GEORGES BERNANOS
Los grandes cementerios bajo la luna
Editorial ALIANZA
La publicación de «Los grandes cementerios bajo la luna» es, sin duda, un motivo de alegría para todo lector, porque por fin se ha traducido al castellano una obra de ensayo de Bernanos (además, la que marca en cierto modo la ruptura entre el Bernanos novelista y el Bernanos ensayista).
La obra es escrita a partir del año '36 y sale a la luz en el '38. Desde el '34, Bernanos vivía en Palma de Mallorca, donde se había instalado con toda su familia (su mujer, Jehanne, y sus seis hijos), por motivos económicos. Había, pues, asistido a toda la problemática surgida con la República, así como a la insurrección franquista. Su libro nace, por lo tanto, del conflicto español. Pero, a la hora de analizar el libro, la clave no está en el tema de la Guerra Civil, sino en el propio Bernanos y en su profunda religiosidad, que determina lo que escribe.
El compromiso con su fe le lleva, a un mismo tiempo, a un compromiso con el hombre y con aquella realidad que vive en cada momento: y ésta se llamaba entonces la Guerra Civil. ¿Cómo no escandalizarse ante el espectáculo ofrecido, una noche, por un montón de cadáveres ardiendo en un cementerio? ¿O ante la matanza continua de pobres inocentes llevada a cabo por los franquistas y los fascistas italianos que además contaban con la bendición del obispo de la isla? ¿O ante esa mezcla triunfalista de política y religión?
Pero hay otros elementos que tienen más relevancia que el análisis del conflicto español que realiza Bernanos.
Por un lado, algo contra lo que Bernanos se rebela radicalmente: la indiferencia, en primer lugar, de los países europeos que, jugando a ser neutros, no ven que el conflicto español es el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial, con el espectro del nazismo detrás. En segundo lugar, contra la indiferencia de las personas, mucho más grave que la de los Estados (por ser, en realidad, su causa). De ahí que las primeras páginas sean una crítica acerba al aburguesamiento y a la esclerosis de la sociedad francesa.
Por otro lado, en Bernanos siempre late una profunda esperanza y una gran alegría, enraizadas en su fe. No se limita a una amarga diatriba contra una sociedad secularizada y deshumanizada o una Iglesia que pasa por momentos difíciles, sino que propone. Y su propuesta escalla al final de libro en ese capítulo genial que es la predicación de un ateo en la fiesta de Sanca Teresita de Lisieux. De aquí surge la verdadera respuesta al problema humano, típica respuesta bernanosiana: sólo encuentra uno la salvación en la infancia y en la santidad, eternamente ligadas, que son las que nos abren a Dios y a la verdad.
Por último, quisiera resaltar algo que es una evidencia a lo largo de todo el libro. Bernanos no es, ni adopta la actitud del literato intelectual que lo juzga todo desde su trono. Al contrario, se vuelca por completo en aquello que escribe, ya sea como persona, ya sea como literato. Este volcarse por completo es lo que le da esa fuerza y esa vitalidad a su obra. Sin embargo, esto hace, al mismo tiempo, difícil la lectura, no sólo por su complejo estilo, sino porque continuamente intenta dar un juicio sobre lo que vive. Y para ello, echa mano de lo que puede. Por eso, el libro está lleno de alusiones a personajes políticos y literarios de su época (Blum, Franco, Barrés, Claudel...) y a sus maestros (Drumonc, Péguy, Bloy).
Pese a su dificultad la obra resulta enormemente sugestiva y rica. No se trata de un rancio testimonio sobre la Guerra Civil, la sociedad francesa o la situación de la Iglesia en los años '30, sino del testimonio del hombre que desde su fe interroga a la realidad de su tiempo e intenta transmitir la grandeza de su experiencia de Iglesia. Creo, en fin, que a través de esta obra se puede ver el porqué de que Malraux afirmara más tarde: «Si se dice que Bernanos fue el novelista más grande de su tiempo, nadie se sorprenderá».
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