Va al contenido

Huellas N.14, Diciembre 1988

TESTIMONIOS

Rose y el leproso

Rose es una de las pri­meras personas que partici­paron en el movimiento de CCL (Christ is Communion and Life, CL en Uganda). Ella ya es conocida por nuestros lectores a través de otras cartas suyas, publica­das en anteriores números de nuestra revista. Tam­bién, quien lo desee, puede tener un amplio y profundo conocimiento de la expe­riencia del movimiento de CCL a través del libro de E. Castelli-F. González, Ugan­da: la difícil esperanza, Ed. Encuentro, 1987.

Cuando iba a ver a mi ami­ga Eugenia, al pasar por el am­bulatorio vi algo debajo de la mesa, como un cuerpo sin vida. Me agaché mientras una enfer­mera decía: «Déjalo, es un hombre que camina a cuatro patas, ¡mira sus muñones y sus pies!» Ya era de noche. El le­proso había salido a las siete de aquella mañana; había emplea­do tres horas para cubrir el ki­lómetro que le separaba del hospital. Estaba enfermo de disentería y había pedido que le atendieran. Se le rechazó la fi­cha de admisión porque no ha­bía pagado la cantidad de dine­ro pedida. Era débil y estaba deprimido y me decía: «Podría morirme ahora, ¿qué sentido tiene vivir para mí?».
Yo no tenia dinero para ayudarle, sin embargo, cogí una ficha que tenia una enfermera, puse al leproso en una silla de ruedas y me dirigí decidida ha­cia el médico de cabecera. El médico en un primer momen­to se enfadó conmigo, pero lue­go me preguntó: «¿Qué enfer­medad tiene el viejo? ¿Es pa­riente tuyo?» Entonces le hablé y él me preguntó si yo era monja. Contesté «No, soy cristiana de la Iglesia católica». Y él dijo: «Esta mañana estuvieron aquí unas enfermeras que eran también monjas».
Contesté: «Si hubiese teni­do dinero le habría ayudado, porque él también es un hom­bre y nos pertenece a noso­tros».
-«¿Qué quieres decir con que nos pertenece a nosotros?»
-«Quiero decir que, aun­que sea leproso, él pertenece al mismo destino nuestro y su hu­manidad tiene la misma digni­dad. Sin esta referencia a Dios nosotros estamos construyendo en el aire, sin fundamento, y por tanto nuestra vida tam­bién, junto a las de nuestros amigos, depende completa­mente de nada».
El médico me miró con es­tupor y me dijo: «Ni los Salva­dos ni los religiosos que están aquí jamás me han hablado así, de esta manera». Cogió la ficha, visitó al enfermo y anotó en ella que debía ser curado gra­tuitamente.
Era ya tarde y no sabia dón­de alojar al leproso. Las enfer­meras, amigas mías, decían riendo:
«Llévatelo a tu cama». Respondí: «Lo haría si no es­tuviera en contra del reglamento, porque él también es hombre, a imagen de Dios».
Luego, el médico me llamó a su despacho y me preguntó si yo pertenecía a algún instituto religioso. Contesté que yo era católica del movimiento de CCL. Quiso que le explicara más, porque lo que había dicho a las enfermeras le había despertado el deseo de escucharme. Dije: «Mis amigas enfermeras no comprenden que el movimiento nos enseña a llevar a Cristo a todos los aspectos de la vida, en la vida de cada día, con una conciencia nueva. Nosotros llevamos a Cristo no sólo en la Iglesia, en la Iglesia de ladrillos, sino en toda la vida. El valor del hombre es tan grande que el mismo Cristo ha dado su vida para salvarlo».
Deseaba tener a mi lado la compañía porque no sabía cómo arreglármelas con el viejo leproso; también mis amigas enfermeras se reían de mí en lugar de ayudarme.
Fui a la cocina para pedir comida para el enfermo y me contestaron que si quería darle de comer tenía que renunciar a mi cena. Tenía mucha hambre y y no me creía capaz de estar en ayunas, pero no había otro remedio: le di mi plato al leproso, que tenía mucha hambre.
Las enfermeras me preguntaron:
«¿Y ahora va a usar tu plato?» «Desde luego», contesté. Después llevé al enfermo al rincón de una habitación, le di mi manta y mi jersey y él se durmió en paz.
Me vino a la mente el texto que había estudiado con Eugenia
Vivir el misterio con alegría; cuando llegué encontré el té que Eugenia había preparado, lo bebí y me dormí a pesar del hambre: había encontrado en aquel leproso algo más grande que la comida para mi estómago hambriento.
A la mañana siguiente encontré al médico que iba a ver al leproso. Me dijo:
«Reza por mí»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página