El poder tecnológico está modificando la historia de siglos de civilización; caminamos hacia la sociedad de la información. Frente al mito de la neutralidad tecnológica, ¿quién ha asumido la responsabilidad de esta nueva sociedad? La filosofía que subyace bajo esta mentalidad: inteligencia humana versus inteligencia artificial.
Es necesario un progreso a la medida del hombre.
INTRODUCCIÓN
El boom de las nuevas tecnologías es un reciente fenómeno técnico y social que ha sorprendido desarmada a toda la sociedad postindustrial. Desarmada porque en manos de unos pocos se va concentrando paulatinamente un gran poder: el poder tecnológico, es decir, del conjunto de técnicas automatizadas que dominan, cada vez más, todos los campos en los que el hombre moderno desarrolla su trabajo cotidiano. De una forma inexorable, está modificando la historia de siglos de civilización; sobre todo, porque incorpora a la vida del hombre instrumentos que le son extremadamente útiles. En este sentido, parece como si la cotidianidad de la vida se hubiera visto abordada por esta tecnología que, cada vez más -y a un ritmo muchas veces frenético- va conformando y condicionando sus actividades. Asistimos a un proceso que abarca toda la realidad social, todo el ámbito de relación del hombre con el mundo. No podemos permanecer indiferentes frente a este hecho: el hecho de que estos avances y su aplicación al desarrollo de la sociedad está potenciando una mutación en la función de la comunicación humana, cuyos efectos previsibles pueden ser de gran transcendencia para el desarrollo económico y para la transformación social de todos los países (avanzados o no).
LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN
Esta mutación en la función de la comunicación establece un nuevo modelo de sociedad; modelo que, hoy por hoy, es ya casi una realidad; las materias primas tradicionales -carbón, petróleo, acero- están siendo progresivamente sustituidas por una nueva materia prima: la información. El intercambio de información y el desarrollo de las comunicaciones son la nueva base de esta sociedad en que vivimos. Y, como quiera que esta información ha de ser procesada y transmitida rápida y eficientemente, es la telemática -la informática aplicada al mundo de las comunicaciones- el vehículo ideal para el nuevo producto.
En este sentido, el paradigma tecnológico actual está cambiando de la consideración de los sistemas técnicos como una realidad autónoma, aislada -la estampa del hilo de télex que surca el desierto del Far West- a la concepción de sistemas integrados donde la información más diversa viaja conjuntamente. Así, teléfono, televisión y video, ordenadores personales, télex, teletexto, videotexto y telefax (servicios de mensajería y telecopia electrónicas) están siendo integrados en redes de comunicación digital -las llamadas «Redes Digitales de Servicios Integrados» (RDSI)- cada vez más extensas y capaces de gestionar coordinadamente el flujo de información, que es la nueva sangre del organismo científico y social.
Se abre así un mundo que casi nos parece una fantasía científica; pero la transmisión de información (ya sea en forma de voz, de datos, de gráficos, o de imágenes -fijas o en movimiento-) marca las líneas maestras del progreso tecnológico: hoy, una posibilidad sólo al alcance de algunos; en la próxima década, una realidad a la que todo el mundo tendrá acceso.
LOS PROGRAMAS EUROPEOS
Todo el esfuerzo técnico actual está encaminado al desarrollo de estos nuevos sistemas. Y la mayor dotación económica que hoy realiza la comunidad europea no va destinada a otra cosa que al progreso de una serie de programas concretos: los programas ESPRIT (Programa Estratégico Europeo de Investigación y Desarrollo en Tecnología de la Información) y RACE (Investigación y Desarrollo en Tecnologías Avanzadas de Telecomunicación para Europa), ambos coordinados a través del programa FAST (Pronóstico y Evauación Científica y Tecnológica) que define objetivos y prioridades para el desarrollo de una política científica y tecnológica. Estos programas configuran las perspectivas de la política y la investigación europeas a medio plazo: sistemas ofimáticas (la informática aplicada a la gestión), producción industrial automatizada por ordenador (la llamada robótica), servicios de comunicación de banda ancha (mayor capacidad de transmisión) donde el hilo de cobre está siendo sustituido por la fibra Óptica -que trabaja con señales ópticas en vez de hacerlo con señales eléctricas-, etc.
LA «NEUTRALIDAD» TECNOLÓGICA
Como hemos apuntado, la tecnología electrónica en general y la informática en particular nacen con la pretensión de servir a las necesidades concretas de comunicación, de mejora del nivel de vida, de resolución de complejos problemas científicos. Pero existe la difundida opinión de que dichas tecnologías son «neutras», es decir, contribuyen al progreso científico sin perturbar el dinamismo social e ideológico del hombre.
Frente a estas tecnologías se da una paradoja: viéndose necesariamente implicada una gran parte de la sociedad en este entramado tecnológico, sin embargo, ésta permanece al margen de la responsabilidad que de ellas se deriva. Todo el peso de las decisiones sociales y humanas que hay que tomar en este entorno se delega en el grupo de «especialistas», en el ámbito de los «expertos» de dichos sistemas. Pero, ¿qué sucede cuando estos tecnólogos depositan en las tecnologías unas esperanzas a las que éstas no pueden responder si no van acompañadas de la responsabilidad del que investiga?
LAS CONSECUENCIAS DE UNA RESPONSABILIDAD NO ASUMIDA
Sucede que todos aquellos que tienen algún tipo de proyecto sobre la sociedad y el hombre -pero sin respetar la dinámica de aquella ni la naturaleza de éste- encuentran el campo abonado para «asumir» esa responsabilidad: la historia de este siglo es rica en ejemplos. A partir del descubrimiento y desarrollo de la fisión nuclear -que tiene evidentes ventajas energéticas para la aplicación en multitud de campos- se crea la bomba atómica. Los estudios de la aerodinámica y la fricción atmosférica -de importancia capital en navegación aérea- son utilizados para el desarrollo de precisos misiles convencionales y atómicos. El gran esfuerzo realizado en la década de los '70 y principios de los '80 en los campos de la microelectrónica y de la navegación espacial son hoy la base -en los EE UU- de la SOi (Iniciativa de Defensa Estratégica, más conocida como guerra de las galaxias).
Pero esta actitud de los que detentan el poder no se da sólo a un nivel de estrategia política mundial. Es un fenómeno que afecta también al nivel de la intimidad de cada persona, de cada uno de nosotros. En este sentido, la informatización de la sociedad brinda unas posibilidades de control del individuo por parte del Estado hasta ahora insospechadas, según reseña H. Herold, antiguo presidente del departamento de delitos federales alemán:
«La posibilidad de ataques a la dignidad humana está ya incluida en la estructura de la electrónica. La moderna tecnología de la información se encarga de levantar las barreras espaciales y temáticas relativas a su aplicación, de romper la estrechez y el aislamiento de los departamentos, de traspasar fronteras regionales y nacionales, y de reunir conocimientos en memorias cada vez mayores. La ausencia de límites en el proceso de la información permitiría acompañar al individuo durante toda su vida; suministrar en cada momento fotografías suyas o perfiles de su personalidad; registrarlo, observarlo y vigilarlo en todas las actividades, formas y manifestaciones de vida, y guardar los datos así obtenidos para tenerlos siempre presentes sin la misericordia del olvido. El peligro del «Gran Hermano» no es ya mera Literatura: es real según el estado de la técnica». Y, en este sentido, añade V. Beloradski, profesor checo exiliado de su país: «La defensa de la conciencia ante las instituciones está amenazada en la época de los medios de comunicación por los Estados totalitarios y por informatización de la sociedad».
LA FILOSOFÍA SUBYACENTE
Frente a estas perspectivas -que, al menos, se auguran inciertas-, surge una pregunta que inquieta a muchos: ¿qué filosofía subyace bajo esta nueva mentalidad?
«La revolución tecnológica -afirma Roberto Busa, jesuita, filósofo, filólogo e informático que está realizando una impresionante documentación lingüística computadorizada que contiene el análisis lexicológico de 179 escritos latinos de los siglos IX al XVI, cuyo núcleo es el «Index Thomisticus», una enorme recopilación informática de la obra de Santo Tomás- comienza a derivar hacia una nueva filosofía. Nueva en el sentido de que sólo está ligada a idealismos, a marxismos, a existencialismos en la medida en que tales «ismos » están distribuidos en los estratos de la cultura de cada tecnólogo. De este modo, es una filosofía que puede delinear una visión del hombre basada en la incapacidad, en la no-voluntad de distinguir materia de espíritu, cuerpo de alma. En consecuencia, no distingue pensamiento de cerebro y, menos todavía, pensamiento de ordenador.» Esta afirmación del profesor Busa plantea varias cuestiones que trataremos de analizar.
INTELIGENCIA HUMANA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Afirmar que esta nueva filosofía delinea una visión del hombre basada en la incapacidad de distinguir materia de espíritu, pensamiento de cerebro, puede parecer exagerado. Pero, una vez más, la realidad se encarga de constatar la veracidad de esta afirmación. Esta nueva visión del hombre constituye un nuevo eslabón en la cadena del mito modernista (aireado por la prepotencia de los tecnócratas): por fin, el hombre ha desarrollado un sistema capaz no sólo de substituir el aspecto mecánico del trabajo humano, sino también su propia inteligencia y percepción de la realidad: dicho sistema ha sido bautizado como Inteligencia Artificial, que constituye un conjunto de «sistemas expertos» que, siguiendo una serie de «inferencias» (deducciones) a partir de una serie de conocimientos que le son dados, son capaces de llegar a unos resultados lógicos de gran aplicabilidad; la novedad que aportan no es otra que el hecho de que dichos sistemas son capaces de aplicar sus «inferencias» a conceptos en lugar de trabajar con datos alfanuméricos (como lo hacen los sistemas habituales); de este modo, son muy ventajosos para ser utilizados en el análisis de problemas en diversos campos: diagnóstico médico, síntesis (creación) y reconocimiento de voz humana, reconocimiento de objetos en el espacio tridimensional... No existen particulares problemas conceptuales para que dichos sistemas puedan perfeccionarse hasta el punto de suplantar ciertas capacidades del hombre tales como el habla o la vista. Pero no tiene sentido hablar de máquinas que piensan por sí mismas; es legítimo, tan sólo, hablar de máquinas con las que el hombre expresa su pensamiento, su lógica, su creatividad. La inteligencia humana tiene un aspecto cartesiano: la ratio, el raciocinio, típicamente deductivo, aspecto que es bien representable como el modelo de los «sistemas expertos». Este aspecto es automatizable, programable. Pero la otra cara de la inteligencia es capacidad de intuición, es decir, capacidad de obtener categorías universales a partir de los hechos particulares.
«Ningún programa podría automatizar esta genialidad humana -afirma Busa- que Aristóteles llamaría «intelecto agente», es decir, capaz de una acción sobre la realidad: capaz de penetrarla, de perforar las paredes de lo inmediato, de lo tangible, para poner su atención y su deseo sobre lo que está más allá». Es decir, capaz de preguntarse por sí mismo, por lo que le rodea, por el significado de las cosas. Lo que diferencia fundamentalmente al hombre de la máquina -capaz de millones de respuestas por segundo- no es otra cosa que la capacidad de pregunta.
UN PROGRESO A LA MEDIDA
Es necesario afirmar que todavía está en nuestras manos el poder redimensionar este futuro que se augura incierto. Todo depende del horizonte que la sociedad y el hombre se marquen en este camino; porque en la informática, la inteligencia humana es creadora. Máquinas y programas son obra de esta inteligencia: los ordenadores son, en este sentido, expresión del hombre. No podemos contemplar el mundo de la técnica como un reino de taifas ajeno, separado de nuestra verdad de hombres. Está claro, sin duda alguna, que el conocimiento técnico puede ser orientado tanto para el bien como para el mal. Pero no pueden existir dudas respecto a la dirección hacia la que hay que mirar para distinguir el bien del mal. La técnica, dirigida a la transformación del mundo, se justifica en base al servicio que rinde a la humanidad. La relación creador-obra es irreversible. No tiene sentido que nos lamentemos de los peligros y amenazas provenientes de la tecnología; no tiene sentido hablar de antagonismo entre hombre y máquina: sería como ver en don Quijote una amenaza para Cervantes.
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