaba muy vinculado al placer. Ahora el sexo es algo que se es. Además, lo representan como una transformación heroica, como las que ven en el manga o el anime, el mito del héroe que atraviesa una profunda crisis, cae en lo más profundo del odio, comienza un viaje iniciático de transformación espiritual y renace convertido en sí mismo. Esta retórica, que está en todos los grandes arquetipos culturales, se presenta así como un acto limpio, en el sentido de transformación existencial y emocional. Y así lo cuentan. Nadie les habla de las hormonas que tendrán que tomar diariamente y de por vida, nadie les habla de los efectos que tendrán las operaciones a las que tendrán que someterse una y otra vez, nadie les dirá que se acabó el placer sexual», afirma Errasti.
«De nuevo el principio de la realidad se esconde», apunta Marino. «Con lo que se tropieza alguien que tiene un conflicto de identidad sexual, de género o de orientación, es con una gran confusión, pero de pronto se le convierte en héroe, en alguien acreedor de todos los beneplácitos y entra en esas fases iniciales de transición social, de cambio de nombre y de look, en una cinta transportadora donde ya casi no le queda margen para ver si está yendo en la dirección que quisiera, de hecho es la que quiere pero sin tener para nada presente todo lo que le espera, porque quienes lo saben no se lo presentan. Entonces ese chico o chica se representa la salvación, el bienestar, el llegar a convertirse en alguien admirable por seguir esa trayectoria, que solo le está metiendo en un callejón que no deja más salidas que tirar hacia adelante, que le está desvinculando de otras posibilidades, de otras relaciones, de conocerse mejor. Todo queda catalogado enseguida como disforia. El principio de la realidad de nuevo desaparecido en función de los deseos, vistos como derechos que la sociedad otorga en una especie de revolución personal y al mismo tiempo es casi como si estuvieras salvando a la humanidad, que es la que vive confundida con eso de creer que solo existen dos sexos, que uno no puede ser lo que quiera por el mero hecho de desearlo o imaginarlo».
La estima de los otros. Ante un panorama tan desolador, solo queda una posibilidad: «educar en la verdad –señala Errasti–, que evidentemente es una tarea problemática pero la verdadera forma de respetarnos pasa por someter a nuestros alumnos e hijos a la realidad», aunque eso suponga a veces el esfuerzo ímprobo de «soplar contra el viento porque lo que un educador hace durante años de esfuerzo lo barre por completo Tiktok en unos segundos». Según Marino, la tendencia a reforzar ciertos valores como la autoestima y la autonomía no ha tenido en cuenta que «iba en detrimento de otros aspectos que han quedado de lado. Así, educar en la autonomía y en la independencia ha descuidado el valor de la dependencia y la interdependencia, que es una condición que nos constituye como humanos. Del mismo modo, educar en la autoestima ha ido en detrimento de otro aspecto más relevante aún, que es la estima que los demás tienen por mí», un valor que ha disminuido hasta el punto de que Pérez Álvarez lo relaciona con las alarmantes cifras que ha alcanzado últimamente un hecho totalmente nuevo, como es el maltrato por parte de niños y jóvenes hacia sus padres y abuelos.
En la batalla ideológica del lenguaje, apunta Errasti, «se ha sustituido la palabra “auto-imagen” por la de “identidad” para ganar verosimilitud. La idea de auto-imagen tiene siempre la connotación de que puede estar equivocada, de modo que a una chica anoréxica que te dice que se ve gorda puedes decirle que el hecho de que ella se vea así no implica que esté en lo cierto. Sin embargo, la palabra “identidad” suprime esa connotación de poder estar equivocado. Si yo proclamo que mi identidad es la de alguien gordo, nadie me puede rebatir. Por eso, el gran problema en toda esta ideología del género son las trampas verbales. Se ha tergiversado todo con falacias verbales para pasar de la auto-imagen a la identidad porque las identidades no se pueden discutir, pues la identidad es lo que tú eres “de verdad”, y ese “de verdad” tiene todas las trampas del mundo. ¡Como si pudiéramos ser de mentira!».
La mentira de suprimir a los otros, a los que me miran con estima. El libro describe cómo la identidad sexual empieza a plantearse históricamente como un problema a partir del éxodo rural, pues viviendo «en la aldea, la persona sabe perfectamente quién es porque los demás saben perfectamente quién es. En la ciudad, la persona no tiene claro quién es porque los demás no tienen claro quién es. En la aldea, un individuo aislado es detectado e integrado inmediatamente en la comunidad. En la ciudad, un individuo aislado puede permanecer indefinidamente en ese estado al pasar completamente desapercibido». Dicho en otras palabras, «lo que uno es no es nada sin el otro», apunta Marino, quien recuerda que quizá no sea casual que en algunos idiomas, como el inglés o el alemán, la raíz etimológica de la palabra “libertad” coincida con la de la palabra “amistad”. Resuenan unos versos de Machado que cita Errasti: «¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla».
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