Entrevista al padre Alfonsas Svarinskas
Alfonsas Svarinskas, sacerdote lituano de 63 años, de los cuales 21 han transcurrido en distintos campos de concentración soviéticos, ha estado recientemente en Madrid, invitado por la Sociedad Española para la Defensa de los Derechos Humanos, el Consejo de Europa y el C.M. Moncloa para participar en una mesa redonda titulada: «¿Perestroika = Derechos Humanos?
Condenado tres veces a campos de concentración acusado de «actividades religiosas y propaganda antisoviética», fue uno de los promotores, junto con el Padre S. Tamkevicius, del Comité Católico para la Defensa de los Derechos de los Creyentes.
Nueva Tierra: -¿Podría describirnos, si es posible con datos, la situación actual de los creyentes lituanos, ahora que tanto se habla de liberalización también en el ámbito religioso?
Alfonsas Svarinskas: -Para responder querría hacer un poco de historia: la ocupación soviética en 1940 supuso el desmantelamiento de la Iglesia católica lituana. En 1946 se cerraron todos los seminarios (había cuatro, con 425 estudiantes) salvo uno, en Kaunas, con un cupo máximo de 25 seminaristas -siempre hemos luchado por quitar este límite de admisiones y, por fin, este año se ha conseguido que se amplíe a 45-. Sin embargo, esto no significa que la situación haya mejorado mucho: de los 1368 sacerdotes existentes en 1918 se ha pasado a los 666 actuales, con una edad media de 65 años. Siguen cerradas 405 iglesias católicas, así como 36 monasterios, 82 conventos, 18 escuelas elementales, 35 jardines de infancia, 10 asilos de niños, 25 asilos de ancianos, 2 hospitales, la Facultad de Teología de Kaunas y la Academia Católica de las Ciencias, que antes de 1940 dependía de la Iglesia católica lituana.
Las autoridades soviéticas cerraron también todas las editoriales de la Iglesia, así como los 8 diarios y 20 revistas católicos, con una tirada de más de 7 millones de ejemplares. En la actualidad se editan unas 10 publicaciones clandestinas. Las más importantes son Amanecer de carácter cultural-religioso, 1972 y sobre todo la Crónica de la Iglesia Lituana. Esta revista es sacada clandestinamente al extranjero y publicada allí. Desde su fundación, en 1972, ya se han publicado un total de 78 números.
También está prohibido editar y enseñar el catecismo. Tampoco existe calendario litúrgico desde 1940. Es cierto que recientemente las autoridades soviéticas han permitido la edición de un breviario, de uso exclusivo para sacerdotes, pero ninguno posee un ejemplar, porque la edición fue distribuida íntegramente en el extranjero con fines exclusivamente propagandísticos.
N.T.: -¿Qué papel está desempeñando la Iglesia católica en la lucha del pueblo lituano por sus derechos nacionales?
A.S: -Los lituanos no hacen una diferencia muy clara entre nacionalismo y religión; lo importante es luchar por Lituania. La Iglesia católica ha sido la única que no ha interrumpido esta lucha. En la actualidad se puede considerar que un 75% de la población lituana es católica. Este año se han despertado los sentimientos nacionalistas también entre los intelectuales lituanos. Han aparecido dos fuerzas importantes. Por un lado, una exclusivamente nacionalista, que exige la independencia total de Lituania. La segunda, ligada al partido comunista, propugna una mayor autonomía económica y cultural. La Iglesia apoya a las dos fuerzas, pero es consciente de que por el momento no puede ser totalmente independiente.
Este movimiento de intelectuales sabe que si no colabora con la Iglesia se va a encontrar en una situación similar a la de los intelectuales rusos, que no encuentran apoyo en el pueblo. Por eso los intelectuales lituanos colaboran con la Iglesia. Este movimiento, agrupado en el denominado Frente Popular Lituano, ha celebrado recientemente su primer congreso y han sido elegidos como delegados 10 sacerdotes. Creo que está muy bien porque demuestra que el pueblo está muy unido. Allí, las autoridades comunistas no han logrado hacer realidad el dicho de «divide y vencerás»: sucede justo lo contrario.
N.T.: -Padre Svarinskas, un tercio de su vida ha transcurrido en campos de concentración. Durante su estancia en los diversos lagers, ¿qué ha supuesto para usted el hecho de conocer a Jesucristo?
A.S.: -La fe nos da una perspectiva, podemos ver una eternidad feliz tras la vida y eso da fuerzas para vivir. El hecho de estar en un lager no me hizo nunca dudar de mi decisión de servir a los hombres en nombre de Cristo. Los lagers no son lugares despreciables para predicar el Evangelio. En las situaciones difíciles, los hombres tienen todavía un deseo mayor de una respuesta espiritual, humana. Yo, siguiendo, las enseñanzas de Cristo, he tratado siempre de transmitir la Palabra de Dios, también a los ateos. Una vez, uno de los oficiales del lager, no sé si en broma o en serio, me dijo que rezara por él, entonces le dije: «Siempre he rezado por ti, comandante; hasta ahora rezaba por un enemigo, ahora rezaré por un hermano».
Hoy, en el mundo, pero sobre todo en los estados totalitarios, aquellos que quieran permanecer fieles a sus propias convicciones deben pagar un precio caro. Pero las convicciones pagadas con el dolor y el sufrimiento son más valiosas y preciosas.
N.T.: -¿Cómo anunciar el sentido de la vida en el campo de concentración?
A.S.: -Lo primero es intentar ser ejemplo para los demás. Por ejemplo, cuando los presos políticos hacían huelga de hambre, nosotros también la hacíamos.
Si un sacerdote, no sólo habla de sacrificio, sino que también los hace, después de un tiempo los otros presos se le acercan. En prisión no se puede empezar con palabras, sino con hechos, tenemos el testimonio del P. Kolbe.
Vivir el Evangelio, no como medio, sino como consistencia y, como tal no olvidar nunca al prójimo, esto es, vivir en primera persona todo aquello que predico.
N.T.: -¿Cómo se puede ser libre en una situación, como la de los lagers, en la que todas las circunstancias, aparentemente, te privan hasta de lo imprescindible?
A.S.: -En la URSS nadie es completamente libre, todos somos esclavos. Pero el alma de las personas puede ser libre, y yo me siento libre, no me siento vencido. Porque la libertad no depende de las circunstancias externas, depende de una opción de tu corazón, de una decisión.
N.T.: -¿Qué repercusiones concretas está teniendo la perestroika en Lituania?
A.S.: -No me interesa la perestroika, nadie cree en ella; lo que exijo es que Lituania sea una nación autónoma e independiente, con libertad cultural.
Creo que la perestroika lo que pretende es luchar, entre otras cosas, contra la apatía del pueblo, que lo único que quiere es que Gorvachov permita la comercialización de mucho vodka y si es posible, a bajo precio. Por eso, a pesar de los cambios, hablar de Derechos Humanos en la URSS es una ironía amarga. El régimen comunista no reconoce la individualidad humana, las personas son pequeñas piezas de una gran maquinaria. Nadie tiene derecho a pensar, pues el Estado piensa por ti; y si alguien piensa en alto, es deportado a Siberia. El ciudadano soviético sólo tiene un derecho: el derecho a trabajar, pero también disponían de ese derecho los esclavos del Imperio Romano... Esta sociedad ha creado un nuevo tipo de hombre, el homo sovieticus, educado contra la religión, no cree ni en Dios ni en el Diablo, pero tampoco cree en el marxismo. Si acaso, le queda una cierta creencia en el más allá: unos, desde luego, creen en la vida eterna; otros se conforman con una rehabilitación post mortem. Quizá esto sea lo que mantenga el ánimo de mucha gente en la URSS.
N.T.: -¿Qué podemos hacer por el pueblo lituano y por el ruso?, ¿cuál sería el papel de Occidente?
A.S: -La primera tarea de Occidente sería pedir que sean reconocidos los derechos fundamentales de todo hombre, así como respetados. Porque ahora, los políticos soviéticos miran, tienen muy en cuenta la opinión de los políticos occidentales. Por otro lado, la «estima» que Occidente muestra hacia Gorvachov es un arma psicológica que el poder soviético usa para derrumbar a los cristianos y a los disidentes, haciéndoles ver que todo el mundo reconoce en Gorbachov a una «buena persona».
El régimen soviético descansa sobre la mentira, el terror y la desinformación. Occidente no puede hacer nada, directamente, para luchar contra las atrocidades del régimen, pero sí puede luchar contra la desinformación. Por un lado, a través de los mass-media, haciendo que publiquen y mantengan al pueblo informado y, por otro, a nivel personal, aprovechando intercambios de estudiantes y estableciendo contactos personales, de esta forma particular, uno, al conocer, se sensibiliza y compromete con aquella realidad.
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