La relación «Hombre, naturaleza, técnica», ha representado siempre el fondo sobre el que se ha desarrollado el acontecer histórico de la humanidad: el hombre, que se encuentra inmerso en la realidad natural, se ha ido adueñando de ella gracias al incesante progreso tecnológico. Hoy, en el umbral del año 2000, la naturaleza alcanza fronteras insospechadas: el hombre la sabe explorar desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande.
La técnica, además, se ha desarrollado hasta el punto de convertirse en el rasgo distintivo de nuestra época y en el factor determinante de nuestro modo de vivir el futuro; pero también de ella surge la mayor amenaza.
Todo ello convierte al hombre en el protagonista fundamental del trinomio arriba citado. En efecto, todo depende de la conciencia con la que el hombre usa de la técnica para el dominio de la naturaleza.
Con esta sección, «NUEVA TIERRA» quiere seguir de cerca los problemas, hombres e ideas que determinan hoy el progreso científico desde la certeza de que sólo abriendo la conciencia al absoluto es posible un progreso a medida del hombre.
¿A dónde nos lleva el progreso tecnológico? ¿Cuál ha sido el desarrollo en la conciencia del hombre en relación a la naturaleza?
Breve panorámica histórica de la mano del libro «La conciencia religiosa del hombre moderno» para comprender los factores que determinan hoy -en el umbral del año 2000- el acontecer científico.
La Primera y Segunda Guerras Mundiales marcaron el fin de un período en el que la ciencia venía ligada a un ciego optimismo. Pese a ello, la ciencia y la técnica prosiguen sus investigaciones con un objetivo un tanto ambiguo: el progreso de la humanidad. Todo se conjuga en función de esta idea, mientras que la pregunta ¿qué es el progreso? queda olvidada.
Esta situación actual proviene de una historia, la historia de la filosofía de la ciencia, que es también la historia de la humanidad; lo que hoy vivimos es una herencia de una mentalidad que intentaremos describir a grandes rasgos.
LOS GRIEGOS
Para los griegos, la Naturaleza era un todo ordenado y el Universo, por tanto, era un Cosmos que mostraba un orden dinámico. Pero, ante todo, la observación de la naturaleza suscitaba una pregunta: ¿cuál es el principio último de lo real? Buscar un modelo de explicación de la Naturaleza era buscar una respuesta a esta pregunta, aprender lo que las cosas son más allá de lo que muestran los sentidos; lo cual va unido, implícitamente, a la pregunta por el destino y por el misterio del hombre.
UN «HECHO ANÓMALO»: EL CRISTIANISMO
En un cierto momento, sucede un hecho anómalo. Como señala Luigi Giussani (1): «Ya no se trata del hombre que indaga el misterio, que trata de imaginarse su destino, sino de un hombre que ha osado decir: "Yo soy ese misterio, yo soy tu destino"». Es decir, Dios ha bisecado la Historia encarnándose en un hombre concreto: Cristo. Los griegos ya habían puesto a Dios en relación con el Cosmos como Inteligencia Ordenadora, como Motor y Fin, o como Razón Cósmica. El Cristianismo, sin embargo, pone a Dios en relación con la Historia, constituyendo a Cristo como centro y sentido de la misma.
EL MEDIEVO
Este Hecho juzga toda la realidad y, por tanto, también la relación del hombre con la naturaleza que se refleja en el concepto de Creación: la naturaleza es signo del Creador, lo que impide, claramente, un concepto utilitarista de ella; el hombre está llamado a dominarla, pero siempre con un profundo respeto a lo que ella es en sí misma como signo de algo más grande. Esta concepción de la relación hombre-naturaleza es característica de la Edad Media donde «la variedad de los factores que constituyen la personalidad humana y la humana convivencia estaban llamados a una unidad, a componerse y realizarse en una unidad, asegurado de este modo una concepción no fragmentada de la persona y, por tanto, del cosmos y de la historia» (Op. cit.).
EL NOMINALISMO
En el siglo XIV, a finales de la Edad Media, va a comenzar un período histórico de crisis y la unidad que caracteriza al hombre del Medioevo se rompe en mil pedazos. El nominalismo introduce un nuevo concepto de Universo: el Universo es un orden meramente fáctico, contingente, y la única forma de descubrir sus leyes, lo que la realidad es en sí, es la observación atenta de los hechos. Es una primera reducción de la naturaleza a lo empírico, eclipsando la concepción del signo que tenía en la Edad Media. A partir de esta época comienza a darse un gran desarrollo científico debido al descubrimiento, en el Renacimiento, de los grandes científicos griegos (Pitágoras y Arquímedes, sobre todo) y a las necesidades de tipo técnico-práctico. Este hecho conlleva una concepción matemática del Universo (Galileo y Kepler) y de los fenómenos físicos.
El fin de la ciencia es, entonces, el dominio de la naturaleza; «A la naturaleza -dice Bacon- se la domina obedeciéndola», es decir, conociendo sus leyes para, sometiéndose a ellas, utilizarlas en beneficio propio. Como en todo error, en esta concepción hay un principio de verdad: el conocimiento y dominio de la naturaleza puede traer como consecuencia el beneficio del hombre en su propia humanidad, pero se deja fuera un factor muy importante: el fin de la naturaleza no es estar al servicio arbitrario del hombre, sino que su utilización tiene que tener en cuenta lo que ella misma es: signo de algo más grande.
RENACIMIENTO E ILUSTRACIÓN
El cambio de esta concepción de naturaleza no es algo casual sino que deriva del cambio de mentalidad producido a partir del Renacimiento y que marca el comienzo de la Modernidad. Como señala Luigi Giussani, el hombre descubrió que «su razón podía doblegar a la naturaleza cuanto quisiera. Tal descubrimiento llevó al hombre a concebir su razón como el verdadero hecho dominador del mundo. De manera que creyó haber encontrado finalmente el auténtico Dios, el Señor: la razón. Si por medio de su aplicación el hombre podía, incluso, someter la naturaleza a sus propios fines, tenía entonces en sus manos el secreto de la felicidad y el instrumento para alcanzarla» (Op. cit.).
Ésta fue la característica de la Ilustración («el Señor: la razón») que, se traduce en una concepción empirista de la realidad claramente reflejada en una frase de Hume: «Las únicas existencias de las que estamos seguros son las percepciones». El señor es la razón, pero es una razón reducida a lo demostrable, a lo empírico, a la percepción sensorial y es, por tanto, una razón bloqueda, medida-de-todas-las-cosas, que choca frontalmente con la razón cristiana, conciencia de la realidad según la totalidad de sus factores.
En esta situación, en la que Dios es eclipsado por la diosa azón, ¿cuál es el significado de la naturaleza y, en última instancia, del hombre? Rousseau lo explica de esta forma: «( ... ) Intentemos ahora observarle [ al hombre] en su aspecto metafísico y moral. No veo en todo animal sino una máquina ingeniosa ( ... ). Advierto en la máquina humana exactamente las mismas cosas, con la diferencia de que la naturaleza sola hace todo en las operaciones del animal, mientras que el hombre concurre a las suyas en calidad de agente libre» (Del Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres). Si el hombre es una «máquina ingeniosa de la naturaleza» y si la naturaleza se pone al servicio del llamado progreso científico ¿qué impedirá poner al hombre al servicio de este progreso?
EL POSITIVISMO
Es a partir de la Ilustración cuando la confianza en la ciencia como principal agente de la felicidad del hombre llega a su máximo desarrollo: el positivismo. A principios del siglo XIX, Comte afirma: «La sociedad es conducida hacia el estado social definitivo de la especie humana, el más conveniente a su naturaleza, aquel en que todos los medios de prosperidad deben recibir su más pleno desarrollo y su aplicación más directa». Este estado social es el estado positivo, fundado sobre la ciencia y cuya dirección corresponde a los sabios y a los científicos.
EL PROGRESO CIENTÍFICO
El progreso científico se convierte entonces en la meta de toda investigación y en la esperanza de la felicidad. Esta esperanza se ve frustrada por las dos guerras mundiales y por la escalada de armamentos, que muestran la cara oculta del progreso científico-técnico.
La ciencia se encuentra sin un horizonte claro desde hace cuatro siglos; sin embargo, en la época de la fuerza atómica y las manipulaciones genéticas, esto puede ser realmente peligroso. La ciencia tiene que permitir la entrada a un factor nuevo que juzga la realidad y, como tal, juzga la propia ciencia: como dijo Einstein -pocos días antes de morir-, un hombre que no reconociera «el misterio insondable, tampoco podría ser un científico».
(1) La conciencia religiosa del hombre moderno, ed. Encuentro .
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