Flashes en las Urgencias de un hospital. Entre dramas y protocolos, la posibilidad de estar delante del paciente y de uno mismo. El relato de una joven psiquiatra
«Doctora, necesitan ayuda en Urgencias. Usted está hoy de guardia, ¿verdad?». «Sí, voy», responde Giovanna, joven psiquiatra, al enfermero de la planta del hospital donde lleva trabajando unos meses. El procedimiento es: valorar al paciente psiquiátrico que llega a Urgencias y decidir entre darle el alta con terapia farmacológica o ingresar. A veces el internista, si tiene dudas sobre la patología, solo pide una opinión. Lo que interesa es “resolver el problema”, sobre todo tratando de evitar consecuencias legales comprometidas, como le dicen sus colegas mayores. Más aún con pacientes como estos, a los que normalmente no volverá a ver.
Giovanna entra en una habitación donde un hombre se retuerce de dolor. Se acerca y le pregunta: «¿Por qué está aquí?». «¡Soy un yonqui de mierda!». Los drogodependientes son pacientes difíciles. A menudo, no escuchan las indicaciones médicas, recogidos por la calle acaban en Urgencias cuando están muy mal y el protocolo establece que se llame al psiquiatra. No hay un tratamiento específico, lo único que hay que hacer es decirle al internista de turno que le trate por la abstinencia. Giovanna le dice: «No, tú no eres un yonqui de mierda, eres un hombre. Un hombre que ha tenido problemas y que consume. ¿Cuándo empezaste? ¿Cómo fue?». Mientras él le cuenta su historia, le ve temblando de frío. Le busca una manta y en su historia clínica prescribe un calmante, aunque ambas tareas no entran estrictamente en sus competencias. Después le dice al internista: «En cuanto puedas, ve a la sala 3». «¿El yonqui? Hay muchas urgencias…». «Sí, ese. Lo sé, pero necesita tratamiento». «Está bien».
«Delante de ese hombre, me acordé de una amiga que trabaja con drogodependientes –cuenta Giovanna– y de cómo los quiere. Pensé: ¿cómo le miraría ella?, ¿cómo actuaría? Dentro de mí se abrió paso la conciencia del valor infinito que tenía ese hombre. La mirada de mi amiga es la misma que yo recibí al conocer el cristianismo con un amigo que un día me preguntó de una forma totalmente nueva: “¿Cómo estás?”. Mi respuesta: “Bien, bien” no le bastó. Quería saber realmente cómo estaba. Dentro de aquella pregunta había un bien infinito para mí. Me sorprende cómo a veces aflora de pronto un juicio distinto dentro de mi trabajo, algo que irrumpe en medio de las prácticas cotidianas y que me libera de la lógica de tener que resolver un problema».
Unas semanas después, Giovanna vuelve a estar de guardia. Ingresan en Urgencias a una joven extranjera en estado de gran agitación. Después de una pelea esa misma mañana, su compañero había muerto trágicamente. La mujer llora desesperada: «Doctora, llevo aquí pocos meses. Vine por él. Nunca me perdonaré no haberle salvado». Giovanna trata de contener ese río en crecida, intenta calmarla. Hasta que la mujer le pregunta: «¿Cómo voy a olvidar lo que ha pasado?». No se puede, ni se debe, le dan ganas de responder. Giovanna perdió a su madre hace unos años y nadie le ha pedido nunca que olvide ni le ha explicado cómo hacerlo. Dentro de la compañía cristiana, ha descubierto que esa herida le sirve para vivir. Intenta explicárselo a la joven, pero las palabras no tienen peso. Entonces Giovanna la toma de la mano y le dice: «Ahora estás aquí y vamos a intentar ayudarte». No es un gesto acorde a su carácter y tal vez no sería propio del protocolo psiquiátrico. «Deseaba estar con ella de la misma manera que habían estado conmigo. Acompañar su dolor». La joven, con una riada de palabras, le dice: «Yo creía en Dios. Ahora ya no puedo. ¿Dónde está Dios?». «Está aquí», susurra Giovanna. Luego rellena el formulario y le propone ingresar.
«Sin la experiencia de la fe, estaría desesperada como esta chica –dice ahora– o tal vez yo también habría intentado olvidar. Pero no solo eso. Me he dado cuenta de que la memoria de esa mirada que he recibido tantas veces me hace mirar a la persona que tengo delante con una estima casi “exagerada”. Vuelve a suceder ahí, en ese momento. Me llama la atención porque el otro puede no cambiar, o no darse cuenta de nada, pero yo veo un cambio en mí que me hace afrontar mejor la realidad».
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