Fin de semana en Nueva York
Este año he podido participar en el New York Encounter. Hace tiempo, cuando llegamos a Londres, mi amiga Blanca me contó su deseo de realizar propuestas culturales para mostrar al mundo la belleza de la historia que habíamos encontrado. Me preguntó si tenía ese deseo y quería participar con ella y algunos amigos en promover esto en Londres. En ese momento la respuesta fue: «no tengo esa necesidad, pero te acompaño». Hace unos meses Blanca me dice que ha conocido a una amiga que organiza el NYE y contándole este deseo que tiene en el corazón, le ha invitado a Nueva York para participar en directo. Al contármelo me pregunta: «¿os venís?». La respuesta es afirmativa de inmediato: seguir a quien abre el horizonte es un criterio ya permanentemente presente en nuestra vida y, además, sabemos que «quien no tenga virtudes, que tenga amigos».
El primer día visitamos una exposición sobre Piccinini, basada en el último libro que por fin han traducido en inglés, inmediatamente pensé en Andrew y Jill: ¡cuántas veces les he hablado del libro, cuántos párrafos les he traducido…! Ya lo pueden leer en su lengua materna. Al final de la exposición compro un ejemplar. Me toca de nuevo el deseo de unidad de vida en todo lo que hacemos y con este deseo me meto de lleno en el Encounter.
No es un supermercado con muchas propuestas en las estanterías, sino que todo sigue un mismo hilo, una unidad: un espectáculo de comunión. Recuerdo esa frase que escuché una vez a una amiga: somos como los nudos de una red de pescador, conectados a otros por infinitos hilos, e imagino a san Pedro cosiendo la red cuando esta se afloja. Me viene a la cabeza otra frase de un amigo: las amistades no se sustituyen unas a otras cuando cambias de país o circunstancia, se dilatan. De esto soy testigo en mi vida y se hace más explícito estos días en NY.
Me he llevado para leer en el avión el libro sobre don Giussani de Carmen, leo un párrafo: «Juan y Andrés, Pedro, Felipe, Natanael… Historias como las nuestras, encuentros sencillos y que te cambian radicalmente la vida. Todo nace así, a través de personas que van entrando en nuestra historia, de una amistad que surge, de una siempre más intensa comunión de vida». Y me viene a la memoria uno de los paneles en la exposición de don Giussani que han preparado los amigos canadienses para el NYE: «Fui a visitar a don Giussani en el 96 y le conté que habían empezado una escuela de comunidad en Vancouver. Don Giussani, entusiasmado, pidió al director de Tracce que Vancouver fuera en la portada de la revista de Navidad. Luego me dijo: “Mi madre conoció a Cristo, yo la conocí a ella, Ana Lydia (en Sao Paulo) me conoció a mí, tú conociste a Ana Lydia (en Cambridge), Christine te conoció a ti (en Vancouver)…”. En algo que para mí no tenía importancia, don Giussani percibía el Misterio y la sorpresa, y al mismo tiempo la carnalidad en este nuevo acontecimiento».
De un Sí grande a otros pequeños que me conducen al Señor. Yo estoy aquí por los “síes” de otros. Me vuelvo a lanzar a mí misma la pregunta que me hizo Blanca hace un par de años: «¿tú no tienes ese deseo?». Ahora respondo de otra forma: tengo ganas de que todos conozcan la Belleza con mayúsculas, ahora no puedo decir que no tengo necesidad, si yo lo he encontrado no es para mí sino para el mundo.
Mercedes, Londres
Ya no puedo desear menos
Una de mis mayores preocupaciones actualmente tiene bastante que ver con la amistad, con a quién puedo considerar verdadera compañía, porque a menudo las amistades parecen ser un simple entretenimiento que acaban por desgastarme de alguna manera, que me dejan sin rostro, sin identidad ni dirección, que me llenan de planes pero me vacían por dentro.
También vivo con la urgencia de entender la dualidad que percibo en el mundo, en concreto en la universidad y en las relaciones, donde el valor de las cosas parece ser casi siempre relativo. Necesito referencias, puntos seguros a los que recurrir. No me basta la idea de que cada uno tiene su verdad o que todo está abierto a interpretaciones válidas. Necesito algo objetivo de lo que partir para crear un juicio razonable que me ayude en todo y que sirva a todos. Esto es parte de mi deseo de unidad.
Me cuesta verme inmersa en este mundo que parece ajeno a lo que vivo en el carisma concreto de CL, que es el que personalmente me ha cautivado y alcanzado. De esta dificultad nace muchas veces cierta tristeza y confusión porque quisiera ver en torno a mí que es posible verdaderamente vivir así y que no solo nos sirve a quienes formamos parte de este carisma. Este fin de semana han sido los Ejercicios espirituales de universitarios, titulados Llamados a la libertad (Gal 3, 15), en los que me he visto con estas preocupaciones más a flor de piel y me ha sido posible ahondar en ellas, querer ir más al fondo para entender mejor qué hay detrás de esta compañía que me despierta deseos e inquietudes que podría etiquetar como “imposibles” pero que veo posibles por la promesa que encierra la experiencia de otros que van por delante de mí en este camino.
Al volver a Tenerife pensaba en mis amistades cotidianas y, sinceramente, no me bastan ni me acaban de llenar, ni tampoco me liberan, porque comprendo que una amistad no es solo pasar tiempo juntos, se necesita un punto al que mirar juntos y seguir. No dejo de preguntarme cómo crecer en este tipo de amistades en las que parecemos depender del tiempo compartido. Y es que tras un fin de semana en el que se ha hablado de otro tipo de compañía, de una libertad distinta a la capacidad de elección en cada momento, en el que he visto la forma de relacionarse de otros de manera más humana y profunda e incluso libre, no puedo desear menos, no puedo pedir menos ni conformarme con cualquier cosa. No puedo separarme de aquellos que me reclaman una vida grande en la que todo entra y es posible vivir a la luz de un camino estable, de un ideal compartido.
Quiero vivir de esta forma más verdadera que ensancha mi razón, que me predispone a estar abierta frente al mundo, frente a estas amistades de las que hablo. Pienso en cuando el Señor dice: «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32), y yo no puedo más que seguir la Verdad, esto que me alcanza, que me reclama cada vez más y que deseo que me haga libre en todos los aspectos de mi vida. Necesito llevar en mí la memoria viva de mi origen, de quien dependo, de aquello que me da consistencia, sin lo cual no puedo avanzar.
Noelia, Tenerife
Un trabajo siempre nuevo
Después de escuchar a monseñor Santoro y leyendo la Escuela de comunidad que ahora retomamos, no dejo de agradecer a Giussani cómo nos muestra la potencia de lo que expresó en el ’98, Me sorprendo al pensar que hace ya 25 años que escuché esto mismo y ya entonces era algo desproporcionado y a la vez de una enorme correspondencia. ¡Qué necesidad de seguir haciendo mío todo lo que nos dijo entonces! Y si es posible que esto me siga cautivando no puede ser más adecuado y verdadero también aquí y ahora, en este momento de mi vida.
Además, hacía tiempo que no participaba de un momento común en Villanueva, por horarios de trabajo me es complicado asistir a diversas propuestas. Cuando vi tantos rostros en los que siempre he reconocido que a través de ellos se me ha mostrado lo que es pertenecer a esta compañía me removió mucho, sobre todo el punto de la reducción del signo a apariencia. Llegué a casa y no podía dormir pensando en lo que me ha mantenido en esta historia de pertenencia al movimiento.
El signo al que remite el grupo de personas reunidas ante un gesto que nos indica un trabajo sobre un texto puede ser aparentemente algo absurdo, complejo o inexplicable y sin embargo para nosotros cobra un valor infinito. Me ocurre cada semana cuando participo de la Escuela de comunidad; aun siendo un grupo muy numeroso percibo que soy yo quien se lo juega todo en prepararla y trabajarla bien porque en ello me va la vida.
Este año que hemos celebrado nuestras bodas de plata y al leer en la página 78 la palabra “sacramentalidad” me ha llamado mucho la atención porque lo que me hace seguir siendo fiel a esta propuesta es esta manera de vivir en una compañía carnal, real, limitada, con todo lo que supone de imperfección y a la vez de correspondencia, y me ocurre al igual en mi matrimonio y en mi familia, con mi marido y mis hijos. Me percibo limitada e incapaz de muchas cosas y debo reconocer que en esa relación cotidiana percibo que existe algo previo, algo que aparentemente no podemos muchas veces definir o ni siquiera expresar, pero al mismo tiempo estamos desbordados por algo que no somos nosotros. Tantas veces de forma inadecuada y sin embargo nuestro estar juntos es signo de unidad porque reconocemos que Otro nos ha puesto juntos y solo reconociéndolo podemos ser de Él. Esto es lo que puedo llamar sacramento, es algo sagrado, es de una naturaleza diferente e inmensamente mayor que nosotros mismos. Compartirlo y vivirlo con nuestros amigos más cercanos es lo que nos hace estar agradecidos a esta propuesta para la vida que hemos encontrado de forma misteriosa. El trabajo que se nos propone es una ayuda enorme para continuar recorriendo juntos este camino. Gracias siempre a Giussani por habernos mostrado esta posibilidad de vivir la vida así.
Pilar, Villanueva de la Cañada
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