Dos personajes, un vicepresidente de la McDonell Douglas y un empleado de banca italiano, que se habían conocido en la guerra europea, vuelven a encontrarse por casualidad cuarenta años después. Jack Lemmon es este ejecutivo americano, que aparentemente encarna todos los planteamientos lógicos de su profesión y condición: económicamente poderoso, confiado en sí mismo, dinámico, ganador, clásico representante del poder americano... y con una vida privada rota, sin ilusiones y, en el fondo, desgraciada. Marcello Matroianni es Antonio Jasiello, viejo napolitano sentimental, amante de su ciudad y sus amigos, creador de fábulas y comedietas, que reconoce un día en televisión a su amigo Bob y acude a su hotel a encontrarse con el pasado... y con su propia realidad.
Pero son las palabras de Goritcheva las que responden al profundo significado de esta película. «Macaroni» utiliza una serie de formas (el encuentro de dos culturas, la evolución de una amistad, la descripción de un pueblo, etc. .. ) para describirnos la situación real del hombre hoy. Porque la posibilidad de adentrarse en el pasado, la posibilidad de acercarse a lo lejano como si estuviera cercano, como si formase parte de nosotros mismos, puede ser motivo de madurar para el hombre o de evadirse de la realidad. Porque podemos utilizar las dificultades que van surgiendo en nuestra vida para recluirnos en unos sueños imposibles, que según pasa el tiempo nos van dejando más frustrados... precisamente porque son imposibles. Ettore Scola, el director de la película, nos muestra a este italiano al que precisamente no le gusta su propia vida y crea una historia paralela, unas relaciones paralelas a través de unas falsas cartas (cartas que Antonio escribe puntualmente desde hace cuarenta años -en nombre de Bob- a su propia hermana, para consolar a aquella «novia» abandonada por el joven soldado americano convertido hoy en un poderoso ejecutivo).
A través de éstas, introduce no sólo a su hermana, sino a su familia entera, a la portera, etc. en un mundo irreal, fantástico, que no concuerda ni se adapta a la realidad de su Nápoles natal (obligatoriamente descrita debido al dinero invertido por la Banca di Napoli en la producción de la película, pero en absoluto fundamental para el contenido). Antonio Jasiello (interpretado por un Mastroianni muy suelto y dramático) es este anciano sentimental y creador de fantasías, que valora la vida comparándola con la de los demás y su juicio se elabora a partir de los sueños que él mismo fabrica. Ettore Scola nos lo describe magistralmente a través de pocos indicios y situaciones: goza imaginándose vodeviles que él mismo interpreta y dota a sus falsas cartas de una espectacularidad más propia de Superman que de un simple amante. Pero estos sueños, esta vida ilusoria, han de ser verificados, contrastados por la realidad, aunque ésta no nos guste e incluso sea lamentable. Esta realidad, para Antonio, es el auténtico firmante de sus cartas: Bob Travern, hoy vicepresidente de la McDonell Douglas.
Lógicamente, este americano, idealizado por toda la comunidad napolitana debido a las cartas escritas por Antonio, no coincide con el arquetipo fabricado en sus ilusiones. De ahí el primer rechazo entre ambos. Pero el hombre se afirma a sí mismo verdaderamente sólo cuando acepta la realidad. Por eso se han de volver a ver.
Pero el propio Bob vive igualmente alejado de su realidad. Ayudará con su presencia a «ajustar» el mundo de Jasiello, pero éste le ayudará a él a descubrir sus sueños y su ficción: en breves planos, Ettore Scola nos muestra a un hombre triunfador, deseado... pero con esa vida hastía, depresiva, rota. Porque otra forma de no aceptarse a sí mismo es refugiarse en el trabajo, en el poder o en el dinero.
Pero los sueños no tienen consistencia, y la realidad podrá ser muy limitada, muy contradictoria ... ¡pero es!. Es vivir. Y esto lo descubre Bob en Antonio y su mujer, en el hijo y en esas gentes y lugares extraños para él. Son antológicas ciertas escenas donde todo esto aparece: la escena del niño en el coche, la llegada al pueblo de su «novia», la representación de la obra de Jasiello, el helado, etc. Muchas veces es un problema de juzgar la realidad de lo que somos desde criterios que no son adecuados. Bob no puede introducir su mundo de finanzas, dineros y coches con televisión en el ámbito de la familia de Antonio (que al final será el desencadenante de la acción) y el propio Jasiello no puede hacer que Travern se ajuste a los arquetipos epistolares por él imaginados. Entonces se produce el choque, la confrontación. Porque no existe la capacidad de valorar la propia experiencia y la de los demás. Además, cuando vivimos tan envueltos en nuestros sueños (conscientemente como el italiano o inconscientemente como el americano) éstos terminan estructurando toda una ideología que justifica la situación que vivimos... Incluso en varios momentos críticos de la película, esta situación domina de tal forma que están a punto de separarse irremediablemente (recordamos la escena del ascensor en el hotel o la del aeropuerto).
En estos sueños, es común que se introduzcan los criterios del mundo, es decir, los criterios dominantes de la sociedad en que vivimos, ¡porque la sociedad en que vivimos está viviendo en un puro sueño! Es antológica la escena de las tarjetas de crédito y los planos del andamio posteriores, en los que Bob culpa a Antonio de no haberle hecho un héroe perfecto, un genuino Superman y de haber introducido en ese mundo fantasioso criterios que no son los admirados.
Pero la realidad siempre se impone. Normalmente a través de momentos y hechos excepcionales, pero siempre muestra su auténtica cara. Ettore Scola emplea a la «Camorra» napolitana, como pudo emplear la muerte de un ser querido, una enfermedad o cualquier otro suceso real en el cual el hombre aparece en toda su dimensión y las respuestas artificiales aparecen como falsas e inhumanas. Así, Bob decide perder el puesto de influencia que protegía para responder a la realidad de su amigo y Antonio le descubre la verdad de su vida, su verdadero sentido de las cosas por debajo de esas ilusiones que siempre había creado...
Fue necesario que Antonio «resucitase» tres veces para impedir que el sueño venciese a la realidad. Una vez que ésta va configurando su rostro -hasta el punto de poder compartir unos macarrones-, ¿será necesaria la pervivencia del sueño? ¿Sonará de nuevo la campanilla?
ETTORE SCOLA: UN OFICIO APRENDIDO
El director de «Macaroni» comenzó dibujando comics y escribiendo guiones (algunos incluso sin firmar) para que otros se los dirigieran. Comunista comprometido, es autor de una breve pero curiosa filmografía militante. Con 55 años, Ettore Scola es capaz de ofrecernos una obra serena como ésta porque ha aprendido el oficio. Comenzó aceptando las reglas del mercado construyendo películas fáciles, escasamente complejas, con situaciones que debían facilitar el lucimiento de las grandes estrellas que le colocaban en los repartos (Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Alberto Sordi, Marcello Mastroianni ... )
Progresivamente, su cine ganó en intensidad y, a partir de sus contactos con los hombres del neorrealismo, comenzó a modificar la líneas de expresión de un cine que ya no podía vivir de antiguos prestigios. Los productores confiaron en él y, a partir de 1974, ya ha producido una película por año, demostrando que podía hacerse de la comedia italiana algo más que un divertimento superficial.
Incluso trató de llenarla de contenidos. Desde su perspectiva ideológica contó en «Un italiano en Chicago» (1970) la historia de uno de tantos compatriotas abogados a aceptar un cierto tipo de vida y una cultura diferente en el «paraíso americano». También experimentó con formas poéticas y minuciosamente descriptivas (pero «Una jornada particular», con Sofía Loren y Mastroianni, quedó decadente y falsa). Después, realizó películas menos fáciles: «La terraza»(1979), «La noche de Varennes» ( 1981) y «La sala de baile» (1983 ), más complicadas, más construidas ... y, por supuesto, menos comerciales.
En 1985 (aunque estrenada este año en España) dirigió «Macaroni», donde demuestra que sabe analizar lo que nos rodea y contárnoslo con elementos nuevos y agradables. Desde luego, «Macaroni» no es la historia de «un italiano en Chicago» al revés; ni -como pretenden algunos críticos- la emocionante historia de una amistad. Es un reflejo lleno de lucidez del mundo irreal en el que vive el hombre hoy. Estamos esperando ver cómo aborda en su última película «La familia» (1987)-, otro tema tan sugerente y vital.
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