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Huellas N.9, Diciembre 1987

TRIBUNA

La hora del futuro. Las nuevas tecnologías ante el hombre y la sociedad

Javier Ortega y Luis Miguel Brugarolas

El poder tecnológico está modificando la historia de siglos de civilización; caminamos hacia la sociedad de la información. Frente al mito de la neutralidad tecnológica, ¿quién ha asumido la responsabilidad de esta nueva sociedad? La filosofía que subyace bajo esta mentalidad: inteligencia humana versus inteligencia artificial.
Es necesario un progreso a la medida del hombre.


INTRODUCCIÓN
El boom de las nuevas tecnolo­gías es un reciente fenómeno téc­nico y social que ha sorprendido desarmada a toda la sociedad post­industrial. Desarmada porque en manos de unos pocos se va con­centrando paulatinamente un gran poder: el poder tecnológico, es decir, del conjunto de técnicas automatizadas que dominan, cada vez más, todos los campos en los que el hombre moderno desarro­lla su trabajo cotidiano. De una forma inexorable, está modifican­do la historia de siglos de civiliza­ción; sobre todo, porque incorpo­ra a la vida del hombre instrumentos que le son extremadamente útiles. En este sentido, parece como si la cotidianidad de la vida se hubiera visto abordada por esta tecnología que, cada vez más -y a un ritmo muchas veces frenéti­co- va conformando y condicio­nando sus actividades. Asistimos a un proceso que abarca toda la rea­lidad social, todo el ámbito de re­lación del hombre con el mundo. No podemos permanecer indife­rentes frente a este hecho: el he­cho de que estos avances y su apli­cación al desarrollo de la sociedad está potenciando una mutación en la función de la comunicación hu­mana, cuyos efectos previsibles pueden ser de gran transcendencia para el desarrollo económico y para la transformación social de todos los países (avanzados o no).

LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN
Esta mutación en la función de la comunicación establece un nue­vo modelo de sociedad; modelo que, hoy por hoy, es ya casi una realidad; las materias primas tra­dicionales -carbón, petróleo, ace­ro- están siendo progresivamen­te sustituidas por una nueva ma­teria prima: la información. El in­tercambio de información y el de­sarrollo de las comunicaciones son la nueva base de esta sociedad en que vivimos. Y, como quiera que esta información ha de ser proce­sada y transmitida rápida y efi­cientemente, es la telemática -la informática aplicada al mundo de las comunicaciones- el vehículo ideal para el nuevo producto.
En este sentido, el paradigma tecnológico actual está cambiando de la consideración de los sistemas técnicos como una realidad autó­noma, aislada -la estampa del hilo de télex que surca el desierto del Far West- a la concepción de sistemas integrados donde la in­formación más diversa viaja con­juntamente. Así, teléfono, televi­sión y video, ordenadores perso­nales, télex, teletexto, videotexto y telefax (servicios de mensajería y telecopia electrónicas) están sien­do integrados en redes de comuni­cación digital -las llamadas «Re­des Digitales de Servicios Integra­dos» (RDSI)- cada vez más ex­tensas y capaces de gestionar coor­dinadamente el flujo de informa­ción, que es la nueva sangre del or­ganismo científico y social.
Se abre así un mundo que casi nos parece una fantasía científica; pero la transmisión de informa­ción (ya sea en forma de voz, de datos, de gráficos, o de imágenes -fijas o en movimiento-) mar­ca las líneas maestras del progre­so tecnológico: hoy, una posibili­dad sólo al alcance de algunos; en la próxima década, una realidad a la que todo el mundo tendrá ac­ceso.

LOS PROGRAMAS EUROPEOS
Todo el esfuerzo técnico actual está encaminado al desarrollo de estos nuevos sistemas. Y la mayor dotación económica que hoy reali­za la comunidad europea no va destinada a otra cosa que al pro­greso de una serie de programas concretos: los programas ESPRIT (Programa Estratégico Europeo de Investigación y Desarrollo en Tecnología de la Información) y RACE (Investigación y Desarrollo en Tecnologías Avanzadas de Te­lecomunicación para Europa), am­bos coordinados a través del pro­grama FAST (Pronóstico y Evauación Científica y Tecnológica) que define objetivos y prioridades para el desarrollo de una política científica y tecnológica. Estos pro­gramas configuran las perspecti­vas de la política y la investigación europeas a medio plazo: sistemas ofimáticas (la informática aplica­da a la gestión), producción indus­trial automatizada por ordenador (la llamada robótica), servicios de comunicación de banda ancha (mayor capacidad de transmisión) donde el hilo de cobre está siendo sustituido por la fibra Óptica -que trabaja con señales ópticas en vez de hacerlo con señales eléc­tricas-, etc.

LA «NEUTRALIDAD» TECNOLÓGICA
Como hemos apuntado, la tec­nología electrónica en general y la informática en particular nacen con la pretensión de servir a las necesidades concretas de comuni­cación, de mejora del nivel de vida, de resolución de complejos pro­blemas científicos. Pero existe la difundida opinión de que dichas tecnologías son «neutras», es de­cir, contribuyen al progreso cien­tífico sin perturbar el dinamismo social e ideológico del hombre.
Frente a estas tecnologías se da una paradoja: viéndose necesariamente implicada una gran parte de la sociedad en este entramado tecnológico, sin embargo, ésta permanece al margen de la res­ponsabilidad que de ellas se deri­va. Todo el peso de las decisiones sociales y humanas que hay que to­mar en este entorno se delega en el grupo de «especialistas», en el ámbito de los «expertos» de di­chos sistemas. Pero, ¿qué sucede cuando estos tecnólogos depositan en las tecnologías unas esperanzas a las que éstas no pueden respon­der si no van acompañadas de la responsabilidad del que investiga?

LAS CONSECUENCIAS DE UNA RESPONSABILIDAD NO ASUMIDA
Sucede que todos aquellos que tienen algún tipo de proyecto so­bre la sociedad y el hombre -pero sin respetar la dinámica de aque­lla ni la naturaleza de éste- en­cuentran el campo abonado para «asumir» esa responsabilidad: la historia de este siglo es rica en ejemplos. A partir del descubri­miento y desarrollo de la fisión nuclear -que tiene evidentes ven­tajas energéticas para la aplicación en multitud de campos- se crea la bomba atómica. Los estudios de la aerodinámica y la fricción at­mosférica -de importancia capi­tal en navegación aérea- son uti­lizados para el desarrollo de pre­cisos misiles convencionales y ató­micos. El gran esfuerzo realizado en la década de los '70 y principios de los '80 en los campos de la mi­croelectrónica y de la navegación espacial son hoy la base -en los EE UU- de la SOi (Iniciativa de Defensa Estratégica, más conocida como guerra de las galaxias).
Pero esta actitud de los que de­tentan el poder no se da sólo a un nivel de estrategia política mun­dial. Es un fenómeno que afecta también al nivel de la intimidad de cada persona, de cada uno de no­sotros. En este sentido, la infor­matización de la sociedad brinda unas posibilidades de control del individuo por parte del Estado hasta ahora insospechadas, según reseña H. Herold, antiguo presi­dente del departamento de delitos federales alemán:
«La posibilidad de ataques a la dignidad humana está ya incluida en la estructura de la electrónica. La moderna tecno­logía de la información se encarga de levantar las barreras espaciales y temáticas relativas a su aplica­ción, de romper la estrechez y el aislamiento de los departamentos, de traspasar fronteras regionales y nacionales, y de reunir conoci­mientos en memorias cada vez mayores. La ausencia de límites en el proceso de la información per­mitiría acompañar al individuo durante toda su vida; suministrar en cada momento fotografías suyas o perfiles de su personalidad; registrarlo, observarlo y vigilarlo en todas las actividades, formas y manifestaciones de vida, y guardar los datos así obtenidos para tener­los siempre presentes sin la mise­ricordia del olvido. El peligro del «Gran Hermano» no es ya mera Literatura: es real según el estado de la técnica». Y, en este sentido, añade V. Beloradski, profesor che­co exiliado de su país: «La defen­sa de la conciencia ante las insti­tuciones está amenazada en la época de los medios de comunica­ción por los Estados totalitarios y por informatización de la socie­dad».

LA FILOSOFÍA SUBYACENTE

Frente a estas perspectivas -que, al menos, se auguran in­ciertas-, surge una pregunta que inquieta a muchos: ¿qué filosofía subyace bajo esta nueva menta­lidad?
«La revolución tecnológica -afirma Roberto Busa, jesuita, fi­lósofo, filólogo e informático que está realizando una impresionan­te documentación lingüística com­putadorizada que contiene el aná­lisis lexicológico de 179 escritos latinos de los siglos IX al XVI, cuyo núcleo es el «Index Thomis­ticus», una enorme recopilación informática de la obra de Santo Tomás- comienza a derivar ha­cia una nueva filosofía. Nueva en el sentido de que sólo está ligada a idealismos, a marxismos, a exis­tencialismos en la medida en que tales «ismos » están distribuidos en los estratos de la cultura de cada tecnólogo. De este modo, es una filosofía que puede delinear una visión del hombre basada en la incapacidad, en la no-voluntad de distinguir materia de espíritu, cuerpo de alma. En consecuencia, no distingue pensamiento de cere­bro y, menos todavía, pensamien­to de ordenador.» Esta afirmación del profesor Busa plantea varias cuestiones que trataremos de ana­lizar.

INTELIGENCIA HUMANA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Afirmar que esta nueva filoso­fía delinea una visión del hombre basada en la incapacidad de distin­guir materia de espíritu, pensa­miento de cerebro, puede parecer exagerado. Pero, una vez más, la realidad se encarga de constatar la veracidad de esta afirmación. Esta nueva visión del hombre constitu­ye un nuevo eslabón en la cadena del mito modernista (aireado por la prepotencia de los tecnócratas): por fin, el hombre ha desarrolla­do un sistema capaz no sólo de substituir el aspecto mecánico del trabajo humano, sino también su propia inteligencia y percepción de la realidad: dicho sistema ha sido bautizado como Inteligencia Artificial, que constituye un con­junto de «sistemas expertos» que, siguiendo una serie de «inferen­cias» (deducciones) a partir de una serie de conocimientos que le son dados, son capaces de llegar a unos resultados lógicos de gran aplica­bilidad; la novedad que aportan no es otra que el hecho de que dichos sistemas son capaces de aplicar sus «inferencias» a conceptos en lugar de trabajar con datos alfanuméri­cos (como lo hacen los sistemas habituales); de este modo, son muy ventajosos para ser utilizados en el análisis de problemas en di­versos campos: diagnóstico médi­co, síntesis (creación) y reconoci­miento de voz humana, reconoci­miento de objetos en el espacio tridimensional... No existen particulares proble­mas conceptuales para que dichos sistemas puedan perfeccionarse hasta el punto de suplantar ciertas capacidades del hombre tales como el habla o la vista. Pero no tiene sentido hablar de máquinas que piensan por sí mismas; es le­gítimo, tan sólo, hablar de máqui­nas con las que el hombre expre­sa su pensamiento, su lógica, su creatividad. La inteligencia huma­na tiene un aspecto cartesiano: la ratio, el raciocinio, típicamente deductivo, aspecto que es bien re­presentable como el modelo de los «sistemas expertos». Este aspecto es automatizable, programable. Pero la otra cara de la inteligencia es capacidad de intuición, es decir, capacidad de obtener categorías universales a partir de los hechos particulares.
«Ningún programa podría automatizar esta genialidad humana -afirma Busa- que Aristóteles llamaría «intelecto agente», es decir, capaz de una ac­ción sobre la realidad: capaz de pe­netrarla, de perforar las paredes de lo inmediato, de lo tangible, para poner su atención y su deseo sobre lo que está más allá». Es de­cir, capaz de preguntarse por sí mismo, por lo que le rodea, por el significado de las cosas. Lo que di­ferencia fundamentalmente al hombre de la máquina -capaz de millones de respuestas por segundo- no es otra cosa que la capa­cidad de pregunta.

UN PROGRESO A LA MEDIDA
Es necesario afirmar que toda­vía está en nuestras manos el po­der redimensionar este futuro que se augura incierto. Todo depende del horizonte que la sociedad y el hombre se marquen en este cami­no; porque en la informática, la inteligencia humana es creadora. Máquinas y programas son obra de esta inteligencia: los ordenado­res son, en este sentido, expresión del hombre. No podemos contem­plar el mundo de la técnica como un reino de taifas ajeno, separado de nuestra verdad de hombres. Está claro, sin duda alguna, que el conocimiento técnico puede ser orientado tanto para el bien como para el mal. Pero no pueden exis­tir dudas respecto a la dirección hacia la que hay que mirar para distinguir el bien del mal. La téc­nica, dirigida a la transformación del mundo, se justifica en base al servicio que rinde a la humanidad. La relación creador-obra es irre­versible. No tiene sentido que nos lamentemos de los peligros y ame­nazas provenientes de la tecnolo­gía; no tiene sentido hablar de an­tagonismo entre hombre y máqui­na: sería como ver en don Quijote una amenaza para Cervantes.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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