La costosa campaña electoral estadounidense que ha monopolizado las primeras planas de sus más influyentes periódicos ha sabido captar nuestra atención, no sólo por lo atractivo de este «espectáculo», sino porque a su vez está sirviendo para desvelar todo un fenómeno ideológico, de cambio de mentalidad que viene produciéndose en este país desde hace ya varias décadas: la aparición del fundamentalismo moral; el reclamo de la Moral Majority.
Si echamos una mirada hacia atrás para situarnos en los años '60, nos encontramos en un ambiente intelectual invadido por toda una gama de corrientes neodemocráticas, muchas de las cuales rozaban claramente posturas de izquierda. No tardaría sin embargo en producirse una revolución cultural: intelectuales, universitarios y protestantes fueron los promotores de aquel naciente conservadurismo con rabiosos toques nacionalistas. «No he sido nunca tan entusiasta del capitalismo como ahora», exclamará Norman Podhoretz, padre espiritual de esta revolución cultural. En nuestros días, las «conversiones» a este neoconservadurismo son cada día más numerosas y superan ya ampliamente la selecta esfera de los intelectuales. En el ámbito universirario, borrado todo vestigio de protesta estudiantil, el estudiante medio americano es más conservador que sus profesores. La universidad parece haber quedado reducida al vehículo para alcanzar el éxito profesional y un puesto en la selecta minoría de los «mejores», operación sólo posible entrando de lleno en el juego de la competitividad, cada día más feroz.
Llama la atención que en esta nueva situación, a pesar de la lograda «Moral Majority» (Mayoría Moral), la inserción de la religión en la cultura popular americana sea cada vez más notable. La extendida secularización se está viendo rodeada por nuevos brotes fundamentalistas que no parecen, por otro lado, alarmar demasiado a nadie. No deja de chocar la enorme cantidad de sermones lanzados por los pastores protestantes cada domingo por la pequeña pantalla y el número creciente de fundamentalistas, con su poca incidencia en la mentalidad común y el modo de vida de cada americano. Pero, ¿por qué se está produciendo este fenómeno?, ¿qué entendemos por fundamentalismo?
FUNDAMENTALISMO: RAÍCES Y PERSPECTIVAS FUTURAS
El origen de este movimiento religioso desarrollado en los Estados Unidos se remonta a la publicación entre 1910 y 1912 de una serie de panfletos titulados The fundamentals: a Testimony of the Truth (Los fundamentos: un Testimonio de la Verdad) donde se exponían las doctrinas que el autor consideraba como las «fundamentales» del cristianismo: el nacimiento virginal de Cristo, la resurrección física de los muertos, la exactitud de la Biblia en todos sus detalles por ser palabra dada por Dios y el segundo advenimiento de Jesús que debe preceder al Juicio Final.
Estos artículos dieron lugar a una gran polémica entre los protestantes americanos, fundamentalmente entre los baptistas y los presbiterianos y, en menor grado, entre los metodistas y los discípulos de Cristo. Los distintos puntos de vista enfrentaron a los fieles protestantes que se dividieron en «fundamentalistas» y «liberales» o «modernistas». Esta polémica no tardaría en extenderse a Inglaterra y otros países europeos.
Sin embargo, la radicalidad con que se mantuvieron estas posturas en los años de la I Guerra Mundial, parecía haber sido superada gracias a las corrientes teológicas neo-ortodoxas representadas por Barth, Brunner, Niebuhr y otra serie de teólogos contemporáneos que combatieron duramente uno y otro extremo. Pero tras un período de supuesta calma nos encontramos con que en la actualidad más de 110.000 iglesias protestantes aceptarían ser llamadas fundamentalistas. Esta vez, además de su insistencia en la importancia de la Biblia como fuente de las verdades de la fe y otra serie de creencias, la corriente fundamentalista viene acompañada de un nuevo rasgo que la diferencia de sus «antepasados»: su aparición en el mundo de la política.
Esta nueva actitud se ha atribuido a la decepción que para muchos de ellos ha supuesto la actuación política de Reagan, al que, tiempo atrás, dieron su apoyo.
Acusado de ser, si no culpable, sí cómplice del creciente materialismo, los fundamentalistas han decidido movilizarse y ofrecer su propia alternativa política. Pat Robertson, candidato a la presidencia americana, ha sido el principal promotor de esta iniciativa. A pesar de que a estas alturas de la campaña electoral ya nadie confíe en una posible victoria (él mismo está considerando el retirarse), Pat Roberston sigue siendo un buen apoyo ilustrativo para desentrañar cuál es la propuesta fundamentalista.
PAT ROBERTSON: DE PASTOR PROTESTANTE A «FUTURO PRESIDENTE»
El 1 de octubre de 1987 Pat Robertson presentó formalmente su candidatura tras haber declarado públicamente que no tomaría esta decisión si no recibía el apoyo de tres millones de firmas evangelistas que le animasen a hacerlo. La efusiva respuesta fue considerada suficiente por nuestro candidato, que no dudó en dimitir de su tarea de pastor protestante y del puesto que desde 1959 ejercía como director de un programa de radio difusión (CBN) para lanzarse a la política: «Los americanos nunca elegirían a un pastor protestante como presidente», declaraba en una entrevista. Esta decisión le ha hecho ganar, es verdad, el apoyo de muchos, pero ha hecho también dudar a muchos otros. No han sido pocos los periódicos que han explotado cierto fragmento de su autobiografía publicada en 1972, Short it from the Housetops (Propágalo a los cuatro vientos), en la que Robertson escribía que por una inspiración divina no hizo campaña en 1966 para la reelección de su padre como senador: «Me aflige entrar en combate y cambiar mi postura, pero el Señor se niega a darme la libertad: "Te he llamado para mi ministerio". Él (Dios) habló a mi corazón. "No puedes atar mis fines eternos al éxito de ninguna candidatura política"». Curiosamente, cuando su autobiografía fue reeditada en 1986, las palabras de Dios fueron omitidas y el pasaje quedó reducido a «Me aflige entrar en combate y cambiar mi postura». Ha sido este incidente el que ha hecho a muchos reacios a aceptar sus nuevas declaraciones en las que afirma que se presenta a la presidencia por mandato divino. Como es algo ya habitual en las campañas americanas, las más feroces críticas contra Pat Robertson no han ido dirigidas al fondo de su planteamiento político. La maniobra anti-Robertson se ha dedicado a buscar en su pasado cualquier cosa que provocara el escándalo. Parece haberlo conseguido: algunos hechos, como el haber puesto la fecha de su boda demasiado tarde como para ocultar la concepción de su hijo previa al matrimonio, o la acusación de haber mantenido relaciones con prostitutas en su estancia como marino en Corea, han sido suficientes para desacreditarle ante los ojos de la mentalidad puritana.
La figura de Pat Roberston es mirada también con recelo por la mayor parte de los republicanos moderados. Se le acusa de querer institucionalizar sus creencias religiosas. Su preocupación, sin embargo, no cuestiona si es lícita o no la postura fundamentalista. Su oposición nace únicamente de especulaciones políticas que les llevan a pensar que Pat Robertson y su cóctel político-religioso puede cerrar puertas a posibles coaliciones políticas más amplias.
Es posible que todas estas críticas resulten suficientes para desbancar su candidatura política (como parece estar sucediendo ya), pero no lo son para realizar una seria crítica al fenómeno del fundamentalismo que él encarna. Hay algo de contradictorio en su propuesta pero, ¿qué?
En su libro más vendido, El secreto del Reino, Robertson escribía: «La Biblia es, sin duda alguna, un práctico manual para política, gobierno, negocios, familia y todos los asuntos de la humanidad». ¿Cómo es posible que tan sólo esta afirmación haya logrado diferenciarle de otras candidaturas en el tono de sus mítines en los que resulta fácil adivinar sus muchos años de predicador protestante y no en su programa político, aún más conservador que el de Reagan? Su orientación en la política exterior es un claro ejemplo del peligro de integrismo, político o religioso. Convencido de que «deben eliminar la tiranía comunista dondequiera que esté, incluida la Unión Soviética», no sólo no pretende llegar a acuerdo alguno con Gorbachov, sino que ha prometido en su programa puntos tales como apoyar con soporte militar a los contras de Nicaragua o la creación de una nueva «Community of Democratic Nations» por considerar que las Naciones Unidas promueven intereses contrarios a los de Estados Unidos. Es fácil comprobar en todas estas medidas una fe ciega en el capitalismo acompañada además por un fuerte «americanismo». El fundamentalismo pretende asegurar a Estados Unidos el papel de «Nuevo Israel» en la política internacional.
Su preocupación social no parece diferir de la de Reagan, que tan duramente ha sido criticada. Refiriéndose a su política de gastos sociales afirma: «No existe un duro de diferencia entre Reagan y yo».
Qué es por tanto lo que aporta de nuevo la Biblia?
Sorprende, por ejemplo, que en su política natalista y en sus argumentos contra el aborto, Robertson haya apuntado casi exclusivamente a razones económicas y culturales frente a argumentos morales o constitucionales. He aquí la verdadera cuestión. El fundamenralismo se ha insertado en la política y en la propia cultura partiendo y asumiendo la mentalidad humanista existente. La Biblia queda reducida a una serie de valores adquiridos en el seno de esa concepción que quieren combatir. Queda convertida, como muchos la han calificado, en una «teoría del éxito», en la que la prosperidad es evidencia de salvación.
«Estoy convencido de que una persona que está continuamente enferma, en pobreza u otra serie de calamidades físicas y mentales, entonces está perdiendo las verdades del Reino o no está viviendo de acuerdo con los principios de la Biblia». De ella, además, se han servido para extraer los fundamentos bíblicos del capitalismo. Por eso no chocan con el american way of life sino que, inmersos en ese modo de vida, adornan el arraigado materialismo con una serie de valores cristianos. No son pocas las ocasiones en que Pat Robertson ataca la secularización americana e incluso profetiza los muchos peligros que de ella pueden derivar: comunismo, dictadura y anarquía e incluso convertirse en una nación de segunda clase. Sin embargo, en el fondo de su concepción del mundo y de la política está plácidamente asentada esta mentalidad humanista que él mismo ataca.
El peligro, por tanto, que entraña el fundamentalismo no es, como piensan algunos, el que su fe influya en su actuación política. La fe no se puede separar de la persona, no puede ser reducida a una serie de creencias que afectan sólo al campo religioso sin ninguna relación con las demás facetas de la vida. Una verdadera fe da una visión distinta y un juicio nuevo sobre todo lo que nos rodea. El verdadero peligro del fundamentalismo es caer en una actuación política que no nazca de ese juicio nuevo y esa mirada nueva, instrumentalizando y reduciendo la Biblia a una serie de valores humanitarios, fáciles de ser acogidos por el mundo, en función y a medida del dinero.
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