No es fácil escribir cuando se trata de dar cuenta de una situación tan dramática de estancamiento, de desconfianza y de angustia como la argentina. Más aún si quien escribe es argentino. De todos modos, intentaré dar una ayuda para llegar a una comprensión real de la cuestión.
LA HERENCIA DE LA DEMOCRACIA
El golpe de estado de 1976 significó una nueva irrupción del poder militar en el gobierno, pero está vez con un distintivo poco honroso: el de dar comienzo a la dictadura más atroz y detractora que recuerde la historia del país.
Con el pretexto de aniquilar el terrorismo -objetivo largamente alcanzado- instituyó el terrorismo de Estado, y aniquiló la vida.
Aplicó la represión en forma sistemática, borrando los fundamentos jurídicos de la Nación. Innumerables reclamaciones ante el propio gobierno y recursos ante la Justicia conocieron sólo el silencio y la denegatoria como respuesta. Resultado: treinta mil «desaparecidos», según los organismos de derechos humanos.
Se llevó a cabo un plan de destrucción de la economía nacional, legitimando el dumping y abriendo indiscriminadamente la importación de productos de mano de obra barata, provenientes de Asia, y provocando así el cierre de numerosos establecimientos industriales y la pérdida de trabajo de miles de familias. Todo orquestado según los cánones de la más rígida escuela monetarista y personificado en un «Chicago Boy», fiel discípulo de Milton Friedman: José Martínez de Hoz. En este aspecto, el legado fue igualmente desastroso: 50.000 millones de dólares de deuda con el exterior, más de 2.000.000 de desocupados en una población de 30 millones, el empobrecimiento de los trabajadores y el estancamiento de una economía que cambió la producción por la especulación financiera. Tal es el rostro oculto de la ideología de la Seguridad Nacional.
En síntesis, una sociedad golpeada y desmovilizada por el miedo y la violencia. Una sociedad que vivió la indignación de sentirse extranjera en su patria. Con sus organizaciones políticas y sindicales proscritas o intervenidas.
En tanto, la Iglesia cumplió un rol de fidelidad al pueblo, pero habitualmente silencioso, poco enérgico y, sobre todo, falto de organización. Muchos obispos se sirvieron de su investidura para llevar adelante reclamaciones por desaparecidos, generalmente sin éxito. Otros fueron cómplices, claudicando ante el poder. Pero la falta de unidad posibilitó la evidencia de los errores y la manipulación de la prensa. A pesar de ello, la Iglesia significó la única vía de participación juvenil, y ello se puso de manifiesto en actos públicos y peregrinaciones, en especial a la Virgen de Luján, que congrega año a año alrededor de un millón de jóvenes. Asimismo, el santuario de San Cayetano, patrono del pan y del trabajo, fue escenario de la devoción de miles de trabajadores -con y sin trabajo- en la que participaron también los dirigentes sindicales con el secretario general de la intervenida Confederación General del Trabajo (CGT), Saúl Ubaldini.
Quizá la mayor aportación reflexiva del episcopado argentino fue su documento «Iglesia y Comunidad Nacional» en 1981, desde el cual se intentó perfilar un modelo de convivencia social.
La guerra de las Malvinas fue la desaprovechada oportunidad del reencuentro con la identidad nacional y de la recuperación de la pertenencia de la Argentina al Continente Latinoamericano. Evidenció la ineptitud profesional de las Fuerzas Armadas y su servilismo ante el poder imperial de los EE UU, posibilitando en definitiva el vislumbrar de una salida electoral, luego de 7 años de tiranía.
Así llegaron las elecciones. El peronismo -tradicional fuerza mayoritaria desde 1945, a pesar de las sucesivas proscripciones militares- por primera vez las afrontaba sin Perón, fallecido en el 74. Su excesiva confianza en un nuevo triunfo y la falta de una imagen fiable debida a los inocultables debates internos, provocaron que el candidato radical, Raúl Alfonsín, alcanzara la mayoría con una espectacular y cuantiosa campaña electoral. Las cartas estaban jugadas, los dólares también.
EL PROYECTO ALFONSÍN
El resultado de la elección agradó en el concierto internacional, especialmente a la socialdemocracia europea y demás participantes de la Internacional Socialista, a la cual el radicalismo ahora gobernante no tardó en sumarse y ofrecerse como anfitrión -en Buenos Aires- de su Conferencia General de 1985.
Esto simboliza sintéticamente el proyecto que existe detrás del semblante sereno, «pluralista y democrático» de Alfonsín: la intención de profundizar lo que aquí se ha dado en llamar la «desmalvinización» del país, esto es, la destrucción de la dignidad y de la identidad cultural de la Nación.
¿Cómo? Descalificando o silenciando toda expresión fiel a tal identidad y promoviendo una supuesta «modernización» y la «democratización de la cultura» para combatir el autoritarismo, que el mismo gobierno ahora ejercita plantando como regla básica de la convivencia social el «todo vale». Por supuesto, en nombre de la libertad y de la democracia.
Mientras tanto, «todo vale», pero para los que pueden. Se duplicó el número de los desocupados y subocupados; año a año, doscientos mil jóvenes ingresan en el mercado laboral, donde la oferta es la gran ausente. Se agudizó el problema de la vivienda, aumentando la población de las «villas miseria». El «plan austral», lejos de ser un plan económico, resultó una nueva receta monetarista al estilo de Martínez de Hoz. No se reabrieron las fábricas. El federalismo económico sigue siendo una mera enunciación teórica: las provincias se empobrecen día a día y el abismo entre «las dos Argentinas» -Buenos Aires y el interior- es cada vez mayor.
Aún está sin resolver el problema medular que desencadena el retraso del país y de toda América Latina: la deuda externa. Mejor: está resuelto, pero a espaldas del pueblo. En 1984 se firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional cuyas claúsulas nunca fueron dadas a conocer. Lo concreto es que Argentina paga más de 2.000 millones de dólares por año, correspondientes a intereses o «servicios» de la deuda, que se capitalizan anualmente. Esto significa tener el 80% del saldo exportable embargado. ¿Qué país en tales condiciones puede pensar seriamente en un despegue económico?
Desde el gobierno se impulsó la llegada y el asentamiento de sectas protestantes en los medios populares, dando lugar a la confusión y a la evasión de la realidad, en el intento de animar el desarraigo cultural del pueblo argentino. Coherentemente, Alfonsín negó su participación en el Encuentro Nacional de Juventud organizado por la Iglesia en 1985, e hizo apertura, con su discurso, de la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias del mismo año en Buenos Aires.
Por lo demás, el alfonsinismo es la reducción de la política a un simple problema publicitario. La espectacularidad y proliferación de los eslóganes han reemplazado a la propuesta política. Ella ha dejado de ser una expresión más de la vida de la gente para convertirse nuevamente en «cosa de doctores», como en la primera mitad del siglo. Además, el embace publicista encubre la verdadera historia de contradicción que es el actual gobierno radical. Se resuelve el problema limítrofe con Chile, pero sin impulsar ninguna integración. Se ingresa en el Pacto de Contadora y se promueve la indiferencia y la hostilidad a la celebración del V Centenario de la historia latinoamericana. Se decide la integración económica con Brasil y Uruguay, pero no se genera la reactivación del aparato productivo nacional, obsoleto y paralizado por la crisis. Se pretende cambiar la capital de la Nación para terminar con la hegemonía de Buenos Aires, y se la traslada a Viedma -en la cosca patagónica-, un lugar sin historia y en la boca del conflicto del Atlántico Sur, donde la presencia de Inglaterra y de la OTAN se hace frente con un contrato de pesca realizado con la URSS, entregando así nuestras aguas como escenario de la tensión ideológica entre los dos imperios. Como coronación genial y sin precedentes, en un acto de alta cultura circense y con escasa concurrencia, Alfonsín funda la «Segunda República».
PERONISMO Y MOVIMIENTO OBRERO
El peronismo, en su expresión partidiaria, no ha conseguido ser una oposición real. El influjo de la ideología iluminista y secularizante alcanzó también a los dirigentes peronistas, que no dudaron en alzar su mano votando a favor del divorcio, olvidando así el substrato católico, de unidad, que se aloja en el sentir del pueblo argentino. La otra cara del peronismo, el Movimiento Obrero representado en la CGT de Ubaldini, no cesó de enfrentarse al gobierno con firmeza. Las sucesivas movilizaciones (todas iniciadas con la invocación a la Virgen, Madre del Pueblo), la presentación de siete planes económicos alternativos y la aportación para actualizar la legislación laboral, no han repercutido en la sensibilidad gubernamental.
Es más, el gobierno ha conservado intervenidas hasta este año, luego de casi cuatro años de gestión, las obras sociales, principal fuente de recursos de los sindicatos, luego de fracasar en su intento de atraparlas para el Estado a través de un Seguro Nacional de Salud.
Por lo tanto, tampoco los sindicatos han podido cumplir un papel protagonista en la democracia de Alfonsín. La urgencia de las reclamaciones salariales y de plena ocupación, y el ataque del Gobierno en su intención de establecer un Estado liberal que no reconoce organizaciones intermedias en la sociedad, lo han impedido.
Aun así, luego de proclamar a la Virgen de Itatí patrona de los trabajadores argentinos con una misa en dicho Santuario, la CGT impulsó un plan de 26 puntos (entre ellos la declaración de moratoria de la deuda externa) que se proponen como camino para la reconstrucción nacional.
UNA VOZ EN EL DESIERTO
Juan Pablo II. Su visita fue esperada por muchos como la posibilidad del despertar de la conciencia dormida de la Nación. Era la ocasión más real de un reencuentro con la fe cristiana, como Hecho transfigurador de toda la vida y de toda la realidad. Meses antes, desde el poder (el visible y el invisible) se intentó reducir el encuentro con el Santo Padre a política... o a espectáculo.
Las acusaciones de corporativismo con motivo del encuentro preparado entre el Papa y los trabajadores y el sensacionalismo barato de la prensa irresponsable se mezclaron, cayendo como un diluvio sobre la esperanza de muchos.
Pero la persona del Papa Wojtyla arrasó con todas las especulaciones y maquinaciones y fue un gran acontecimiento que hizo renacer la fe en una multitud de corazones. Apeló a la humanidad de todos: «Guiados por el sentido de la fe seguid, al mismo tiempo, la voz de aquello que en el corazón humano y en la conciencia es lo más profundo y lo más noble, de aquello que corresponde a la verdad interior del hombre y de su dignidad». Queda sólo la duda -luego de estos meses no tanto de si el testimonio del Papa encontró y encuentra una acogida real. Parece que no. De hecho, no existen muchos sujetos eclesiales que tornen en vida las palabras y el Magisterio de Juan Pablo II. Salvo casos aislados, como algunos movimientos, que han continuado ganando una presencia cada vez más visible.
Los acontecimientos de Semana Santa (una serie de sublevaciones militares, mitad verdad, mitad mentira) borraron de la memoria colectiva la visita del Santo Padre y propiciaron, utilizando el multitudinario apoyo expresado al sistema democrático, la ley de «Obediencia Debida», una cuasi-amnistía por la cual, salvo unos pocos generales, los responsables de la represión del Proceso Militar han quedado en libertad exentos de culpa y cargo.
Y AHORA, ¿QUÉ?
Este cuadro de la situación da idea de la exigencia de novedad que se encuentra en la sociedad argentina. Es un desafío inmenso, ante el cual se parte en desventaja, pero con fe y con el deseo de una liberación auténtica, que no claudica ante la violencia y la mentira.
En estos días la Iglesia publicó un documento donde denuncia que «detrás de una supuesta modernización, se esconde un verdadero cambio de cultura».
El futuro político es imprevisible, como siempre. 1992 asoma como el horizonte donde la historia y el destino de América Latina puede esclarecerse para dar comienzo a una etapa de reconstrucción de la dignidad, de la unidad y de la felicidad del pueblo.
La realización de la esperanza hasta ahora postergada.
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