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Huellas N.12, Julio/Agosto 1988

NUESTROS DÍAS

Fundamentalismo americano: en función y a medida del dólar

Magdalena Lapuerta

La costosa campaña electoral estadounidense que ha monopolizado las primeras planas de sus más influyentes periódicos ha sabido captar nuestra atención, no sólo por lo atractivo de este «espectáculo», sino porque a su vez está sirviendo para desvelar todo un fenómeno ideológico, de cambio de mentalidad que viene produciéndose en este país desde hace ya varias décadas: la aparición del fundamentalismo moral; el reclamo de la Moral Majority.

Si echamos una mirada hacia atrás para situarnos en los años '60, nos encontramos en un am­biente intelectual invadido por toda una gama de corrientes neo­democráticas, muchas de las cuales rozaban claramente posturas de izquierda. No tardaría sin embar­go en producirse una revolución cultural: intelectuales, universita­rios y protestantes fueron los promotores de aquel naciente conser­vadurismo con rabiosos toques na­cionalistas. «No he sido nunca tan entusiasta del capitalismo como ahora», exclamará Norman Pod­horetz, padre espiritual de esta revolución cultural. En nuestros días, las «conversiones» a este neoconservadurismo son cada día más numerosas y superan ya am­pliamente la selecta esfera de los intelectuales. En el ámbito univer­sirario, borrado todo vestigio de protesta estudiantil, el estudiante medio americano es más conser­vador que sus profesores. La uni­versidad parece haber quedado re­ducida al vehículo para alcanzar el éxito profesional y un puesto en la selecta minoría de los «mejores», operación sólo posible entrando de lleno en el juego de la compe­titividad, cada día más feroz.
Llama la atención que en esta nueva situación, a pesar de la lo­grada «Moral Majority» (Mayoría Moral), la inserción de la religión en la cultura popular americana sea cada vez más notable. La ex­tendida secularización se está viendo rodeada por nuevos brotes fundamentalistas que no parecen, por otro lado, alarmar demasiado a nadie. No deja de chocar la enor­me cantidad de sermones lanzados por los pastores protestantes cada domingo por la pequeña pantalla y el número creciente de funda­mentalistas, con su poca inciden­cia en la mentalidad común y el modo de vida de cada americano. Pero, ¿por qué se está producien­do este fenómeno?, ¿qué entende­mos por fundamentalismo?

FUNDAMENTALISMO: RAÍCES Y PERSPECTIVAS FUTURAS
El origen de este movimiento religioso desarrollado en los Esta­dos Unidos se remonta a la publi­cación entre 1910 y 1912 de una serie de panfletos titulados The fundamentals: a Testimony of the Truth (Los fundamentos: un Tes­timonio de la Verdad) donde se exponían las doctrinas que el au­tor consideraba como las «funda­mentales» del cristianismo: el na­cimiento virginal de Cristo, la re­surrección física de los muertos, la exactitud de la Biblia en todos sus detalles por ser palabra dada por Dios y el segundo advenimiento de Jesús que debe preceder al Juicio Final.
Estos artículos dieron lugar a una gran polémica entre los pro­testantes americanos, fundamen­talmente entre los baptistas y los presbiterianos y, en menor grado, entre los metodistas y los discípu­los de Cristo. Los distintos puntos de vista enfrentaron a los fieles protestantes que se dividieron en «fundamentalistas» y «liberales» o «modernistas». Esta polémica no tardaría en extenderse a Inglaterra y otros países europeos.­
Sin embargo, la radicalidad con que se mantuvieron estas posturas en los años de la I Guerra Mun­dial, parecía haber sido superada gracias a las corrientes teológicas neo-ortodoxas representadas por Barth, Brunner, Niebuhr y otra se­rie de teólogos contemporáneos que combatieron duramente uno y otro extremo. Pero tras un perío­do de supuesta calma nos encon­tramos con que en la actualidad más de 110.000 iglesias protestan­tes aceptarían ser llamadas funda­mentalistas. Esta vez, además de su insistencia en la importancia de la Biblia como fuente de las ver­dades de la fe y otra serie de creencias, la corriente fundamentalista viene acompañada de un nuevo rasgo que la diferencia de sus «an­tepasados»: su aparición en el mundo de la política.
Esta nueva actitud se ha atri­buido a la decepción que para mu­chos de ellos ha supuesto la actua­ción política de Reagan, al que, tiempo atrás, dieron su apoyo.
Acusado de ser, si no culpable, sí cómplice del cre­ciente materia­lismo, los funda­mentalistas han decidido movili­zarse y ofrecer su propia alternati­va política. Pat Robertson, can­didato a la presi­dencia america­na, ha sido el principal promo­tor de esta inicia­tiva. A pesar de que a estas altu­ras de la campa­ña electoral ya nadie confíe en una posible vic­toria (él mismo está consideran­do el retirarse), Pat Roberston sigue siendo un buen apoyo ilus­trativo para de­sentrañar cuál es la propuesta fun­damentalista.

PAT ROBERTSON: DE PASTOR PROTESTANTE A «FUTURO PRESIDENTE»
El 1 de octubre de 1987 Pat Ro­bertson presentó formalmente su candidatura tras haber declarado públicamente que no tomaría esta decisión si no recibía el apoyo de tres millones de firmas evangelis­tas que le animasen a hacerlo. La efusiva respuesta fue considerada suficiente por nuestro candidato, que no dudó en dimitir de su ta­rea de pastor protestante y del puesto que desde 1959 ejercía como director de un programa de radio difusión (CBN) para lanzar­se a la política: «Los americanos nunca elegirían a un pastor pro­testante como presidente», decla­raba en una entrevista. Esta deci­sión le ha hecho ganar, es verdad, el apoyo de muchos, pero ha he­cho también dudar a muchos otros. No han sido pocos los pe­riódicos que han explotado cierto fragmento de su autobiografía pu­blicada en 1972, Short it from the Housetops (Propágalo a los cua­tro vientos), en la que Robertson escribía que por una inspiración divina no hizo campaña en 1966 para la reelección de su padre como senador: «Me aflige entrar en combate y cambiar mi postura, pero el Señor se niega a darme la libertad: "Te he llamado para mi ministerio". Él (Dios) habló a mi corazón. "No puedes atar mis fi­nes eternos al éxito de ninguna candidatura política"». Curiosa­mente, cuando su autobiografía fue reeditada en 1986, las palabras de Dios fueron omitidas y el pasa­je quedó reducido a «Me aflige en­trar en combate y cambiar mi pos­tura». Ha sido este incidente el que ha hecho a muchos reacios a aceptar sus nuevas declaraciones en las que afirma que se presenta a la presidencia por mandato di­vino. Como es algo ya habitual en las campañas americanas, las más fe­roces críticas contra Pat Robert­son no han ido dirigidas al fondo de su planteamiento político. La maniobra anti-Robertson se ha dedicado a buscar en su pasado cualquier cosa que provocara el es­cándalo. Parece haberlo consegui­do: algunos hechos, como el haber puesto la fecha de su boda dema­siado tarde como para ocultar la concepción de su hijo previa al matrimonio, o la acusación de ha­ber mantenido relaciones con prostitutas en su estancia como marino en Corea, han sido sufi­cientes para desacreditarle ante los ojos de la mentalidad puritana.
La figura de Pat Roberston es mirada también con recelo por la mayor parte de los republicanos moderados. Se le acusa de querer institucionalizar sus creencias reli­giosas. Su preocupación, sin em­bargo, no cuestiona si es lícita o no la postura fundamentalista. Su oposición nace únicamente de especulaciones políticas que les lle­van a pensar que Pat Robertson y su cóctel político-religioso puede cerrar puertas a posibles coalicio­nes políticas más amplias.
Es posible que todas estas crí­ticas resulten suficientes para des­bancar su candidatura política (como parece estar sucediendo ya), pero no lo son para realizar una seria crítica al fenómeno del fundamentalismo que él encarna. Hay algo de contradictorio en su propuesta pero, ¿qué?
En su libro más vendido, El se­creto del Reino, Robertson escri­bía: «La Biblia es, sin duda alguna, un práctico manual para polí­tica, gobierno, negocios, familia y todos los asuntos de la humani­dad». ¿Cómo es posible que tan sólo esta afirmación haya logrado diferenciarle de otras candidaturas en el tono de sus mítines en los que resulta fácil adivinar sus mu­chos años de predicador protes­tante y no en su programa políti­co, aún más con­servador que el de Reagan? Su orientación en la política exterior es un claro ejem­plo del peligro de integrismo, político o religio­so. Convencido de que «deben eliminar la tira­nía comunista dondequiera que esté, incluida la Unión Soviéti­ca», no sólo no pretende llegar a acuerdo alguno con Gorbachov, sino que ha pro­metido en su programa pun­tos tales como apoyar con soporte militar a los contras de Nicaragua o la creación de una nueva «Commu­nity of Democra­tic Nations» por considerar que las Naciones Unidas promueven intereses con­trarios a los de Estados Unidos. Es fácil comprobar en todas estas me­didas una fe ciega en el capitalis­mo acompañada además por un fuerte «americanismo». El funda­mentalismo pretende asegurar a Estados Unidos el papel de «Nue­vo Israel» en la política inter­nacional.
Su preocupación social no pa­rece diferir de la de Reagan, que tan duramente ha sido criticada. Refiriéndose a su política de gas­tos sociales afirma: «No existe un duro de diferencia entre Reagan y yo».
Qué es por tanto lo que apor­ta de nuevo la Biblia?
Sorprende, por ejemplo, que en su política natalista y en sus argu­mentos contra el aborto, Robert­son haya apuntado casi exclusiva­mente a razones económicas y cul­turales frente a argumentos mora­les o constitucionales. He aquí la verdadera cuestión. El fundamen­ralismo se ha insertado en la política y en la propia cultura par­tiendo y asumiendo la mentalidad humanista existente. La Biblia queda reducida a una serie de va­lores adquiridos en el seno de esa concepción que quieren combatir. Queda convertida, como muchos la han calificado, en una «teoría del éxito», en la que la prosperi­dad es evidencia de salvación.
«Estoy convencido de que una persona que está continuamente enferma, en pobreza u otra serie de calamidades físicas y mentales, entonces está perdiendo las verda­des del Reino o no está viviendo de acuerdo con los principios de la Biblia». De ella, además, se han servido para extraer los funda­mentos bíblicos del capitalismo. Por eso no chocan con el ameri­can way of life sino que, inmersos en ese modo de vida, adornan el arraigado materialismo con una serie de valores cristianos. No son pocas las ocasiones en que Pat Ro­bertson ataca la secularización americana e incluso profetiza los muchos peligros que de ella pue­den derivar: comunismo, dictadu­ra y anarquía e incluso convertir­se en una nación de segunda cla­se. Sin embargo, en el fondo de su concepción del mundo y de la po­lítica está plácidamente asentada esta mentalidad humanista que él mismo ataca.
El peligro, por tanto, que en­traña el fundamentalismo no es, como piensan algunos, el que su fe influya en su actuación política. La fe no se puede separar de la per­sona, no puede ser reducida a una serie de creencias que afectan sólo al campo religioso sin ninguna re­lación con las demás facetas de la vida. Una verdadera fe da una vi­sión distinta y un juicio nuevo so­bre todo lo que nos rodea. El ver­dadero peligro del fundamentalis­mo es caer en una actuación polí­tica que no nazca de ese juicio nue­vo y esa mirada nueva, instrumen­talizando y reduciendo la Biblia a una serie de valores humanitarios, fáciles de ser acogidos por el mun­do, en función y a medida del dinero.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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