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Huellas N.9, Diciembre 1987

BREVES

Cartas

He descubierto el matrimonio cristiano
Querida Teresa,
Como ya sabes, este verano he­mos estado en el
Meeting de Rí­mini. Culturalmente, lo encontré muy interesante y, humanamente, me impresionó el esfuerzo y las horas de trabajo que muchas per­sonas dedican gratuitamente, nece­sarias para montar algo de seme­jantes dimensiones. El Meeting me gustó mucho, pero lo más grande que he vivido este año no es el Meeting en sí, sino la gente que vi en Rímini. Creo que, por fin, este verano he descubierto, o mejor dicho, he empezado a vis­lumbrar, porque no lo tengo muy claro, cuál es mi lugar en la vida. Después de dar tantas vueltas y probar tantas cosas, por fin, he empezado a ver cuál es mi voca­ción. Durante mi estancia en el Meeting de Rímini, observando a los matrimonios jóvenes, he des­cubierto que mi vocación es ser es­posa y, posiblemente, madre.
Seguramente, dirás que ya era hora y más estando casada. Pero verás: cuando Ignacio y yo nos ca­samos por lo civil, estaba dispues­ta a luchar por que nuestro amor fuese verdadero y por que se pro­longase todo el tiempo posible. Mi aspiración era pasar todas nuestras vidas juntos, entregados el uno al otro. Pero mi actitud beligerante se debía más a mi manera de ser que a un convencimiento de que podríamos triunfar. Era una lucha que yo veía destinada al fracaso de antemano, porque me parecía im­posible mantener la llama durante todas nuestras vidas. Mi pesimis­mo se basa en mi propia vida. He tenido una profunda experiencia de mis limitaciones y de las limi­taciones humanas en general. He visto cómo casi todas las buenas intenciones, los ideales y los mejo­res sentimientos de uno mismo y de los demás tienden a decaer, a corromperse. Por eso, y a pesar de que me esforzaba en mantener mi actitud, el futuro se me planteaba como un camino que me conduci­ría casi indefectiblemente al fra­caso.
Cuando decidimos casarnos por la Iglesia y empezamos a enterar­nos en qué consiste el matrimonio cristiano, empecé a llenarme de es­peranza. El matrimonio -y la vida cristiana- es muy optimista; te ofrece muchas posibilidades de triunfar. De repente, ya no estába­mos Ignacio y yo luchando contra lo malo que hay en él y en mí y contra el mundo en general. Aho­ra nuestro amor no tiene ningún límite, no se acaba ni se cansa, por­que no es sólo nuestro. Ahora Je­sucristo está invitado siempre a nuestra casa; nos ilumina, nos en­seña, renueva nuestro amor y nos guía. Además, ahora contamos con el apoyo de nuestros nuevos ami­gos del movimiento y con el de toda la Iglesia, que reza por noso­tros y nos alienta en nuestro ca­mino. Cuando empecé a descubrir que ya no estamos solos y lo que eso significa, quedaba por solucionar la cuestión de la familia. Cuando nos casamos por lo civil, yo no pensa­ba en formar una familia. La ver­dad es que cada vez que Ignacio lo mencionaba a mí me daba pánico. Mi experiencia familiar ha sido muy desagradable y también la de la mayor parte de la gente que he conocido. La verdad es que hasta los 18 años, cuando fui a tu casa de Asturias, no había conocido ningu­na familia que se llevase bien. Ade­más, si mantener una buena rela­ción de pareja me parecía casi im­posible, ¡imagínate una familia! Me horrorizaba la responsabilidad, pensar todos los males que en este mundo acecharían a mis hijos, imaginar la influencia negativa que podría tener sobre ellos mi propia inseguridad y pensar que en nuestra casa se podrían reproducir las historias familiares que yo y la mayor parte de la gente que conoz­co hemos vivido.
Por otra parte, yo relacionaba las familias cristianas con una ima­gen que me resulta muy poco atractiva: una familia «facha», ma­chista, conservadora -donde los papeles están fijados de antema­no-, rígida y aburrida. Así que, cuando decidimos casarnos por la Iglesia, yo me tomaba lo de formar una familia como una carga que iba en el lote del matrimonio y que no tenía más remedio que aceptar. Pero, estando en Rímini y obser­vando a los matrimonios jóvenes, me di cuenta de que la vida fami­liar cristiana está tan llena de po­sibilidades de triunfo y de esperan­za como el matrimonio cristiano.
Y que formar una familia cristia­na no tiene nada que ver con el conservadurismo ni con el aburri­miento y que, por supuesto, no significa que debas cambiar tu per­sonalidad. Por primera vez, el fu­turo empieza a estar lleno de po­sibilidades.
M.ª del Mar (Barcelona)


A mi alrededor, un mundo maravilloso
Hola Carras:
Como siempre, no sé por dón­de empezar. ¡Tengo tantas cosas que decirte!, aunque en realidad sólo sea una. ¡Me he dado cuenta de tantas cosas! Por fin he abierto los ojos y he visto a mi alrededor un mundo maravilloso; sí, maravi­lloso. Las cosas cada vez van peor en mi casa ( ... ), y no es que me dé igual todo eso, pero soy feliz, sí, soy feliz, y lo soy porque he descu­bierto que todo lo que he sufrido y lo que ahora sufro tiene un enor­me significado en mi vida, porque puedo ayudar a mi hermano, por­que yo pasé lo mismo que él está pasando y gracias a eso sé que a él no le faltará nada de lo que a mí me faltó en esos momentos difíci­les, siempre que esté en mi mano. Y no me cansaré de dar gracias a Dios por no haberme dado una vida fácil y cómoda y haberme dado, en cambio, una vida difícil y llena de dolor: se lo agradeceré siempre, siempre, porque no hay nada mejor en la vida que poder sentir el dolor de los demás, poder sentirse identificado con él.
No sé cómo explicarlo: amo la vida, amo a las personas, y veo que estoy empezando a amarme a mí misma, pero lo más importante es que amo a a Dios y que Él me ama a mí en mi pequeñez, y lo sé por que Él me lo ha dicho, sí, me lo ha dicho cuando hizo que me en­contrara contigo, cuando hizo que fuera a Gijón [a las vacaciones de bachilleres de este verano, nota de redacción]; cuando cualquier per­sona, a poco que me conociera, ha­bría sido incluso capaz de jurar que no iría, yo, Laura, con lo tímida que soy y sin conocer a nadie. Y es que sólo Él pudo llevarme, Él que se dio cuenta de que yo, una entre tantos millones de personas, me estaba alejando de Su lado y me lle­vó de nuevo junto a Él. Porque le pedí la muerte y me dio la vida.
Hace tan sólo una semana me volví a sentir desesperada y un día de esos «como todos», al salir de clase y sin saber cómo, fui a parar a la iglesia y me empecé a decir un montón de cosas que no sabía; fue como si Él las fuera susurrando en mi oído, me abrió los ojos, y en sólo media hora cambió mi vida por completo, y además sé que esta vez es la definitiva, porque antes sólo era capaz de sentirle a través de las personas, y cuando volvía a casa me parecía que todo había sido un sueño del que tenía que despertarme. Pero ahora no; pue­do sentirle cuando estoy sola, sé que está conmigo y que le impor­to, y no necesito saber nada más, por eso soy feliz y por eso nada ni nadie puede aplastarme; todas las dificultades que tengo en mi vida, que son muchas, se quedan peque­ñas porque somos dos los que lu­chan contra ellas y nadie puede vencernos.
Es maravilloso vivir cuando sa­bes por qué vives, que perteneces a Alguien y que ese Alguien te ama. Es maravilloso poder sonreír ante las dificultades y yo lo haré, no dejaré nunca de sonreír porque sonreiré en Su nombre, porque es­toy segura de que Él quiere que sonría, y ése es el mejor motivo que se puede tener para sonreír. Y saber que, cuantas veces me aleje de Él, volverá a buscarme para lle­varme a su lado. ¡Y pensar que estaba convenci­da de que no tenía nada! ¡Y qué más quiero!, si me ha dado todo lo que puedo desear, un montón de amigos geniales a los que quiero con todos sus defectos y virtudes y que me aceptan a mí con los míos, un hermano y una hermana que me necesitan y unos padres que me necesitan mucho más, y a los que soy capaz de querer, con todo lo que me han hecho sufrir y además se lo agradezco, y a Él mismo que se me ha dado por entero.
Me siento llena de una fuerza extraordinaria, una ilusión que no conocía y una esperanza enorme de que algún día podré agradecer­le a Cristo todo lo que me ha dado, no con palabras, pues no existen palabras para agradecerle esto, pero sí con hechos, y no descansa­ré mientras haya una sola persona a mi lado que sufra, mientras pue­da ayudar a alguien, mientras haya alguien que no Le conozca: porque mientras pasen todas esas cosas mi vida tendrá un sentido y yo entre­garé mi vida por todo eso y por todo lo que Cristo me pida. Porque es a Él a quien se la entrego, y se la entrego porque quiero, porque soy libre de hacerlo y porque le amo. Y aunque nadie quisiera ayu­darme, aunque nadie quisiera escuc­harme, aunque se rían de mí, se­guiré gritando su nombre , y con más fuerza si cabe, porque negarle a Él sería lo mismo que negarme a mí misma, que negar que vivo, y nunca he estado más segura de es­tar viva que ahora.
¡¡¡Quiero vivir!!!
Eternamente gracias
Laura

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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