Rose es una de las primeras personas que participaron en el movimiento de CCL (Christ is Communion and Life, CL en Uganda). Ella ya es conocida por nuestros lectores a través de otras cartas suyas, publicadas en anteriores números de nuestra revista. También, quien lo desee, puede tener un amplio y profundo conocimiento de la experiencia del movimiento de CCL a través del libro de E. Castelli-F. González, Uganda: la difícil esperanza, Ed. Encuentro, 1987.
Cuando iba a ver a mi amiga Eugenia, al pasar por el ambulatorio vi algo debajo de la mesa, como un cuerpo sin vida. Me agaché mientras una enfermera decía: «Déjalo, es un hombre que camina a cuatro patas, ¡mira sus muñones y sus pies!» Ya era de noche. El leproso había salido a las siete de aquella mañana; había empleado tres horas para cubrir el kilómetro que le separaba del hospital. Estaba enfermo de disentería y había pedido que le atendieran. Se le rechazó la ficha de admisión porque no había pagado la cantidad de dinero pedida. Era débil y estaba deprimido y me decía: «Podría morirme ahora, ¿qué sentido tiene vivir para mí?».
Yo no tenia dinero para ayudarle, sin embargo, cogí una ficha que tenia una enfermera, puse al leproso en una silla de ruedas y me dirigí decidida hacia el médico de cabecera. El médico en un primer momento se enfadó conmigo, pero luego me preguntó: «¿Qué enfermedad tiene el viejo? ¿Es pariente tuyo?» Entonces le hablé y él me preguntó si yo era monja. Contesté «No, soy cristiana de la Iglesia católica». Y él dijo: «Esta mañana estuvieron aquí unas enfermeras que eran también monjas».
Contesté: «Si hubiese tenido dinero le habría ayudado, porque él también es un hombre y nos pertenece a nosotros».
-«¿Qué quieres decir con que nos pertenece a nosotros?»
-«Quiero decir que, aunque sea leproso, él pertenece al mismo destino nuestro y su humanidad tiene la misma dignidad. Sin esta referencia a Dios nosotros estamos construyendo en el aire, sin fundamento, y por tanto nuestra vida también, junto a las de nuestros amigos, depende completamente de nada».
El médico me miró con estupor y me dijo: «Ni los Salvados ni los religiosos que están aquí jamás me han hablado así, de esta manera». Cogió la ficha, visitó al enfermo y anotó en ella que debía ser curado gratuitamente.
Era ya tarde y no sabia dónde alojar al leproso. Las enfermeras, amigas mías, decían riendo: «Llévatelo a tu cama». Respondí: «Lo haría si no estuviera en contra del reglamento, porque él también es hombre, a imagen de Dios».
Luego, el médico me llamó a su despacho y me preguntó si yo pertenecía a algún instituto religioso. Contesté que yo era católica del movimiento de CCL. Quiso que le explicara más, porque lo que había dicho a las enfermeras le había despertado el deseo de escucharme. Dije: «Mis amigas enfermeras no comprenden que el movimiento nos enseña a llevar a Cristo a todos los aspectos de la vida, en la vida de cada día, con una conciencia nueva. Nosotros llevamos a Cristo no sólo en la Iglesia, en la Iglesia de ladrillos, sino en toda la vida. El valor del hombre es tan grande que el mismo Cristo ha dado su vida para salvarlo».
Deseaba tener a mi lado la compañía porque no sabía cómo arreglármelas con el viejo leproso; también mis amigas enfermeras se reían de mí en lugar de ayudarme.
Fui a la cocina para pedir comida para el enfermo y me contestaron que si quería darle de comer tenía que renunciar a mi cena. Tenía mucha hambre y y no me creía capaz de estar en ayunas, pero no había otro remedio: le di mi plato al leproso, que tenía mucha hambre.
Las enfermeras me preguntaron: «¿Y ahora va a usar tu plato?» «Desde luego», contesté. Después llevé al enfermo al rincón de una habitación, le di mi manta y mi jersey y él se durmió en paz.
Me vino a la mente el texto que había estudiado con Eugenia Vivir el misterio con alegría; cuando llegué encontré el té que Eugenia había preparado, lo bebí y me dormí a pesar del hambre: había encontrado en aquel leproso algo más grande que la comida para mi estómago hambriento.
A la mañana siguiente encontré al médico que iba a ver al leproso. Me dijo: «Reza por mí»
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón