La incertidumbre de la Bolsa, la falta de seguridad del puesto de trabajo, la confusión de los partidos, la ineficacia grave de la enseñanza, el terrorismo, los secuestros... son signos de la crisis moral y espiritual de nuestro país. A esto se puede añadir la guerra en muchas partes del mundo, la difícil espera de la «cumbre» de las superpotencias... y se podría continuar. Los tiempos en que vivimos están llenos de incertidumbre y de confusión.
Por el contrario, en el fondo de cada hombre, casi soterrado e imperceptible, existe un deseo de certeza y de verdad. Pero, a pesar de haber sido provocados -muchas veces inconscientemente- por este deseo, seguimos encastillándonos en nuestros proyectos y contra-proyectos, en iniciativas y pasividades.
Pero la tristeza que nos rodea y que nos penetra no conoce tregua. Según expertos autorizados, nuestra sociedad corre hacia el abismo. Es como si la acción del hombre, nuestra acción, estuviera falta de moralidad; es decir, fuese incapaz de construir algo por estar llena tan sólo de sí misma, de sus instintos y de sus propias e inconsistentes obcecaciones.
El deseo profundo del hombre nunca llega a ser aceptado en el «orden del día», no llega nunca a ser pregunta porque no tiene la esperanza de ser respondida por alguien más grande y más fuerte que nosotros mismos. Al Poder esto no le interesa.
Vivimos como si Dios no existiese o, lo que es prácticamente lo mismo, como si Dios fuese del todo incognoscible. Sin embargo, la naturaleza del hombre es estructuralmente una espera: «Es algo grande el pensamiento de que no se nos debe nada. ¿Es que alguien nos ha prometido algo? Entonces, ¿por qué esperamos?» (Cesare Pavese).
La Navidad es la memoria de Dios que se ha comunicado al hombre, que se ha hecho en Cristo y en sus discípulos ocasión de acontecimiento y seguimiento para que la vida vea, por fin, realizada su espera.
«Navidad: he aquí la noche de la más grande exaltación del hombre; en ella, él encuentra su nacimiento» (Juan Pablo II).
¿Por qué no somos así de pobres como para adherirnos a esta única y concreta hipótesis de salvación?
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