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Huellas N.9, Diciembre 1987

ACTUALIDAD

Argentina. O la esperanza postergada

Horacio Morel

No es fácil escribir cuando se trata de dar cuenta de una situación tan dramática de estancamiento, de desconfianza y de angustia como la argentina. Más aún si quien escribe es argentino. De todos modos, intentaré dar una ayuda para llegar a una comprensión real de la cuestión.

LA HERENCIA DE LA DEMOCRACIA
El golpe de estado de 1976 sig­nificó una nueva irrupción del po­der militar en el gobierno, pero está vez con un distintivo poco honroso: el de dar comienzo a la dictadura más atroz y detractora que recuerde la historia del país.
Con el pretexto de aniquilar el terrorismo -objetivo largamente alcanzado- instituyó el terroris­mo de Estado, y aniquiló la vida.
Aplicó la represión en forma sistemática, borrando los funda­mentos jurídicos de la Nación. In­numerables reclamaciones ante el propio gobierno y recursos ante la Justicia conocieron sólo el silencio y la denegatoria como respuesta. Resultado: treinta mil «desapare­cidos», según los organismos de derechos humanos.
Se llevó a cabo un plan de destrucción de la economía nacional, legitimando el dumping y abrien­do indiscriminadamente la impor­tación de productos de mano de obra barata, provenientes de Asia, y provocando así el cierre de nu­merosos establecimientos indus­triales y la pérdida de trabajo de miles de familias. Todo orquesta­do según los cánones de la más rí­gida escuela monetarista y perso­nificado en un «Chicago Boy», fiel discípulo de Milton Friedman: José Martínez de Hoz. En este as­pecto, el legado fue igualmente de­sastroso: 50.000 millones de dóla­res de deuda con el exterior, más de 2.000.000 de desocupados en una población de 30 millones, el empobrecimiento de los trabaja­dores y el estancamiento de una economía que cambió la produc­ción por la especulación financie­ra. Tal es el rostro oculto de la ideología de la Seguridad Nacio­nal.
En síntesis, una sociedad gol­peada y desmovilizada por el mie­do y la violencia. Una sociedad que vivió la indignación de sentirse extranjera en su patria. Con sus organizaciones políticas y sindica­les proscritas o intervenidas.
En tanto, la Iglesia cumplió un rol de fidelidad al pueblo, pero ha­bitualmente silencioso, poco enér­gico y, sobre todo, falto de organi­zación. Muchos obispos se sirvie­ron de su investidura para llevar adelante reclamaciones por desa­parecidos, generalmente sin éxito. Otros fueron cómplices, claudican­do ante el poder. Pero la falta de unidad posibilitó la evidencia de los errores y la manipulación de la prensa. A pesar de ello, la Iglesia significó la única vía de participa­ción juvenil, y ello se puso de manifiesto en actos públicos y pere­grinaciones, en especial a la Vir­gen de Luján, que congrega año a año alrededor de un millón de jó­venes. Asimismo, el santuario de San Cayetano, patrono del pan y del trabajo, fue escenario de la de­voción de miles de trabajadores -con y sin trabajo- en la que participaron también los dirigen­tes sindicales con el secretario ge­neral de la intervenida Confedera­ción General del Trabajo (CGT), Saúl Ubaldini.
Quizá la mayor aportación re­flexiva del episcopado argentino fue su documento «Iglesia y Co­munidad Nacional» en 1981, des­de el cual se intentó perfilar un modelo de convivencia social.
La guerra de las Malvinas fue la desaprovechada oportunidad del reencuentro con la identidad nacional y de la recuperación de la pertenencia de la Argentina al Continente Latinoamericano. Evi­denció la ineptitud profesional de las Fuerzas Armadas y su servilis­mo ante el poder imperial de los EE UU, posibilitando en definiti­va el vislumbrar de una salida electoral, luego de 7 años de ti­ranía.
Así llegaron las elecciones. El peronismo -tradicional fuerza mayoritaria desde 1945, a pesar de las sucesivas proscripciones mili­tares- por primera vez las afron­taba sin Perón, fallecido en el 74. Su excesiva confianza en un nue­vo triunfo y la falta de una ima­gen fiable debida a los inocultables debates internos, provocaron que el candidato radical, Raúl Alfon­sín, alcanzara la mayoría con una espectacular y cuantiosa campaña electoral. Las cartas estaban jugadas, los dólares también.

EL PROYECTO ALFONSÍN
El resultado de la elección agra­dó en el concierto internacional, especialmente a la socialdemocra­cia europea y demás participantes de la Internacional Socialista, a la cual el radicalismo ahora gober­nante no tardó en sumarse y ofre­cerse como anfitrión -en Buenos Aires- de su Conferencia Gene­ral de 1985.
Esto simboliza sintéticamente el proyecto que existe detrás del semblante sereno, «pluralista y democrático» de Alfonsín: la in­tención de profundizar lo que aquí se ha dado en llamar la «desmal­vinización» del país, esto es, la destrucción de la dignidad y de la identidad cultural de la Nación.
¿Cómo? Descalificando o silen­ciando toda expresión fiel a tal identidad y promoviendo una su­puesta «modernización» y la «de­mocratización de la cultura» para combatir el autoritarismo, que el mismo gobierno ahora ejercita plantando como regla básica de la convivencia social el «todo vale». Por supuesto, en nombre de la li­bertad y de la democracia.
Mientras tanto, «todo vale», pero para los que pueden. Se du­plicó el número de los desocupa­dos y subocupados; año a año, dos­cientos mil jóvenes ingresan en el mercado laboral, donde la oferta es la gran ausente. Se agudizó el problema de la vivienda, aumen­tando la población de las «villas miseria». El «plan austral», lejos de ser un plan económico, resultó una nueva receta monetarista al estilo de Martínez de Hoz. No se reabrieron las fábricas. El federa­lismo económico sigue siendo una mera enunciación teórica: las pro­vincias se empobrecen día a día y el abismo entre «las dos Argenti­nas» -Buenos Aires y el inte­rior- es cada vez mayor.
Aún está sin resolver el proble­ma medular que desencadena el retraso del país y de toda América Latina: la deuda externa. Mejor: está resuelto, pero a espaldas del pueblo. En 1984 se firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional cuyas claúsulas nun­ca fueron dadas a conocer. Lo con­creto es que Argentina paga más de 2.000 millones de dólares por año, correspondientes a intereses o «servicios» de la deuda, que se capitalizan anualmente. Esto sig­nifica tener el 80% del saldo ex­portable embargado. ¿Qué país en tales condiciones puede pensar se­riamente en un despegue econó­mico?
Desde el gobierno se impulsó la llegada y el asentamiento de sectas protestantes en los medios populares, dando lugar a la confu­sión y a la evasión de la realidad, en el intento de animar el de­sarraigo cultural del pueblo argen­tino. Coherentemente, Alfonsín negó su participación en el En­cuentro Nacional de Juventud or­ganizado por la Iglesia en 1985, e hizo apertura, con su discurso, de la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias del mismo año en Bue­nos Aires.
Por lo demás, el alfonsinismo es la reducción de la política a un simple problema publicitario. La espectacularidad y proliferación de los eslóganes han reemplazado a la propuesta política. Ella ha deja­do de ser una expresión más de la vida de la gente para convertirse nuevamente en «cosa de docto­res», como en la primera mitad del siglo. Además, el embace pu­blicista encubre la verdadera his­toria de contradicción que es el ac­tual gobierno radical. Se resuelve el problema limítrofe con Chile, pero sin impulsar ninguna inte­gración. Se ingresa en el Pacto de Contadora y se promueve la indi­ferencia y la hostilidad a la cele­bración del V Centenario de la his­toria latinoamericana. Se decide la integración económica con Brasil y Uruguay, pero no se genera la reactivación del aparato producti­vo nacional, obsoleto y paralizado por la crisis. Se pretende cambiar la capital de la Nación para termi­nar con la hegemonía de Buenos Aires, y se la traslada a Viedma -en la cosca patagónica-, un lu­gar sin historia y en la boca del conflicto del Atlántico Sur, donde la presencia de Inglaterra y de la OTAN se hace frente con un con­trato de pesca realizado con la URSS, entregando así nuestras aguas como escenario de la ten­sión ideológica entre los dos im­perios. Como coronación genial y sin precedentes, en un acto de alta cul­tura circense y con escasa con­currencia, Alfonsín funda la «Se­gunda República».

PERONISMO Y MOVIMIENTO OBRERO
El peronismo, en su expresión partidiaria, no ha conseguido ser una oposición real. El influjo de la ideología iluminista y secularizan­te alcanzó también a los dirigen­tes peronistas, que no dudaron en alzar su mano votando a favor del divorcio, olvidando así el substra­to católico, de unidad, que se aloja en el sentir del pueblo argentino. La otra cara del peronismo, el Mo­vimiento Obrero representado en la CGT de Ubaldini, no cesó de en­frentarse al gobierno con firmeza. Las sucesivas movilizaciones (to­das iniciadas con la invocación a la Virgen, Madre del Pueblo), la pre­sentación de siete planes económi­cos alternativos y la aportación para actualizar la legislación labo­ral, no han repercutido en la sensibilidad gubernamental.
Es más, el gobierno ha conser­vado intervenidas hasta este año, luego de casi cuatro años de ges­tión, las obras sociales, principal fuente de recursos de los sindica­tos, luego de fracasar en su inten­to de atraparlas para el Estado a través de un Seguro Nacional de Salud.
Por lo tanto, tampoco los sin­dicatos han podido cumplir un pa­pel protagonista en la democracia de Alfonsín. La urgencia de las re­clamaciones salariales y de plena ocupación, y el ataque del Gobier­no en su intención de establecer un Estado liberal que no reconoce organizaciones intermedias en la sociedad, lo han impedido.
Aun así, luego de proclamar a la Virgen de Itatí patrona de los trabajadores argentinos con una misa en dicho Santuario, la CGT impulsó un plan de 26 puntos (en­tre ellos la declaración de morato­ria de la deuda externa) que se proponen como camino para la re­construcción nacional.

UNA VOZ EN EL DESIERTO
Juan Pablo II. Su visita fue es­perada por muchos como la posi­bilidad del despertar de la concien­cia dormida de la Nación. Era la ocasión más real de un reencuen­tro con la fe cristiana, como He­cho transfigurador de toda la vida y de toda la realidad. Meses antes, desde el poder (el visible y el invisible) se intentó reducir el en­cuentro con el Santo Padre a po­lítica... o a espectáculo.
Las acusaciones de corporati­vismo con motivo del encuentro preparado entre el Papa y los tra­bajadores y el sensacionalismo ba­rato de la prensa irresponsable se mezclaron, cayendo como un dilu­vio sobre la esperanza de muchos.
Pero la persona del Papa Wojtyla arrasó con todas las espe­culaciones y maquinaciones y fue un gran acontecimiento que hizo renacer la fe en una multitud de corazones. Apeló a la humanidad de todos: «Guiados por el sentido de la fe seguid, al mismo tiempo, la voz de aquello que en el cora­zón humano y en la conciencia es lo más profundo y lo más noble, de aquello que corresponde a la verdad interior del hombre y de su dignidad». Queda sólo la duda -luego de estos meses no tanto ­de si el testimonio del Papa en­contró y encuentra una acogida real. Parece que no. De hecho, no existen muchos sujetos eclesiales que tornen en vida las palabras y el Magisterio de Juan Pablo II. Sal­vo casos aislados, como algunos movimientos, que han continuado ganando una presencia cada vez más visible.
Los acontecimientos de Sema­na Santa (una serie de sublevacio­nes militares, mitad verdad, mitad mentira) borraron de la memoria colectiva la visita del Santo Padre y propiciaron, utilizando el multi­tudinario apoyo expresado al sis­tema democrático, la ley de «Obe­diencia Debida», una cuasi-amnis­tía por la cual, salvo unos pocos generales, los responsables de la represión del Proceso Militar han quedado en libertad exentos de culpa y cargo.

Y AHORA, ¿QUÉ?

Este cuadro de la situación da idea de la exigencia de novedad que se encuentra en la sociedad ar­gentina. Es un desafío inmenso, ante el cual se parte en desventa­ja, pero con fe y con el deseo de una liberación auténtica, que no claudica ante la violencia y la men­tira.
En estos días la Iglesia publicó un documento donde denuncia que «detrás de una supuesta moderni­zación, se esconde un verdadero cambio de cultura».
El futuro político es imprevisi­ble, como siempre. 1992 asoma como el horizonte donde la histo­ria y el destino de América Latina puede esclarecerse para dar co­mienzo a una etapa de reconstruc­ción de la dignidad, de la unidad y de la felicidad del pueblo.
La realización de la esperanza hasta ahora postergada.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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