El pasado mes de marzo, Alexandr Ogorodnikov escribió esta carta de agradecimiento, poco después de ser liberado del campo de concentración, el 14 de febrero del año en curso, después de casi ocho años de reclusión. Su liberación ha sido posible principalmente gracias no a la «liberalización de Gorbachov», sino a la enorme campaña organizada en su defensa en todo el mundo cristiano. No es una casualidad que la carta que publicamos haya sido enviada por el autor a distintos Centros y personalidades de Occidente entre las cuales están el Arzobispo Antonij de Ginebra (Presidente de la Fraternidad «acción ortodoxa»), «Aide aux chretiens en Russie» (París), el Keston College (Reino Unido), Anatolij Levitin-Krasnov (Suiza) y Comunión y Liberación (Italia).
Inclino la cabeza y las rodillas en profunda gratitud por vuestras oraciones y por la obra de misericordia en defensa de vuestros hermanos cristianos en Rusia.
En los campos de concentración dispersos por toda la vasta Rusia, detrás de las barreras de alambre de espino y cables de alta tensión, acompañados del ladrar frenético de los perros guardianes: encerrándose en la penumbra sepulcral de las celdas de aislamiento, donde el silencio opresor de los días siempre iguales transforma el mismo tiempo en un instrumento de tortura, cuando el corazón comienza a faltar y la lengua se pega al paladar en un balbuceo sin sentido, cuando el hambre ataca las entrañas, el frío atiere la carne y la desesperación fluye por la sangre; puede parecer, entonces, que la indiferencia del mundo nos ha entregado ya a la tumba, que la parte del cielo visible a través de las rejas de la ventana se ha cerrado sobre nuestra cabeza, y nos sentimos totalmente solos y abandonados, y la desesperación nos sumerge como una marea.
Pero ha sido, verdaderamente, en aquellos momentos terribles, en las heladas celdas, cuando he percibido físicamente el calor de vuestras oraciones y de vuestra compasión, una fuerza que nos une a través de una corriente de energía espiritual, generada en nuestra experiencia común de fe y en los vínculos misteriosos de la unidad fraterna.
Ha sido como el contacto caliente de una mano fraterna que ha cortado el alambre de espino y ha atravesado los muros tenebrosos. La fuerza de vuestro amor y de vuestra compasión han transformado mi desesperación en una esperanza increíble, mis gritos en oración, y el comienzo de la locura en iluminación.
Vuestra intercesión por los cristianos perseguidos y por todos los prisioneros de conciencia despierta la conciencia moral del mundo frente al odio, y da testimonio de la dignidad y del valor de todo ser viviente en cuanto hecho a imagen y semejanza de Dios. Vuestra obra es la confirmación viva de la unidad de la Madre Iglesia, y nos empuja a encarnar la verdad de que todos nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo, y que si un miembro sufre, todo el cuerpo sufre con él. En vuestra defensa generosa de la fe contra las fuerzas del mal, habéis dado al mundo egoísta una lección grandiosa de amor, de compasión y de unidad. Y el Dios que todo lo ve ha oído vuestras oraciones, ha aceptado vuestro sacrificio y ha oído vuestra voz de testimonio y de denuncia de los perseguidores. Así, Él ha abierto las puertas de las celdas y ha dejado marchar a los prisioneros. Nosotros, por lo tanto, somos el testimonio vivo de cómo vuestro amor, vuestra fe, y vuestras obras han sabido cambiar el curso de la historia.
Al dirigiros estas pobres palabras de agradecimiento por la piedad que habéis tenido hacia nuestro encarcelamiento, soy penosamente consciente de no saber expresar la inmensidad de la gratitud por vosotros que me ha llenado el corazón en estos noventa y nueve meses de prisión.
Que el Señor os mantenga en la grandiosa tarea de interceder por los perseguidos, los humillados y los oprimidos. Que vuestra voz no calle nunca frente a los perseguidores, porque vuestra voz da testimonio de nuestro salvador Jesucristo. Que vuestra voz defienda a los perseguidos por el mal que busca atrapar sus almas y vencer a la libertad, e induce al mundo indiferente a la compasión por los olvidados.
Moscú, 17 de marzo de 1987
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